Conseguimos las cinco palabras de Amaia gracias a la actriz Gracia Olayo, compañera de reparto en La Mesías, que mientras grababa la serie tuvo la gentileza de pedírselas en nombre de la Fundación Five words con la que se siente tan comprometida.
El pasado mes de febrero de 2024, Amaia participó una vez más en la Gala de los Premios Goya, reencontrándose con Gracia Olayo quien, junto a sus compañeras de La Llamada, presentó el premio al Mejor Vestuario.
Durante la gala, Amaia presentó el Premio a la Mejor Canción Original junto a Alba Flores, y brilló especialmente al interpretar al piano la canción “Mi gran noche”, que hiciese célebre el cantante Raphael. Raphael nos dio sus Cinco Palabras cuando aún éramos asociación, en mayo de 2022.
Agradecemos de corazón a Amaia que nos haya regalado sus Cinco Palabras para apoyar la Causa de este mes, y le damos nuestra calurosa ENHORABUENA por su exitosa trayectoria, y su emotiva y personal interpretación de “Mi gran noche” junto a David Bisbal.
Amaia Romero Arbizu
Pamplona, 3 de enero de 1999. Conocida como Amaia, es cantante, pianista, compositora y actriz.
Entre 2020 y 2022 apareció en varios documentales y realizó un cameo en la serie de Netflix Paquita Salas, pero no descubrió su faceta de actriz hasta 2023, cuando interpretó el papel de Cecilia en la celebrada serie La Mesías. Esta actuación le valió una nominación a los Premios Feroz 2024 a la mejor actriz de reparto.
Ha publicado tres álbumes: un recopilatorio en 2018, Sus Canciones (Operación Triunfo 2017) y dos de estudio, «Pero no pasa nada» (2019) y «Cuando no sé quién soy» (2022).
Premios:
Las Cinco Palabras del mes de Marzo de Amaia son ...
- EXTINTOR
- BAILAR
- PALO
- CORDÓN
- TRÉBOL
¡Gracias Amaia por darnos tus Cinco Palabras!
Escribe tu relato solidario siguiendo las siguientes normas.
1. Extensión máxima 100 palabras.
2. No se cambiará la posición de las palabras.
3. No se modificará el género ni el número de las palabras proporcionadas.
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NOTA: Nos reservemos el derecho de la publicación de los relatos. Se eliminarán relatos ofensivos o insultantes hacia cualquier país, pueblo, animal o personal que puedan herir la sensibilidad del lector.
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1. Incluir las cinco palabras publicadas semanalmente a través de la web – manteniendo el orden en que se han ofrecido – sin modificar género ni número
2. Extensión máxima: 100 palabras
3. Idioma: español
Este juego literario ha sido una herramienta para dar difusión, no solo a los propios escritores y sus relatos, sino también a las causas mensuales con las que la Asociación ha estado colaborando. En marzo de 2023 la Asociación Cinco Palabras se transforma en la Fundación Five Words, que pretende dar continuidad a la labor realizada por la Asociación en sus 10 años de vida, manteniendo su Misión de “Hacer un mundo más digno a través del Arte”. En coherencia con este objetivo, la Fundación Five Words (en adelante, la Fundación) pone en marcha este concurso de microrrelatos, para fomentar la escritura y promocionar a los escritores que, a su vez, con sus relatos, ayudarán a la difusión de las causas solidarias mensuales de la Fundación. El Concurso mantendrá las reglas del juego literario antes detalladas y constará de dos fases: mensual y final. La primera edición de este Concurso dará comienzo el día 1 de abril de 2023 y finalizará a las 23.59 horas del 29 de febrero de 2024 (hora peninsular española). El premio está dotado con 5000 euros, distribuidos de la siguiente forma:
2.000 € en metálico
para el ganador
3.000€ para una causa solidaria
que el ganador elija
Título:
Caprichos del Destino
Busco ese EXTINTOR que me ayude a aplacar el fuego interior que, en ocasiones, siento cuando me abate la nostalgia. BAILAR y dejarme llevar por la dulce brisa y soñar que estoy en la playa, dibujando con un PALO en la arena un corazón con nuestras iniciales. Amarrar nuestros sentimientos con ese CORDÓN tan especial que nos unió antaño. Encontrar el TRÉBOL de cuatro hojas, mirar hacia atrás y pensar en las vivencias que ahora nutren y alimentan hermosos recuerdos y no dejar que los caprichos del destino marquen nuestro futuro.
Vuelo final
En el centro del avión, la sobrecargo separó la boquilla del extintor, la puso entre sus labios e hizo un gesto a quien se ocultaba tras la cortinilla del final.
Sonó el solo de saxofón de Careless Whisper: la sobrecargo simuló soplar el extintor. Una auxiliar se puso a bailar con sensualidad, agarrada al palo de una fregona cuyo mocho cubría una gorra de George Michael. Los demás extendieron cordón dorado a cada lado del pasillo.
El comandante salió de la cabina y llevó un trébol de cuatro hojas a la compañera del asiento 6D: «¡Feliz jubilación!»
FUNAMBULISTA
Había aprendido a dejar que las llamas la envolvieran. Precipitó el extintor que sofocaba su fuego interior y se dispuso a bailar alrededor de la hoguera que ella misma había creado.
Tenía la destreza de sobreponerse a cada palo que la vida le otorgaba sin hacer preguntas. Con ellos logró construir un refugio que colgaba de un frágil cordón, sostenido por un clavo de madera, al borde del acantilado de su inestabilidad.
En el filo del abismo contemplaba, impertérrita, el trébol dibujado en la puerta de entrada y le consultaba si podía entrar. Él lo dejaba a su suerte.
El coleccionista
A través de mi persiana vi como la vecina agitaba un extintor y rociaba al marido en toda la cara. Este, al perder la noción del espacio, comenzó a bailar como un trompo y se precipitó al vacío.
Momentos después, el palo de agua que cayó sobre el inerte cuerpo del fallecido no impidió que las fuerzas del orden pusieran el típico cordón de “Policía, no pasar” alrededor de todo el jardín, zona de improvisado mortuorio.
Ni las espigas de trigo, ni el trébol de cuatro hojas o la herrradura salvaron al vecino, coleccionista de amuletos sin suerte.
Has escrito herrradura…
Hola Carmen.
Sí, la herradura de caballo con las dos puntas hacia abajo es considerada como un amuleto de buena suerte, igual que la espiga de trigo o tantos otros. Se suele colgar por fuera de una puerta para alejar la negatividad o atraer a la suerte, según cómo se mire y quién lo mire.
Un saludo.
Hola. Creo que se refiere a que hay una errata. Lleva 3 «r» en el relato
Hola. Vaya metedura de pata la mía, es cierto, lo acabo de ver ahora que me lo has escrito. Ni lo vi cuando lo publiqué ni mucho menos cuando la otra compañera hizo la observación. Disculpas por el error.
«Aceptarse»
Se golpeó accidentalmente con el extintor del gimnasio,y aún así,dolorida continúo la rutina. Ella estaba empecinada en entrar nuevamente en su vestido de quince años,pero cuando llegó el día de la fiesta,ni siquiera pudo bailar.
El antaño atuendo le ajustaba tanto,que parecía un palo vestido.
De regreso a casa,se miró al espejo y no vio felicidad,sino ojeras.
Entonces, tiró al aire los tacones, calzó y ató decididamente el cordón de sus zapatillas y salió a caminar.
Buscará capaz un trébol de cuatro hojas,pero siempre llevara consigo una copa de vino y chocolates .
«Elsa y Aurora”
Elsa, batallando contra el cáncer de pulmón, hallaba su mayor fortaleza en Aurora, su hija, su medicina más eficaz. Rodeada de símbolos de esperanza: el amor familiar como un extintor contra el sufrimiento, el bailar que le recordaba la alegría, un palo en el jardín representando su resiliencia, y un cordón rojo de amistad en su muñeca. El hallazgo de un trébol de cuatro hojas simbolizaba esperanza. Aurora, con su risa y amor incondicional, iluminaba los días más oscuros de Elsa, mostrándole que, a pesar de la adversidad, siempre hay luz y una razón para seguir luchando.
Era medianoche. Algo en su interior le decía que tuviera precaución. El garaje estaba muy oscuro y apenas podía ver por donde iba. Tras esquivar el extintor colgado en la pared,se fijó en que había una sombra tras la columna de enfrente de la puerta de acceso.Sus pies se detuvieron en seco.Venia de bailar flamenco y se quedó tiesa como un palo al ver aquella sombra tan amenazadora.
Los cordones flojos le permitieron quitarse los zapatos para poder salir corriendo.Nunca pensó que ese trébol dibujado en su nuca le recordaría aquella noche .
Olga, has cambiado el número de una de las palabras, incumple las reglas.
SUERTE
Me estaba entando complejo de extintor. Te quería, pero estaba harto de apagar tus fuegos. Te encantaba salir a bailar, provocar con tus movimientos eróticos y sentirte deseada. Después, cuando los hombres te abordaban y te daba palo regresar sola a casa, tampoco me invitabas a dormir contigo.
Te habías acostumbrado a tener un fiel guardián, pero yo no soy un perro para tenerme atado con un cordón de cuero a tus pies. A fuerza de verme pisoteado y arrastrarme como una vulgar babosa, entré en un nuevo jardín y encontré un trébol de cuatro hojas: se llama Beatriz.
Me di cuenta de que hacía tiempo que el extintor había reventado.
Claro, cómo darme cuenta si ella no soltaba mi cadera al bailar.
Siempre acababa dónde ella quería porque me daba palo decirle que no. Yo sé que esto es como un pequeño cordón que eventualmente se partirá, me lo dicen mis amigas, pero me siento incapaz. Sabe cómo atraparme, y aunque cada noche prometo que mañana le diré que no, cuando me llega un mensaje de Paula seguido de un trébol, lo primero que me regaló, vuelvo a decir, “¡claro! ¿A qué hora?”.
VOLVER
Observando aquel espacio desolador imaginé el extintor como alguien que me observaba. Hacía tiempo que había olvidado bailar tras el palo del accidente. Abrí la ventana y mirando el mar volví a sentir el cordón que me conectaba con el mundo cuando sentía la música. Respiré profundamente con los brazos abiertos y miré al horizonte…una nube en forma de trébol tapó el sol mientras alguien abría la puerta…sólo podías ser tú.
