- MUSEO
- HERENCIA
- CONTRASTE
- VÉRTIGO
- TRUENO
¡Muchas gracias por tus palabras Enrique!
ENRIQUE RODRÍGUEZ DE TEMBLEQUE SAIZ-CALDERÓN
Restaurador del Museo Thyssen-Bornemisza
Escribe tu relato solidario siguiendo las siguientes normas:
1. Extensión máxima 100 palabras.
2. No se cambiará la posición de las palabras.
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NOTA: Nos reservamos el derecho de la publicación de los relatos. Se eliminarán relatos ofensivos o insultantes hacia cualquier país, pueblo, animal o personal que puedan herir la sensibilidad del lector.
1. Incluir las cinco palabras publicadas semanalmente a través de la web – manteniendo el orden en que se han ofrecido – sin modificar género ni número
2. Extensión máxima: 100 palabras
3. Idioma: español
Este juego literario ha sido una herramienta para dar difusión, no solo a los propios escritores y sus relatos, sino también a las causas mensuales con las que la Asociación ha estado colaborando. En marzo de 2023 la Asociación Cinco Palabras se transforma en la Fundación Five Words, que pretende dar continuidad a la labor realizada por la Asociación en sus 10 años de vida, manteniendo su Misión de “Hacer un mundo más digno a través del Arte”. En coherencia con este objetivo, la Fundación Five Words (en adelante, la Fundación) pone en marcha este concurso de microrrelatos, para fomentar la escritura y promocionar a los escritores que, a su vez, con sus relatos, ayudarán a la difusión de las causas solidarias mensuales de la Fundación. El Concurso mantendrá las reglas del juego literario antes detalladas y constará de dos fases: mensual y final. La primera edición de este Concurso dará comienzo el día 1 de abril de 2023 y finalizará a las 23.59 horas del 29 de febrero de 2024 (hora peninsular española). El premio está dotado con 5000 euros, distribuidos de la siguiente forma:
Familia que no es familia
Sentí que me adentraba en un museo, paredes vestidas de cuadros, ventanas cubiertas de gruesos cortinajes, mesas con faldones acomodando fotografías en blanco y negro en repujados marcos de plata, enormes alfombras persas cubriendo suelos de mármol … La herencia de mi abuela en fuerte contraste con mi vida sencilla, alejada de las violentas escenas familiares que me obligaron a marcar esa dolorosa distancia física y emocional. Sentí vértigo al recordar todo lo allí vivido. Cuando el trueno resonó y el relámpago iluminó el salón creí verla en actitud amenazante. Se fue sin conocer el significado de la palabra «amor».
ENTRE MILES DE FOTOGRAFIAS
Lo que parecía una simple clase de Historia fuera del aula, nos pasó factura a todos En el museo del campo de concentración, la profesora nos enseñó miles de fotografías.
Eran rostros propios de la herencia de nuestros abuelos y buscamos parecidos. Dejamos de armar jaleo, un contraste con la algarabía del patio de recreo. Pero el vértigo de la cámara de gas llegó a la vez que el trueno, y a la vez que el miedo. Nos miramos, por si entre nosotros aún quedaran judíos y alemanes. Como parecía que no, soltamos aire y respiramos sin hacer ruido.
Los portones
Amelia abrió los portones de la casona y descubrió que era un museo aeroespacial en miniatura. La finca era herencia del abuelo Ezequiel, como la pasión que ella sentía por los aviones y los transbordadores.
Al penetrar en el cobertizo trasero, el contraste del frío exterior y el calor que desprendía el dodecaedro metálico flotante en el centro de la estancia la estremeció. Se acercó. De pronto, sintió vértigo, cerró los ojos y se apoyó en el objeto para sostenerse. Luego, escuchó el fragor de un trueno.
Al recuperar la visión, el abuelo la abrazó. «¡Bienvenida a Sirio!».
El museo de la herencia perdida
En las vitrinas del museo de la herencia perdida, los recuerdos se desvanecen en el contraste entre la quietud eterna y el vértigo de un trueno que nunca llega, desvelando el desasosiego del alma.
Deseo fatal
Así fue como sucedió: En un ambiente silencioso de museo, ella meditaba mientras
ordenaba los vasos fríos y luminosos, herencia de su madre. Su brillo era el del
mundo al que quería pertenecer. Júlio era su nombre, dueño de la empresa de
cristales. ¡Despache eso ya! Y el sabor amargo al final no era suficiente para que
ella sucumbiera. El deseo anclaba su vida, en contraste con su indiferencia.
Un ligero vértigo , seguramente una premonición , la hizo sentarse. Afuera, la
tormenta se intensificaba. Un trueno, atravesó la sala, en dirección a su encogido
corazón, partiéndolo en mil pedazos.
José T
El balandrito
Siempre me resultó fácil imaginar mi vida en un cuadro de Sorolla, atrapado en ese instante vibrante y fugaz, feliz. Tantos padres en el museo dejando en herencia su vasta cultura y observándome con detalle.
Siempre me imaginé allí, dejándome mecer por las olas y colocando el balandrito en el lugar preciso.
A mi vera, y como contraste a mi calma, un grabado de goya grita, el sueño de la razón, vértigo ante la locura.
Yo no sé si estaré loco o cuerdo, pero, mientras tanto, llevadme al Cabañal, bajo el sol violento no golpean los truenos.
Un mundo lejano.
El museo de animales. Inmenso. Decimonónico. Herencia de Ameghino o el perito Moreno. El contraste de los animales de la megafauna con la actual. Los animales que sorprendieron a Darwin. Y un vértigo de siglos al ver las momias egipcias o el niño de Turkana en 3D. Topé con un esqueleto de ese ser humano tan antiguo que colgaba de un soporte como un traje. Un trueno cultural en ciudad de La Plata de siglo y medio de antigüedad. Cuando me vuelvo más culto lo aprecio más y más.
El viaje
Un hombre tiene que construir caminos que lo liberen. Después de recorrer un poco este mundo, encontré, en Portugal, un lugar mágico de silencios y colores que abrió mis ojos como un museo. Pero no fue solo esa herencia la que penetró en mis poros como un vértigo: una tormenta, en contraste con la paz del lugar, amenazó mi deslumbramiento cuando un trueno dejó sin electricidad a toda la región y me llevó a un café. Allí dentro, a la luz de las velas, se seguía confraternizando, socializando, formando amistades que se volvieron para mí inolvidables e insustituibles.
Leed las bases del concurso para participar, y las reglas que deben cumplir los relatos. Este relato no puede concursar porque incumple una regla de las cinco palabras.
