Fundación Five Words

Comunicamos a todos los escritores solidarios y seguidores de nuestro concurso, que el II Concurso de Microrrelatos, finalizará el 31 de diciembre de 2024, anticipando su fin, previsto inicialmente para marzo de 2025. Los plazos para publicar y concursar en el mes de diciembre serán los habituales.

F. FIVE WORDS PRESENTA LAS CINCO PALABRAS DE ENRIQUE RODRÍGUEZ

¡Muchas gracias por tus palabras Enrique!

ENRIQUE RODRÍGUEZ DE TEMBLEQUE SAIZ-CALDERÓN

Restaurador del Museo Thyssen-Bornemisza

Nació en Madrid aunque su vida familiar se desarrolla en Herencia (Ciudad Real).
Licenciado en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid en la especialidad de Pintura-Restauración, ha realizado proyectos de investigación y restauración en obras de arte antiguo y moderno.
Restaurador en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid desde 2014 hasta la actualidad, lleva a su vez la cuenta @Restaurathyssen en la red social X.
Sus grandes pasiones son: viajar por todo el mundo para conocer distintas culturas, la fotografía, el arte en especial la pintura, los museos, palacios y catedrales y el coleccionismo de curiosidades.

Escribe tu relato solidario siguiendo las siguientes normas:

1. Extensión máxima 100 palabras. 

2. No se cambiará la posición de las palabras.

3. No se modificará el género ni el número de las palabras proporcionadas.

* Se eliminarán los relatos que no cumplan las normas.

NOTA: Nos reservamos el derecho de la publicación de los relatos. Se eliminarán relatos ofensivos o insultantes hacia cualquier país, pueblo, animal o personal que puedan herir la sensibilidad del lector.

1. Incluir las cinco palabras publicadas semanalmente a través de la web – manteniendo el orden en que se han ofrecido – sin modificar género ni número

2. Extensión máxima: 100 palabras

3. Idioma: español

Este juego literario ha sido una herramienta para dar difusión, no solo a los propios escritores y sus relatos, sino también a las causas mensuales con las que la Asociación ha estado colaborando. En marzo de 2023 la Asociación Cinco Palabras se transforma en la Fundación Five Words, que pretende dar continuidad a la labor realizada por la Asociación en sus 10 años de vida, manteniendo su Misión de “Hacer un mundo más digno a través del Arte”. En coherencia con este objetivo, la Fundación Five Words (en adelante, la Fundación) pone en marcha este concurso de microrrelatos, para fomentar la escritura y promocionar a los escritores que, a su vez, con sus relatos, ayudarán a la difusión de las causas solidarias mensuales de la Fundación. El Concurso mantendrá las reglas del juego literario antes detalladas y constará de dos fases: mensual y final. La primera edición de este Concurso dará comienzo el día 1 de abril de 2023 y finalizará a las 23.59 horas del 29 de febrero de 2024 (hora peninsular española). El premio está dotado con 5000 euros, distribuidos de la siguiente forma: 

¿Quieres que tu relato solidario participe en nuestro concurso?

2.000 € en metálico

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3.000€ para una causa solidaria

que el ganador elija​

Consulta aquí los finalistas de meses anteriores

166 comentarios en “F. FIVE WORDS PRESENTA LAS CINCO PALABRAS DE ENRIQUE RODRÍGUEZ”

  1. Eva Castro Outeiriño

    Familia que no es familia

    Sentí que me adentraba en un museo, paredes vestidas de cuadros, ventanas cubiertas de gruesos cortinajes, mesas con faldones acomodando fotografías en blanco y negro en repujados marcos de plata, enormes alfombras persas cubriendo suelos de mármol … La herencia de mi abuela en fuerte contraste con mi vida sencilla, alejada de las violentas escenas familiares que me obligaron a marcar esa dolorosa distancia física y emocional. Sentí vértigo al recordar todo lo allí vivido. Cuando el trueno resonó y el relámpago iluminó el salón creí verla en actitud amenazante. Se fue sin conocer el significado de la palabra «amor».

  2. ENTRE MILES DE FOTOGRAFIAS

    Lo que parecía una simple clase de Historia fuera del aula, nos pasó factura a todos En el museo del campo de concentración, la profesora nos enseñó miles de fotografías.
    Eran rostros propios de la herencia de nuestros abuelos y buscamos parecidos. Dejamos de armar jaleo, un contraste con la algarabía del patio de recreo. Pero el vértigo de la cámara de gas llegó a la vez que el trueno, y a la vez que el miedo. Nos miramos, por si entre nosotros aún quedaran judíos y alemanes. Como parecía que no, soltamos aire y respiramos sin hacer ruido.

  3. Los portones

    Amelia abrió los portones de la casona y descubrió que era un museo aeroespacial en miniatura. La finca era herencia del abuelo Ezequiel, como la pasión que ella sentía por los aviones y los transbordadores.
    Al penetrar en el cobertizo trasero, el contraste del frío exterior y el calor que desprendía el dodecaedro metálico flotante en el centro de la estancia la estremeció. Se acercó. De pronto, sintió vértigo, cerró los ojos y se apoyó en el objeto para sostenerse. Luego, escuchó el fragor de un trueno.
    Al recuperar la visión, el abuelo la abrazó. «¡Bienvenida a Sirio!».

  4. Enrique Ariza Bogallo

    El museo de la herencia perdida

    En las vitrinas del museo de la herencia perdida, los recuerdos se desvanecen en el contraste entre la quietud eterna y el vértigo de un trueno que nunca llega, desvelando el desasosiego del alma.

  5. Deseo fatal
    Así fue como sucedió: En un ambiente silencioso de museo, ella meditaba mientras
    ordenaba los vasos fríos y luminosos, herencia de su madre. Su brillo era el del
    mundo al que quería pertenecer. Júlio era su nombre, dueño de la empresa de
    cristales. ¡Despache eso ya! Y el sabor amargo al final no era suficiente para que
    ella sucumbiera. El deseo anclaba su vida, en contraste con su indiferencia.
    Un ligero vértigo , seguramente una premonición , la hizo sentarse. Afuera, la
    tormenta se intensificaba. Un trueno, atravesó la sala, en dirección a su encogido
    corazón, partiéndolo en mil pedazos.
    José T

  6. El balandrito
    Siempre me resultó fácil imaginar mi vida en un cuadro de Sorolla, atrapado en ese instante vibrante y fugaz, feliz. Tantos padres en el museo dejando en herencia su vasta cultura y observándome con detalle.
    Siempre me imaginé allí, dejándome mecer por las olas y colocando el balandrito en el lugar preciso.
    A mi vera, y como contraste a mi calma, un grabado de goya grita, el sueño de la razón, vértigo ante la locura.
    Yo no sé si estaré loco o cuerdo, pero, mientras tanto, llevadme al Cabañal, bajo el sol violento no golpean los truenos.

    1. El balandrito
      Siempre me resultó fácil imaginar mi vida en un cuadro de Sorolla, atrapado en ese instante vibrante y fugaz, feliz. Tantos padres en el museo dejando en herencia su vasta cultura y observándome con detalle.
      Siempre me imaginé allí, dejándome mecer por las olas y colocando el balandrito en el lugar preciso.
      A mi vera, y como contraste a mi calma, un grabado de Goya grita, el sueño de la razón, vértigo ante la locura.
      Yo no sé si estaré loco o cuerdo, pero, mientras tanto, llevadme al Cabañal, bajo el sol violento no golpea ningún trueno.

  7. Un mundo lejano.

    El museo de animales. Inmenso. Decimonónico. Herencia de Ameghino o el perito Moreno. El contraste de los animales de la megafauna con la actual. Los animales que sorprendieron a Darwin. Y un vértigo de siglos al ver las momias egipcias o el niño de Turkana en 3D. Topé con un esqueleto de ese ser humano tan antiguo que colgaba de un soporte como un traje. Un trueno cultural en ciudad de La Plata de siglo y medio de antigüedad. Cuando me vuelvo más culto lo aprecio más y más.

  8. El viaje
    Un hombre tiene que construir caminos que lo liberen. Después de recorrer un poco este mundo, encontré, en Portugal, un lugar mágico de silencios y colores que abrió mis ojos como un museo. Pero no fue solo esa herencia la que penetró en mis poros como un vértigo: una tormenta, en contraste con la paz del lugar, amenazó mi deslumbramiento cuando un trueno dejó sin electricidad a toda la región y me llevó a un café. Allí dentro, a la luz de las velas, se seguía confraternizando, socializando, formando amistades que se volvieron para mí inolvidables e insustituibles.

    1. Leed las bases del concurso para participar, y las reglas que deben cumplir los relatos. Este relato no puede concursar porque incumple una regla de las cinco palabras.

  9. Ariadna y Saturno

    Ariadna tenía nueve años cuando visitó el museo por primera vez. Del cuadro que más le había impresionado, sus padres le compraron diez postales. El arte, pensaron, era la mejor herencia.
    El contraste entre aquella niña risueña y la avejentada señora presa de ese vértigo constante que protagonizaba su vida, era enorme. Pero, tantos años después, el cuadro seguía en el mismo lugar, inamovible.
    Colocó el pequeño atornillador que había escondido en la riñonera junto a las pastillas que ya no tomaba y apretó contra el ojo imperturbable de Saturno. Sonó como el trueno en una noche de tormenta.

  10. Damian Rotman Cleiman

    FRUSTRACIÓN

    Una mañana más, sentado en la puerta del museo en el que tantas veces expuse mis trabajos.

    Confirmando que mi destino le ganó el pulso a mi suerte, que nunca vendí uno solo de mis cuadros, ni recibí una herencia.

    Asumiendo resentido el contraste que me diferencia de los peripuestos personajes que vienen a venerar obras que jamás comprenderán, ignorantes del vértigo que provoca un trueno sin tener un techo, que miran hacia otro lado al verme extendiendo la mano, enfrentándome a la deshonra.

    Una mañana más, decepcionado por haber vivido fiel a mis sueños, pidiendo tímidamente unas monedas para comer…

    1. Maria Antonietta Vanacore

      Muchas gracias, Damian, por tu comentario. He contado lo que viví el domingo pasado.
      A mí también me gustan tus historias, porque llegan al corazón.

  11. ELÍAS SALVELIO LÓPEZ PICAZO

    La tía Edelmira

    La tía Edelmira era la encargada de la casa-museo donde vivía con sus siete hermanos, herencia de sus abuelos. En buen contraste, seis modositos y uno bullicioso. Un día avisaba que la comida estaba lista pero el revoltoso no acudía a la vianda, y harta, gritó en plena calle: “¡Ah, ¿sí?, pues mira…!” y blandió impetuosa el mango de la sartén con los pimientos recién hechos, con cierto vértigo. En el tejado quedó la impronta de la hortaliza y al niño trueno le sirvió de escarmiento.
    El ahora comedido adulto la recuerda cada día con devoción.

  12. Maria Antonietta Vanacore

    PINCELADAS SUELTAS

    Hoy el museo está abierto. Desdeñamos esa preciosa herencia y vamos de compras.

    De espaldas a los lujosos escaparates, los méndigos tienden las manos vacías ¡Qué contraste!

    Una niña llora desesperadamente, mientras su mamá chatea.

    Una sensación de vértigo me aleja de la multitud.

    Más allá, donde el cielo besa el mar, velas blancas flotan solitarias en el agua, persiguiendo el viento.

    Al oir un trueno, regresamos a casa con las bolsas llenas de ropa. ¡Lástima que en los armarios no quepa!

    «¡Mamá, salgo!» grita mi hijo. Dejo todo en el suelo y corro a abrazarlo.

    Ya lo extraño.

  13. Maria Antonietta Vanacore

    PINCELADAS SUELTAS

    Hoy el museo está abierto. Desdeñamos esa preciosa herencia y vamos de compras.

