Fundación Cinco Palabras

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CINCO PALABRAS DE NACH SOLIS

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El pasado 13 de septiembre tuvimos el placer, gracias a Brígida de Fez, de ver un impresionante corto de los que se meten en la piel y avivan las emociones, “Paris 70”, con un conmovedor guión del escritor guionista, Nach Solís.
El Vídeo Forum tuvo lugar en la Asociación AFADEMA Asociación de familiares y personas afectadas por la enfermedad de Alzheimer y otras demencias neurodegenerativas de Madrid, con su directora Virginia Silva y la moderadora Brígida de Fez.
AFADEMA será una de las causas de Cinco Palabras en este año 2024.
El cineasta catalán Dani Feixas estrenó el pasado 31 de marzo su cortometraje Paris 70, que ha logrado 47 premios entre las secciones oficiales de los festivales más prestigiosos de España, situándose como el corto más premiado del año.

NACH SOLÍS

Estudió medicina especializándose en oncología radioterápica, pero dejó la profesión en 2022. En 2016 recibió una beca para estudiar la Diplomatura de Guion de cine y televisión en el Instituto del Cine Madrid y en 2021 finalizó el Máster en guion de series de ficción de la ECAM.
En los tres últimos años sus guiones de corto, largometraje y series han sido seleccionados en más de treinta convocatorias, algunas de ellas apoyadas por el Programa Ibermedia y Europe Creative Media. Ha sido finalista en la residencia «Canneseries Talent Unlimited» con la serie «Rubio cenizo».
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En 2022, dentro del TorinoFilmLab, Nach Solís fue el único guionista de nuestro país seleccionado en este laboratorio, que busca «los diez mejores talentos emergentes en la nueva escritura dramática». En él desarrolló durante un año la serie “The freezing point” junto a cuatro guionistas europeos.
A finales de 2022 estuvo en la Residencia de Escritura de Guion Cinehorizontes del Festival de Cine Español de Marsella, donde desarrolló el largometraje “Los reyes del Clevs».
En 2023 ha triunfado con el guion de París 70 que aborda el duro tema del Alzheimer. El corto está nominado a los Premios Goya y Forqué

Con el guion de Nach Solís, el corto está producido por Alba Forn y Daniels Feixas, donde abordan una historia  de amor familiar entre un hijo y su madre enferma de Alzheimer, presentado un viaje emocional a través de los recuerdos y las vivencias de una familia. Una historia sobre el final de la vida pero también emocionalmente cautivadora e inspiradora, que no solo llega al corazón sino que también rinde homenaje a los enfermos del Alzheimer y, sobre todo, a las cuidadores y cuidadores de pacientes con enfermedades degenerativas, quienes suelen ser los más olvidados.

Desde Cinco Palabras les deseamos mucho éxito para el 10 de febrero en los Premios Goya.

El pasado 19 de diciembre, los espectadores del Teatro Victoria tuvieron el placer de ver este magnífico documental y el cuento de  Los Reyes Magos y la Becaria, de la escritora solidaria Claribel Aránega, durante el Concierto Benéfico, El Canto del Cine, que ofrecimos con la Coral Cantoría.

Las Cinco Palabras del mes de febrero de Nacho Solís son ...

¡Gracias Nach por darnos tus Cinco Palabras y mucha suerte!

Escribe tu relato solidario siguiendo las siguientes normas.

1. Extensión máxima 100 palabras. 

2. No se cambiará la posición de las palabras.

3. No se modificará el género ni el número de las palabras proporcionadas.

* Se eliminarán los relatos que no cumplan las normas.

NOTA: Nos reservemos el derecho de la publicación de los relatos. Se eliminarán relatos ofensivos o insultantes hacia cualquier país, pueblo, animal o personal que puedan herir la sensibilidad del lector.

¿Quieres que tu relato solidario participe en nuestro concurso?