Ariadna y Saturno
Ariadna tenía nueve años cuando visitó el museo por primera vez. Del cuadro que más le había impresionado, sus padres le compraron diez postales. El arte, pensaron, era la mejor herencia.
El contraste entre aquella niña risueña y la avejentada señora presa de ese vértigo constante que protagonizaba su vida, era enorme. Pero, tantos años después, el cuadro seguía en el mismo lugar, inamovible.
Colocó el pequeño atornillador que había escondido en la riñonera junto a las pastillas que ya no tomaba y apretó contra el ojo imperturbable de Saturno. Sonó como el trueno en una noche de tormenta.
FRUSTRACIÓN
Una mañana más, sentado en la puerta del museo en el que tantas veces expuse mis trabajos.
Confirmando que mi destino le ganó el pulso a mi suerte, que nunca vendí uno solo de mis cuadros, ni recibí una herencia.
Asumiendo resentido el contraste que me diferencia de los peripuestos personajes que vienen a venerar obras que jamás comprenderán, ignorantes del vértigo que provoca un trueno sin tener un techo, que miran hacia otro lado al verme extendiendo la mano, enfrentándome a la deshonra.
Una mañana más, decepcionado por haber vivido fiel a mis sueños, pidiendo tímidamente unas monedas para comer…
Muchas gracias, Damian, por tu comentario. He contado lo que viví el domingo pasado.
A mí también me gustan tus historias, porque llegan al corazón.
La tía Edelmira
La tía Edelmira era la encargada de la casa-museo donde vivía con sus siete hermanos, herencia de sus abuelos. En buen contraste, seis modositos y uno bullicioso. Un día avisaba que la comida estaba lista pero el revoltoso no acudía a la vianda, y harta, gritó en plena calle: “¡Ah, ¿sí?, pues mira…!” y blandió impetuosa el mango de la sartén con los pimientos recién hechos, con cierto vértigo. En el tejado quedó la impronta de la hortaliza y al niño trueno le sirvió de escarmiento.
El ahora comedido adulto la recuerda cada día con devoción.
Musa
El Museo es la herencia que recibí, en contraste con mis hermanos que al enterarse sintieron el vértigo del trueno.
PINCELADAS SUELTAS
Hoy el museo está abierto. Desdeñamos esa preciosa herencia y vamos de compras.
De espaldas a los lujosos escaparates, los méndigos tienden las manos vacías ¡Qué contraste!
Una niña llora desesperadamente, mientras su mamá chatea.
Una sensación de vértigo me aleja de la multitud.
Más allá, donde el cielo besa el mar, velas blancas flotan solitarias en el agua, persiguiendo el viento.
Al oir un trueno, regresamos a casa con las bolsas llenas de ropa. ¡Lástima que en los armarios no quepa!
«¡Mamá, salgo!» grita mi hijo. Dejo todo en el suelo y corro a abrazarlo.
Ya lo extraño.
Muy lindo María Antonietta, sin proponértelo contaste el otro lado de mi historia
PINCELADAS SUELTAS
Hoy el museo está abierto. Desdeñamos esa preciosa herencia y vamos de compras.
De espaldas a los lujosos escaparates, los mendigos tienden las manos vacías. ¡Qué contraste!
Una niña llora desesperadamente, mientras su mamá chatea.
Una sensación de vértigo me aleja de la multitud.
Más allá, donde el cielo besa el mar, velas blancas flotan solitarias en el agua, persiguiendo el viento.
Al oir un trueno, regresamos a casa con las bolsas llenas de ropa. ¡Lástima que en los armarios no quepa!
«¡Mamá, salgo!» grita mi hijo. Dejo todo en el suelo y corro a abrazarlo.
Ya lo extraño.
(Lo siento, es que faltaba un punto).
MÁS VALE PREVENIR
Recorría las salas del museo en que había convertido mi casa gracias a la herencia de un tío abuelo materno que emigró a las Américas siendo yo pequeño. Con una copa de vino en la mano, disfrutaba del contraste entre mi situación actual y la precaria posición en la que me encontraba tan sólo un año antes. Al recordarlo, un desagradable vértigo volvía a hacer presa en mi estómago. El estallido lejano de un trueno me avisó de que todavía tenía que instalar un pararrayos y firmar los papeles del seguro. “Mañana” me dije, indolente, mientras afuera arreciaba la tormenta.
Todos
El vigilante del museo pasaba las noches releyendo su herencia: la colección de novelas de piratas de su padre, hasta que decidió hacerse escritor y comprar su propio barco. El contraste entre el trabajo nuevo y el antiguo: de página repleta a pantalla en blanco, no aportaba demasiado al proyecto, así que vendió el teclado y compró un revólver. Nada más entrar al banco sintió un vértigo indescriptible, el disparo al techo sonó como un trueno, los ojos de la cajera brillaron como las luces de posición de un velero y «Todos al suelo» fue su primer microrrelato premiado.
Quizás uno espera de un museo, la exposición ordenada de obras de arte para el deleite de sus visitantes. Tal fue mi sorpresa al adentrarme en este, que aún hoy dudo de si se trató de un sueño.
Una a una, se iban presentando emociones humanas, herencia primitiva de aquello que fuimos, cuna del presente. Similares actores con decorados llenos de contraste. Evolución, ese guion de vértigo que asusta como un trueno en una oscura noche al mirar atrás, pero que te abraza de una esperanza cálida de futuro.
Somos los mismos que un día fuimos.
FUGAZ
Aquel pasillo se le antojó su pequeño museo, donde una herencia casi poética era contenida entre marcos de madera.
Una fotografía de su padre le sonreía desde la pared, en contraste con una sensación amarga, confusa. Sabía que algo iba mal.
Y una vieja chispa de comprensión abrió paso al vértigo del pánico.
Aquel no era su papá. Él no era un niño de manos arrugadas…
Pero la verdad duró un instante. Pronto el estruendo de un trueno, a lo lejos, devolvió la lucidez a su escondite acostumbrado.
Y allí quedó, en el pasillo, una mente demente de memoria fugaz.
¡ALLÁ VAMOS!
Al entrar está emocionadísima. Es un museo diferente. En vez de atesorar el pasado, expone la herencia para nuestros descendientes.
Le sorprende el contraste entre el siglo XXII: jóvenes bicentenarios que viven únicamente para disfrutar, y robots realizando las tareas desagradables; mientras que en el siglo XXIII, unos pocos humanos desnudos, y llenos de quemaduras, apenas sobreviven en una cueva.