    De espaldas a los lujosos escaparates, los mendigos tienden las manos vacías. ¡Qué contraste!

    Una niña llora desesperadamente, mientras su mamá chatea.

    Una sensación de vértigo me aleja de la multitud.

    Más allá, donde el cielo besa el mar, velas blancas flotan solitarias en el agua, persiguiendo el viento.

    Al oir un trueno, regresamos a casa con las bolsas llenas de ropa. ¡Lástima que en los armarios no quepa!

    «¡Mamá, salgo!» grita mi hijo. Dejo todo en el suelo y corro a abrazarlo.

    Ya lo extraño.

    (Lo siento, es que faltaba un punto).

  14. MÁS VALE PREVENIR
    Recorría las salas del museo en que había convertido mi casa gracias a la herencia de un tío abuelo materno que emigró a las Américas siendo yo pequeño. Con una copa de vino en la mano, disfrutaba del contraste entre mi situación actual y la precaria posición en la que me encontraba tan sólo un año antes. Al recordarlo, un desagradable vértigo volvía a hacer presa en mi estómago. El estallido lejano de un trueno me avisó de que todavía tenía que instalar un pararrayos y firmar los papeles del seguro. “Mañana” me dije, indolente, mientras afuera arreciaba la tormenta.

  15. Todos

    El vigilante del museo pasaba las noches releyendo su herencia: la colección de novelas de piratas de su padre, hasta que decidió hacerse escritor y comprar su propio barco. El contraste entre el trabajo nuevo y el antiguo: de página repleta a pantalla en blanco, no aportaba demasiado al proyecto, así que vendió el teclado y compró un revólver. Nada más entrar al banco sintió un vértigo indescriptible, el disparo al techo sonó como un trueno, los ojos de la cajera brillaron como las luces de posición de un velero y «Todos al suelo» fue su primer microrrelato premiado.

  16. Quizás uno espera de un museo, la exposición ordenada de obras de arte para el deleite de sus visitantes. Tal fue mi sorpresa al adentrarme en este, que aún hoy dudo de si se trató de un sueño.
    Una a una, se iban presentando emociones humanas, herencia primitiva de aquello que fuimos, cuna del presente. Similares actores con decorados llenos de contraste. Evolución, ese guion de vértigo que asusta como un trueno en una oscura noche al mirar atrás, pero que te abraza de una esperanza cálida de futuro.
    Somos los mismos que un día fuimos.

  17. FUGAZ

    Aquel pasillo se le antojó su pequeño museo, donde una herencia casi poética era contenida entre marcos de madera. 

    Una fotografía de su padre le sonreía desde la pared, en contraste con una sensación amarga, confusa. Sabía que algo iba mal.

    Y una vieja chispa de comprensión abrió paso al vértigo del pánico.

    Aquel no era su papá. Él no era un niño de manos arrugadas…

    Pero la verdad duró un instante. Pronto el estruendo de un trueno, a lo lejos, devolvió la lucidez a su escondite acostumbrado. 

    Y allí quedó, en el pasillo, una mente demente de memoria fugaz.

  18. ¡ALLÁ VAMOS!
    Al entrar está emocionadísima. Es un museo diferente. En vez de atesorar el pasado, expone la herencia para nuestros descendientes.
    Le sorprende el contraste entre el siglo XXII: jóvenes bicentenarios que viven únicamente para disfrutar, y robots realizando las tareas desagradables; mientras que en el siglo XXIII, unos pocos humanos desnudos, y llenos de quemaduras, apenas sobreviven en una cueva.
    Al entrar a otra cápsula ella, y todos los objetos, son arrastrados hacia un punto con una aceleración infinita, produciéndole un vértigo inconcebible, mientras un trueno eterno la estremece y ensordece. Es la sala del Big Crunch.

  19. DESESPERACIÓN

    Tenía que llegar rápido al museo. Su herencia estaba ahí.
    Sin embargo esa noche su vida se transformó en un contraste entre un vértigo súbito y un trueno espantoso que lo sacudió, como pudo trato de escapar a la autopista, gritó pero en cambio un eco sordo resonó al vacío.
    Sin saber cómo, se descubrió llegando al borde de otra avenida desierta, dos hombres lo perseguían y él no se podía mover, entró en rigor mortis y del otro lado había unos hombres extasiados contemplándolo: era solo un cuadro, uno famoso sin lugar a dudas: pero solo eso.

  20. CAUSAS NOBLES

    –¿Quieres explicarlo de nuevo?

    –Robaremos el museo como protesta por nuestra herencia mexicana. Será una burla a sus bárbaras excusas de apropiación cultural para que vean “el contraste”.

    –¿Si sabes que la mayoría de los miembros, incluyéndome, sufren de vértigo? –dijo leyendo la altura.

    –Solo necesitaremos la entrada del servicio y con la tormenta del viernes nos cubriremos; la luz del relámpago y el ruido del trueno serán nuestros cómplices. ¿Por qué estas poniendo tantas objeciones?

    –Antes protestar por causas nobles era más sencillo. Ahora no nos diferenciamos de unos bandidos. ¿No has pensado mejor en encadenarte a la entrada?

  21. SU LUZ Y MI PAZ

    Si nos dejamos llevar por lo establecido, sufrimos.
    Si nos dejamos guiar por lo que sentimos, vivimos.

    Día soleado en horas previas a Nochebuena, visitando el Museo Thyssen, me encuentro, tras un paseo por las calles de Madrid.
    En herencia de mi abuela, obtuve su pasión por el arte, y, es tanto el contraste de compartirlo todo con ella a, que ahora no esté, que da vértigo. Sin embargo siento una paz interna y una calma que me permiten disfrutar y conectar con mi corazón y el entorno.

    Su luz me ha saludado, alumbrando el cielo un trueno.

  22. SALVAGUARDIA

    Hace tiempo que no visitaba un museo y en el que estoy me hace reflexionar sobre la herencia que en ellos se guardan. Cuadros, esculturas… todas reliquias que nos recuerdan que la historia, con todo su contraste, tiene en ellas una garantía. Las salas me van enseñando tesoros de vértigo mientras parece que no pasan las horas, cuando de pronto un trueno me vuelve a la realidad recordándome que no traje paraguas. Es sin duda un nuevo motivo para no parar de seguir disfrutando del lugar.

  23. Pinacoteca

    En la sala azul del museo, en un lienzo tridimensional, herencia del siglo XIX, se puede observar la
    característica más sobresaliente de la joven, su sonrisa. En contraste con la modelo, la faz oscura,
    triste, de mirada decrépita ocupa la estancia gris del fondo. Su autor la denominó «Muerte». Es una
    obra de grandes dimensiones, que da vértigo.
    Un estruendoso trueno retumba en los muros pétreos, se oye un grito y la luz desaparece.

  24. La resistencia

    Aquella noche de tormenta, antes de entrar, juramos reconstruir el museo. Y recuperar la herencia cultural que había sido guardada en microchips. El contraste de un mundo tecnológico con nuestra causa, provocaba tensión. Éramos perseguidos. Pero guiados por el vértigo de salvar al mundo, habíamos logrado llegar hasta ese lugar.
    Al cruzar la puerta, el estallido de un trueno hizo eco en el edificio, y en toda la ciudad, despertando a los guardias humanoides. Los que nos aniquilaron rápidamente, dejando a la humanidad desprovista de música, pinturas, y palabras.

  25. Angel Toribio Sevillano

    EN NADA

    — ¿En qué piensas? — me preguntó Juan.
    Podría haberle confesado que pensaba en aquel hombre que ayer observaba mi cuadro favorito en el museo. «Estoy de paso, tramitando una herencia», dijo, y continuamos juntos la visita. Era muy atractivo, vestía elegantemente y su fragancia embriagaba todos mis sentidos: un contraste con mi destartalado Juan. Experimenté vértigo y la sensación de miles de pequeñas descargas eléctricas, como las que preceden al trueno, recorriendo mi espina dorsal. Pero en el último instante rechacé su proposición de acompañarlo al hotel… Y en lugar de revelarle que pensaba inevitablemente en ese hombre, respondí:
    — En nada.

  26. EL ARTE

    En el museo, la herencia de la obra titulada «Comedian» dejó un contraste sorprendente en el arte contemporáneo.
    Un plátano pegado con un pedazo de cinta adhesiva a la pared se vendió por 120.000 dólares. La exposición causó vértigo; «es arte», declaraban, mientras un trueno de aplausos sacudía la sala.
    La limpiadora, confundida, recogió una manzana caída al suelo y miró a su jefe:
    —¿Esto lo tiro o lo expongo?

  27. ROMANCE
    Flota en el aire del museo una herencia romántica y a través de los relatos se nota ese incipiente amor entre Damián y María Antonieta. El contraste entre la realidad y el sentimiento, produce vértigo. Pero el amor entre ellos estallará como un trueno.

  28. María del Mar del Valle

    ESPEJISMO
    Desde niña su belleza había sido digna de exhibirse en el Museo del Louvre, pero esa fue toda la herencia de sus padres biológicos. Como contraste, su pésimo carácter impidió que encajase en alguna de sus múltiples familias de acogida.
    El engañoso vértigo de la adolescencia le hizo creer que todo el mundo giraba a su alrededor. Se miraba en el espejo y soñaba en grande, tan grande como los riesgos que corría.
    Y sus rumbos tormentosos, donde el trueno fue el único eco, le llevaron a recalar muy pronto en la cama de un burdel.

  29. Amar al prójimo: derecho humano

    En el museo de lo que olvidamos hay una herencia que es común a todos. Cada religión grita a su modo la importancia crucial de amar al otro. Y, sin embargo, nos volvemos ciegos cuando el contraste de sus propios trazos despierta el vértigo del egoísmo.
    Y así, el abrazo que debió estar siempre convierte el alma en angustia y trueno. Nos aferramos a las diferencias que nos impiden ver que somos uno, con el mismo derecho a ser amados. No hay en el mundo quien no lo merezca… ni religión que afirme lo contrario.

  30. María Laura Bonoris Höchli

    El amor y el odio
    Las maquetas eran su pasión y en tiempos de ocio, subía al altillo e ingresaba a ese mundo mágico donde plasmaba ternura y delicadeza. Planeaba construir un museo en la pequeña ciudad en miniatura, la herencia para su hijo, que tomaba forma y color en cada detalle.
    El contraste, lo marcaba la guerra que avanzaba, devoraba y destruía toda la belleza.
    Una situación de desesperación se transformaba en quietud prolongada, porque una resonancia le provocaba vértigo mental, al creer que era un trueno. Pero un proyectil amenazador se colocaba como la última pieza estratégica y culminaba con toda la existencia.

  31. Luis Roberto Corrochano de la Cruz

    Errónea interpretación

    Con velocidad excesiva un motorista pasaba frente al museo, cuando una señora, que poseía la sabiduría como su mejor herencia, le espetó algo que no pude entender; discordante, el motorista, alzó el puño de la mano izquierda e irguió el dedo corazón en señal despectiva, alejándose con velocidad de vértigo. Segundos después caía al suelo, sonando como un trueno al golpearse con un bordillo y chocar contra una valla. Las palabras que pronunció la sabia habían sido de advertencia “¡ten cuidado que hay un charco de aceite en la calzada!”.

  32. ÁNGELA CUSTODIA
    El museo dormía. El soplo de la pequeña cuidadora, herencia tibia del ventarrón de la madre, apenas alertó a las salas. El contraste era evidente. La criatura infló los carrillos y soltó un viento huracanado. Con poco oxígeno por el esfuerzo, el vértigo le nubló la vista. Antes de desmayarse escuchó la voz de trueno del caballero de la mano en el pecho, el parloteo de las meninas, los gritos de los fusilados, los susurros de las majas, la algarabía de quienes poblaban el jardín de las delicias… Recorrían los pasillos, ahuyentando a los ladrones que corrían aterrorizados.