Solo los grandes fuegos los apaga un extintor. Pero ¿Y si de lo que hablamos es de amor? ¿Cómo se calma cuando arde tu interior al ritmo del pálpito de tu corazón? Este bailar pegados cuando suena una canción. Y te olvidas del escenario y hasta de los pasos. Cuando la métrica la crea el palo que golpea. Como si se tratase de la piel de un tambor. Y descubres ese cordón rojo que por años te unió a esa persona que esperaba y a la vez te buscaba. Y sientes que la fortuna te llega transformada en ese sello que la distingue. Ese verde trébol de cuatro hojas que se camufla entre la hierba y acaricia tu caminar.
Cicindela.
La encandilada luciérnaga carecía de extintor en aquel asfixiante hábitat. Un insonoro Edén de sumisa lascivia y obscenidad.
— ¿Bailar?, balbuceó ella, añorando recelosa su luz. Mientras, confeccionaba con habilidad una estructurada trenza con su enmarañado cabello cobrizo, asegurándola con un punzante palo chino.
Él, la intimidó con su mirada de semental. Simultáneamente aquel familiar dedo índice, depravado, examinaba el cordón salomónico que engalanaba su violáceo cuello del que pendía un cándido trébol.
— ¡Quieta maldita puta!, escupió él.
Eva, reiteradamente ultrajada, había desobedecido… Aquel meticuloso trenzado engendró la estaca…aluzada, eliminó a la bestia.
La inmortalidad había sido desterrada del Paraíso.
Día de suerte. Pablo Núñez.
En aquel local donde fui, se produjo un cortocircuito en una caja eléctrica. Una pequeña llama se hizo presente casi de inmediato, alguien enseguida agarró un extintor de esos que largan polvo y lo apagó. Es un lugar donde sirven bebidas alcohólicas y algo de comida rápida, también la gente va a bailar. El accidente no afectó a nadie y todo siguió sin ninguna importancia hacia el fondo está el billar y un palo sobre él como invitando a jugar una partida. Salgo hacia la calle y piso mi cordón del zapato cayendo en un cantero, ahí veo un trébol.
Danza de vida Andrea Núñez
En medio del salón el extintor parecía fuera de lugar. En la pista salimos a bailar. Sin embargo, cuando el incendio estalló, fue nuestro salvador inesperado. Mientras las llamas danzaban al ritmo del pánico, tomé un palo para romper la caja. Con un tirón del cordón, el chorro de vida ahogó el fuego.
Respiré aliviado mientras la música seguía sonando. Entre los escombros yace un trébol de la
suerte, un símbolo de esperanza entre el caos. En medio de la tragedia, descubrimos que incluso en
los momentos más oscuros, la danza de la vida persiste.
(Vuelvo a enviar, el anterior no estaban en orden las palabras)
Jugada.
El mejor de los amantes, si. Extintor de pasiones que solía bailar al son que le tocaban consiguiendo con eso todos los registros de una mujer. Con cartas de un mismo palo y un invisible cordón a la mejor carta en la manga, ese as de trébol con el que pareciste nacer. Como un buen tramposo para salir airoso de cualquier partida. Eso fue lo que me dejaste. Tu partida y tu cara de póker cuando te hablé de embarazo.
Me gusta!
Gracias Maria del Mar del Valle. Bonito nombre.
HABLADURÍAS
No había extintor que apagara el fuego que encendías cada vez que salías a bailar. En el pueblo murmuraban “de tal palo, tal astilla” que a mí ya poco me dolía. Pero quise alejarte de esas maledicencias que tanto marcaron mi destino. Supe que cortar el cordón umbilical y dejarte volar era un seguro para tu felicidad. Han pasado los años y yo sigo en este maldito club con la esperanza de encontrar un trébol de cuatro hojas que cambie mi suerte. Mientras tanto, sonrío siempre que recibo tus cartas y leo una vez más “Gracias por todo mamá”.
LICENCIA PARA VOLAR
Miro el extintor en la pared y me lo planteo como una opción real de acompañante. Sabes que siempre me ha gustado bailar y en cambio tú parece que te has tragado un palo. No te puedes imaginar la conexión que se crea cuando bailas con alguien. Es como un cordón electrificado que recorre los dos cuerpos y les da un voltaje con licencia para volar.
¿Te acuerdas de aquel trébol de cuatro hojas que enmarqué? Me lo regaló él y pienso que realmente me dio suerte. No es tan importante saber bailar.
SABOR A MIEL
Yanelis trabajaba en el Hostal Etxeondo del pueblo al que había llegado
hacía 3 años, desde su Venezuela natal. Estaba barriendo la entrada,
movió el extintor para limpiar bien. Y en eso recibió un wasap de su amiga
Yoney. En 3 días tenían una prueba de selección de extras para la película
que un afamado director rodaba en Bilbao. Ay Dios!! Yanelis se puso a
bailar con el palo de la escoba. Esta vez seguro que saldría seleccionada.
Por si acaso tocó el cordón de San Blas del cuello y la carta del As de Trébol
del bolsillo.
«Volver»
A pesar de su edad, ni con el extintor podrían apagar su fuego interno desde que la vio. No existían los años pasados, ella seguía irradiando belleza y magnetismo. Ni el recuerdo del palo que les dio la vida cuando los separó, sujetarían los mil caballos que estiraban de su corazón para sacarla a bailar. Ella sonrió, y ambos estiraron del imaginario cordón rojo que volvía a unir sus vidas. En su vestido lucía el trébol de plata que le regaló treinta años atrás. Quiso el destino que en ese brillante instante sonara una canción de Gardel: “Volver”.
REQUIEM EN EL CAMPANAR
No puedo verlo. Cierro los ojos pero tengo clavadas las imágenes por dentro. Necesito un EXTINTOR que apague este fuego que me consume, y que les devoró a ellos.
Diez personas ya no podrán BAILAR, ni reír, ni jugar.
Como restos del pavoroso incendio aparecen enseres varios carbonizados y mezclados con las pavesas : un PALO de un juguete roto, un CORDÓN de una zapatilla, restos de cuerpos humanos, corazones destrozados que nunca cumplirán sus sueños. Enmarcaré un TRÉBOL de cuatro hojas ,o un puñado de ellos , deseando a los supervivientes la fuerza y la suerte necesaria para recuperar sus vidas
Los que se quedan
La suya es la gesta de un héroe anónimo. Por espada usó un extintor; y por capa, su valor. Con ellas, hizo bailar y morir al fuego, al tiempo utilizaba el palo que le ayudaba a apagar los contadores para aporrear todas las puertas que podía, consciente de que aquel toc, toc podía salvar vidas.
Solo paró cuando le arrastraron fuera del edificio.
Entonces, el conserje se llevó los dedos al cuello y no encontró el cordón con el trébol de cuatro hojas que le había regalado Gonzalo, el hijo de la pareja del 3B.
«Ojalá la suerte esté contigo».
Noche Mágica
Habíamos comenzado la colecta por el Día de Reyes. Nos donaron quince camioncitos de bomberos y el set de herramientas con el EXTINTOR, además de diez muñecas musicales, listas para BAILAR. Yo estaba pasando la lista y buscándole un lugar al PALO saltarín cuando vi el trompo y el CORDÓN, parecido al que yo tenía en mi infancia. Lo ubiqué dentro de los paquetes de colores brillantes con dibujos de TRÉBOL y flores.
Ya llegada la noche, los tres Reyes Magos nos dispusimos a salir, en cabalgata hasta la plaza, escoltados por las sonrisas ilusionadas de los niños.
CUESTIÓN DE SUERTE
Cuando entré en clase, me encontré a Lidia de pie, en el centro de la pista, con un extintor en el regazo. Acababa de cogerse la baja por maternidad. No había ni rastro de Carmen, nuestra profesora, ni del resto de compañeros. Parecía completamente ida.
— ¿Quieres bailar con nosotros, Marc?
Daba palo verla así. Me detuve en el umbral de la puerta.
— ¿Qué ha pasado, Lidia?
Parecía no entender mis palabras. Dejó el extintor en el suelo y se me quedó mirando.
— A veces, el cordón umbilical es una soga que te mata…Y otras, un trébol de 4 hojas, ¿verdad?
Forajido.
Su abuelo siempre decía; “necesito un extintor para apagarlo”.
La hiperactividad del chico rebasaba los confines de la aldea. Bailar no lo enamora, pero sí idealizar las historias del viejo. Escuchó atento las hazañas del Pegaso y reflejado en éstas se convierte en el forajido Belerofonte. Monta su caballo de palo, toma un cordón y se ata alas con el firme deseo de alcanzar el mismísimo Olimpo y en semidiós convertirse. Ya bastante previsivo se tatúa en el brazo un trébol de la suerte, imborrable, por si las moscas.
LA FRAGUA DEL DESTINO
Declaró al policía que el extintor se atascó; que las llamas comenzaron a bailar enloquecidas cuando alcanzaron los tubos de pintura y el disolvente. Tan solo se libró de la quema la pata de palo de su disfraz de corsario. El fuego devoró los cuadros que había ido pintando desde su infancia y también el cordón umbilical que le amarraba al pasado. Ahora, se convertiría en pirata y encontraría la isla del tesoro. Al partir, llevaba puesta la pata de palo y, oculta en el bolsillo, la caja de cerillas con un trébol de cuatro hojas que él pintó.
SOMBRAS DEL DESENCANTO
Si lanzase ese extintor contra la ventana, saldría disparado hacia la calle. Si en ese preciso instante alguien pasara por ahí lo mataría convirtiéndose en un homicida. Si no lo hacía, ese alguien llegaría a su cita con una desconocida, cenarían, y después irían a bailar. Beberían demasiado y terminarían en un hotel hambrientos de sexo. A la mañana siguiente les daría palo mirarse a los ojos. Cada uno recogería su ropa y, sin atarse siquiera el cordón de las zapatillas, escaparían en direcciones opuestas.
Si ese trébol de cuatro hojas funciona, no tocará el extintor salvando dos exiguas vidas.