Al entrar a otra cápsula ella, y todos los objetos, son arrastrados hacia un punto con una aceleración infinita, produciéndole un vértigo inconcebible, mientras un trueno eterno la estremece y ensordece. Es la sala del Big Crunch.
DESESPERACIÓN
Tenía que llegar rápido al museo. Su herencia estaba ahí.
Sin embargo esa noche su vida se transformó en un contraste entre un vértigo súbito y un trueno espantoso que lo sacudió, como pudo trato de escapar a la autopista, gritó pero en cambio un eco sordo resonó al vacío.
Sin saber cómo, se descubrió llegando al borde de otra avenida desierta, dos hombres lo perseguían y él no se podía mover, entró en rigor mortis y del otro lado había unos hombres extasiados contemplándolo: era solo un cuadro, uno famoso sin lugar a dudas: pero solo eso.
CAUSAS NOBLES
–¿Quieres explicarlo de nuevo?
–Robaremos el museo como protesta por nuestra herencia mexicana. Será una burla a sus bárbaras excusas de apropiación cultural para que vean “el contraste”.
–¿Si sabes que la mayoría de los miembros, incluyéndome, sufren de vértigo? –dijo leyendo la altura.
–Solo necesitaremos la entrada del servicio y con la tormenta del viernes nos cubriremos; la luz del relámpago y el ruido del trueno serán nuestros cómplices. ¿Por qué estas poniendo tantas objeciones?
–Antes protestar por causas nobles era más sencillo. Ahora no nos diferenciamos de unos bandidos. ¿No has pensado mejor en encadenarte a la entrada?
SU LUZ Y MI PAZ
Si nos dejamos llevar por lo establecido, sufrimos.
Si nos dejamos guiar por lo que sentimos, vivimos.
Día soleado en horas previas a Nochebuena, visitando el Museo Thyssen, me encuentro, tras un paseo por las calles de Madrid.
En herencia de mi abuela, obtuve su pasión por el arte, y, es tanto el contraste de compartirlo todo con ella a, que ahora no esté, que da vértigo. Sin embargo siento una paz interna y una calma que me permiten disfrutar y conectar con mi corazón y el entorno.
Su luz me ha saludado, alumbrando el cielo un trueno.
SALVAGUARDIA
Hace tiempo que no visitaba un museo y en el que estoy me hace reflexionar sobre la herencia que en ellos se guardan. Cuadros, esculturas… todas reliquias que nos recuerdan que la historia, con todo su contraste, tiene en ellas una garantía. Las salas me van enseñando tesoros de vértigo mientras parece que no pasan las horas, cuando de pronto un trueno me vuelve a la realidad recordándome que no traje paraguas. Es sin duda un nuevo motivo para no parar de seguir disfrutando del lugar.
Pinacoteca
En la sala azul del museo, en un lienzo tridimensional, herencia del siglo XIX, se puede observar la
característica más sobresaliente de la joven, su sonrisa. En contraste con la modelo, la faz oscura,
triste, de mirada decrépita ocupa la estancia gris del fondo. Su autor la denominó «Muerte». Es una
obra de grandes dimensiones, que da vértigo.
Un estruendoso trueno retumba en los muros pétreos, se oye un grito y la luz desaparece.
La resistencia
Aquella noche de tormenta, antes de entrar, juramos reconstruir el museo. Y recuperar la herencia cultural que había sido guardada en microchips. El contraste de un mundo tecnológico con nuestra causa, provocaba tensión. Éramos perseguidos. Pero guiados por el vértigo de salvar al mundo, habíamos logrado llegar hasta ese lugar.
Al cruzar la puerta, el estallido de un trueno hizo eco en el edificio, y en toda la ciudad, despertando a los guardias humanoides. Los que nos aniquilaron rápidamente, dejando a la humanidad desprovista de música, pinturas, y palabras.
EN NADA
— ¿En qué piensas? — me preguntó Juan.
Podría haberle confesado que pensaba en aquel hombre que ayer observaba mi cuadro favorito en el museo. «Estoy de paso, tramitando una herencia», dijo, y continuamos juntos la visita. Era muy atractivo, vestía elegantemente y su fragancia embriagaba todos mis sentidos: un contraste con mi destartalado Juan. Experimenté vértigo y la sensación de miles de pequeñas descargas eléctricas, como las que preceden al trueno, recorriendo mi espina dorsal. Pero en el último instante rechacé su proposición de acompañarlo al hotel… Y en lugar de revelarle que pensaba inevitablemente en ese hombre, respondí:
— En nada.
Muy bueno Ángel!
A mí también me gustó, Angel.
EL ARTE
En el museo, la herencia de la obra titulada «Comedian» dejó un contraste sorprendente en el arte contemporáneo.
Un plátano pegado con un pedazo de cinta adhesiva a la pared se vendió por 120.000 dólares. La exposición causó vértigo; «es arte», declaraban, mientras un trueno de aplausos sacudía la sala.
La limpiadora, confundida, recogió una manzana caída al suelo y miró a su jefe:
—¿Esto lo tiro o lo expongo?
ROMANCE
Flota en el aire del museo una herencia romántica y a través de los relatos se nota ese incipiente amor entre Damián y María Antonieta. El contraste entre la realidad y el sentimiento, produce vértigo. Pero el amor entre ellos estallará como un trueno.
Hola, Teresa, acabo de leer tu cuento y me ha hecho reir. Es muy divertido y tú tienes mucha fantasía.
Teresa, en caso de boda, serías la madrina?
ESPEJISMO
Desde niña su belleza había sido digna de exhibirse en el Museo del Louvre, pero esa fue toda la herencia de sus padres biológicos. Como contraste, su pésimo carácter impidió que encajase en alguna de sus múltiples familias de acogida.
El engañoso vértigo de la adolescencia le hizo creer que todo el mundo giraba a su alrededor. Se miraba en el espejo y soñaba en grande, tan grande como los riesgos que corría.
Y sus rumbos tormentosos, donde el trueno fue el único eco, le llevaron a recalar muy pronto en la cama de un burdel.
Amar al prójimo: derecho humano
En el museo de lo que olvidamos hay una herencia que es común a todos. Cada religión grita a su modo la importancia crucial de amar al otro. Y, sin embargo, nos volvemos ciegos cuando el contraste de sus propios trazos despierta el vértigo del egoísmo.
Y así, el abrazo que debió estar siempre convierte el alma en angustia y trueno. Nos aferramos a las diferencias que nos impiden ver que somos uno, con el mismo derecho a ser amados. No hay en el mundo quien no lo merezca… ni religión que afirme lo contrario.