  33. CUESTIÓN DE GÉNERO
    Aquí estoy sentado frente a mi ordenador. Quizá fuera más poético decir frente a mi Underwood, mi Remington o mi Olivetti, piezas de un auténtico museo de la memoria, pero no es así. No supe mantener el legado de mi herencia. A estas alturas, no es cuestión de falsear. Se trata de una computadora portátil, menudo contraste, a la que le he ido tomando cariño. Porque, una computadora —vértigo me da este archisílabo— a fuer de computar y terminar en la vocal “a”, se torna más femenina que el machista y tiránico ordenador, vocablo que siempre retumba como un trueno.

  34. LOS FUSILAMIENTOS DEL 3 DE MAYO

    Era el tercer museo que visitaba en la capital. Me impactó la obra, producto y herencia de la lucha del pueblo español contra la dominación francesa. La sangre derramada en contraste con la blusa blanca del hombre rendido me fascinó. Solo la mano de Goya podía conseguirlo. Tan inmersa estaba en la contemplación de la escena que por un momento me sentí dentro del cuadro y un ligero vértigo me embargó. Escondida, escuché el disparo del fusil, un trueno sordo que el artista había omitido, dejando la blusa impoluta y al hombre en pie. A esto se le llama arte.

  35. María Carolina Pinzón

    Ancestro

    Desde que llegué al museo nadie ha venido a visitarme. Ni siquiera el anuncio que proclama que soy la viva reencarnación de nuestra herencia, ha atraído miradas. Quizá es difícil desafiar creencias tan arraigadas, pero sé que soy ese contraste necesario para embarcarnos en el viaje de nuestros orígenes. Aunque al principio cause vértigo, espero que comprendan que no nacimos de un soplo divino, sino de un gran trueno que dejó a su paso fuego y vida. En mi esencia yace una verdad antigua y hermosa, tejida por siglos de evolución: ¡Soy el primer Adán!

  36. Un huracán en el Thyssen

    Paseábamos por el museo. De los pasillos colgaban maderas doradas con imágenes grotescas de santos.
    Apareció un cuadro que estudié en primaria, y le conté a mi madre lo caro del manto azul.
    ¡Vente, pa’ vé más! ―dice mi madre. Poco después, me detengo:
    ― ¡La bella durmiente!
    ― ¡De Caravaggio! ― responde ella deprisa, tomándome para continuar.
    ― ¡Guau, Benito! Esta es la herencia de los grandes de nuestra historia.
    Paro de nuevo. Aquel contraste me atrae; me acerco, veo las formas, colores brillantes, siento vértigo. Recordé…
    ― ¡Mamá, un Soto! ―
    Aquel trueno aún retumba…
    ― ¡Shh, hijo! Me vas a hacé pasá vergüenza.

  37. Espectro vilipendiado

    Era la madrugada de un día de tormenta. Había escogido las prácticas en el museo de historia natural porque siempre me encantó la biología, herencia de mi padre, pero no me esperaba que mis compañeros, en contraste a como me habían tratado los primeros días, ignoraran mis preguntas. ¿Habría dicho algo indebido? No recuerdo gran cosa de los últimos días, la verdad. Al pasar frente a un espejo sentí vértigo, no salía en el reflejo. Cayó un trueno y el relámpago iluminó la sala. Bajo el espejo el titular del periódico rezaba: “Joven misteriosamente desaparecida”. Era mi foto.

  38. Antonio Vallejo Parra

    Terapia del saber
    Instituciones públicas y privadas, patrocinadores, mecenas…, trabajan en pos del futuro para regalarnos el pasado. Porque, ¿qué sería de la sociedad sin la existencia de ningún museo? Inconcebible. Gracias a ellos disponemos de una variada y rica herencia que nos hace mejores. Sirvan de contraste las grandes colecciones de obras que nos generan una mezcla heterogénea de sabiduría y de paz. Su ausencia nos situaría en el vértigo de lo inacabado, de lo inconcluso.
    No dejemos que el trueno de la barbarie, la ignorancia o la negación nos dejen huérfanos de la cultura cual incendio en Alejandría.

  39. DOCENCIA

    Se negó todo lo que pudo, pero el abuelo logró convencerlo con su persistencia. Lo acompañaría a visitar el museo, aunque sin mucho entusiasmo.
    —Solo veremos trastos viejos—protestó.
    ¬—Error, lo que apreciaremos será la herencia dejada por quienes nos precedieron, niño.
    El anciano ofició de guía explicando el uso de algunos elementos expuestos. Logró, poco a poco despertar el interés del muchacho sorprendido por el contraste con los utilizados actualmente para el mismo fin.
    Abandonaron el espacio apacible del museo para volverse al vértigo ciudadano.
    ¡Qué loco, abuelo! Salimos de una nube y nos metimos en un trueno.

  40. Gloria Guerrero Bracho

    La penúltima visita
    Volví a comprar entradas para el museo de nuestros recuerdos. Me detuve lentamente en cada uno, observando la única herencia que finalmente tuvimos. El contraste de momentos felices, con aquellos en los que mi sonrisa ensombreciste. Aún me sigue dando vértigo salir de este museo, donde el pasado sabe tan dulce. Aquellas noches de tormenta en las que contábamos cuánto tardaba el sonar del trueno tras ver la luz del relámpago. El tintineo de tus llaves antes de abrir la puerta. Amaneció, y el despertador se encargó de recordarme que estaban a punto de cerrar, otra noche más.

  41. En el país de las maravillas

    Recibió su entrada al Museo a los diecisiete años, herencia de su padre. Escogió a Col como guía, que le empujó a familiarizarse con las obras de sus artistas preferidos: Embriaguez, Contraste Sensorial, Desinhibición. Recorrían juntos esas exposiciones cada noche, hasta perderse entre creaciones menos agradables: Ansías, Vértigo, Dependencia. Decidió escapar. Durante semanas, buscó a tientas la salida de emergencia, dando tumbos por pasillos sofocantes, decorados por Ansiedad, Temblores e Insomnio. Justo cuando divisó su luz verdosa, conoció a Ina. A todas las Inas, y volvió a perderse. Bendito mono de feria, escapó del trueno para dar en el relámpago.

  42. Día de asueto
    Me gustaría estar quietecito en un museo, como un fósil o una estatua de mármol, pero mi herencia dicta que sea el hacedor del contraste, del movimiento y de los extremos. Me desgasta este flujo constante de energía. En especial, cuando allá en lo alto lanzo rayos de luz, sufro de un terrible vértigo. Encima, me aterra la electricidad: lo que llaman un trueno es solo mi grito de espanto. Mañana, cielos despejados y tiempo primaveral… ¡Estoy de asueto!

  43. Haz tormenta
    Mi abuelo siempre decía que mis creaciones debían exhibirse en un museo. Fui abandonando el talento porque las ganas de gozar y experimentar desaparecen con los años. Cuando murió, me dejó como herencia una medalla con una inscripción. Cada vez que releo su grabado, una fiebre eléctrica de vehemencia y contraste me toma presa. «Haz tormenta», dice la inscripción. Energizada, me entrego con vértigo y pasión a mi arte, y siempre aparecen el rayo y el trueno, y hasta un arcoíris después del chaparrón.

  44. Putrefacción
    Su fotografía está en el museo de héroes fallidos. Su herencia es controversial. ¿Qué hacía? Esparcir un olor nauseabundo en los eventos de la corrupta plutocracia. Conseguía una invitación, se disfrazaba y mientras avanzaba por la alfombra roja de la entrada rociaba un químico con sus zapatos. El contraste entre el esplendor de los invitados y sus narices fruncidas era impactante. El hedor provocaba incluso vértigo y vómitos. Él solo quería concientizar a los poderosos, pero cayó con el trueno de un revólver. La corrupción se extendió más poderosa que nunca, pero ahora todos reconocemos la putrefacción.

  45. ¿Distopía?
    Mis letras fueron censuradas y condenadas al museo del olvido, pero creo que ellas son la mejor herencia que puedo dejarte, el humilde testimonio de una época sin duda mejor.
    El contraste con otros autores se produjo porque casi todos ellos cayeron en el vértigo extremista, en esa especie de locura por componer canciones que hablaran solamente de paterfamilias y mujeres domesticadas, sin una mínima mención de cualquier disidencia. Nada de niños con dos madres, como tú.
    Ojalá no te aturda el trueno racista y homófobo de estos déspotas que nos gobiernan, y un día puedas escribir tu propia canción.

  46. Firmamento.

    Al despertar vio por la ventana de la cápsula espacial alejarse a Urano, había visto en el museo su imagen azul, herencia de los antiguos mapas que tanto contraste representaba con su tablet, salto de la cama a desayunar antes de comenzar con la rutina.
    Recordaba el vértigo que sintió al oír los truenos de la última tormenta de titán, era su luna favorita de Saturno por su parecido a la tierra, e imaginaba si hallarian algún tipo de vida allí.
    – Carlos tienes que terminar la tramoya, la obra comenzará el sábado, y siempre estás en las nubes..
    – Voy.

  47. MI TESORO

    Cuando mis hermanos y yo visitamos el Museo Arqueológico lo hacemos por motivos personales, siempre con dolor de corazón. La que iba a ser nuestra herencia una vez fundido el oro fue catalogada como gran hallazgo de la Edad del Bronce. En contraste con los ojos soñolientos de los que desfilan con rapidez por delante de las urnas, nuestros ojos brillan al ver el tesoro que de niños ayudamos a desenterrar. Da vértigo pensar en lo ricos que seríamos ahora si papá, que de joven era un trueno, como nosotros, no hubiera decidido convertirse a la vejez en benefactor cultural.

  48. Francisco Javier García Blázquez

    Noche en el museo.

    La noche no parecía tranquila, su trabajo, como guarda en un museo herencia del principal localizado en la capital, no le convencía. Extrañas sombras lo mantenían alerta, luces que parpadeaban, contraste en los inmensos esqueletos de dinosaurios que parecían como si quisiesen atraparlo y el viento soplando en los ventanales le causaban vértigo. Agarraba con fuerza su linterna cuando un trueno parecía romper uno de los ventanales y su cardio, todo quedó en silencio excepto sus latidos, su cardio de nuevo parecía pararse. No tenía edad para esa profesión de riesgo, a su edad no estaba para esos sustos.

  49. La nota.

    Desde fuera, aparenta un antiguo palacio. Museo de jardín ruinoso, herencia de tiempos mejores. Desde la ventana, la lluvia me observa. Como ojos en un retrato, su helada mirada interrogativa me persigue por toda la estancia. En contraste, los cuchicheos que escucho a mi espalda parecen amables. Alargadas sombras me acechan. Miradas tras puertas cerradas de golpe.
    Abandonada, expósita, jamás podré acostumbrarme a estas blancas paredes, a los oscuros pasillos sin respuestas. El apático ambiente me produce vértigo, desasosiego.
    Suena un trueno lejano. Negro presagio. Bajo la puerta, se desliza una nota. “Te amo”, dice. Me asomo asustada, intrigada, impaciente…

  50. RICO Y PROLÍFICO

    El día amenazaba lluvia, pero quedamos en la puerta del Museo del Romanticismo, debíamos discutir el tema de la herencia. Ella viene desde Guadalajara, yo vivo en la calle san Mateo. El contraste entre mi supuesta hermana y yo es llamativo, pues le saco treinta años.
    Lo de mi padre da vértigo: diecisiete hijas −reconocidas− de seis mujeres diferentes. Ni un solo varón. De Libro de los Récords.
    Sonó un trueno como si se fuera a abrir el cielo madrileño. Entramos a un café. Traía la escopeta cargada, pero al mirarla a los ojos me vi a mí.