Nadie más tendrá mi suerte.
En este punto, no hay extintor capaz de apagar el fuego. Las llamas empiezan a bailar libres en sus ojos, y su sombra se proyecta sobre el camino de tierra. Sujeta tembloroso un palo largo; en su extremo, atado con un cordón de zapatilla, arde una camiseta bañada en gasolina. En la otra mano descansa el trofeo: el trébol que brillaba antes de que todo comenzase a brillar. Y en el fondo de su cabeza, una voz que dice: «Nadie más tendrá mi suerte».
SUERTE.
Matías no consiguió alcanzar el extintor próximo al escenario.
Las llamas lo rodeaban, haciéndole asumir que su sueño de bailar y representar su valía se consumía lentamente frente a sus ojos.
El miedo le ahogaba, así como el humo negro que inhalaba.
Los gritos le desorientaron, perdiéndose en un caos anaranjado.
Una luz esperanzadora guio sus pasos confusos, sirviéndose de un palo con el que golpeó su camino evitando tropezar.
Cruzó el cordón policial, desvaneciéndose. Por suerte, un bombero corrió hacia él.
Un trébol tatuado sobre su muñeca fue la última imagen que observó antes de llegar al hospital.
PILLOS Y LLAMAS
El inspector procedió a revisar el extintor, sorteando como pudo a la gente que no dejaba de bailar. Con toda la pillería del mundo, le invitaron a una copita de un maravilloso palo cortado, a unos cócteles variados y a algunos chupitos… Dos horas más tarde, al agacharse para asegurar el cordón del zapato, se pegó de bruces contra el suelo, borracho como una cuba. Salió a gatas del local, olvidando su informe preceptivo por completo.
El Trébol, local de moda, se incendió dos noches después; el extintor no funcionaba y fue consumido por las llamas.
EL INCENDIO
La enorme choza operaba como sala polivalente. Como los otros edificios de la aldea, no contaba con extintor. Aquella noche sus habitantes se habían congregado en ella para bailar al son de los instrumentos tradicionales. En el centro, un fuego caldeaba la estancia. De repente, un palo incandescente salió proyectado hacia el techo de ramaje, provocando un incendio que se propagó rápidamente. Todos corrieron hacia afuera mientras varios hombres formaban un cordón de seguridad. Se efectuó el recuento, nadie sufrió daños. Horas antes, unos chiquillos habían hallado un trébol de cuatro hojas y habían augurado, ilusionados: “¡Buena suerte!”.
CAMBIO DE ESCENARIO
Aquel extintor en medio de la sala truncó de golpe y porrazo mi sueño de bailar como una musa de verano por los escenarios de todo el país. Fue culpa mía, por pasar tan cerca de la columna donde el maldito artefacto estaba colgado, pero ni siquiera lo vi con tanto giro y tanta pirueta. Rápidamente, alguien corrió en mi ayuda: con el palo de una escoba y el cordón de mi zapatilla izquierda improvisó un eficaz entablillado para mi brazo herido. Alcé la vista y, desde entonces, solo bailo para esos ojos del color del trébol en primavera.
Juan, jugaba con un falso extintor mientras soñaba con ser bombero. Pero a veces se ponía a bailar con él, provocando las risas de los demás niños y niñas de la aldea. Rita, tomaba un palo a modo de micrófono, se lo ataba con un cordón a la cintura y cantaba “We are the world, we are the children”. Mientras esto sucedía, un pequeño grupo se aventuraba a buscar el trébol de la suerte. Estaban convencidos de que lo encontrarían. Querían regalárselo a la anciana señora Matilda, para que se curase de esas fiebres extrañas.
Fortuna
El extintor, escupió a regañadientes sus últimas partículas de polvo, dejando un vómito blanco en la alfombra que horas antes habían abandonado tras bailar sobre ella toda la noche. Tal vez fue solo el palo de una cerilla mal apagada o el último suspiro de un cigarro. El inspector meditaba, perdido en sus pensamientos, mientras se tendía un cordón de seguridad alrededor. Podía haber sido un desastre, otro amor que acaba en tragedia, pero la fortuna, ese día, reveló su presencia en un solitario trébol que crecía en una pequeña maceta que veía consumir los restos de una silla carbonizada.
GIRO RADICAL
Henry era un brillante directivo de una importante multinacional .Una mañana al despertar, sintió la imperiosa necesidad de dar un giro radical a su lujosa vida que le hacía tremendamente infeliz. Respiró profundamente insuflando toda su energía positiva cual extintor para aplacar el fuego de su ira interior. Se puso a bailar al son de la música de Jarabe de Palo, el tiempo se detuvo, sintió una tremenda sensación de libertad y quiso cortar el cordón que le unía a esa vida artificial. Henry decidió ser trébol, buscando la suerte despojándose de lo material e intentando ayudar al prójimo.
LA BOMBERA
Quince años y los más veteranos siguen hablando de él. Es una leyenda en la Brigada.
Le llamábamos el Extintor. Buen compañero, valiente y algo temerario. No era perfecto, cantar y bailar se le daba de pena, rígido como si se hubiera tragado un palo.
Cuando formábamos el cordón de salvamento, siempre ocupaba el extremo más peligroso. Esa mañana había encontrado un trébol de cinco hojas. Era un suertudo. De poco le sirvió, la suerte fue para aquella niña que rescató del incendio cuando todos la dábamos por muerta.
Nunca les he dicho que aquella niña era yo.
ADICTOS
Éramos fuego, no había EXTINTOR que pudiera apagarnos.
Éramos adictos a BAILAR por el filo del abismo, convencidos de que el futuro nos pertenecía.
Fue un PALO tu caída al infierno porque éramos dos los equilibristas sin red ni CORDÓN.
Tus padres me prohíben visitarte. Me da igual, no pintas nada donde reina el silencio.
Sé que estás aquí conmigo, en nuestro acantilado, escuchando las olas romper, con la melena al viento y tu eterna sonrisa.
Dame la mano y espérame en la orilla.
Volvamos a danzar sobre corrientes de aire, ligeros como un TRÉBOL lanzado desde el precipicio.
«Cartografía de un sueño imposible»
Al oeste, un extintor. Al este, la misma foto fija que se repite en cada fiesta y evento familiar: la chica que nunca sale a bailar. Siempre tiesa como un palo en su silla, igual que la aguja de una brújula que ha dejado de funcionar, mientras mira, con ojos estrellados y las mejillas arreboladas, a las parejas danzar. Al norte, una cabeza llena de sueños en los que puede caminar. Al sur, un cordón de oro y un colgante en forma de trébol, únicos adornos de un cuerpo que es el mapa de todas las cosas que jamás sucederán.
Ruedas para sueños
Que no exista extintor que nos apague el fuego, ni nos aburra el juego de descubrir la vida.
Que bailar sea un modo de celebrarlo todo, para ahuyentar lo malo con la cabeza erguida.
Que andar sea un regalo al perseguir los sueños, con ruedas en el palo (¡no, palos en la rueda!).
Que, desde muy pequeños, la paz sea el cordón que nos enlace al don de agradecer su ofrenda.
Y que nunca dependa, nuestra suerte o destino, del nudo en el pañuelo o el trébol del camino… sino del propio vuelo.
La suerte
Felipe observaba a la hermosa crupier como si estuviera en llamas y él fuera un extintor a punto de estallar. “Cuando gane, te invito a bailar”. Ella repartió las cartas. “¡Rey de corazones! Seguro la reina está abajo”. Esta noche por fin no le darían palo. En sus bolsillos solamente un chicle y un cordón de zapatos… Siete de diamantes para ella. ¡Perfecto! Ahora él… debajo de su rey… seis de corazones… “¡No!… Quiero carta”. Y llegó la reina de trébol y tras ella una hermosa mano de crupier llevándose todo lo que le quedaba en la vida.
BLISTER IN THE SUN
La otra vida sucede en los recuerdos que impregnamos y, sin descargar un extintor en las creencias, pinta que poco menos que nada en el más allá. Fan acérrima de lo minoritario, yaya nos ponía en el coche cintas de Violents Femmes. Ande donde ande, pedirá paso predispuesta a bailar lo que le echen. Nada le daba palo y cero jugar a tirar un cordón de seguridad con esas calles llenas de droga. De ahí que ocupáramos ratos en su ONG recaudando fondos para la hambruna etíope. Cada billete, ilusionaba como un trébol de cuatro hojas.
¿SUERTE?
Olor a humo. Personas empujando. Alguien corriendo con un extintor.
Primera vez que salía a bailar y terminaba así.
Desplazada por la ola humana, fue a dar con una puerta lateral. Abrió. Era un depósito. No tenía salida. Solo una ventana pequeña que no podía alcanzar. Encontró un palo de escoba, al que ató cada cordón de sus zapatillas y su cinturón, formando un cordel. Lo arrojó. Quedó atravesado en la ventana. Escaló y cayó afuera.
Muchas personas habían muerto asfixiadas o aplastadas.
El trébol de cuatro hojas que llevaba en la cartera la había salvado. Eso creía.
RESPIRAR
Escuchaba la radio en la cocina. Mientras barría, movía las caderas al compás del danzón. Como un extintor, me apagaste las ganas de bailar. Te miré. Vi tus quijadas apretadas, tus ojos que casi no parpadeaban y empecé a sudar.
Por instinto, empuñé el palo de la escoba como si fuera un arma. No vi el cordón, solo sentí como se me incrustaba en la garganta. No podía respirar. Tomé la taza de trébol y la estallé sobre la mesa. Te clavé un pedazo muy filoso en la mano. Tu grito fue lo último que escuché.
ROMPIENDO EL HIELO
Juntos ardemos en el hielo.
Ni un extintor podría apagar tan flamante brillo al bailar. Me da palo solo pensar que un día nuestros brazos no se entrelazaran como cordón que nos sujeta con fuerza, sin dejarnos caer. Ella es mi trébol de cuatro hojas.
NOVIAZGO
Intentó tirarme el pesado extintor, produciéndole un fuerte dolor en la espalda que parecía con sus movimientos bailar como un palo. Fue una reacción inesperada, pillando lo primero que tenía a mano, es cierto que había sido un poco pesada con él con lo de que no había roto todavía el cordón umbilical y debía de ser independiente. Hoy día lo es, conmigo, que soy según él su trébol de la suerte tras aquel desafortunado incidente para sus costillas, pero estoy preocupada porque desde entonces no quiere que tengamos extintor en casa.