La Asociación Cinco Palabras, desde su nacimiento en 2013, ha puesto a disposición del público el juego literario de microrrelatos de Cinco Palabras. Cada semana se publicaban en su página web cinco palabras regaladas por alguna personalidad relevante para la Asociación para que los escritores solidarios escribieran sus relatos según las siguientes reglas:

1. Incluir las cinco palabras publicadas semanalmente a través de la web – manteniendo el orden en que se han ofrecido – sin modificar género ni número

2. Extensión máxima: 100 palabras

3. Idioma: español

Este juego literario ha sido una herramienta para dar difusión, no solo a los propios escritores y sus relatos, sino también a las causas mensuales con las que la Asociación ha estado colaborando. En marzo de 2023 la Asociación Cinco Palabras se transforma en la Fundación Five Words, que pretende dar continuidad a la labor realizada por la Asociación en sus 10 años de vida, manteniendo su Misión de “Hacer un mundo más digno a través del Arte”. En coherencia con este objetivo, la Fundación Five Words (en adelante, la Fundación) pone en marcha este concurso de microrrelatos, para fomentar la escritura y promocionar a los escritores que, a su vez, con sus relatos, ayudarán a la difusión de las causas solidarias mensuales de la Fundación. El Concurso mantendrá las reglas del juego literario antes detalladas y constará de dos fases: mensual y final. La primera edición de este Concurso dará comienzo el día 1 de abril de 2023 y finalizará a las 23.59 horas del 29 de febrero de 2024 (hora peninsular española). El premio está dotado con 5000 euros, distribuidos de la siguiente forma: 

2.000 € en metálico

para el ganador

3.000€ para una causa solidaria

que el ganador elija

La participación en el Concurso implica la plena aceptación de las bases que a continuación se detallan.

410 comentarios en “CINCO PALABRAS DE NACH SOLIS”

  1. INMACULADA JIMÉNEZ CAMPOS

    Título:
    Su Memoria

    Más allá del tiempo y la distancia hay un espacio repleto de SILENCIO que en ocasiones lo llena todo. Pero hay que buscar en la MIRADA de ese ser tan querido, para encontrar a la persona que fue un día y devolverle la DIGNIDAD perdida pues el ALZHEIMER se la arrebató. Cada día comparto recuerdos con él , encuentro un sinfín de momentos vividos y me gusta pensar que soy su memoria.
    Mirando atrás tengo tanto que agradecerle y solo puedo hacer una cosa, me acerco a su oido y con un leve susurro le digo: te AMO papá .

    1. Guardábamos silencio mientras observábamos como cambiaba torpemente de mano los tenedores, como si no supiera usarlos. Dirigí una mirada suplicante a mi hijo, su madre merecía respeto a su dignidad. No podía permitir la guerra absurda de los últimos días. Le había costado tomar la decisión de sincerarse, pero la noche anterior se atrevió a intentar atravesar la coraza que como buen adolescente se había construido su hijo. Ojalá que ambos aprovechasen la oportunidad de devolverle a Marisa todos los cuidados que ella les había regalado antes de que el Alzheimer se convirtiera en el amo de sus recuerdos.

      1. Eva, no se publican relatos en respuesta a otro, como has hecho, solo comentarios a ese relato o autor. El relato se publica al final de todos los relatos. Gracias

  2. UNA ILUSIÓN

    Acaban de dar las 8:00 de una mañana fría. José espera en silencio intentando exhalar el vaho en círculos. Como cuando fumaba. El autobús del centro se detiene en la parada habitual y bufa antes de abrir sus puertas. José sube calculando sus pasos. Son asientos asignados y el suyo está cerca del conductor pero enseguida su mirada la busca y la encuentra en diagonal, como siempre. Saluda con una maniobra torpe y llena de dignidad que requiere toda su concentración.
    A ella el Alzheimer todavía le permite sonreírle e incluso formar con sus labios las palabras “Te amo”.

  3. LA CALIDAD DE LO INTANGIBLE

    El silencio acalla los interrogantes del vínculo que nos une; las dudas se disipan cuando su mirada acaricia la mía.
    Redactamos la mejor novela de aventuras con la dignidad por título de cada capítulo. Jamás atravesamos una puerta sin ojear, desde la distancia, las siguientes páginas.
    El alzhéimer mantiene presente su cuerpo, pero no su alma; de forma equivalente a las palabras más arcaicas que, en el olvido, vivirán eternamente plasmadas en libros. Amo todos sus signos de puntuación y le acompañaré hasta que el punto y seguido inspire y expire mudando a punto final.