  51. Manuel González Casaus

    EL LEGADO

    Mis abuelos vivían en un palacete algo destartalado. Parecía un museo lleno de muebles, cuadros y antigüedades. Siempre escuché que iba a ser mi herencia, aunque la verdad es que esa casa me daba bastante miedo, y siempre evité dormir allí. En contraste, los pobres apenas tenían para comer. Cuando murieron, sus cuentas bancarias estaban a cero por lo que recibí el palacete como único legado. Con cierto vértigo, decidí trasladarme a vivir allí. Esa primera noche estalló una tormenta, que me impidió pegar ojo. Con el primer trueno tomé una decisión: ¡Poner la casa a la venta!.

  52. Roger Martínez Iglesias

    SVALBARD

    Svalbard, Noruega, alberga un museo situado en el extremo norte: el Banco de Semillas Mundial. En él, la herencia de toda la biodiversidad del planeta entra en frío contraste con el blanco de vértigo de alrededor. Aquí, la humanidad espera la llegada de los Jinetes del Apocalipsis, de Ragnarök. En este desolado lugar, se nota, como en pocos, el cambio de era geológica que hemos provocado: el antropoceno. Los antiguos vikingos solían decir que al crepúsculo de los Dioses solamente sobrevevirían cuatro embajadores de la humanidad: dos hijos de la sabiduría y dos hijos del trueno. Se olvidaron las semillas.

  53. Nostalgias al cielo
    “El cuerpo yacía, mientras el alma abrazaba la eternidad, y lo único que nos dejó en esta tierra fue su ausencia, y el museo de sus memorias en nuestros pesados corazones, que no paraban de llorar, herencia de tanto amor y cariño que sembraste, pero que hoy en contraste nos dejaba un vasto dolor, temerosos mirábamos al futuro con vértigo preguntándonos cuál sería nuestro destino mientras el vacío como un trueno resonaba en nuestro interior, y en la mente trascendían tus dulces enseñanzas acariciando la conciencia, pues ya era hora de volar solos y enfrentar la vida”.

  54. Al amparo de Umhambi
    Tierra. No más que recuerdos binarios en los archivos del crucero, un museo histórico que ya pocos exploran. Herencia de sonidos, colores y aromas que se desvanecen en nuestra memoria.
    Desde el puerto de observación, el planeta Sagan-3C se alza en un brutal contraste contra el vacío: bello, furioso e inhabitable.
    La Trinidad y otras cuatro naves viajan al amparo de Umhambi, un cometa interestelar rumbo al sistema Trappist-1, y nuestro único refugio contra el vértigo de la nada.
    —¿Cómo suena un trueno? —pregunté.
    Magallanes reprodujo un rugido vivo, profundo y salvaje, nostalgia punzante de un lugar que nunca conocí.

  55. Maria Amparo Medina Iborra

    Aquella casa era el museo de mi vida. El tiempo parecía detenerse y me devolvía mis recuerdos,
    mi herencia. El contraste con mi mundo, tan lejano, producía un vértigo inesperado.
    Su muerte había desencadenado mi regreso. De allí había salido, envuelto en lágrimas, una noche
    lluviosa, mientras un trueno enmudecía su desgarrador adiós tras el cristal del viejo autobús.
    Observando ahora su expresión de paz, recordé el valor que me hizo devolver con un golpe toda
    la ira que él había volcado sobre nosotros durante años. Aquello sacudió mis cimientos, y renací en
    otra tierra, sin origen… y sin madre.

  56. PAISAJE INTERIOR
    Atravesó las galerías del museo hasta la sala donde se inauguró la exposición. La herencia de los ilustres barones Van Wolfsen había enriquecido la pinacoteca con una extraordinaria colección de obras maestras. Sin embargo, en contraste con la solemnidad de aquellos clásicos, se insinuaba un pequeño paisaje anónimo: un horizonte sencillo, casi esquivo, que parecía abrirse al vacío provocando un vértigo infinito.
    El hombre permaneció ante el cuadro, inmóvil. Finalmente, dejó escapar un suspiro profundo, desgarrando el silencio de la sala como un súbito trueno. Luego, con un hilo de voz apenas perceptible, murmuró:
    —Es el lugar exacto donde vivo.

  57. LA HERENCIA

    En el silencio del museo, Julia admiraba la pintura: un paisaje tormentoso, donde un trueno parecía rasgar el lienzo. «Es la herencia de nuestra familia», le había dicho su abuelo con orgullo. Al verla, un vértigo extraño la recorría, como si el cuadro la perteneciera.

    Mientras contemplaba el contraste entre la calma y el caos de la obra, un guía se acercó. «Interesante elección», comentó. «Pocos saben que al poco tiempo de pintarse fue robado. Algo que hoy por seguridad sería imposible. Costó años recuperarlo.”

    Julia sonrió nerviosa. «¿Imposible, dice? Qué… inspirador, para una de las mejores ladronas del mundo.»

  58. SONIA VALDIVIESO BARBA

    UNILATERAL

    Me miras como si fueras un novato en un museo. Paseas tu mirada cansada, pero no valoras el poder de la herencia, el tesoro que supone poder percibir vestigios del pasado, el analizar el contraste de las pasadas generaciones y descifrar la historia que se esconde tras la belleza de cada pieza. Sí, puedes ver la miseria, pero no sientes el vértigo de la incertidumbre que la acompaña. En cambio, yo siento todo al mirarte, a pesar de que no eres más que un trueno, cuyo ruido, una vez extinguido, ya no tiene nada más que dar.

  59. ETERNAS

    «¡Mamá, para entrar en nuestro museo, no olvides tu entrada!»
    El salón estalla en creatividad, lleno de estructuras de Lego, herencia de su infancia transformada por las niñas.
    El contraste entre sus pequeñas manos y las formas grandiosas le provoca vértigo: el tiempo avanza como un trueno imparable.
    «¡Mira esto!», dicen emocionadas. Las figuras parecen moverse, saltan y flotan, llenando el aire de vida.
    «¡Ven, mamá!», exclaman, con ojos brillantes. Ella extiende un brazo y cruza, tocando ese mundo. Al hacerlo, todo cambia. Ahora es parte de su obra… y no podrá irse nunca más.

  60. Luis Roberto Corrochano de la Cruz

    Desacertada interpretación

    Con velocidad excesiva un motorista pasaba frente al museo, cuando una señora, que poseía la sabiduría como su mejor herencia, le espetó algo que no pude entender; como contraste, el motorista, alzó el puño de la mano izquierda e irguió el dedo corazón en señal despectiva, alejándose con velocidad de vértigo. Segundos después caía al suelo, sonando como un trueno al golpearse con un bordillo y chocar contra una valla. Las palabras que pronunció la sabia habían sido de advertencia “¡ten cuidado que hay un charco de aceite en la calzada!”.

  61. Santiago Casero González

    Sonrisas y lágrimas
    Colgadas en la pared e ignoradas por los visitantes del museo, no acabamos de aceptar que una muchedumbre que acude sólo para fotografiarse junto a su absurda sonrisa la considere depositaria de una herencia artística que no merece más que nosotras. Radiante y seductora, ella disfruta entonces con el contraste de nuestra insignificancia y con el vértigo de tanta admiración.
    Es por eso que a todas las pinturas de esta sala nos cuesta tanto entender por qué, cuando llega la noche y las luces se apagan como el relámpago de un trueno, escuchamos a Lisa sollozar desconsoladamente en la oscuridad.

  62. Damian Rotman Cleiman

    FRUSTRACIÓN

    Una mañana más, sentado en la puerta del museo en el que tantas veces expuse mis trabajos.

    Confirmando que mi destino le ganó el pulso a mi suerte, que nunca vendí uno solo de mis cuadros, ni recibí una herencia.

    Asumiendo resentido el contraste que me diferencia de los peripuestos personajes que veneran obras que jamás comprenderán, ignorantes del vértigo que provoca un trueno sin tener un techo, que miran hacia otro lado al verme extendiendo la mano, enfrentándome a la deshonra.

    Una mañana más, decepcionado por haber vivido fiel a mis sueños, pidiendo tímidamente unas monedas para comer…

  63. UNA TARDE EN EL MUSEO
    El sábado fuimos al Museo de las Ilusiones. De papá tengo una herencia: todo
    me intriga; de mamá, por contraste, suelo despistarme mucho. Los murales del
    museo son mágicos muy coloridos y de diseño engañoso, donde cada pintura
    cuenta una historia, o muestra un paisaje surrealista, figuras en movimiento,
    etc. Tal vez por eso, muchas veces siento vértigo al mirarlos. Recuerdo una
    tarde de tormenta, se oyó un trueno escandaloso que me dejó temblando y, por
    ende, me perdí. Cuando encontré a mis padres, mi madre estaba pálida, me
    abrazó como poseída, ¡Su niña estaba a salvo!

  64. Lorena García Frechilla

    … Y allí estaba, rodeada de obras increíbles, que me hacían sentir pequeña, entre tanta maestría.

    – ¡Hora de salir!¡El museo cierra! – gritó el guardia. Pero era tanta mi curiosidad, y tan fugaz, el tiempo que había tenido para disfrutarlo, que no pude evitar esconderme, para admirar más detenidamente, la herencia que los artistas habían depositado en aquel lugar.
    ¡Qué contraste de colores, ideas, sentimientos, vivencias! ¿Cómo se le podía poner tiempo a algo que lo traspasaba?

    ¡Piiiiiiiiiiiiiiiii!, sonó el silbato… el vértigo me inundó, pero…

    Sobresaltada por un trueno desperté en mi cama, deseando haber conocido el final.

  65. LA HERENCIA

    En el silencio del museo, Julia admiraba la pintura. «Es la herencia de nuestra familia», le había dicho su abuelo con orgullo. Mientras contemplaba el contraste entre la calma y el caos de la obra, un vértigo extraño la recorría, como si el cuadro la perteneciera. Era un paisaje tormentoso, donde un trueno parecía rasgar el lienzo.

    Un guía se acercó. «Interesante elección», comentó. «Pocos saben que al poco tiempo de pintarse fue robado. Algo que hoy por seguridad sería imposible. Costó años recuperarlo.” Julia sonrió nerviosa. «¿Imposible, dice? Qué… inspirador, para una de las mejores ladronas del mundo.»

  66. AL AMPARO DE UMHAMBI

    Tierra. No más que recuerdos binarios en los archivos del crucero, un museo histórico que ya pocos exploran. Herencia de sonidos, colores y aromas que se desvanecen en nuestra memoria.
    Desde el puerto de observación, el planeta Sagan-3C se alza en un brutal contraste contra el vacío: bello, furioso e inhabitable.
    La Trinidad y otras cuatro naves viajan al amparo de Umhambi, un cometa interestelar rumbo al sistema Trappist-1, y nuestro único refugio contra el vértigo de la nada.
    —¿Cómo suena un trueno? —pregunté.
    Magallanes reprodujo un rugido vivo, profundo y salvaje, nostalgia punzante de un lugar que nunca conocí.

  67. Samuel Montaña Vargas

    MARGARITA
    Caminaba tranquilamente por el museo del Prado, hasta que un pasadizo de telones rojos llamó mi atención. Me adentré en él sin pensarlo, a pesar de las señales que prohibían el paso. De repente el anillo que mi abuela me dejó en herencia comenzó a brillar, y unas voces angelicales comenzaron a llamarme desde el fondo del pasaje. Al final de ese largo pasadizo estaba la pintura de Velázquez llamada Las Meninas.
    Mis ojos brillaban de impresión y las ganas de tocar la pintura me pudieron. Noté como mi cuerpo sufría un breve contraste, sentí que flotaba y que el vértigo me nublaba la visión. Un trueno me hizo abrir los ojos, estaba en una habitación lujosa y grande, de estilo medieval. Mi cuerpo era más pequeño. ¡Me había convertido en la infanta Margarita!