Calambre
El colectivo apagó las luces y la noche entró a dentelladas. Le tocó el asiento junto al extintor, así que sus piernas quedaron sin espacio. Por eso, en poco rato se movió de una manera que haría creer a su acosador que quería bailar. Pero no, su pierna estaba entumecida como un palo. Vigiló las butacas. El trébol flúor destelló sobre la remera blanca. El depredador roncaba. Rengueó hasta su asiento y sacó un cordón. El sonido de pez caracoleó junto al ronroneo del bus. Siguió hasta el baño, para disimular se aferró de los respaldos con idéntica demora.
Inspector
No había ningún extintor pero igual habilitó el lugar. Su hija planeaba ir a bailar y no se lo había dicho. El llamado fue como un palo en la sien en plena madrugada. El aire olía a carbón. Traspuso el eterno pasillo de azulejos mientras los latidos le reventaban los oídos. Habría podido ser cualquier cadáver que perdió un cordón si no hubiera quedado intacta la zona del tobillo. El tatuaje del trébol.
Cáncer
El bombero jubilado encontró un extintor en el contenedor. Lejos de enfadarse con el mundo una vez más, lo sacó para bailar con él. Desde que había recibido la noticia, escuchaba violines en su interior. No vio el palo cruzado en la acera ni se percató del cordón desatado. Sí tropezó, sí cayó, sí quedó panza arriba como un escarabajo pelotero, pero ya no sintió dolor. Solo alivio. Estaba curado. Aprovechó para contemplar una nube con forma de trébol que se balanceaba al son del viento. Llenó sus pulmones limpios de aire nuevo y se dispuso a seguir viviendo.
Excelente. 🤩
TUTÚS Pseudónimo: CHETANO
Chetana trabajaba en un telar de Bombay. Se incendió por calentamiento de los cables cara vista. Estaba tan cansada que ni siquiera reparó en la ubicación del extintor. Su pasión era bailar. Solía amarrarse al palo de sándalo que llevaba para defenderse de los posibles violadores de regreso a casa y volaba por encima de las plantaciones de algodón soñando con tutús y mallas con cordón dorado. Tras el siniestro se acabaron las rupias para comprar rajma(alubia roja con arroz). Mendigaba lejos de las favelas de Dharavi hasta que encontró un trébol que cambió su suerte.
NATURALEZA
Lo conocí hablándole a un extintor en el Centro Ocupacional donde trabajé. Lo imité. ¿Qué haces, no ves que es un extintor?, dijo. Dejó de hacerlo. Después del fin de semana en casa, no quería volver. Poníamos música y lo invitábamos a bailar. Y así entraba. Le gustaban las plantas. Era fuerte y cariñoso. Su muerte supuso un palo para todo el personal. Nos congregamos alrededor del cordón, a la espera de que llegara el juez y ordenara el levantamiento del cadáver. Entre los dedos, aún conservaba el trébol de cuatro hojas que cogió antes de la fatal caída.
Respiros necesarios
Corrían desesperados, tratando de activar cada extintor que tuvieran a su alcance. El fuego se había propagado rápidamente y ella, apenas consciente, los veía bailar al son de las sirenas y de las alarmas de las máquinas que indicaban falta de energía. Ni un palo en su cabeza la haría reaccionar, sólo se tranquilizó al ver que ya habían cortado el cordón umbilical. Los bombardeos continuarían, pero ahora ella ya podría aferrarse a esa vida que acababa de traer. El mundo merece que cada trébol de cuatro hojas siga creciendo, en los jardines y en las panzas.
“¡Cambio de pareja!”
Ando hacía ti, como en cada clase, y me planto delante tras el decreto de la profesora, sintiendo la viveza de este fuego que ni un extintor apagaría cada vez que me toca bailar contigo.
Comienza, a ritmo de bachata, este clima de conexión y entendimiento que permite a mi cuerpo dejar de ser un palo rígido y difícil de llevar. Fluimos con sensualidad en el espacio delimitado por un cordón en el suelo rodeándonos mientras nuestras miradas, verdes como un trébol, juegan durante esta hora entre ganas, picardía y timidez para encontrarse.
“¡Cambio de pareja!”
Ando hacía ti, como en cada clase tras el decreto de la profesora, y me planto delante sintiendo la viveza de este fuego que ni un extintor apagaría cada vez que me toca bailar contigo.
Comienza, a ritmo de bachata, este clima de conexión y entendimiento que permite a mi cuerpo dejar de ser un palo rígido y difícil de llevar. Fluimos con sensualidad en el espacio delimitado por un cordón en el suelo rodeándonos mientras nuestras miradas, verdes como un trébol, también bailan entre ganas, picardía y timidez.
Al final todos terminamos escribiendo sobre temas parecidos, que curioso, hemos pensado en el mismo mal para el mismo relato.
LA CORISTA
La corista danzaba por el escenario a pesar del extintor que acababa de apagar el incendio de las pasiones: su entrada. Bailar fue el sueño consagrado de esta artista que giró a través del decorado, observando el palo que el público siempre enarbola: el rechazo.
Pisó el cordón de la fama y cruzó la pista. Su trébol de cuatro hojas (su voluntad), siempre guardado en su corazón, le dio la suerte para un espectáculo más antes de su final.
Se le había desarrollado un cáncer en su pulmón derecho. No debería actuar, pero… ¡qué muerte más dulce será!
Fuga o cenizas
Cómo apagar este incendio sin el extintor de la razón. Me haces bailar como una peonza entre llamas y, si rehúso, echas más palo al fuego. Quiero cortar el cordón incandescente de tu juego, pero tiras con fuerza y amenazas con arrojarme a la hoguera. Pensé que eras un trébol de cuatro hojas, pero solo acarreas dolor y desdicha. ¿No vi la primera chispa, el primer desplante, el sofoco del control? ¿Preferí pensar en un mañana mejor? Fuese lo que fuese, escaparé de tus llamas con todo mi vigor o morirás junto a mí, bajo la erupción de mis cenizas.
DUELO
Tenía miedo, pero sabía que el EXTINTOR de penas del que mi madre hablaba en sus cuentos se encontraba en un claro del bosque.
Un viento fuerte comenzó a BAILAR con las ramas de los árboles empujándome hacia el interior de una espesura enmarañada. La luna, cómplice, iluminó un espacio donde se alzaba un PALO grueso y firme. Escarbé a sus pies y desenterré la imagen querida que me transmitió paz. Llevaba anudado al cuello el CORDÓN con el TRÉBOL de plata que le había regalado meses antes de fallecer. Al abrazarla, desperté con su sonrisa sanadora aún en mí.
QUIZÁ
Como muchas otras personas solidarias, deseo un EXTINTOR mágico que apague todos los fuegos del planeta, todos los conflictos surgidos de la guerra, de la incomprensible política de intereses que sólo puede BAILAR alrededor del poder con un PALO en la mano. Las verdaderas necesidades de los ciudadanos se quedan prendidas, olvidadas, en los extremos de largos y empolvados folios enrollados, atados con un CORDÓN cuyo color bermejo indica: pendiente de ejecutar. En todos mis paseos por el campo, busco con tesón ese TRÉBOL de cuatro hojas que trueque el rojo en verde y convierta mi sueño en humana realidad.
El gen familiar
María Fe, Amorosa y Esperanza llegaron alegres con las brisas frescas del otoño. Yo nací taciturno en un estío abrasador tan intolerable que mi padre dormía con el extintor por si se incendiaba el techo. A bailar se dedicaron mis hermanas; yo salí con piernas de palo. Cuando cortaron el cordón umbilical, vieron a un niño raro. Por ser la cuarta hoja, me llamaron Trébol: traería suerte y fortuna. La riqueza nunca llegó, pero me amaron igual, y yo a ellos. Siempre me he sentido desubicado, pero porto en mí la herencia familiar de bellos nombres y grandes sentimientos.
La trampa
Las pericias indicaron que el extintor no era utilizable al momento del incendio. Aquel salón para ver bandas en vivo y bailar se había convertido en una verdadera trampa. Era incomprensible para todos nosotros saber que, además, solo existiera uno. Un gran palo caído del techo permanecía allí franqueando la entrada y el trabajo era incesante. Antes de cruzar la cinta de cordón policial, pude observar un cartel con la imagen de un trébol apenas alcanzado por las llamas. Todo un símbolo que se resistió ante los embates de la desolación provocada por la desidia y locura humana.
… y se hizo la luz
Por fin he conseguido, piensa. Las contracciones se han sosegado. Había manejado aquel extintor que ahora yace entre cenizas, placenta y polvo seco. Tiene ganas de bailar, no dejó de hacerlo en los últimos nueve meses. Sostiene en brazos a su criatura, la ha recibido solita, a palo seco, a pesar del caos, a pesar de todos. En el vientre de la pequeña, justo al lado del cordón umbilical, su niña tiene la marca de nacimiento como la suya, la de su madre y la de su abuela. Se estremece, su corazón dispara, el trébol. ¡Hija! ¡Todo estará bien!
Limpieza
Después de pasar plumero a las esculturas de la sala de bustos entró en el salón de instalaciones. Le asombró el estado en que se encontraba. El extintor yacía tumbado y con rotulador alguien había garabateado sobre los mosaicos: «Bailar es bueno». El vándalo no había roto ni una sola pieza, pero lo había ensuciado todo. De un palo atado a la araña pendía un cordón con un trébol. Era su primer día de trabajo y no iba a defraudar al patrón.
EL VELORIO
Desde la rigidez propia del encajonamiento, mirase donde mirase (con disimulo) me topaba indefectiblemente con el EXTINTOR. Aunque no alcanzaba a ver sus rostros, adivinaba que el ánimo de los asistentes no estaba para BAILAR. Seguramente el abuelo ya estaba mordisqueando su regaliz de PALO y, seguramente, la abuela permanecía a su lado – igual que siempre- como si estuvieran unidos por un CORDÓN invisible e irrrompible.