  4. Valiosos Recuerdos

    El silencio de su mirada perdida me confundía,mientras el tiempo pasaba lento y vacío en aquella sala de reunión.
    Dos tazas de té humeante dibujaban en el aire pequeñas danzas que lograban atraer mí atención y romper el monótono encuentro .
    Me sentía incómoda ,sin dignidad.El Alzheimer que sufría mí abuela ,parecía acusarme de ser una inútil desconocida.
    No me dejé abrumar y escuché lo que dictaba mí sangre.Había muchos valiosos recuerdos que necesitaban ser expresados.Entonces entre risas y lágrimas tomé con cariño sus manos,bese su frente y le dije Gracias Abuela por estar.Te amo.

  5. PACIENCIA

    El silencio siempre precedía una mirada perdida en la nada de un mundo que solo su mente entendía. Involucionando en todos los aspectos, sin tan siquiera poder seguir el hilo de una frase o cómo llegar a aquel baño que tanto le costó pagar y estaba en la habitación contigua.

    Su nuevo idioma me hacía entender que su dignidad se perdía en cada pañal cambiado, aunque a mí me causara ternura e indignación a partes iguales. El Alzheimer y la injusticia habían llegado en su día para quedarse, cual amo de la Edad Media, duro, sin piedad y muy cruel.

  6. TRANSFORMACIÓN
    Estabas en silencio. Con la mirada perdida, como siempre.
    De repente dijiste: — ¿Qué habrá sido de Juanito?
    —¿Qué Juanito?
    —Juanito, mi hijo.
    ¿Cómo continuar la conversación sin herir tu dignidad mostrándote que no reconoces a tu hijo?
    —Querrás decir Alfredo, tu nieto.
    —No. Yo sé quién es Alfredo, tu hijo. Yo digo Juanito.
    —Yo soy Juanito, tu hijo.
    —No. Tú eres Juan grande. Quisiera ver al chiquito.
    ¿El Alzheimer te habrá dado la sabiduría de notar qué ya no soy el mismo?
    Ahora el pasado es tu amo.

      1. ¡Muchas gracias Alexa!
        Su cuento está muy bonito también. Usamos la palabra amo en el mismo sentido, como sustantivo, y no como verbo.
        He leído varios de los relatos y veo que varios muy buenos.

    1. José Antonio Lopez

      El amigo de mi padre, si ese que se había sacado la lotería, Don Paz, tiene momentos de silencio, su mirada perdida y triste, a veces cuando lo acerco con el automóvil a su casa está muy callado, su esposa no puede hacer las cosas con dignidad, la velocidad del envejecimiento y el alzheimer a hecho mella en esta bellísima mujer, tiene alucinaciones, delirios, no puede manejar los espacios, el otro día entre lágrimas me cuenta que a veces no sabe ni quién es, pero cuánto la amo, la he amado desde que la vi por primera vez

  7. JESÚS CABRERA HERNÁNDEZ

    EL EMBARCADERO
    Lo primero que haga cuando me recupere de esta tragedia será partir lejos, tan lejos que llevaré como único equipaje el silencio que encuentre al cruzar mi mirada con la suya. Saldré del embarcadero de las cinco palabras, lugar de nostalgia y residencia de mi extraviada dignidad.
    Culpable o inocente, ya casi me da igual. Fue el Alzheimer lo que te llevó hasta allí… y la ilusión de oírme decir cosas que nunca sería capaz de pronunciar.
    Y gritaré: ¡Sí, te amo! No será suficiente para resucitarte, pero sí lo último que haré.

  8. Manuela arias estevez

    Un silencio denso, espeso e impertinente cual nube de gas que lo envenena todo hizo de la habitación un lugar inhóspito e irrespirable, cuando leí en su mirada la pregunta: ¿Tú quién eres? ¿Qué haces aquí? No te conozco. Fueron unos segundos, que yo quise desterrar al olvido para no afectar su dignidad ya mermada por fallos de memoria anteriores, pero este está a otro nivel; ha olvidado mi nombre. Yo, el amor de su vida. ¡Te maldigo Alzeheimer! Me estás robando lo que más amo.

  9. JURA EXTRAORDINARIA
    Se recibieron con honores y solo el tintineo de las medallas de oro se escuchó entre el SILENCIO respetuoso.
    El Rector controló los diplomas con la MIRADA y dio inicio al juramento:
    —¿Juráis por su DIGNIDAD y la de cada tejido, desempeñar con responsabilidad las tareas del cuerpo humano?
    —¡Sí, juro!
    —¿Juráis mantener al cuerpo íntegro, aunque el ALZHEIMER quiera apoderarse de sus funciones cognitivas?
    —¡Sí, juro!
    Ni el corazón juraba tanto.
    —¿Juráis no inclinarse ante ningún otro AMO que no sea la propia salud?
    —¡Sí, juro!
    —Sí así no lo hiciereis, que la Sangre os lo demande.