  68. Conversaciones mudas

    En el museo, un eco eterno guardaba la herencia de un pasado casi olvidado y de su propio silencio. El contraste entre la calma de las estatuas y el vértigo que provocaban las verdades no pronunciadas entre ellos le erizaba la piel. De pronto, un trueno retumbó, como si los cielos conspiraran con los muros para romper ese silencio. Pero ambos sabían que algunas conversaciones eran mejor no escucharlas.

  69. TESOROS

    “Una, llave de la mansión y dos, llave del museo”, dijo el albacea. Madre e hijo sabían que la villa, abandonada, carecía de valor; la ansiada herencia eran los tesoros del edificio anexo que el padre siempre ocultó.
    El albacea abrió la pesada puerta y los invitó a entrar. “Pasen. Enhorabuena”. El contraste de temperatura los hizo tiritar; solo hallaron una sala vacía en cuyo centro había una larga escalera de caracol que el vértigo no les impidió descender. Abajo, las paredes eran espejos y el techo decía “Mis tesoros”; arriba, la puerta se cerró, retumbando como un trueno.

  70. MARIA JESUS CEBALLOS GARCIA

    Belén insistió en que visitáramos el museo. Sabía que en su interior encontraría algunos objetos, herencia de su bisabuela, que encerraban profundos secretos de su pasado familiar y le ayudarían a entender su presente. Tras cruzar la puerta nos invadió una sensación de profundo contraste con el exterior. A pesar del vértigo ante lo desconocido, algo nos impulsaba a adentrarnos en su interior para buscar las respuestas que allí encontraría mi amiga. Fascinada por lo que veía, Belen pidió una señal a su bisabuela. La respuesta fue clara: un gran trueno se escuchó avisando de lo que estaba por llegar.

  71. Amar o morir.

    Tengo tanto que decirte, pero una vez más me limitaré en quietud a contemplarte como a una obra de arte resplandeciente que ilumina lo profundo del alma y la llena de vida, colgada y venerada en el museo de mis recuerdos que cuentan las historias de los mejores momentos que vivimos, los cuales me dejaste como herencia de tus amores divinos, en contraste al vacío que habitaba dentro de mí.
    ¡Olvidarte yo no puedo! ¡Olvidarte yo no quiero! Pues tan solo imaginarlo, siento vértigo; ¡Aleja de mí el trueno de tu voz diciéndome que todo esto terminó!

  72. Montserrat López Ayala

    UN ADOLESCENTE OCULTO
    La apuesta consistía en pasar una noche en el Museo. Ninguno del grupo lo había conseguido, sólo faltaba él. Era una tradición absurda para la que no tenía edad, pero ¿qué imagen daría ante sus amigos si se retiraba? Escondido en un armario, sólo podía pensar en la herencia que dejaría a sus hijos si lo pillaban: un padre cincuentón en la cárcel.
    Ya no se escuchaba ningún ruido. Salió y el contraste de oscuridad a luz le cegó. ¡Había ganado! pensó sintiendo vértigo de la emoción. Un segundo después la alarma retumbó con el estruendo de un trueno.

  73. Maria Pilar De Frutos Escrig

    SUEÑO DE VERANO
    Noche tormentosa en la que, no sin dificultades, conseguí sumergirme en el mundo de Morfeo. Allí estaba yo, dirigiéndome hacia un edificio extraño, sin diseño alguno, en el que destacaba la palabra “Museo”.
    Una curiosidad infinita me hizo traspasar su puerta y llegar a una sala dónde lo que leí aumentó mi intriga: Aquí se expone la herencia dejada por nuestros antepasados de 2030.
    No entraré en detalles, solo decir que el contraste entre lo que vi y lo que, con ilusión, esperaba contemplar, me provocó vértigo y escalofríos.
    Bendito estruendoso trueno que me hizo despertar.

  74. TODAVIA HAY ESPERANZA

    22 de diciembre de 2150. Es un día tórrido y nos disponemos a visitar el Museo de la Naturaleza.

    En sus salas, enormes figuras de árboles ya extinguidos, paisajes verdes, fotos de ríos y mares hoy desaparecidos.

    Sentado ante una pantalla, lloro pensando en mis antepasados. ¿Esta es la herencia que nosotros hemos desperdiciado?.

    En la calle. el contraste con el interior del museo es brutal. Arena, calor y silencio. Siento vértigo pensando en el futuro de mis hijos.

    Llegando a casa, un enorme trueno rompe la tarde y varias gotas de lluvia mojan mi cara.

    Todavía hay esperanza.

    Nota: Adjunto de nuevo el relato por error en dos palabras. Ruego disculpar el error e ignorar el anterior.
    Gracias

  75. MARIA VICTORIA LUQUE VEGA

    Reconciliada
    Aquella casa, aquel museo era su viva imagen: Cama desecha, flores marchitas, agua podrida en vaso sucio. Ella acababa de morir pero su impronta seguía allí. Demasiados recuerdos para tan parca herencia. Plié. Relevé. Jeté… Machaconamente estos pasos pisoteaban mi cerebro. Ayer escupí sobre su tumba los pliés, relevés y jetés.
    -Masha…
    -Déjame, madre. Hoy el contraste es brutal. Como el vértigo a la calma. Sí, la doña fue una noche oscura en una mala posada, pero no conocía su historia. Ahora la miro como Él la ve. Vibre este Réquiem por ella, como estruendo agotado de un trueno vacío.

  76. Marcela
    Obra maestra, toda tú. Digna de ser exhibida en el museo más prestigioso del mundo. Sonrisa perfecta, herencia lograda.
    Me inunda la fortuna, poder llamarte mi esposa y compartir estas nuestras vidas en compases simultáneos. Bailando vamos en contraste, la canción que nunca nos aburre.
    Cálido caleidoscopio el que has hecho de mi vida, mi amor.
    En aquellos días, los malos, cuando discutimos sin razón, absortos en nuestra riña, me da vértigo y con mi andar descompuesto vacilo nuestro camino. Indignada sueltas mi mano. Desapareces, pero a la velocidad del trueno regresas, jugando siempre con el tiempo.
    Te amo.

  77. Título: Prodigio de la naturaleza

    _¡Qué hermosura esta piedra! Digna de un museo.
    _¿Le parece? Yo preferiría recibir algo menos peculiar en herencia.
    _No sea ridículo, y levántela un poco para que mejore el contraste. Así, así, con la tormenta apenas entra luz por la ventana. ¡Esta prodigio nos hará famosos!
    _A mí me da un poco de vértigo pensar cuánto habrá sufrido el pobre abuelo_ reconoció el escéptico que, por culpa de un trueno, puso al otro de rodillas. Horas enteras estuvo buscando la rareza que desapareció dejándolo con las ganas de aparecer en todas las revistas de nefrología.

  78. TÍTULO: ¿Aprobado o denegado?

    Intento no mirar el bigote a lo Dalí del funcionario; parece salido de un museo.
    _Los impuestos de herencia se abonan por anticipado_ me avisa, implacable_. ¿Trajo originales y copias?
    Asiento y oteo el reloj sobre su calva. Cinco horas esperando y en apenas tres saldrá el vuelo que agotó mis ahorros. Tomo aire, le presento los comprobantes y espero que contraste cada monto contra los anotados, con tinta roja, al final de su cuaderno.
    _ Faltan dos céntimos_ concluye mientras el vértigo me cierra los ojos y no veo qué sello estampa, cual trueno irrefrenable, sobre mi indefenso formulario.

    NOTA: adjunto nuevamente el relato que publiqué a las 23:25 del 21 de diciembre y que ya no veo en la página

  79. LA OBRA DE ARTE
    Mientras deambulaba entre las obras del museo de arte moderno, contemplando la herencia que grandes artistas contemporáneos nos habían legado, me encontré frente a un lienzo rompedor que aportaba un notable contraste en aquel templo de la pintura. La contemplación de esa obra provocaba el vértigo característico del hiperrealismo. Disfrutaba de la visión tridimensional que transmitía la melancolía de un día gris, con sus colores apagados, cuando un relámpago iluminó el espacio y un trueno resonó en la sala. Fue en ese momento cuando comprendí que estaba mirando una ventana.

  80. Ignacio Aguado Fernández

    MUSEO DE MAGIA LITERARIA
    Un museo en un sótano: la insólita herencia de un casi desconocido pariente. En el Museo de Magia
    Literaria, un antiguo escritorio hacía contraste con una pantalla en la que varias palabras titilaban
    intermitentemente, hasta que, accionando un interruptor, quedaban solo cinco visibles. Según las
    instrucciones, se trataba de escribir un microrrelato que tuviera sentido, en solo veinte minutos, con
    el vértigo que suponía el reto. Se puso a teclear febrilmente. Antes de agotar el último minuto, un
    gran relámpago iluminó todo y supo que lo había conseguido: no tardaría en llegar el sonido del
    trueno

  81. Epifanía

    Vivo solo lo que pinto, frente al gran museo del corazón humano. Una herencia de las que te arreglarían la vida pero en contraste te condenan. Desde ahí veo aquel edificio neoclásico como preternatural epifanía: cada noche un hombre árbol se me queda mirando mientras con un dedo repasa su cuello. Siento vértigo, ¡Bosco bendito!, bramo hacia adentro, ¡auxilio!, como un trueno en mi cabeza; pero, entre aparición y bramido, una carroza fúnebre estaciona bajo mi ventana, baja un pintor maldito, que vive en un pisito, en la décima planta, frente al gran museo, y entreabre la puerta del infierno.

  82. Lorena García Frechilla

    PAREDES QUE HABLAN

    … Y allí estaba, rodeada de obras increíbles, que me hacían sentir pequeña, entre tanta maestría.

    – ¡Hora de salir!¡El museo cierra! – gritó el guardia. Pero era tanta mi curiosidad, y tan fugaz, el tiempo que había tenido para disfrutarlo, que no pude evitar esconderme, para admirar más detenidamente, la herencia que los artistas habían depositado en aquel lugar.
    ¡Qué contraste de colores, ideas, sentimientos, vivencias! ¿Cómo se le podía poner tiempo a algo que lo traspasaba?

    ¡Piiiiiiiiiiiiiiiii!, sonó el silbato… el vértigo me inundó, pero…

    Sobresaltada por un trueno desperté en mi cama, deseando haber conocido el final.

    PD: Vuelvo a subir ya que olvidé añadir el título.

  83. INERCIA

    Rozaba los lomos de aquellos libros que reposaban en la gran biblioteca del ala sur. Su museo particular, tan lleno de aquellas vidas que sus páginas dejaban como herencia. La luz de la estancia generaba gran contraste con la tormentosa noche percibida a través de las vidrieras. La transportaba a aquella tarde donde perdió lo que más quería. Sentía vértigo, y se sentaba en el frío suelo de mármol blanco mientras los pétalos se desvanecían. Vino aquí a escribir su vida. Asustada, sintió temblar las paredes por el trueno. Hoy, Bella tampoco se atrevería a escribir algo nuevo.

  84. EL LIENZO EN BLANCO
    Jamás podría exponer en un museo, no habría herencia que le salvase de la vida que llevaba. Un escalofrío le estremeció el pulso, el cuadro cayó al suelo con un golpe seco en contraste con la música de fondo.
    Resbaló sobre la silla, empapado en sudor, aterrorizado por el vértigo que le producía aquel eterno lienzo en blanco, un abismo a su cordura, donde el único verdugo y esclavo era él, un viaje a la locura en primera fila.
    Y como un trueno en sus ojos, decidió dejar de perseguir aquel cuadro y esperar a que este le pidiese pintarlo.