El amor y el odio
Las maquetas eran su pasión y en tiempos de ocio, subía al altillo e ingresaba a ese mundo mágico donde plasmaba ternura y delicadeza. Planeaba construir un museo en la pequeña ciudad en miniatura, la herencia para su hijo, que tomaba forma y color en cada detalle.
El contraste, lo marcaba la guerra que avanzaba, devoraba y destruía toda la belleza.
Una situación de desesperación se transformaba en quietud prolongada, porque una resonancia le provocaba vértigo mental, al creer que era un trueno. Pero un proyectil amenazador se colocaba como la última pieza estratégica y culminaba con toda la existencia.
Errónea interpretación
Con velocidad excesiva un motorista pasaba frente al museo, cuando una señora, que poseía la sabiduría como su mejor herencia, le espetó algo que no pude entender; discordante, el motorista, alzó el puño de la mano izquierda e irguió el dedo corazón en señal despectiva, alejándose con velocidad de vértigo. Segundos después caía al suelo, sonando como un trueno al golpearse con un bordillo y chocar contra una valla. Las palabras que pronunció la sabia habían sido de advertencia “¡ten cuidado que hay un charco de aceite en la calzada!”.
ÁNGELA CUSTODIA
El museo dormía. El soplo de la pequeña cuidadora, herencia tibia del ventarrón de la madre, apenas alertó a las salas. El contraste era evidente. La criatura infló los carrillos y soltó un viento huracanado. Con poco oxígeno por el esfuerzo, el vértigo le nubló la vista. Antes de desmayarse escuchó la voz de trueno del caballero de la mano en el pecho, el parloteo de las meninas, los gritos de los fusilados, los susurros de las majas, la algarabía de quienes poblaban el jardín de las delicias… Recorrían los pasillos, ahuyentando a los ladrones que corrían aterrorizados.
CUESTIÓN DE GÉNERO
Aquí estoy sentado frente a mi ordenador. Quizá fuera más poético decir frente a mi Underwood, mi Remington o mi Olivetti, piezas de un auténtico museo de la memoria, pero no es así. No supe mantener el legado de mi herencia. A estas alturas, no es cuestión de falsear. Se trata de una computadora portátil, menudo contraste, a la que le he ido tomando cariño. Porque, una computadora —vértigo me da este archisílabo— a fuer de computar y terminar en la vocal “a”, se torna más femenina que el machista y tiránico ordenador, vocablo que siempre retumba como un trueno.
LOS FUSILAMIENTOS DEL 3 DE MAYO
Era el tercer museo que visitaba en la capital. Me impactó la obra, producto y herencia de la lucha del pueblo español contra la dominación francesa. La sangre derramada en contraste con la blusa blanca del hombre rendido me fascinó. Solo la mano de Goya podía conseguirlo. Tan inmersa estaba en la contemplación de la escena que por un momento me sentí dentro del cuadro y un ligero vértigo me embargó. Escondida, escuché el disparo del fusil, un trueno sordo que el artista había omitido, dejando la blusa impoluta y al hombre en pie. A esto se le llama arte.
Ancestro
Desde que llegué al museo nadie ha venido a visitarme. Ni siquiera el anuncio que proclama que soy la viva reencarnación de nuestra herencia, ha atraído miradas. Quizá es difícil desafiar creencias tan arraigadas, pero sé que soy ese contraste necesario para embarcarnos en el viaje de nuestros orígenes. Aunque al principio cause vértigo, espero que comprendan que no nacimos de un soplo divino, sino de un gran trueno que dejó a su paso fuego y vida. En mi esencia yace una verdad antigua y hermosa, tejida por siglos de evolución: ¡Soy el primer Adán!
Un huracán en el Thyssen
Paseábamos por el museo. De los pasillos colgaban maderas doradas con imágenes grotescas de santos.
Apareció un cuadro que estudié en primaria, y le conté a mi madre lo caro del manto azul.
¡Vente, pa’ vé más! ―dice mi madre. Poco después, me detengo:
― ¡La bella durmiente!
― ¡De Caravaggio! ― responde ella deprisa, tomándome para continuar.
― ¡Guau, Benito! Esta es la herencia de los grandes de nuestra historia.
Paro de nuevo. Aquel contraste me atrae; me acerco, veo las formas, colores brillantes, siento vértigo. Recordé…
― ¡Mamá, un Soto! ―
Aquel trueno aún retumba…
― ¡Shh, hijo! Me vas a hacé pasá vergüenza.
Espectro vilipendiado
Era la madrugada de un día de tormenta. Había escogido las prácticas en el museo de historia natural porque siempre me encantó la biología, herencia de mi padre, pero no me esperaba que mis compañeros, en contraste a como me habían tratado los primeros días, ignoraran mis preguntas. ¿Habría dicho algo indebido? No recuerdo gran cosa de los últimos días, la verdad. Al pasar frente a un espejo sentí vértigo, no salía en el reflejo. Cayó un trueno y el relámpago iluminó la sala. Bajo el espejo el titular del periódico rezaba: “Joven misteriosamente desaparecida”. Era mi foto.
Terapia del saber
Instituciones públicas y privadas, patrocinadores, mecenas…, trabajan en pos del futuro para regalarnos el pasado. Porque, ¿qué sería de la sociedad sin la existencia de ningún museo? Inconcebible. Gracias a ellos disponemos de una variada y rica herencia que nos hace mejores. Sirvan de contraste las grandes colecciones de obras que nos generan una mezcla heterogénea de sabiduría y de paz. Su ausencia nos situaría en el vértigo de lo inacabado, de lo inconcluso.
No dejemos que el trueno de la barbarie, la ignorancia o la negación nos dejen huérfanos de la cultura cual incendio en Alejandría.
DOCENCIA
Se negó todo lo que pudo, pero el abuelo logró convencerlo con su persistencia. Lo acompañaría a visitar el museo, aunque sin mucho entusiasmo.
—Solo veremos trastos viejos—protestó.
¬—Error, lo que apreciaremos será la herencia dejada por quienes nos precedieron, niño.
El anciano ofició de guía explicando el uso de algunos elementos expuestos. Logró, poco a poco despertar el interés del muchacho sorprendido por el contraste con los utilizados actualmente para el mismo fin.
Abandonaron el espacio apacible del museo para volverse al vértigo ciudadano.
¡Qué loco, abuelo! Salimos de una nube y nos metimos en un trueno.