— ¡ Qué ocurrencia subir al risco del TRÉBOL en plena tempestad …!
Sentía, por ellos, el sofoco que les estaba estaba causando … A fin de cuentas yo ya estaba muerto.
José Luis, tu relato tiene varias erratas…
UN TRÉBOL DE CUATRO HOJAS
La lluvia no fue suficiente para apagar la hoguera con sus fotos. La odiaba tanto… Cogió el EXTINTOR y con una sola rociada lo logró. Tuvo que cerrar los ojos al verse rodeado de humo. Recordó cuando logró BAILAR con ella por primera vez, había practicado tanto tiempo con el PALO de la escoba que se sentía flotando, hasta que le pisó el CORDÓN desatado haciéndola caer de bruces sobre la pista de baile. Todavía le dolía la bofetada que le dio. Se sentó al borde del jardín, justo donde crecía el TRÉBOL, tenía que encontrar uno de cuatro hojas.
Singrafista, Marzo 2024
Respiros necesarios
Corrían desesperados, tratando de activar cada extintor que tuvieran a su alcance. El fuego se había propagado rápidamente y ella, apenas consciente, los veía bailar al son de las sirenas y de las alarmas de las máquinas que indicaban falta de energía. Ni un palo en su cabeza la haría reaccionar, sólo se tranquilizó al ver que ya habían cortado el cordón umbilical. Los bombardeos continuarían, pero ahora ella ya podría aferrarse a esa vida que acababa de traer. El mundo merece que cada trébol de cuatro hojas siga creciendo, en los jardines y en las panzas.
MAYORES DE EDAD
Colocamos el extintor en un lugar accesible para seguridad de todos. La sala casi familiar no sirve solo para bailar, aunque sea con el palo de la escoba cuando toca. No necesitan pareja, sino boleros que les haga mover el esqueleto muy necesario en sus circunstancias y sentirse unidos por el cordón rojo del destino, según algunas creencias de la mitología asiática y que llevan a gala en la muñeca derecha, a modo de pulsera y sin trébol u otro colgante que les proporcione suerte, ya que la tienen solo de saberse motivados, compartiendo achaques y a veces, soledades.
Rey del Swing.
La música atronaba el viejo local junto al Mississippi. Arriba, la banda de swing hacía que los parroquianos movieran sus cuerpos como marionetas tiradas por los hilos de cada nota. Abajo, en el cuarto del sótano el extintor soltaba su esfínter esparciendo espuma incitando a bailar. La fregona, desmelenada, chocaba impúdica su palo con el de la escoba. El cordón de una vieja bota y el de un zapato presumido se anudaban y soltaban al compás.
Fuera, en el jardín, un trébol con suerte chasqueaba sus cuatro hojas mientras los demás cantaban: ¡¡Dubiiiidú, quiero ser como tú!!
HUMO
Se quedó dormido en el sofá con un cigarro en las manos mientras veía en las noticias un edificio ardiendo. Al despertar decidió comprarse un extintor. Se sentía tan culpable por no dejar de fumar que temía provocar un incendio.
Para no pensar en la destrucción combustible de su casa y de su cuerpo empezó a bailar. Bajó la persiana porque le daba palo que le vieran. Por un momento el cordón que ahogaba su mala conciencia se aflojó, pero sabía que dejar de fumar era tan improbable como encontrar un trébol de cuatro hojas.
OTRO DE TANTOS TRENES PERDIDOS…
Estaba tan contenta que hasta el extintor de la entrada de su casa le sirvió para bailar mientras esperaba al ascensor. Tras un corto pasodoble, lo dejó en su sitio. Si algo le habían enseñado sus padres y abuelos era a ser una persona cívica y considerada.
Al entrar al ascensor vio un palo pequeño con un cordón atado que en su extremo tenía un trébol de cuatro hojas. No era supersticiosa, pero eso, pensó, era una buena señal, algo positivo. Entonces decidió quedárselo.
Se quedó encerrada sin cobertura mientras bajaba y perdió el tren.
La suerte no sabe
Me dolía su ausencia, así que puse sus recuerdos en el patio y eché bastante alcohol. Apenas ardieron me golpeó el arrepentimiento. Busqué el extintor que llevo en el auto después de bailar desesperadamente sobre el fuego para intentar apagarlo. Me sentí tonto. Tomé un palo, hurgué entre los restos a medio quemar y asomó un cordón trenzado con un dije de trébol. Estaba intacto. Lo había hecho ella y me lo dio por mi cumpleaños. Dijo que me daría buena suerte. Yo sobreviví, pero la suerte no sabe lo que es vivir sin ella.
ANTIGUOS ALUMNOS
Su vestido hacía juego con el extintor colgado a la entrada del vestíbulo del hotel. Parecía una Caperucita trasnochada deseosa de bailar hasta altas horas, con la intención de superar el palo que había recibido en el mismo lugar veinte años atrás, viendo cómo Alberto desaparecía de la mano de la chica más rubia del instituto.
La música le guió hasta el gran salón y agachado, abrochándose el cordón del zapato, allí estaba!
Al verla, le guiñó un ojo sonriente.
Nora, emocionada, apretó con fuerza el trébol de cuatro hojas que pendía de su cuello.
REPÚBLICA CROMAÑÓN
Un extintor tirado al piso era todo lo que quedaba de aquella noche nefasta.
Ya nadie podía bailar, cantar, reír, ni respirar siquiera.
El palo con el que habían roto una puerta, para intentar salir. Eso sí permanecía allí, al lado del cordón de una zapatilla quemada.
El Trébol podría haber sido el nombre de la discoteca. Se llamaba Cromañón. 194 la cifra de adolescentes que perdieron la vida. Una bengala la que desató la masacre. Un gobierno ciego, sordo y mudo. Y un servidor recordándolo todo, intentando eternizar la memoria en tan solo cien palabras.
Trabajo
Five Words necesitaba un microrrelato sobre el arte de tener siempre a mano un extintor en el infierno. También querían que sacase a bailar a la esperanza y envejeciera como un palo de mesana sin hacerle reverencias a todos los vientos que van pasando. En fin, buscaban cuatro frases y un cordón para amarrar a los lectores como un trébol de tres hojas a la suerte. El escritor contestó que si fuera capaz de redactar algo así se lo vendería a una revista científica como conjunto de palabras que saben hacer su trabajo y se dio la media vuelta.
Llegar hasta el extintor iba a ser difícil, las llamas eran altas en la cancela. Otra vez me había tocado bailar con la más fea, forzado a ser héroe. Qué palo para Amalia si perdía a su novio en una despedida de soltero que se había ido de madre. Pegué un tirón a la cortinas adamascadas, las empapé con agua de las cubiteras, con el cordón me las até a la cintura. El trébol que encontré por la mañana no era, desde luego, de cuatro hojas. ¡Qué triste morir en un puti club y el día antes de tu boda!
EN LAS TRIPAS DEL BÚHO
Bajo un cielo que apura su firmamento, espera temblándole las manos por lo que acaba de hacer. Un autobús para ante él. Entra pudiendo oír la voz de quien sale por la otra puerta gritando al teléfono “¡Usa el extintor!”. El conductor hace bailar un palo de helado en su boca con la mirada perdida. Busca asiento, sintiéndose observado. Se preguntarán cómo se rompió la camisa. Al sentarse comprueba que todos le ignoran. Detrás alguien gimotea. Enfrente, un chico besa ensimismado una cruz colgada de un cordón. Y en el suelo, ve cuatro corazones pisoteados, en los restos un trébol.
EN LAS TRIPAS DEL BÚHO
Bajo un cielo que apura su firmamento, espera temblándole las manos por lo que acaba de hacer. Un autobús para ante él. Entra pudiendo oír la voz de quien sale por la otra puerta gritando al teléfono “¡Usa el extintor!”. El conductor hace bailar un palo de helado en su boca con la mirada perdida. Busca asiento, sintiéndose observado. Se preguntarán cómo se rompió la camisa. Al sentarse comprueba que todos le ignoran. Detrás alguien gimotea. Enfrente, un chico besa ensimismado una cruz colgada de un cordón. Y en el suelo, ve cuatro corazones pisoteados. Los restos de un trébol.
APRENDIZAJE ETERNO
Llegaste a mi vida como extintor al fuego, rápido y fugaz. Volviste a enseñarme a caminar, a bailar, y a contonear mi cuerpo, transformando mi silueta de un palo como si fuera un tallo verde al viento. Y, tan pronto aprendí a agacharme y atarme el cordón de los zapatos de nuevo, pude contemplar en nuestro jardín, aquel maravilloso trébol de cuatro hojas del que me hablabas en invierno.
Trébol de la suerte
Con un ataque de ansiedad sacudía el extintor de incendios tal que parecía una coctelera. Mientras ponía todo su empeño, más que oficio de bombero parecía bailar un mambo, pero … quiso la mala suerte que tropezara en la esquina del salón con un palo de escoba y trastabillara con el cordón de sus botas. Mientras barría el piso con su mejilla especuló: ¿qué me hubiera pasado si no encontraba esta mañana ese trébol de cuatro hojas?
Joder.
Y Noam que cogía el extintor y veía entre el humo que Hama dejaba de bailar, y que corría hacia él y señalaba con el palo de su bandera fogonazos saliendo del cordón de cuerdas y vallas y que Hama llegaba apenas para derrumbarse junto a él, y sus sangres palestina y judía, y los símbolos y banderas de paz multicolor de la carpa, y su trébol de cuatro hojas, su logo del festival y yo que no puedo dejar de pensar que ya hace demasiado tiempo que todos tenemos que encontrar un extintor mucho, muchísimo más grande. Joder.
Entre llamas
Entre llamas, abrí los ojos. Un extintor en tus manos, mientras las llamas parecían bailar. Confusión, ¿sueño o realidad? Me llamaste desde lejos, «agarra el palo», te escuché gritar. Desaté el cordón atascado de mi cuello y me desprendí de aquel regalo, pero sin soltar el colgante, el trébol que siempre aseguraba mi vida. El fuego cedió, y yo, testigo de mi supervivencia, contemplé las llamas apagadas, mientras aquel uniforme rojo quedaba grabado en mi memoria para siempre.