  85. El Artista de las Sombras

    El eco de mis pasos resonaba en la oscura galería mientras caminaba por el museo de mis remordimientos. Mi padre me había dejado por herencia tiempo y la posibilidad de ser, pero sin él solo quedaban pesadillas, terror, esperanza y melancolía, el contraste entre estas emociones me condujeron hasta la puerta final del museo, la abrí con manos temblorosas y detrás de ella se encontraba el precipicio más oscuro. El vértigo fue inmediato, susurros del vacío infinito me llamaban hacia él, cuando el retumbar del trueno me despertó del sueño.
    Hiperventilando, me levante, agarre el pincel y comencé a pintar.

  86. El efecto dominó

    El museo cerraba de noche. La historia que escondía también. Ignacio estaba convencido de que acabaría cayendo por su propio peso, no podía sostenerse por sí misma. Era la herencia recibida de un contraste excesivamente polarizado.

    En su ciudad, hasta los detalles más insignificantes comenzaban a distanciarse connotativamente desde un extremo hasta el opuesto. Todo estaba sumergido en la polarización: conversaciones, relaciones, la comunicación, la política… Imparable, daba vértigo. Él estaba convencido de que, pronto, la situación llegaría a su fin, tan naturalmente como el trueno acompaña al relámpago. Una vez que el museo cerrara, desencadenaría el efecto dominó.

  87. María Luz Sánchez Pareja

    GIOVANNA
    Confinada en este museo percibo cómo soy admirada y escucho los comentarios. Dicen que soy herencia del Quattrocento, hermosa, elegante, serena.
    Me sorprende la variedad y el contraste de personas que se suceden para observarme, día tras día, y me da vértigo pensar que seguiré siendo joven y bella para la eternidad.
    Empieza a marcharse la gente. Se apagan las luces de la sala y vuelvo a quedarme sola.
    En el museo vacío escucho el lejano eco de un trueno y, nostálgica, recuerdo el cielo nublado de mis otoños en Florencia.

  88. La habitación estaba repleta de maquetas, dignas de ser expuestas en cualquier museo. Llamó especialmente su atención la de una bonita casa de campo rodeada de viñedos.

    Imaginó, que aquella finca sería el legado que algún terrateniente tomó en herencia tras varias generaciones perteneciendo a su acaudalada familia.

    Deseó vivir en una casa tan hermosa como aquella y, contemplar el contraste de las bugambillas sobre la piedra caliza de la fachada.

    Sacudió la cabeza. Le producía vértigo volver de sus ensoñaciones a la realidad.
    Un fuerte suspiro escapó de entre sus labios, resonando como un trueno dentro de aquella habitación.

  89. POSTERIDAD

    El museo estaba vacío. Quebrando un silencio ensordecedor, la herencia de un mundo olvidado me susurraba al deambular por sus salas. Percibí un curioso contraste entre objetos: joyas rutilantes junto a desgastados huesos situaban en un mismo plano ostentación y ancestralidad.
    Sentía vértigo en cada uno de mis pasos. Al alcanzar la estancia más oscura, un estruendoso trueno resonó afuera, sacudiendo con fuerza los cristales de las vitrinas.
    Asustado, giré la mirada y vi aprisionado mi reflejo en un espejo decimonónico. Intenté liberarlo, pero permaneció inmóvil. La historia había decidido añadir mi imagen a su interminable colección de mentes atormentadas.

  90. El museo de papá
    Su amigo se sorprendió de aquella gran herencia artística.
    Pero de todos los objetos, le llamó la atención un gran plato labrado de plata con el contraste del taller Masriera.
    Lo levantó a la altura de los ojos y entonces, como un relámpago, atisbó su historia. En una palabra, las andanzas de la fuente durante la Guerra Civil.
    Y él sintió vértigo. Así se le deslizó de sus dedos chocando con estruendo de trueno sobre las baldosas hidráulicas.
    Aún hoy luce un abollado que ningún platero osa enmendar. Incrementando, pues, su ajetreada vida.

    1. Hay que leer y aplicar las reglas que han de seguir las cinco palabras, para escribir un relato que participe en nuestro concurso.

  91. PINTURAS DE AMOR OLVIDADAS

    En el museo de sus recuerdos, él la guiaba entre cuadros de momentos vividos. La herencia de su amor se desvanecía en el contraste de las sombras del olvido. «¿Recuerdas nuestras risas bajo la lluvia?», preguntó él, esperanzado.
    Ella lo miró, extrañada. «¿Quién eres tú?», preguntó con un vértigo de confusión en los ojos. El eco de los truenos en su memoria se había desvanecido hacía años.
    La pregunta le rompió, pero él tomó su mano. «Soy quien nunca dejará de amarte».
    Y mientras el Alzheimer borraba los colores de su historia, él prometió pintar cada día con nuevos recuerdos.

  92. Maria Amparo Medina Iborra

    MADRE
    Aquella casa era el museo de mi vida. El tiempo parecía detenerse y me devolvía mis recuerdos, mi herencia.
    El contraste con mi mundo, tan lejano, producía vértigo.
    Su muerte había desencadenado mi regreso. De allí había salido, envuelto en lágrimas, una noche lluviosa, mientras un trueno enmudecía el desgarrador adiós de ella tras el cristal del viejo autobús.
    Observando ahora su expresión de paz, recordé el valor que me hizo devolver con un golpe toda la ira que él había volcado sobre nosotros durante años. Aquello desmoronó mis cimientos, huyendo a otra tierra, sin origen… Sin mi madre.

  93. La Intrusa

    Quién hubiera pensado que detrás de la puerta coquetamente decorada, se esconde un museo de piezas, que hablan sin pudor de la herencia y el contraste de las épocas pasadas de sus habitantes.
    La curiosidad de Ester se despierta de un salto, es su oportunidad.
    En un rincón, una anciana fija su mirada sobre la intrusa, que revela con cuidadosa codicia su condición de propietaria.
    Ester desliza su mirada por la amplia habitación iluminada por la caoba recién barnizada. Un vértigo de déjà vue la golpea con la fuerza silenciosa de una tormenta sin truenos avanzando desde las Tierras Altas.

      1. Quisiera eliminar la s de truenos.
        La frase es: con la fuerza silenciosa de una tormenta sin trueno avanzando desde las Tierras Altas.

        Gracias,
        Darsy

  94. El museo de María

    Una joven María recorre las galerías del museo perpleja por el impacto que tuvo su vida en las generaciones venideras. Su herencia a través de las pinceladas, la alegría de la infancia en las rocas en contraste con la tristeza que inundó sus últimos días. Siente el vértigo de la exposición al público, los ojos de la gente frente a su completa desnudez. La mayoría se detiene ante aquella herida que todavía no ha curado, ante la escena que nunca debió suceder. La vanidad de sus comentarios altera su pulso, como el trueno rompe la noche anunciado la tormenta.

  95. El trueno que dirime el azul del gris

    La última vez que visitó un museo fue en el viaje de fin de curso de octavo de EGB. Se recuerda cansada, sentada en uno de los bancos del Prado, como si estuviera ansiando una lluvia de pinturas que la excusase del recorrido artístico. La herencia de aquella época es una sombra que a veces se posa en los lienzos que su hija transforma en un contraste de vértigo entre los días azules de Antonio Machado y los grises de otro Antonio, Isasi-Isasmendi.
    El último de sus cuadros lo atraviesa un trueno.

  96. Reconstrucción
    Solemne, silencioso, el Museo resguarda la herencia desmenuzada de mi pasado. El contraste entre la oscuridad y el brillo de cada sala, me atrapa y me remonta, me sacude y me aplasta. El vértigo de mi imaginación me sumerge en la escena de aquella vitrina, haciéndome partícipe de un juego de realidades imprecisas y perspectivas infinitas: el cielo oscuro, mi gente empapada bajo la lluvia imparable y el trueno estridente que apaga los gritos de la cacería.

  97. La escena
    Al abrir la puerta el recinto era frío y húmedo, parecía un museo lleno de objetos antiguos, mientras recorría el lugar, la luz de la tarde ingresaba desde una cúpula y generaba un suave contraste que invitaba a la nostalgia, al asomarme por una puerta llegué a ver el cadáver que tanto buscábamos, sentí vértigo, el silencio total de la terrible escena fue interrumpido por un trueno que anunciaba una gran tormenta allá afuera…

  98. HERENCIA
    Parecía un pequeño museo. La herencia de su madre incluía un local junto a su casa. En contraste con el caos de la ciudad, el interior destilaba orden y quietud. Las estanterías exhibían innumerables cajitas cuidadosamente dispuestas, etiquetadas con nombres y fechas. Abrió una y descubrió un mechón rubio en su interior. En otra, un pulgar momificado. El vértigo la asaltó y salió, temblorosa. Un trueno la sobresaltó. El rayo iluminó, enfrente, su habitación, y creyó ver alguien dentro. Subió corriendo para comprobar, aliviada, que media docena de cajitas perfectamente etiquetadas le esperaban, intactas, en su secreter.

  99. EL MAL DE LOS ESPACIOS VACÍOS

    El abuelo era vigilante en un museo que nadie visitaba. Un día, inesperadamente, recibió la herencia de una supuesta tía «americana».

    Eran viejos papeles y un escarabajo de plata que, al manipularlo, le pinchó la mano. Luego enfermó. Un contraste médico le detectó una extraña bacteria. Se le puso el habla estruendosa y le entró vértigo a la soledad de los espacios vacíos y silenciosos. Consiguió la incapacidad.

    Años después, el abuelo me dijo con su voz de trueno:
    -¿Sabes?, nunca tuve una tía en América. Alguien debió equivocarse pero seguí la farsa: pensé que me sacaría de aquel abandono.

  100. INDEPENDENCIA

    Después del museo, regreso al que ahora es mi hogar. Las paredes desnudas me hacen sentir en un glaciar. Coloco el nuevo cactus en la maceta, y me caliento sopa en un tazón, herencia de mi abuela. El vacío de mi alrededor hace contraste con el colorido jardín de la porcelana. Da vértigo ser mayor, pienso.

    Fuera, llueve. Tras el primer trueno, busco las velas entre las cajas. Me quito el disfraz de adulta, y lo dejo, arrugado, sobre la silla. Me acurruco bajo las sábanas, y espero a que me visite el sueño, imaginando el beso de mamá.

  101. La Mansión

    Empapados y tras pelearnos con la antigua puerta, nos adentramos en la mansión con la linterna del móvil a mano . Admirándola cual museo, estas paredes polvorientas y opacas, llenas de historia, nos refugiaban de la tormenta.
    Trágica herencia del siglo XIX, el arte que nos acogía era fascinante.
    El contraste entre la época victoriana y la actual, era abrumador. La triste sala , años atrás debía lucir ostentosa, llena de vida, invitando a nobles de cada región a conversar en un diván, sin telarañas, sobre banalidades. Solo imaginar el paso del tiempo daba vértigo- un trueno lejano rompió nuestro ensueño.

  102. Javier Abellán Rubio

    La herencia humana

    Aquellos misiles seguían chocando en la naturaleza. Haciendo del ser humano el creador de un museo sin herencia, el gran contraste entre la cultura del recuerdo y la deshumanización que crea olvido. La humanidad ha llegado al acantilado donde solo puede haber muerto o renacido, pues no hay mayor vértigo que olvidar su pasado sin saber quien ha sido. Y en la oscuridad de la caída en el acantilado que vaticina su muerte, escuchará los misiles como estruendos truenos que solo la naturaleza devolverá con llantos. Catástrofes que nos llevan al punto de partida de la herencia humana.

  103. DE ELLA HABLA EL RELATO

    Cierto museo en su ciudad natal alberga su herencia. Antes que Warhol, tapizó, con repetidas imágenes, paredes y techos de una galería. Oldenburg tomó su idea de esculturas blandas; Samaras, la de instalaciones de espejos. El contraste entre el protagonismo de sus congéneres y la ingratitud hacia su trabajo acentuó su estado depresivo. En un momento de vértigo, se tiró desde una ventana: una bicicleta amortiguó su caída. Sus traumas de infancia son un trueno infinito —de allí su obsesión y su magia. Tiene 95 años. Reside en un psiquiátrico. Y es una de las artistas más cotizadas del mundo.