La penúltima visita
Volví a comprar entradas para el museo de nuestros recuerdos. Me detuve lentamente en cada uno, observando la única herencia que finalmente tuvimos. El contraste de momentos felices, con aquellos en los que mi sonrisa ensombreciste. Aún me sigue dando vértigo salir de este museo, donde el pasado sabe tan dulce. Aquellas noches de tormenta en las que contábamos cuánto tardaba el sonar del trueno tras ver la luz del relámpago. El tintineo de tus llaves antes de abrir la puerta. Amaneció, y el despertador se encargó de recordarme que estaban a punto de cerrar, otra noche más.
En el país de las maravillas
Recibió su entrada al Museo a los diecisiete años, herencia de su padre. Escogió a Col como guía, que le empujó a familiarizarse con las obras de sus artistas preferidos: Embriaguez, Contraste Sensorial, Desinhibición. Recorrían juntos esas exposiciones cada noche, hasta perderse entre creaciones menos agradables: Ansías, Vértigo, Dependencia. Decidió escapar. Durante semanas, buscó a tientas la salida de emergencia, dando tumbos por pasillos sofocantes, decorados por Ansiedad, Temblores e Insomnio. Justo cuando divisó su luz verdosa, conoció a Ina. A todas las Inas, y volvió a perderse. Bendito mono de feria, escapó del trueno para dar en el relámpago.
Día de asueto
Me gustaría estar quietecito en un museo, como un fósil o una estatua de mármol, pero mi herencia dicta que sea el hacedor del contraste, del movimiento y de los extremos. Me desgasta este flujo constante de energía. En especial, cuando allá en lo alto lanzo rayos de luz, sufro de un terrible vértigo. Encima, me aterra la electricidad: lo que llaman un trueno es solo mi grito de espanto. Mañana, cielos despejados y tiempo primaveral… ¡Estoy de asueto!
Haz tormenta
Mi abuelo siempre decía que mis creaciones debían exhibirse en un museo. Fui abandonando el talento porque las ganas de gozar y experimentar desaparecen con los años. Cuando murió, me dejó como herencia una medalla con una inscripción. Cada vez que releo su grabado, una fiebre eléctrica de vehemencia y contraste me toma presa. «Haz tormenta», dice la inscripción. Energizada, me entrego con vértigo y pasión a mi arte, y siempre aparecen el rayo y el trueno, y hasta un arcoíris después del chaparrón.
Putrefacción
Su fotografía está en el museo de héroes fallidos. Su herencia es controversial. ¿Qué hacía? Esparcir un olor nauseabundo en los eventos de la corrupta plutocracia. Conseguía una invitación, se disfrazaba y mientras avanzaba por la alfombra roja de la entrada rociaba un químico con sus zapatos. El contraste entre el esplendor de los invitados y sus narices fruncidas era impactante. El hedor provocaba incluso vértigo y vómitos. Él solo quería concientizar a los poderosos, pero cayó con el trueno de un revólver. La corrupción se extendió más poderosa que nunca, pero ahora todos reconocemos la putrefacción.
¿Distopía?
Mis letras fueron censuradas y condenadas al museo del olvido, pero creo que ellas son la mejor herencia que puedo dejarte, el humilde testimonio de una época sin duda mejor.
El contraste con otros autores se produjo porque casi todos ellos cayeron en el vértigo extremista, en esa especie de locura por componer canciones que hablaran solamente de paterfamilias y mujeres domesticadas, sin una mínima mención de cualquier disidencia. Nada de niños con dos madres, como tú.
Ojalá no te aturda el trueno racista y homófobo de estos déspotas que nos gobiernan, y un día puedas escribir tu propia canción.
Firmamento.
Al despertar vio por la ventana de la cápsula espacial alejarse a Urano, había visto en el museo su imagen azul, herencia de los antiguos mapas que tanto contraste representaba con su tablet, salto de la cama a desayunar antes de comenzar con la rutina.
Recordaba el vértigo que sintió al oír los truenos de la última tormenta de titán, era su luna favorita de Saturno por su parecido a la tierra, e imaginaba si hallarian algún tipo de vida allí.
– Carlos tienes que terminar la tramoya, la obra comenzará el sábado, y siempre estás en las nubes..
– Voy.
MI TESORO
Cuando mis hermanos y yo visitamos el Museo Arqueológico lo hacemos por motivos personales, siempre con dolor de corazón. La que iba a ser nuestra herencia una vez fundido el oro fue catalogada como gran hallazgo de la Edad del Bronce. En contraste con los ojos soñolientos de los que desfilan con rapidez por delante de las urnas, nuestros ojos brillan al ver el tesoro que de niños ayudamos a desenterrar. Da vértigo pensar en lo ricos que seríamos ahora si papá, que de joven era un trueno, como nosotros, no hubiera decidido convertirse a la vejez en benefactor cultural.
Noche en el museo.
La noche no parecía tranquila, su trabajo, como guarda en un museo herencia del principal localizado en la capital, no le convencía. Extrañas sombras lo mantenían alerta, luces que parpadeaban, contraste en los inmensos esqueletos de dinosaurios que parecían como si quisiesen atraparlo y el viento soplando en los ventanales le causaban vértigo. Agarraba con fuerza su linterna cuando un trueno parecía romper uno de los ventanales y su cardio, todo quedó en silencio excepto sus latidos, su cardio de nuevo parecía pararse. No tenía edad para esa profesión de riesgo, a su edad no estaba para esos sustos.
La nota.
Desde fuera, aparenta un antiguo palacio. Museo de jardín ruinoso, herencia de tiempos mejores. Desde la ventana, la lluvia me observa. Como ojos en un retrato, su helada mirada interrogativa me persigue por toda la estancia. En contraste, los cuchicheos que escucho a mi espalda parecen amables. Alargadas sombras me acechan. Miradas tras puertas cerradas de golpe.
Abandonada, expósita, jamás podré acostumbrarme a estas blancas paredes, a los oscuros pasillos sin respuestas. El apático ambiente me produce vértigo, desasosiego.
Suena un trueno lejano. Negro presagio. Bajo la puerta, se desliza una nota. “Te amo”, dice. Me asomo asustada, intrigada, impaciente…
RICO Y PROLÍFICO
El día amenazaba lluvia, pero quedamos en la puerta del Museo del Romanticismo, debíamos discutir el tema de la herencia. Ella viene desde Guadalajara, yo vivo en la calle san Mateo. El contraste entre mi supuesta hermana y yo es llamativo, pues le saco treinta años.
Lo de mi padre da vértigo: diecisiete hijas −reconocidas− de seis mujeres diferentes. Ni un solo varón. De Libro de los Récords.