Revolución
Aquella madrugada, cuando salimos a hacer la revolución, una compañera me dijo que no existía extintor capaz de apagar la llama de una causa justa. Las derrotadas, que durante décadas habíamos sido forzadas a bailar en la fina línea que nos separaba del paredón de fusilamiento, rompimos ese día el palo que sostenía la zanahoria ante nuestras narices y lo empuñamos con decisión. El cordón policial que sostenía a las podridas élites se deshizo entre abrazos y, terminada la jornada, volví a casa y se lo conté todo al trébol de cuatro hojas que plantamos juntas. Sé que estarías orgullosa.
CITA A CIEGAS
El extintor pesaba demasiado, pero no iba a salir a bailar con un desconocido sin protección alguna, y un palo atado a un cordón ofrecía poco amparo… Llegué a la verbena sudando y con el hombro del que colgaba mi gran bolso medio dislocado, pero llegué. Y entonces lo vi: Guapo y con un trébol en la solapa de su chaqueta según lo acordado. Pena que apareciera enseguida una mujer a su lado y se acercara a mí el pirómano de turno. Me fui de la fiesta apagando fuegos y lamentando, que precisamente ese día, era la fiesta del trébol.
EL SHOW
Un ancho y desierto pasillo. Mi único espectador, el extintor sobre la pared desnuda. La soledad me desinhibía. Arranqué a bailar. El palo de la fregona se tornó en pie de micro y, agitando el cordón que servía de llavero, entoné a todo pulmón el «The show must go on». Poseída por el solo de guitarra, me solté la coleta y con el último acorde deslicé mis rodillas sobre el suelo mojado. Después, silencio. Ni un aplauso. En mi show no son bienvenidos. Del ramillete de vidas posibles, escogí convencida el trébol de tres hojas.
JURAMENTO
Como el extintor no funciona, tendremos que dejar de bailar, dijo el octogenario presidente, con una tristeza infinita, ante la asamblea de jubilados que esperaba mejores noticias ante la visita de las autoridades a su local. El mayor de todos, don Eduardo, tomó el palo que usaba de bastón y se fue con una pena tan grande que no le cabía en el alma. Tanto así que, en casa, buscó un cordón largo y fuerte para rodear su cuello, e intentar darle la forma de un trébol. Si no bailaba, por lo menos aprendería a hacer lazos, se juró.
MALIGNIDAD
Intentaron apagar las primeras llamas con un simple extintor. Solo unas cuantas parejas habían dejado de bailar. Ya tarde, muchos se encerraron en el baño, otros corrieron y atoraron la salida cuya puerta había sido trancada con un palo de escoba. Extinguido el fuego, contabilizados los muertos, la policía formó un cordón de seguridad alrededor de la discoteca para evitar a los curiosos, pero pronto se filtró el dibujo hallado en una de las paredes: el trébol de cuatro hojas. La ciudad se cubrió de un miedo semejante a la niebla espesa. Su peor enemigo había vuelto.
BÚHO
Bajo un cielo que apura su firmamento, espera temblándole las manos por lo que acaba de hacer. Un autobús para ante él. Entra oyendo la voz de quien sale por la otra puerta gritando al teléfono “¡Usa el extintor!”. El conductor hace bailar un palo en la boca mientras toquetea la radio con la mirada perdida. Busca asiento sintiéndose observado. Se preguntarán cómo se rompió la camisa. Al sentarse se ve ignorado. Detrás alguien gimotea. Enfrente, un chico besa ensimismado el colgante de un cordón. El volumen de la radio sube sensiblemente. Suena «Carmesí y trébol». Cierra los ojos. Sonríe.
Por completo
El extintor estaba en una zona accesible, el nivel de decibelios permitía bailar a los clientes sin molestar a los vecinos, el cuarto de limpieza cumplía la normativa, incluso el palo de la fregona era anatómico. El inspector comprobó el cordón de seguridad mientras subía las escaleras, y una vez fuera le dijo al propietario que no se preocupase por las chicas, aunque la mayoría fueran menores de edad y no tuvieran papeles, no le negarían la licencia, hasta el trébol que habían plantado en el jardín era ignífugo por completo.
Quizá
Los ojos ya eran del color de un extintor, las pezuñas apenas tocaban el suelo, obligándole a bailar continuamente. El cuerpo tenía marcas del jarabe de palo recibido. El cordón no cedería nunca, era de tractel. De encontrarse con un hombre habría ladrado un último porqué. Pero solo pasó una liebre y Husain cerró los ojos y dejó de bailar para poder salir tras ella. Como la poesía y algunos boxeadores, la maldita liebre nunca estaba donde el galgo suponía, tuvo que zigzaguear sobre los campos de trébol y perseguirla hasta el horizonte o quizá un poco más lejos.
Los hilos del destino
Entré en la sala con algo de prisa, rodeando el extintor que a mi paso se encontraba. La clase a punto de empezar, y allí estaba ella, esperándome para bailar. Con paso ligero me dirigí hacia su encuentro, más tieso que un palo y con nervios que delataban mi emoción por volver a verla. ¡Más que danzar flotábamos! Y ya no importaba si era lunes, febrero, marzo o si otra vez tenía el cordón de la zapatilla desatado. Solo podía pensar… como un trébol en mi vida. ¡Qué suerte la mía por haberla encontrado!
JURAMENTO
Como el extintor no funciona, tendremos que dejar de bailar, anunció el octogenario presidente, con una tristeza infinita, ante la asamblea de jubilados que esperaba mejores noticias después de la inspección a su local. El mayor de todos, don Eduardo, tomó el palo que usaba de bastón y se fue con una pena tan grande que no le cabía en el alma. Tanto así que, en casa, buscó un cordón largo y fuerte para rodear su cuello, e intentar darle la forma de un trébol. Si no bailaba, por lo menos aprendería a hacer lazos, se juró.
CATRINA
Aquí estoy, mirando el extintor mientras pienso en bailar, contigo claro.
Escucho de fondo el sonido uniforme y lento de un palo contra el suelo.
Solo tuve un instante para girarme antes de mi último aliento, lo último que vi fue un cordón negro, al cuello de una túnica negra.
Si hubiera sabido que esto iba a pasar tan pronto, le hubiera pedido a ese trébol de cuatro hojas verte por última vez.
Qué insensata, me creía con todo el tiempo del mundo, y el mundo se me fue en cinco frases y un sueño.
«Volver»
A pesar de su edad, ni con el extintor podrían apagar su fuego interno desde que la vio. No existían los años pasados, ella seguía irradiando belleza y magnetismo. Nada podía detenerlo para sacarla a bailar, ni el recuerdo del palo que les dio la vida. Cuando sonrió, ambos estiraron del imaginario cordón rojo que volvía a unir sus vidas. En su vestido lucía el trébol de plata que le regaló treinta años atrás. Quiso el destino que en ese brillante instante sonara una canción de Gardel: “Volver”.
EL MEJOR PROTECTOR.
Pensando en el sol de verano que quemaría su piel, introdujo el extintor en el bolso en lugar del protector junto con la botella de agua y la toalla. Ya en la playa, muy lejos de la música para evitar bailar, hundió el palo de la sombrilla en la arena y con un cordón que llevaba en su muñeca recogió su cabello. Echada sobre la toalla, un sonido inesperado interrumpió su pensamiento. Vio de reojo un hombre cubierto de un polvo blanco que se alejaba corriendo, dejando sobre ella una nube en forma de trébol. Al verla le sonrió agradecida.
El maleficio de la desidia
Las llamas cenicientas no sufrieron la amenaza del extintor.
Aquel inútil día el operario estaba pensando bailar con su mujer en la verbena de la plaza.
En lugar de realizar la sustitución anual del aparato, recogió un palo tirado en el pasillo y se ató el cordón del zapato izquierdo.
Para María el tiempo se inició como una bomba programada. El trébol de cuatro hojas que había encontrado en el jardín no fue un buen augurio.
Cuando escuchaba la lejanía de la orquesta sintió las llamaradas en su puerta. Intentó detener aquella hoguera. La botella roja estaba averiada.
Gracias a Dios
Cuando terminó de usar el extintor no fueron muchos los destrozos, pero sí la mercancía dañada, como para bailar, fue un palo. Una vez más un infortunio, “que se le va a hacer, a levantarse de nuevo”. Necesitaba alivio y buscó su Mano de Fátima con el cordón roto, aunque iba a necesitar un trébol de cuatro hojas. “No hay que perder la esperanza, Dios aprieta, pero no ahoga” e imploraba que la maquinaria no estuviera dañada mientras limpiaba el estropicio, “de esta salgo” se decía a sí mismo…, no era la primera vez que tendría que partir de cero.
Llámale Torpe
Arrancó el extintor, sin dejar de bailar, con el palo del billar. El barista se llevó las manos a la cabeza. No fuera suficiente, el cordón de un zapato se le hizo un trébol con el cordón del otro y alrededor del mismo palo, llevándole a dar un giro inesperado, ya bien lejos de lo que se dice bailar. Finalmente, entre amigos boquiabiertos, tropezó con el extintor y por sorpresa, incluso suya, acabó cayendo exactamente entre sus brazos. Seis meses después ya vivían juntos.
Espiral de juego
Agarrar el extintor no apagará la llama que arde en mi interior, la emoción que albergo me incita a bailar. Hacía tiempo que no me sentía así, hoy ganaré la partida.
Observo a mi oponente, su probabilidad de salir victorioso es bastante limitada. Todas mis cartas son del mismo palo, una escalera de color asegura mi triunfo. Agacho la cabeza para atar el cordón de mi zapato, y al levantar la mirada, diviso un trébol; suspiro abatido, una escalera real permanece sobre la mesa. Fracasé de nuevo, pero me mantengo sereno porque mañana alcanzaré la victoria.
Danza de fuego
Cuando su padre compró un extintor, la niña, atraída por el color rojo brillante del cilindro lo hizo su compañero de juegos. Bailar era su pasión y el cilindro reemplazó el viejo palo de escoba en sus giros por la sala. Soñaba con ser una heroína danzando y apagando llamas.
El crepitar del fuego y los gritos la despertaron. Tomó el extintor y se enfrentó al cordón de fuego que trepaba por la quebrada consumiendo flora, fauna y personas. Apretó el gatillo, la serpiente amago retroceder y luego se la llevó en un danzante trébol de pavesas y humo.