  104. LINCE DE LA NOCHE
    El cortijo era un museo. Para mí era la herencia de Juan Vilches, mi bisabuelo materno, del que nunca nos hablaron. El ingreso. ¡Qué contraste! Cuatro ceros más. Busqué el blasón de la familia Vilches: abundancia, perseverancia, victoria. Un león. Al fondo del salón, una puerta. La abrí. Anduve, no encontré suelo. El rayo iluminó una cueva colosal. El vértigo me invadió, me aferré al marco. Un interruptor, lo pulsé. El trueno. En el techo, murciélagos; en el suelo, linces. Al fondo, el emblema. No era un león. La leyenda era cierta: mi bisabuelo era… el Lince de la Noche.

  105. VES LO QUE QUIERES

    Cuando Lucas regresa del cole, pasa por la casa embrujada. Por fin un día se decidió a entrar, le pudo la curiosidad. Nada más traspasar el umbral observó muebles viejos y destartalados dignos de un museo del siglo XIX. Estaba oscuro excepto por la débil luz que penetraba el ventanuco al final del pasillo, aunque lo suficiente como para vislumbrar un cuadro justo a la derecha; en él rezaba: “Herencia de Umberto”. Al contraste de la tenue luz le dio vértigo su propia voz que sonó como un trueno —¡Soy yo! — Está embrujada para todos.

  106. La colección de papá

    Aquello era un museo y su amigo se sorprendió de aquella herencia artística.

    Pero de todos los objetos, le llamó la atención un gran plato labrado de plata con el contraste del taller Masriera.

    Lo levantó a la altura de los ojos y entonces, como un relámpago, atisbó su historia. En una palabra, las andanzas de la fuente durante la Guerra Civil.

    Y él sintió vértigo. Así se le deslizó de sus dedos chocando con estruendo de trueno sobre las baldosas hidráulicas.

    Aún hoy luce un abollado que ningún platero osa enmendar. Incrementando su ajetreada vida.

  107. Paloma Sampedro Canet

    Díscola
    Con todo el sigilo del mundo, me disponía a abandonar el museo: guarda de la herencia tanto de mis hermanas como mía.
    El contraste de luz cegó mis ojos y por un momento sentí el vértigo que me producía el espacio abierto. No bien, había cruzado el umbral cuando su voz atravesó mis oídos como un trueno.
    —¿A dónde crees que vas, Calíope?
      —Padre, veo el mundo muy bajo de ánimo y he pensado que quizás si me acercase un poco, lograría inspirarlo.

  108. Nora Patricia Possetti

    NORA POSSETTI
    30/12/2024- 10: 30 (hora Argentina)

    LA ÚLTIMA SALA
    En el museo, los ecos del pasado susurraban historias entre cuadros y esculturas.
    Cada pieza era una herencia atrapada en el tiempo, testigo silencioso de
    generaciones perdidas. El contraste entre la luz dorada de las lámparas y las
    sombras profundas creaba un ambiente casi irreal. Al subir las estrechas escaleras
    hacia la última sala, un súbito vértigo se apoderó de Nora, como si el peso de los
    siglos la empujara hacia atrás. Un trueno retumbó afuera, sacudiendo las ventanas
    y visillos, saturando el aire de emoción. Entonces, Nora supo que algunos secretos
    deberían permanecer ocultos.

  109. Decepción

    No veía el museo como una herencia de nuestro pasado, le dije compungido a mi jefe, quería creer que siendo un contraste nos daría la posibilidad de cambiar, de ser mejores personas. Pero no lo entendió así. O no supe explicarme, y casi le creí cuando entre lágrimas me suplicaba que lo soltara. Aun siento un desagradable vértigo cuando recuerdo empujarlo. Una sensación de opresión que solo se vio interrumpido cuando sonó el primer trueno, dando lugar a una devastadora tormenta diría el diario de mañana. Pero no ahora. Hoy puedo dormir en paz.

  110. Laura Fernández-Montes

    Tarde en el museo

    Cuando el niño, que al fin se había escapado de casa, entró en el museo, pudo disfrutar de la excelente herencia artística que albergaba. Chocaba el contraste entre su vivo entusiasmo, su mirada atenta, que no quería perder detalle de la exquisita magia del lugar, y la indiferencia de unos escolares aburridos. De pronto, la sensación de vértigo cesó: se escuchó un trueno en la noche tormentosa y mamá volvió a arroparlo para que el sueño lo meciera en su lugar.

  111. Firmamento.

    Al despertar vio por la ventana de la cápsula espacial alejarse a Urano, había visto en el museo su imagen azul, herencia de los antiguos mapas que tanto contraste representaba con su tablet, salto de la cama a desayunar antes de comenzar con la rutina.
    Recordaba el vértigo que sintió al oír el trueno de la última tormenta de titán, era su luna favorita de Saturno por su parecido a la tierra, e imaginaba si hallarian algún tipo de vida allí.
    – Carlos tienes que terminar la tramoya, la obra comenzará el sábado, y siempre estás en las nubes..
    – Voy.

  112. El chispazo

    “Me haces temblar”, decía la carta de invitación. A ella le parecía intelectualmente excitante que la primera cita fuera en el museo en el pueblo más alejado de la capital, donde la herencia arquitectónica estaba presente en cada diámetro. El contraste del pasado criollo y el incipiente presente postmodernista era sublime. Sintió vértigo cuando reconoció al autor de la misiva: El adolescente tímido se había convertido en un señor con quien daba gusto conversar de pintura, música y libros. Al salir de la exposición un trueno anunció la lluvia que atestiguó el chispazo y el beso postergado durante 25 años.

  113. «Cita en el museo»
    El detective caminaba por el museo, no por gusto, sino, porque su asesino justiciero, “Robin Hood”, le había mandado carta pidiéndole caminar por aquel pasillo hoy. De no ser por su herencia de crímenes perfectos, jamás le habría prestado atención. Odiaba el arte; el contraste entre los colores vivos y las figuras sombrías lo inquietaba. Además, la tormenta se avecinaba. El vértigo lo invadió al escuchar un trueno a lo lejos, perdiendo el equilibrio y cayendo de espaldas. Al levantarse, vio como una carta de “Robin Hood” colgaba del lienzo, y comprendió que su “cita” finalmente había llegado.

  114. La memoria presente

    El museo de memoria histórica de Arcatao, propicia escudriñar la historia para evitar repetir errores del pasado. Combina osamentas humanas y pertrechos de guerra. Fotos con escenas desgarradoras de campesinos víctimas en múltiples y muy documentadas masacres perpetradas por fuerzas armadas del Estado de aquella época oscura. Desencarnada herencia agridulce. Crudos testimonios de sobrevivientes. Vivencias que generan contraste y perturban. Setenta mil víctimas del conflicto armado es dato cruel que provoca vértigo y resuena cual trueno en las conciencias del orbe. ¡Guindas o éxodos nunca más! ̶ gritan los humildes y olvidados pobladores del sufrido pueblo salvadoreño.

  115. Entre alegría y nostalgia

    El museo de Guarjila, en Chalatenango, se denomina Jon Cortina, jesuita fundador de Probúsqueda, organización que asumió la misión y herencia de buscar niños perdidos durante la guerra civil salvadoreña. Cuando las familias encontraban a sus hijos perdidos, se observaba enorme contraste entre alegría y tristeza. Alegría por hallar al ser querido y nostalgia por las crueles circunstancias sufridas. Sentían el vértigo por temor a que el desencuentro pudiera repetirse, pues son inciertas las secuelas del conflicto armado. El estallido de bombas sonaba como trueno escalofriante que quedó en la memoria de quienes vivimos y padecimos aquella tragedia reciente.

  116. El pasado colonial
    —Yo lo veo factible… —argumentaba el director del museo.
    —No me fío —le interrumpió la concejal de cultura—. La reconciliación con eso que llamáis la herencia colonial no es una prioridad. En contraste con los vociferadores de la cancelación y sus contrarios, la pasividad nos beneficia.
    —Acondicionamos una sala alta. Su contemplación incluso induciría vértigo. Del techo y paredes colgarían los bustos, retratos y objetos que las familias de los indianos y conquistadores del pasado han ido cediendo a la ciudad. Cada cierto tiempo, un trueno sacudiría el espacio.
    —A vosotros os ha nombrado la oposición.

  117. TIERRA FRONTERIZA
    Mi vida estará en un museo que se completará con la herencia que he
    recibido. Una herencia inesperada, forzada, sin corazón : Botas, vehículos con
    ruedas de oruga, barro, ladrillos abandonados y otros objetos sin esperanza en
    contraste con mi edad.
    El vértigo invade mi marcha y el deber se une al destino que no tendrá
    retorno. Ya sonó el trueno y la bala que lleva mi nombre la encontré en la región
    de Donetsk.

  118. ENTRE PADRES E HIJOS

    El “Museo de la herencia” tenía algo de fantasmagórico a la vez que suponía una oportunidad sin paragón. El legado que los hijos reciben de sus padres, pocas veces es considerado como se debiera: Amor, odio, una familia fuerte y unida, una desmembrada, conflictos, ausencias o corrosión vital. Todo ese contraste de vértigo se podía ver allí, expuesto tal que obras de arte. A menudo pensamos solo en lo material, sin damos cuenta de que el trueno que puede desgarrarnos no suele estar en la cuenta corriente.

  119. Roberto González Milá de la Roca

    Irrecuperable
    Desde mi ventana vi el museo en llamas y alcancé a recordar mi infancia feliz, cuando mi abuelo era el curador.
    – ¡Se quema!
    Corrí por la Calle de las Artes. Los bomberos habían llegado y controlaban el infierno.
    – ¡No hay víctimas!
    En ese momento pensé con amargura que la víctima era nuestra herencia, en especial la mía; y, observando la destrucción, me senté en un banco semicubierto de cenizas frágiles. El contraste entre lo que fue y ya no era me causó vértigo, náuseas. Atontado, esperé que el trueno lejano trajera la lluvia que borrara mis lágrimas.

  120. Antonio Ángel López Hens

    Naturaleza humana

    Ayer me contabas que el entorno que hemos construido se ha convertido en un rancio museo, herencia de los antepasados. ¡Qué pena! El ser humano ha desarrollado su historia en contraste con las demás especies, destrozando su hábitat. Ellas han sabido convivir sin degradar la naturaleza. Nosotros no. Y esto tiene un precio. Hoy siento vértigo al asomarme al propio futuro del hombre. Un trueno estalla en el horizonte presagiando algo grave. Puede que nuestro fin.

  121. Título: MEJOR NO RESPONDO

    -¿Museo, dice? No, por acá no hay ninguno. Ni queremos, tampoco. Herencia de nuestro amor a lo concreto. Contraste esta ciudad con París, Madrid, o incluso Buenos Aires. ¡Mucho mejor la nuestra! Aquí, perder el tiempo mirando cuadros nos daría vértigo. No hay trueno ni relámpago que nos distraiga de nuestro afán de progreso. Y usted, joven, ¿a qué se dedica?

    ¡Ay!, cómo decirle a esta buena filistea que yo…
    soy artista.

  122. Yasser Rubén Salamanca Sunsín

    Pigmentos etéreos

    Allí habitaban las manos, incrustadas en el barro de misterioso silencio, no se sabe si éste era el último museo que persistía ante el estridente cúmulo de máquinas, entre las hojas caídas que oscilaban el párpado del eco vivido. La herencia escondida en las pétreas fisuras definía una sola ruta, desde allí las estrellas se ajustarían a las bóvedas abiertas que perseguían el amanecer. Los dinteles aún teñidos del viejo patrimonio sujetaban la presencia de los transeúntes, apartándoles el vértigo del tiempo y mostrando en una vasta mirada, las figuras que se entroncaban al trueno, la madera y el azufre.