Sonó un trueno como si se fuera a abrir el cielo madrileño. Entramos a un café. Traía la escopeta cargada, pero al mirarla a los ojos me vi a mí.
EL LEGADO
Mis abuelos vivían en un palacete algo destartalado. Parecía un museo lleno de muebles, cuadros y antigüedades. Siempre escuché que iba a ser mi herencia, aunque la verdad es que esa casa me daba bastante miedo, y siempre evité dormir allí. En contraste, los pobres apenas tenían para comer. Cuando murieron, sus cuentas bancarias estaban a cero por lo que recibí el palacete como único legado. Con cierto vértigo, decidí trasladarme a vivir allí. Esa primera noche estalló una tormenta, que me impidió pegar ojo. Con el primer trueno tomé una decisión: ¡Poner la casa a la venta!.
SVALBARD
Svalbard, Noruega, alberga un museo situado en el extremo norte: el Banco de Semillas Mundial. En él, la herencia de toda la biodiversidad del planeta entra en frío contraste con el blanco de vértigo de alrededor. Aquí, la humanidad espera la llegada de los Jinetes del Apocalipsis, de Ragnarök. En este desolado lugar, se nota, como en pocos, el cambio de era geológica que hemos provocado: el antropoceno. Los antiguos vikingos solían decir que al crepúsculo de los Dioses solamente sobrevevirían cuatro embajadores de la humanidad: dos hijos de la sabiduría y dos hijos del trueno. Se olvidaron las semillas.
Nostalgias al cielo
“El cuerpo yacía, mientras el alma abrazaba la eternidad, y lo único que nos dejó en esta tierra fue su ausencia, y el museo de sus memorias en nuestros pesados corazones, que no paraban de llorar, herencia de tanto amor y cariño que sembraste, pero que hoy en contraste nos dejaba un vasto dolor, temerosos mirábamos al futuro con vértigo preguntándonos cuál sería nuestro destino mientras el vacío como un trueno resonaba en nuestro interior, y en la mente trascendían tus dulces enseñanzas acariciando la conciencia, pues ya era hora de volar solos y enfrentar la vida”.
Al amparo de Umhambi
Tierra. No más que recuerdos binarios en los archivos del crucero, un museo histórico que ya pocos exploran. Herencia de sonidos, colores y aromas que se desvanecen en nuestra memoria.
Desde el puerto de observación, el planeta Sagan-3C se alza en un brutal contraste contra el vacío: bello, furioso e inhabitable.
La Trinidad y otras cuatro naves viajan al amparo de Umhambi, un cometa interestelar rumbo al sistema Trappist-1, y nuestro único refugio contra el vértigo de la nada.
—¿Cómo suena un trueno? —pregunté.
Magallanes reprodujo un rugido vivo, profundo y salvaje, nostalgia punzante de un lugar que nunca conocí.
Aquella casa era el museo de mi vida. El tiempo parecía detenerse y me devolvía mis recuerdos,
mi herencia. El contraste con mi mundo, tan lejano, producía un vértigo inesperado.
Su muerte había desencadenado mi regreso. De allí había salido, envuelto en lágrimas, una noche
lluviosa, mientras un trueno enmudecía su desgarrador adiós tras el cristal del viejo autobús.
Observando ahora su expresión de paz, recordé el valor que me hizo devolver con un golpe toda
la ira que él había volcado sobre nosotros durante años. Aquello sacudió mis cimientos, y renací en
otra tierra, sin origen… y sin madre.
PAISAJE INTERIOR
Atravesó las galerías del museo hasta la sala donde se inauguró la exposición. La herencia de los ilustres barones Van Wolfsen había enriquecido la pinacoteca con una extraordinaria colección de obras maestras. Sin embargo, en contraste con la solemnidad de aquellos clásicos, se insinuaba un pequeño paisaje anónimo: un horizonte sencillo, casi esquivo, que parecía abrirse al vacío provocando un vértigo infinito.
El hombre permaneció ante el cuadro, inmóvil. Finalmente, dejó escapar un suspiro profundo, desgarrando el silencio de la sala como un súbito trueno. Luego, con un hilo de voz apenas perceptible, murmuró:
—Es el lugar exacto donde vivo.
LA HERENCIA
En el silencio del museo, Julia admiraba la pintura: un paisaje tormentoso, donde un trueno parecía rasgar el lienzo. «Es la herencia de nuestra familia», le había dicho su abuelo con orgullo. Al verla, un vértigo extraño la recorría, como si el cuadro la perteneciera.
Mientras contemplaba el contraste entre la calma y el caos de la obra, un guía se acercó. «Interesante elección», comentó. «Pocos saben que al poco tiempo de pintarse fue robado. Algo que hoy por seguridad sería imposible. Costó años recuperarlo.”
Julia sonrió nerviosa. «¿Imposible, dice? Qué… inspirador, para una de las mejores ladronas del mundo.»
Este relato incumple las reglas de las cinco palabras. Lee las bases del concurso si quieres participar.
UNILATERAL
Me miras como si fueras un novato en un museo. Paseas tu mirada cansada, pero no valoras el poder de la herencia, el tesoro que supone poder percibir vestigios del pasado, el analizar el contraste de las pasadas generaciones y descifrar la historia que se esconde tras la belleza de cada pieza. Sí, puedes ver la miseria, pero no sientes el vértigo de la incertidumbre que la acompaña. En cambio, yo siento todo al mirarte, a pesar de que no eres más que un trueno, cuyo ruido, una vez extinguido, ya no tiene nada más que dar.
ETERNAS
«¡Mamá, para entrar en nuestro museo, no olvides tu entrada!»
El salón estalla en creatividad, lleno de estructuras de Lego, herencia de su infancia transformada por las niñas.
El contraste entre sus pequeñas manos y las formas grandiosas le provoca vértigo: el tiempo avanza como un trueno imparable.
«¡Mira esto!», dicen emocionadas. Las figuras parecen moverse, saltan y flotan, llenando el aire de vida.
«¡Ven, mamá!», exclaman, con ojos brillantes. Ella extiende un brazo y cruza, tocando ese mundo. Al hacerlo, todo cambia. Ahora es parte de su obra… y no podrá irse nunca más.
Desacertada interpretación
Con velocidad excesiva un motorista pasaba frente al museo, cuando una señora, que poseía la sabiduría como su mejor herencia, le espetó algo que no pude entender; como contraste, el motorista, alzó el puño de la mano izquierda e irguió el dedo corazón en señal despectiva, alejándose con velocidad de vértigo. Segundos después caía al suelo, sonando como un trueno al golpearse con un bordillo y chocar contra una valla. Las palabras que pronunció la sabia habían sido de advertencia “¡ten cuidado que hay un charco de aceite en la calzada!”.