Ahora que terminó el concurso dejo otro relato con las mismas palabras, no quise crear confusión:
Precauciones
El accidente fue tremendo. Siempre supe que la vida estaba llena de riesgos y también que se debe tener mucho cuidado. Hay que apagar el gas al salir de casa, tener un extintor o dos. Evitar correr y bailar; esto es fácil, dicen que tengo patas de palo. Caminar al trabajo, nunca tomar el autobús. Usar zapatillas sin cordón. Llevar un trébol en cada bolsillo. Y, sobre todo, no distraerse en la calle pensando en estas cosas. La lista se alarga porque las precauciones nunca son suficientes. ¿Verdad doctor?
¿Qué apaga un amor verdadero?. ¿Qué clase de inimaginable extintor? No, no hablo de ese amor de canciones pegajosas y un bailar inconsciente de adolescente obnubilado. Hablo de ese que supera la pérdida. Del que hace del error un abrazo y del grito un susurro al oído. Ese que es un palo clavado e inmóvil en medio de las dunas del desierto. El que une a las personas tal que un cordón umbilical. Ese que ha hecho que tú y yo encontremos un trébol de cuatro hojas para superar el cáncer y el suicidio.
CORTO DE VISTA
Desde la ventana del otro lado del patio, Jaime observaba a su compañera de oficina besarse. El rostro dichoso de María, asomaba intermitente tras el cajetín del extintor colgado, objeto que parecía obcecarse en ocultar al afortunado.
Sin lograr ponerle cara, su tiempo de descanso se agotaba, mientras veía a la chica ahora bailar. Harto, el empleado les lanzó un palo que vio a mano. Del ímpetu, una anilla del cordón de sus gafas se salió, cayendo estas al fondo del patio.
Jaime entonces vio a su rival, borroso, asomándose.
Las cañas en el Trébol con María se habían terminado.
AVISO CLASIFICADO
Viuda busca cumplir fantasía con joven muchacho vestido de bombero. Se proveerá de vestimenta y EXTINTOR una vez llegado al sitio acordado. Requisitos: Discreto. Que sepa BAILAR. Traer PALO y CORDÓN. Interesados comunicarse al 345643410, preguntar por «TRÉBOL».
El coleccionista
A través de mi persiana vi como la vecina agitaba un extintor y rociaba al marido en toda la cara. Este, al perder la noción del espacio, comenzó a bailar como un trompo y se precipitó al vacío.
Momentos después, el palo de agua que cayó sobre el inerte cuerpo del fallecido no impidió que las fuerzas del orden pusieran el típico cordón de “Policía, no pasar” alrededor de todo el jardín, zona de improvisado mortuorio.
Ni las espigas de trigo, ni el trébol de cuatro hojas o la herradura salvaron al vecino, coleccionista de amuletos sin suerte.
Lo he vuelto a publicar porque cometí una errata en la palabra herradura.
VIAJE DE TRABAJO
Lo que me enamoró de ti fue tu agilidad para esquivar aquel extintor puesto a traición en el pasillo del hotel. Volvíamos de bailar junto al resto de compañeros, y al regresar a las habitaciones mostraste grandes reflejos para sortear el obstáculo sin dejar de mirarnos. Al día siguiente fue un “palo” madrugar, pero mereció la pena porque aquella noche habíamos creado nuestro particular cordón umbilical, ese que nos mantiene unidos desde entonces. No es fácil encontrar un trébol de cuatro hojas como tú, pero aún sin tener garantías, siempre hay que estar preparado por si aparece.
EL SUSURRO DE LAS LLAMAS
Maldita borrachera, no pude utilizar el EXTINTOR. El fuego lo arrasó todo. Yo había comenzado a BAILAR sobre la mesa, éramos cinco. Recuerdo que alguien tenía un PALO con un CORDÓN y un TRÉBOL de cuatro hojas. Quien lograse cazar el trébol con la boca, ganaría un cóctail.
Había mucha gente en la fiesta. Tú te veías hermosa, vestida de encaje negro. Y fuiste la primera en dejar de respirar. No pude ayudarte, estaba demasiado borracho. Me mata esta culpa.
Un sonido me despierta.
–Llegamos a la fiesta –me dicen.
Tú estabas allí, hermosa, vestida de encaje negro.
EL CHICO DEL CALENDARIO
El chico moreno del mes de marzo del calendario de bomberos, el teniente cuya imagen le quitaba el sueño, estaba allí.
Recordaba su sonrisa franca, los profundos ojos color carbón, los fornidos brazos desnudos tatuados que sostenían un extintor multicolor.
A pie de foto, el nombre: Daniel.
Carmen, a punto de bailar, lo vio sentado en la barra pidiendo un palo mallorquín.
Ilusionada, se acercó, pero el cordón desatado del zapato la hizo tropezar y caer al suelo.
Sorpresa, vergüenza, gana de llorar.
Desorientada, vibró cuando reconoció el trébol tatuado en los dos fornidos brazos desnudos que cuidadosamente la levantaban.
EL CHICO DEL CALENDARIO
El chico moreno del mes de marzo del calendario de bomberos, el teniente cuya imagen le quitaba el sueño, estaba allí.
Carmen recordaba su sonrisa franca, los profundos ojos color carbón, los fornidos brazos desnudos tatuados que sostenían un extintor multicolor.
A pie de foto, el nombre: Daniel.
A punto de bailar, lo vio sentado en la barra pidiendo un palo mallorquín.
Ilusionada, se acercó, pero el cordón desatado del zapato la hizo tropezar y caer al suelo.
Sorpresa, vergüenza, gana de llorar.
Desorientada, vibró cuando reconoció el trébol tatuado en los dos fornidos brazos desnudos que cuidadosamente la levantaban.
Talismán de ilusiones
La noche transita sigilosa por la ciudad a horas de festejar su fundación. Ingresa al teatro por una rendija de luz. Toma asiento. Observa una figura que revisa todos los rincones; iluminación perfecta, cero granos de polvo, el nuevo extintor.
Con su proceder obsesivo, dejo impecable. Ahora descansa arriba del escenario. Decide bailar un vals. Proyecta fantasmales sombras sobre el telón. Saca de utilería un palo como batuta, inicia su concierto. Sueña su nombre en las invitaciones adornadas con finísimo cordón para el estreno: El trébol, talismán de ilusiones. De pie, aplaude a la supervisora. Piensa: “Vale trabajar y divertirse”.
EL TRÉBOL
– ¡Fuego! -gritó
– ¡Extintor!
Habían ido a bailar.
Mientras la música tronaba corrieron aterrados hacia la salida de emergencia sin saber que estaría encadenada.
Se agolparon.
Faltaba el aire.
Sobraba el miedo.
Con un palo rompió la ventana del baño. Saltó.
Tirado en el cordón de la vereda, lloró.
Al «Trébol» nadie entraría gratis ni se iría sin pagar, pensó al encadenar la salida de emergencia dejando sólo una puerta de entrada.
Aunque su arrepentimiento no reviviría a los trescientos jóvenes, ni su dolor abrazaría a sus madres, condenado a perpetua, su alma hecha cenizas bendeciría al flamante rescatista.
Lo inesperado
En un apartado rincón de la sala, un extintor oxidado yacía oculto entre la oscuridad y el polvo. A su sombra, una pareja se balanceaba suavemente al son de una melodía distante. Ella, vestida de rojo escarlata giraba y se balanceaba bajo las luces parpadeantes, mientras él, con un cigarrillo en la mano, la observaba con asombro. De repente, un chisporroteo rompió el momento. Cerca del cable deshilachado, una pequeña llama bailaba. Rápidamente, él tomó un palo cercano y lo utilizó para extinguir las llamas. Riendo nerviosamente, continuaron su danza improvisada, deleitándose en la emoción inesperada causada por la adrenalina.
Lamento mis errores, he publicado el relato nuevo y corregido.
Le gusta bailar
Escondida detrás del extintor, ve como todos sus compañeros entran por fin en clase. Le gusta la escuela, aunque durante la clase de música prefiere bailar por los pasillos y marcar el ritmo repicando en las paredes con un palo, en vez de descifrar pentagramas. Si se le enreda algún cordón, como ahora, sonríe, porque ya ha aprendido a atárselos bien. Se agacha y ahí, en la esquina donde el hormigón la separa del patio por una cristalera, ve un trébol arriesgado y verdísimo. No le hace falta contar las hojas. Le gusta la escuela. Y le gusta bailar.
Lo inesperado
En un rincón de la sala, un extintor yacía oculto entre la oscuridad y el polvo. A su sombra, una pareja se balanceaba suavemente al son de una melodía distante. Ella, vestida de rojo giraba y se balanceaba bajo las luces parpadeantes, mientras él, con un cigarrillo en la mano, la observaba con asombro. De pronto, un chisporroteo rompió el momento. Cerca del cable deshilachado, una pequeña llama bailaba. Rápidamente, él esquivó el cordon policial y la apagó. Riendo nerviosamente, llevaron su danza improvisada al patio donde pisando los tréboles, se deleitaban en la emoción inesperada causada por la adrenalina.
El trébol y la pasión
Milagros Pereira
Como con un extintor, cada uno trataba de apagar su propio fuego. Entre tanto, mientras yo presumía bailar con fuerza, más ardía mi cuerpo por dentro. Quise atarme a un palo con un cordón para no sucumbir, como Ulises atado al barco ante el canto de las sirenas. Por suerte en ese momento encontré la salvación, un trébol de cuatro hojas. Lo puse en tus labios y lo apreté con los míos. Así, flameamos en una sola llama los dos.
TRAMPAS AL PÓKER
Él fue con todo: un extintor de mano cogido prestado del camión de su padre, la promesa de bailar con ella en la fiesta de fin de curso, un palo de lluvia recuerdo de Brasil y una pulsera de cordón trenzado que le había hecho su madre. Ella se apostó un beso. Él aceptó y enseñó doble pareja de reyes y cincos. Ella mostró solo una pareja de ases: picas y trébol. Cuando él se inclinó y cerró los ojos para recibir su premio, ella deslizó con disimulo el as de corazones entre las cartas esparcidas por la mesa.