    1. Maria Antonietta Vanacore

      Me equivoqué.
      Con «Me gusta» quería expresar mi comentario a la obra de Simone Quinteros.

  123. Miles de nombres en Parque Cuscatlán

    El Parque Cuscatlán es un museo al aire libre en la bella y agitada capital del “Pulgarcito de América”. Entre sus piezas destaca un mural con miles de nombres de víctimas del conflicto armado. Constituye una dolorosa herencia legada por quienes entregaron sus vidas en una insólita guerra fratricida. Leer los nombres de los caídos representa enorme contraste. Ese gigantesco mural invita a la reflexión y provoca vértigo. Es un mensaje que resuena como trueno. Así, poco a poco va teniendo eco entre los salvadoreños, quienes juntos van optado por gritar al unísono: ¡Sí a la paz!

  124. INMACULADA JIMÉNEZ CAMPOS

    Título: Historia y Actualidad

    Desde que estuve en el MUSEO de Historia, me dio por pensar en la HERENCIA que nos dejaron todas las personas que nos precedieron. El CONTRASTE de nuestras vivencias y las suyas. Si nuestros antepasados pudieran ver todos los avances de la actualidad, sentirían un VÉRTIGO extraordinario y no darían crédito a lo que sus ojos vieran. Pero para algunos, unos pocos adelantados a su tiempo, lo que vaticinaron se hizo realidad. Y pensarían que es como el TRUENO en una tormenta, pues, aunque no se pueda ver, está la certeza de que se oirá después del relámpago.

  125. El vate caminante

    El poeta Victoriano Toledo decidió caminar por el sendero que conduce al volcán Miravalles. Cansado se sentó sobre una piedra bajo la sombra de un árbol. Con asombro observó a lo lejos una casa rústica. Daba la impresión de un lienzo con pinceladas de misterio y realidad. Aquella maravilla que con lentitud fue descubriendo Victoriano era un museo. Al acercarse miró el letrero que decía: Esta es la herencia para el primero que encuentre mi obra titulada “Contraste entre claro oscuro”. El poeta al instante sintió un vértigo que sacudió su cuerpo como el rugido de un trueno profundo, sutil.

  126. Decidí nunca volver

    Caminando en un bosque encontré un museo. Allí había muchas cosas, pero me interesó un espécimen especial. Decían que era herencia de los Druidas y que con ese artefacto podías controlar el aire. Contenía una maldición: Te enviaría a un universo totalmente diferente. Tuve miedo porque decían provocaría un contraste al planeta Tierra. Me marché de ahí, de repente fui teletransportado a un cosmos donde existían seres raros para mi mundo. Estaba en una zona muy alta, sentí vértigo y explotó un trueno. Fui teletransportado de nuevo al museo. Me fui y decidí nunca volver.

  127. Las viejas glorias.

    Finalmente, todo lo que mi tía dejó en herencia fueron dos gatos y un perro. El contraste entre el nombre de este último – Thor, dios del trueno – y su aspecto viejo y escuálido, era lamentable. Aún así, su manera de mantenerse erguido, mirándote profundamente con sus ojos cansados, proporcionaba a la imagen una honestidad digna de museo. Busqué uno contemporáneo y dejé al chucho frente a un fondo blanco, con su comedero, un cartel con el nombre de mi creación y un precio de vértigo. Me consta que lo cuidan bien. Tanto, que a la postre se cargarán la obra.

    1. Este relato incumple las reglas de las cinco palabras, que deben cumplir los relatos para concursar. Leed las bases del concurso.

  128. La visita anhelada

    El museo etnográfico llevaba años cerrado. Ya nadie se interesaba por nuestra cultura. La herencia de nuestros predecesores se encontraba allí, sin poder ser redescubierta por visitante alguno. Fuera, por contraste, nada interesante había por descubrir. Mi propósito de entrar en la que fue mi segunda casa era firme, pero no podía hacerlo. Sólo pensarlo, hacía que sintiera vértigo y miedo. Tengo que abrir sus puertas, me decía angustiado.
    De repente, un trueno me despertó. Después de sobreponerme al sobresalto, sonreí. Esa mañana venían a verme mis nietos e iba a enseñarles dónde había trabajado su abuelo.

  129. Illimani de los Andes Espinoza Gómez

    Valores ancestrales

    Evocamos el museo de la alfabetización en la Managua preñada de sueños y esperanzas. Guerrilleros de la alfabetización, que unidos sin restricciones de credos ni ideologías, retomaron lo mejor de la herencia de nuestros pueblos ancestrales. Evocar la experiencia como brigadistas alfabetizadores de aquel nostálgico 1980 provoca contraste que conmociona y da vértigo. “Tu machete es la cartilla para liquidar de un tajo la ignorancia y el error”, resuena como trueno el imborrable himno de la Gran Cruzada de Alfabetización, que movió a millones en Nicaragua, Nicaragüita y convocó al orbe en una ejemplar epopeya cultural.

  130. Los reyes godos

    Hoy, en una visita al Museo del Prado, mi padre ha confundido a mamá con el retrato de la Condesa de Vilches.
    -Qué guapa está – dice.
    -Papá, volvamos a casa – respondo. Entonces, él repara en mí. Quién eres, pregunta. Le ocurrió lo mismo a su padre y a su abuelo, es la terrible herencia familiar.

    En la calle, el contraste del frío con el calor de la sala lo sobrecoge. No quiero imaginar su mundo, porque yo siento un vértigo terrible cuando olvido un rey godo o algún cumpleaños.

    Atardece, suena un trueno lejano. Yo repaso mentalmente la tabla periódica.

  131. *Solicito que eliminen mi anterior participación y que tengan en consideración sólo esta. Es el mismo texto, pero he cambiado una palabra que, tras enviarlo, me he dado cuenta de que estaba repetida. Espero que acepten mi petición. Muchas gracias.

    Los reyes godos

    Hoy, en una visita al Museo del Prado, mi padre ha confundido a mamá con el retrato de la Condesa de Vilches.
    -Qué guapa está – dice.
    -Papá, volvamos a casa – respondo. Entonces, él repara en mí. Quién eres, pregunta. Le ocurrió lo mismo a su padre y a su abuelo, es la terrible herencia familiar.

    En la calle, el contraste del frío con el calor de la sala lo sobrecoge. No quiero imaginar su mundo, porque yo siento un vértigo paralizante cuando olvido un rey godo o algún cumpleaños.

    Atardece, suena un trueno lejano. Yo repaso mentalmente la tabla periódica.

  132. Gael Joaquín De Luca

    EMISARIO ELÉCTRICO

    En un museo, detrás de un vidrio, figuran una corona destrozada y un relicario. Debajo, así describe la plaqueta su leyenda:

    “Pertenecieron a un rey medieval, que subió al poder por herencia de su padre, ambos clamando mandato divino. Su reinado podía resumirse mediante el contraste del altísimo castillo donde residía, que ni él subía por vértigo, con la tierra empobrecida y desértica que gobernaba.

    Un día, en uno de sus desfiles, un trueno potente y solitario lo impactó sin piedad. Casi nada quedó de él o de su corona, pero el munifacto que llevaba terminó intacto.”

  133. El polvo cubría las piezas de aquel museo que, con tanto cariño, había abierto hará ahora diez años. La herencia del esfuerzo de su padre se conservaba ahora entre aquellos muros de piedra.
    La ventana crujió al abrirse, dejando entrar una fuerte corriente de aire que despertó el interior del museo, en contraste con el ambiente cargado de los meses cerrado.
    Admiró la maquinaria, vestigios de lo que durante muchos años fue una central eléctrica, y sintió el vértigo ante la consciencia de lo efímero. Un trueno retumbó en el exterior o, quizá, fuera en su interior.

  134. De capa negra

    Me habían citado en el museo. No sabía quién ni para qué. La carta no lo detallaba. Sólo sabía que debía esperar junto al cuadro “¡Triste herencia!” de Sorolla. Un cuadro hermoso pero triste como su título. Mi expresión de serenidad hacía contraste con el nerviosismo que me asaltaba. ¿Cuál era el motivo de la cita? Fui a releer la carta en busca de alguna pista, pero había desaparecido. El vértigo que sentí hizo que me temblaran las piernas. Un trueno surgido de la nada anunció la llegada del emisor. Parecía el hombre del cuadro, pero traía consigo una guadaña.

  135. Ligia Elena Arias Diaz

    Diario de guerra

    «Más de la mitad de los que vivían en la comarca han sido el blanco del enemigo. El museo principal ha quedado reducido a escombros, y la herencia de generaciones se disuelve entre las cenizas. En contraste, la luna luce inútilmente hermosa, mientras el viento del oriente colabora con las lenguas de fuego que se esparcen de casa en casa. El vértigo se apodera de todos, mientras el sonido de un trueno resuena con furia entre los gritos; y desde escondites inimaginables algunos esperanzados claman auxilio…»

    Extracto de un diario clandestino titulado:»Nuestra ciudad arde, sálvennos», publicado ayer.

  136. El legado de Braunau

    Quien ríe de último, ríe mejor y la noche del 9 de noviembre de 2038 tras un hiperviaje de museo en museo, reunimos material genético suficiente para traer al monstruo de vuelta. Aquel que no aportó herencia, en contraste con la ideología de mantener la «raza superior», y quien intentó borrar la de otras razas. Y con el vértigo aún vivo del trueno de los cristales rotos, oprimimos el botón y allí estaba con su horrible bigote mosca y el ridículo brazalete con la cruz torcida. ¡Qué empiece el juicio!

  137. Aquel Cuadro

    En el MUSEO, Marina descubrió su HERENCIA familiar en un cuadro antiguo. Era su rostro, y el de su madre y el de su abuela. Incluso la blusa, era la misma que había heredado de su madre.

    ¡Ese cuadro había sido pintado 500 años antes! El CONTRASTE de luces la dejó sin aliento. Se veía igual a aquel misterioso lugar que había visitado siendo niña.

    En un rincón de ese espacio enigmático, el VERTIGO la envolvió y al sentarse en aquella silla, un TRUENO resonó en el exterior, como si el cielo deseara inmortalizar ese instante en su memoria.

  138. El cielo de los monstruos

    Una hora haciendo cola. El museo era emocionante, tanto como para mover sus huesos, de herencia artrítica, en una mañana húmeda; pero tenerle esperando, ¡a un viejo paleoherpetólogo!… Menudo contraste con cómo lo trataban antes.
    Cuando llegó su turno, sintió vértigo. No reconocía las puertas doradas que tenía delante.

    —Bienvenido, Tomás —dijo un trueno—. Me temo que ha muerto usted de indignación mientras hacía cola. Pero no se apure; mire.

    Se abrieron las puertas: cuellos larguísimos, rugidos monstruosos; cientos de dinosaurios paseaban por un bosque esmeralda. Sin habla, Tomás entró en el cielo con el que soñaba desde niño.

  139. Ana Isabel Domínguez Sánchez

    «Amarrado por las sombras del destino».
    Adam, deambulaba sin interés por los pasillos de aquel museo de arte contemporáneo, mientras asimilaba que pronto sería suyo tras recibirlo en la herencia de su padre. No sentía nada. Sólo un contraste entre el vacío y el vértigo en su estómago al saber que estaba destinado a un lugar que jamás le haría feliz.
    Porque ese era el problema: Adam no sabía qué era lo que podría hacerle feliz.
    De pronto, notó cómo el aire la faltaba…
    Hasta que un trueno retumbó en la habitación y despertó de aquella pesadilla.

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