Sonrisas y lágrimas
Colgadas en la pared e ignoradas por los visitantes del museo, no acabamos de aceptar que una muchedumbre que acude sólo para fotografiarse junto a su absurda sonrisa la considere depositaria de una herencia artística que no merece más que nosotras. Radiante y seductora, ella disfruta entonces con el contraste de nuestra insignificancia y con el vértigo de tanta admiración.
Es por eso que a todas las pinturas de esta sala nos cuesta tanto entender por qué, cuando llega la noche y las luces se apagan como el relámpago de un trueno, escuchamos a Lisa sollozar desconsoladamente en la oscuridad.
FRUSTRACIÓN
Una mañana más, sentado en la puerta del museo en el que tantas veces expuse mis trabajos.
Confirmando que mi destino le ganó el pulso a mi suerte, que nunca vendí uno solo de mis cuadros, ni recibí una herencia.
Asumiendo resentido el contraste que me diferencia de los peripuestos personajes que veneran obras que jamás comprenderán, ignorantes del vértigo que provoca un trueno sin tener un techo, que miran hacia otro lado al verme extendiendo la mano, enfrentándome a la deshonra.
Una mañana más, decepcionado por haber vivido fiel a mis sueños, pidiendo tímidamente unas monedas para comer…
UNA TARDE EN EL MUSEO
El sábado fuimos al Museo de las Ilusiones. De papá tengo una herencia: todo
me intriga; de mamá, por contraste, suelo despistarme mucho. Los murales del
museo son mágicos muy coloridos y de diseño engañoso, donde cada pintura
cuenta una historia, o muestra un paisaje surrealista, figuras en movimiento,
etc. Tal vez por eso, muchas veces siento vértigo al mirarlos. Recuerdo una
tarde de tormenta, se oyó un trueno escandaloso que me dejó temblando y, por
ende, me perdí. Cuando encontré a mis padres, mi madre estaba pálida, me
abrazó como poseída, ¡Su niña estaba a salvo!
… Y allí estaba, rodeada de obras increíbles, que me hacían sentir pequeña, entre tanta maestría.
– ¡Hora de salir!¡El museo cierra! – gritó el guardia. Pero era tanta mi curiosidad, y tan fugaz, el tiempo que había tenido para disfrutarlo, que no pude evitar esconderme, para admirar más detenidamente, la herencia que los artistas habían depositado en aquel lugar.
¡Qué contraste de colores, ideas, sentimientos, vivencias! ¿Cómo se le podía poner tiempo a algo que lo traspasaba?
¡Piiiiiiiiiiiiiiiii!, sonó el silbato… el vértigo me inundó, pero…
Sobresaltada por un trueno desperté en mi cama, deseando haber conocido el final.
LA HERENCIA
En el silencio del museo, Julia admiraba la pintura. «Es la herencia de nuestra familia», le había dicho su abuelo con orgullo. Mientras contemplaba el contraste entre la calma y el caos de la obra, un vértigo extraño la recorría, como si el cuadro la perteneciera. Era un paisaje tormentoso, donde un trueno parecía rasgar el lienzo.
Un guía se acercó. «Interesante elección», comentó. «Pocos saben que al poco tiempo de pintarse fue robado. Algo que hoy por seguridad sería imposible. Costó años recuperarlo.” Julia sonrió nerviosa. «¿Imposible, dice? Qué… inspirador, para una de las mejores ladronas del mundo.»
AL AMPARO DE UMHAMBI
Tierra. No más que recuerdos binarios en los archivos del crucero, un museo histórico que ya pocos exploran. Herencia de sonidos, colores y aromas que se desvanecen en nuestra memoria.
Desde el puerto de observación, el planeta Sagan-3C se alza en un brutal contraste contra el vacío: bello, furioso e inhabitable.
La Trinidad y otras cuatro naves viajan al amparo de Umhambi, un cometa interestelar rumbo al sistema Trappist-1, y nuestro único refugio contra el vértigo de la nada.
—¿Cómo suena un trueno? —pregunté.
Magallanes reprodujo un rugido vivo, profundo y salvaje, nostalgia punzante de un lugar que nunca conocí.
MARGARITA
Caminaba tranquilamente por el museo del Prado, hasta que un pasadizo de telones rojos llamó mi atención. Me adentré en él sin pensarlo, a pesar de las señales que prohibían el paso. De repente el anillo que mi abuela me dejó en herencia comenzó a brillar, y unas voces angelicales comenzaron a llamarme desde el fondo del pasaje. Al final de ese largo pasadizo estaba la pintura de Velázquez llamada Las Meninas.
Mis ojos brillaban de impresión y las ganas de tocar la pintura me pudieron. Noté como mi cuerpo sufría un breve contraste, sentí que flotaba y que el vértigo me nublaba la visión. Un trueno me hizo abrir los ojos, estaba en una habitación lujosa y grande, de estilo medieval. Mi cuerpo era más pequeño. ¡Me había convertido en la infanta Margarita!
Conversaciones mudas
En el museo, un eco eterno guardaba la herencia de un pasado casi olvidado y de su propio silencio. El contraste entre la calma de las estatuas y el vértigo que provocaban las verdades no pronunciadas entre ellos le erizaba la piel. De pronto, un trueno retumbó, como si los cielos conspiraran con los muros para romper ese silencio. Pero ambos sabían que algunas conversaciones eran mejor no escucharlas.
Excelente descripción literaria
TESOROS
“Una, llave de la mansión y dos, llave del museo”, dijo el albacea. Madre e hijo sabían que la villa, abandonada, carecía de valor; la ansiada herencia eran los tesoros del edificio anexo que el padre siempre ocultó.
El albacea abrió la pesada puerta y los invitó a entrar. “Pasen. Enhorabuena”. El contraste de temperatura los hizo tiritar; solo hallaron una sala vacía en cuyo centro había una larga escalera de caracol que el vértigo no les impidió descender. Abajo, las paredes eran espejos y el techo decía “Mis tesoros”; arriba, la puerta se cerró, retumbando como un trueno.