UNAS INICIALES CON HISTORIA
Lo acabo de escuchar en la radio. “Encontrada asesinada una mujer en un pueblo de Córdoba”. La golpearon con un extintor, abandonándola después cerca del río. No decían nombre, solo unas iniciales: B.D.G. Y su edad: 32 años.
Me quede paralizado…. era ella.
Yo conocía a Beatriz. Nos vimos durante las fiestas de Lucena. La invité a bailar una sevillana, era el palo del flamenco que mejor se me daba.
Termino la semana y al despedirnos, se desabrochó el cordón con un trébol que llevaba al cuello y me lo entrego.
Con el colgante en la mano, llore en silencio.
Mejorando lo presente
Soy similar a los de mi especie aunque más corpulento que la mayoría y eso les causa envidia. Sorprende el contraste de trato con aquellos otros seres, tan diferentes, siempre halagándome y llevándome consigo a todas partes. Ayer, en el concierto, me pusieron junto al extintor y empezaron a bailar. Yo estaba allí mirándoles, apoyado sobre un palo, hasta que uno se pisó el cordón de sus zapatos, cayó al suelo y casi se rompe la cabeza. Sonrió al levantarse, me miró y dijo: «¿Entiendes ya por qué estás aquí, ‘cuatro hojas? Sin duda, eres mi trébol de la suerte».
Prueba final
Mientras realizaba un grand jeté se golpeó la punta del pie con el extintor de la sala. El dolor agudo casi la paraliza, pero bailar lo era todo, no abandonaría por un contratiempo. Vio cómo la profesora movió su palo levemente, esperando el final. Aunque siguió, y al ejecutar las piruetas de rigor el cordón del tutú empezó a aflojarse, si caía se acabó. Debía concentrarse en algo, y lo encontró, un trébol que adornaba la gorra de su compañero fue el clavo ardiendo para finalizar la prueba.
Cuando miró su calificación pensó que la adversidad le sentaba muy bien.
Nostalgia
Habíamos recorrido toda la casa haciendo el amor.
Recuerdo el día que el pequeño extintor de la cocina cayo de su soporte, frustrando nuestro encuentro.
Nos gustaba bailar y recorrer la sala, inventando pasos, haciendo que la velada estuviera llena de risas.
Adoraba los momentos cuando dibujaba con un palo, en la arena, un enorme TE AMO.
En ocasiones nos sentábamos en el cordón de la vereda, solo para ver la gente pasar.
Así era nuestra vida. Feliz.
Hoy él ya no está.
Solo me queda el tatuaje que nos hicimos. Un hermoso trébol con nuestros nombres en él.
El trébol
Desde que presencié aquel incendio, allá donde voy necesito localizar algún extintor. Y en esta discoteca lo vi nada más entrar. Un instante después comencé a bailar recorriendo la pista de un extremo a otro: salsa, merengue, reggaetón… No me dio palo que todos me miraran mientras me ataba el cordón que casi me hace tropezar y perder el equilibrio. La noche fue divertida y bailona. Salí al amanecer, y de camino a casa, un trébol de cuatro hojas crecido al pie de la carretera, salió a mi encuentro. Entonces pensé: «hoy puede ser un gran día, duro con él».
VIEJO
No sé porqué allí hay un extintor. La edad de los sofocos ya pasó. Entiendo que haya un desfibrilador para cuando nos ponen a hacer gimnasia o a bailar… Siempre tuve pata de palo para el baile. Igual ahora sólo uso pantuflas. Me resulta complicado atarme el cordón de los zapatos. Hierba, cinco letras, dijo mi compañero de mesa que se pasa haciendo crucigramas porque es bueno para las neuronas. Trébol, contesto. No, tiene seis. Pensé en las hojas. Tiene tres. Es que a veces confundo letras, hojas y números. ¿Por lo menos recuerdas tu nombre? Sí, claro: Viejo.
… del verde al rojo.
… del verde al rojo
Descubro la mancha, profundamente roja, al final del pasillo, delante de la habitación 532, el extintor había destrozado la cabeza de Alejandro. Bailar conmigo se había convertido en su último recuerdo.
Su bastón, de palo santo, que tanto me gustaba, reposaba cerca del cordón con borla de la cortina brocada, siempre tuvo mucho gusto para sus cosas.
Disimulo una sonrisa al abrir mi mano. En el ascensor, una mujer de ojos inquietantes, me había pasado un trébol de cuatro hojas: guárdalo con fuerza entre tus manos – me susurró – pide un deseo, recuerda, la esperanza va del verde al rojo.
La sartén estaba ardiendo, Marta cogió el extintor y consiguió apagarlas, estaba tan nerviosa que para destensarse decidió ponerse a bailar y usar el palo de la escoba como micrófono. Un charco apareció bajo sus pies. Era demasiado pronto, estaba de 35 semanas. Se tumbó y respiró como le habían enseñado. Empezó a empujar y vio que solo el cordón umbilical le unía con Lucía. Alcanzó unas tijeras y apretando el colgante en forma de trébol que su abuela le regaló, fue capaz de separarse del bebé y coger así en brazos a la mayor suerte de su vida.
Si alguien quiere arruinar la fiesta, solo tiene que llamar a Guillermo Gutiérrez por su nombre. Por eso todos aquí le llamamos Oldgus.
Cada noche llega y se coloca bajo la señal del extintor. Se dedica a beber ignorando la música mientras el resto se dedica a divertirse y bailar.
Mejor tener cuidado con él. No es que sea mal tipo, pero se volvió desconfiado la noche que le dieron el palo, por mucho que quiera atribuirlo a que se desprendiera del cordón aquel trébol de cuatro hojas que llevaba siempre encima.
Sin tapujos
– Pues yo de mayor voy a ser extintor.
– ¿Bombero? -preguntó su compañero de pupitre.
– Nooo. Ex-tin-tor, para extinguir tooodas las injusticias
– Entonces, ¿no quieres ser bailaor como yo? -le reprochó.
– ¡Me niego a bailar el agua a nadie!
– A mi también me da palo, pero ¡es lo que sé hacer! Toma, mi amuleto de la suerte -le dijo, extendiéndole un cordón del que colgaba un trébol de cuatro hojas- para que tú no te extingas.
Amanecer en El Hogar
Alzando el vuelo sobre un extintor, comencé a bailar entre la maleza cual divertida bruja en su palo de escoba, apaciguando el fuego que impedía a mis niños avanzar.
Ilusionados, decidieron seguir mi estela en una marcha acompasada con un canto al unísono: <>.
Y, entonces, ¡lo vi! ¡El cordón de plata! Un mágico hilo de luz que en conexión con sus almas iluminaba el camino que pisaban.
Me despertó mi compañera ofreciéndome una taza de café en la que tres hojas impresas conformaban un trébol:
– Amor, Esperanza y Fe -sonrió-. Hoy llegan tres chicos nuevos.
Hay un error de transcripción. Lo he vuelto a publicar, una vez corregido a las 19:16h.
Amanecer en El Hogar
Alzando el vuelo sobre un extintor, comencé a bailar entre la maleza cual divertida bruja en su palo de escoba, apaciguando el fuego que impedía a mis niños avanzar.
Ilusionados, decidieron seguir mi estela en una marcha acompasada con un canto al unísono: <>.
Y, entonces, ¡lo vi! ¡El cordón de plata! Un mágico hilo de luz que en conexión con sus almas iluminaba el camino que pisaban.
Me despertó mi compañera ofreciéndome una taza de café en la que tres hojas impresas conformaban un trébol:
-Amor, Esperanza y Fe -sonrió-. Hoy llegan tres chicos nuevos.
Hay un error de transcripción. Lo he vuelto a publicar, una vez corregido a las 19:16h.
Amanecer en El Hogar
Alzando el vuelo sobre un extintor, comencé a bailar entre la maleza cual divertida bruja en su palo de escoba, apaciguando el fuego que impedía a mis niños avanzar.
Ilusionados, decidieron seguir mi estela en una marcha acompasada con un canto al unísono: «Esos ojos negros».
Y, entonces, ¡lo vi! ¡El cordón de plata! Un mágico hilo de luz que en conexión con sus almas iluminaba el camino que pisaban.
Me despertó mi compañera ofreciéndome una taza de café en la que tres hojas impresas conformaban un trébol:
-Amor, Esperanza y Fe -sonrió-. Hoy llegan tres chicos nuevos.
Enamorados
Celos ajenos querían que el extintor de la envidia apagara el fuego del amor que habíamos construído juntos. Nuestra unión resistía a la inseguridad y a todas sus amigas, que se disolvieron en el aire con el tiempo y nos permitieron bailar de amor. Esta situación la disfrutamos aún más durante el camino que a cada paso nos iba regalando la vida. Marcando cada momento con un palo representando a un lapis, el cual dibujaba los pasajes variados que vivíamos. Nuestros lazos se fortalecían como un cordón de acero viendo al trébol que nos daba fortuna, prosperidad y protección infinitas.
AZAR
«Tu canción» hizo las veces de extintor, apagando el fuego de «Arde» y llevándome a Eurovisión, a cantar, y no a bailar… a pesar de lo que dijera aquella letra.
El resultado final fue un tremendo palo. Todavía recuerdo lo que les dije a los medios: «El puesto es una mierda, pero no pasa nada».
Pero pasó. Fue terminar la actuación, cruzar el cordón policial y llegar a mi camerino, cuando lo vi; inexplicablemente, por debajo de la puerta asomaba un trébol de cuatro hojas. Entonces, supe que la suerte estaría siempre de mi lado… hasta hoy.
Amaia
MALA SUERTE
Las cuatro aspas de la hoja, cayeron sobre un extintor.
Él las recogió.
Y mientras se veía bailar por el televisor, a una comediante, con un palo y un cordón, su tío, el venido a Camboya, lo ató otra vez.
En esta ocasión, no lo vejó rápidamente; lo desnudó, y lo obligó a tocarse por donde orina.
Cuando todos sabemos que ocurre cuando uno soba y soba, el semen puro del infante, cayó sobre su trébol que había encontrado en un jardín cercano.
Definitivamente, no fue un trébol de la buena suerte.