Belén insistió en que visitáramos el museo. Sabía que en su interior encontraría algunos objetos, herencia de su bisabuela, que encerraban profundos secretos de su pasado familiar y le ayudarían a entender su presente. Tras cruzar la puerta nos invadió una sensación de profundo contraste con el exterior. A pesar del vértigo ante lo desconocido, algo nos impulsaba a adentrarnos en su interior para buscar las respuestas que allí encontraría mi amiga. Fascinada por lo que veía, Belen pidió una señal a su bisabuela. La respuesta fue clara: un gran trueno se escuchó avisando de lo que estaba por llegar.
Amar o morir.
Tengo tanto que decirte, pero una vez más me limitaré en quietud a contemplarte como a una obra de arte resplandeciente que ilumina lo profundo del alma y la llena de vida, colgada y venerada en el museo de mis recuerdos que cuentan las historias de los mejores momentos que vivimos, los cuales me dejaste como herencia de tus amores divinos, en contraste al vacío que habitaba dentro de mí.
¡Olvidarte yo no puedo! ¡Olvidarte yo no quiero! Pues tan solo imaginarlo, siento vértigo; ¡Aleja de mí el trueno de tu voz diciéndome que todo esto terminó!
UN ADOLESCENTE OCULTO
La apuesta consistía en pasar una noche en el Museo. Ninguno del grupo lo había conseguido, sólo faltaba él. Era una tradición absurda para la que no tenía edad, pero ¿qué imagen daría ante sus amigos si se retiraba? Escondido en un armario, sólo podía pensar en la herencia que dejaría a sus hijos si lo pillaban: un padre cincuentón en la cárcel.
Ya no se escuchaba ningún ruido. Salió y el contraste de oscuridad a luz le cegó. ¡Había ganado! pensó sintiendo vértigo de la emoción. Un segundo después la alarma retumbó con el estruendo de un trueno.
SUEÑO DE VERANO
Noche tormentosa en la que, no sin dificultades, conseguí sumergirme en el mundo de Morfeo. Allí estaba yo, dirigiéndome hacia un edificio extraño, sin diseño alguno, en el que destacaba la palabra “Museo”.
Una curiosidad infinita me hizo traspasar su puerta y llegar a una sala dónde lo que leí aumentó mi intriga: Aquí se expone la herencia dejada por nuestros antepasados de 2030.
No entraré en detalles, solo decir que el contraste entre lo que vi y lo que, con ilusión, esperaba contemplar, me provocó vértigo y escalofríos.
Bendito estruendoso trueno que me hizo despertar.
TODAVIA HAY ESPERANZA
22 de diciembre de 2150. Es un día tórrido y nos disponemos a visitar el Museo de la Naturaleza.
En sus salas, enormes figuras de árboles ya extinguidos, paisajes verdes, fotos de ríos y mares hoy desaparecidos.
Sentado ante una pantalla, lloro pensando en mis antepasados. ¿Esta es la herencia que nosotros hemos desperdiciado?.
En la calle. el contraste con el interior del museo es brutal. Arena, calor y silencio. Siento vértigo pensando en el futuro de mis hijos.
Llegando a casa, un enorme trueno rompe la tarde y varias gotas de lluvia mojan mi cara.
Todavía hay esperanza.
Nota: Adjunto de nuevo el relato por error en dos palabras. Ruego disculpar el error e ignorar el anterior.
Gracias
Reconciliada
Aquella casa, aquel museo era su viva imagen: Cama desecha, flores marchitas, agua podrida en vaso sucio. Ella acababa de morir pero su impronta seguía allí. Demasiados recuerdos para tan parca herencia. Plié. Relevé. Jeté… Machaconamente estos pasos pisoteaban mi cerebro. Ayer escupí sobre su tumba los pliés, relevés y jetés.
-Masha…
-Déjame, madre. Hoy el contraste es brutal. Como el vértigo a la calma. Sí, la doña fue una noche oscura en una mala posada, pero no conocía su historia. Ahora la miro como Él la ve. Vibre este Réquiem por ella, como estruendo agotado de un trueno vacío.
Marcela
Obra maestra, toda tú. Digna de ser exhibida en el museo más prestigioso del mundo. Sonrisa perfecta, herencia lograda.
Me inunda la fortuna, poder llamarte mi esposa y compartir estas nuestras vidas en compases simultáneos. Bailando vamos en contraste, la canción que nunca nos aburre.
Cálido caleidoscopio el que has hecho de mi vida, mi amor.
En aquellos días, los malos, cuando discutimos sin razón, absortos en nuestra riña, me da vértigo y con mi andar descompuesto vacilo nuestro camino. Indignada sueltas mi mano. Desapareces, pero a la velocidad del trueno regresas, jugando siempre con el tiempo.
Te amo.
Título: Prodigio de la naturaleza
_¡Qué hermosura esta piedra! Digna de un museo.
_¿Le parece? Yo preferiría recibir algo menos peculiar en herencia.
_No sea ridículo, y levántela un poco para que mejore el contraste. Así, así, con la tormenta apenas entra luz por la ventana. ¡Esta prodigio nos hará famosos!
_A mí me da un poco de vértigo pensar cuánto habrá sufrido el pobre abuelo_ reconoció el escéptico que, por culpa de un trueno, puso al otro de rodillas. Horas enteras estuvo buscando la rareza que desapareció dejándolo con las ganas de aparecer en todas las revistas de nefrología.
TÍTULO: ¿Aprobado o denegado?
Intento no mirar el bigote a lo Dalí del funcionario; parece salido de un museo.
_Los impuestos de herencia se abonan por anticipado_ me avisa, implacable_. ¿Trajo originales y copias?
Asiento y oteo el reloj sobre su calva. Cinco horas esperando y en apenas tres saldrá el vuelo que agotó mis ahorros. Tomo aire, le presento los comprobantes y espero que contraste cada monto contra los anotados, con tinta roja, al final de su cuaderno.
_ Faltan dos céntimos_ concluye mientras el vértigo me cierra los ojos y no veo qué sello estampa, cual trueno irrefrenable, sobre mi indefenso formulario.
NOTA: adjunto nuevamente el relato que publiqué a las 23:25 del 21 de diciembre y que ya no veo en la página
LA OBRA DE ARTE
Mientras deambulaba entre las obras del museo de arte moderno, contemplando la herencia que grandes artistas contemporáneos nos habían legado, me encontré frente a un lienzo rompedor que aportaba un notable contraste en aquel templo de la pintura. La contemplación de esa obra provocaba el vértigo característico del hiperrealismo. Disfrutaba de la visión tridimensional que transmitía la melancolía de un día gris, con sus colores apagados, cuando un relámpago iluminó el espacio y un trueno resonó en la sala. Fue en ese momento cuando comprendí que estaba mirando una ventana.