  10. Compañero

    Siempre empezaban el día así. A Don Gustavo le gustaba levantarse temprano para aprovechar el silencio. Dante lo seguía con la mirada mientras ponía la cafetera al fuego y preparaba la avena. Esa mañana, se quedó absorto frente al refrigerador. La alarma de la puerta lo devolvió a la realidad. Se sentó sin perder la dignidad y Dante se alargó a sus pies. Ya había notado que Don Gustavo olía diferente, pero no sabía que era por el Alzheimer. Mientras lamía los tobillos de su amo, lo escuchó decir al teléfono: “¿Tienes lugar para un perro? Es fiel y cuidadoso.”

  11. Violeta Alonso Mañanes

    El director pide silencio, cuenta hasta cero y encuadra la mirada entre sus dedos.

    -¡Corten!

    El asistente andaluz en prácticas, disfruta de su primera experiencia laboral intentando ligar con las actrices, perdiendo un poco la dignidad.

    -«Illa», ¡olé qué arte! Cómo recuerdas «tó». Yo «comparao» contigo tengo Alzheimer, lo «meno».

    -Mira, no te conozco de nada, pero esos son comentarios muy dañinos. No puedes ir riéndote de enfermedades que son muy dolorosas.

    -«Amo» a «vé», que el primero que me río de «mih» «penah» soy yo.

    -Sí, pero por favor; usa la memoria que tienes para recordar tener más cuidado.

    1. Violeta Alonso Mañanes

      Utilizo una forma de hablar específica para poder meter la palabra «amo» con una acepción original. Espero que se entienda así y no como una ofensa.
      Creo en la importancia de dar visibilidad problemas y también en la de narrar algo liviano que esconda un mensaje más profundo. Gracias.

  12. Laura Carvias Carrillo

    «Reflejo efímero»

    Aguardo en silencio hasta que la mujer del espejo me devuelve esa mirada sabia, cada vez más esquiva, de entendimiento. No reconozco la habitación, ni esta ropa tan rara que llevo… «Yo nunca me pondría esto», pienso. Una metamorfosis temporal se produce ante mis ojos y, poco a poco, vuelvo a ser yo. Mi cuerpo se yergue con dignidad. La cabeza alta, la sonrisa grande, la mirada sabedora… Aprovecho para SER, una vez más, la que ERA antes del Alzheimer. Unos instantes fugaces que amo con intensidad, como se aman las cosas que son tan extraordinarias, breves y poco frecuentes.

  13. PRIMERAS VECES

    «La función está a punto de empezar. Rogamos que a partir de ahora hagan silencio y…» «Apaguen sus teléfonos móviles» imitó una voz burlona que venía del asiento de atrás. Me giré y le clavé una mirada que decía «no nos vas a fastidiar la obra, chaval». Mi marido y yo frecuentábamos el teatro, andábamos hacia él despacito y de la mano, con esa dignidad reservada a los ancianos. Veíamos la misma obra varias veces, por una condición de Alzheimer que compartíamos. «¡Amo esto!», reafirmábamos con el asombro de las primeras veces antes de que las luces se apagasen.

  14. Antonio Olmos Belmonte

    El hilo invisible
    El reloj avanzaba lentamente, marcando los compases de una historia que se desdibujaba. En la penumbra de la sala, el silencio, cómplice de los recuerdos que se desvanecían, se volvía reconfortante. Él, con la mirada perdida en el horizonte de los recuerdos, sostenía su mano con dignidad, como último bastión del abatimiento. Su esposa, afectada por el Alzheimer, apenas reconocía al hombre que la acompañaba. Sin embargo, un hilo invisible parecía mantener un vínculo entre ellos cuando él, con voz quebrada, le dijo: «te amo». En ese momento una chispa en su mirada trascendió el olvido y sonrió.

  15. Manuel González Casaus

    LA TÍA MARÍA
    El olvido se adueñó definitivamente de su cabeza. Me siento junto a ella en silencio. No es necesario hablar. Me basta con retener su mano entre las mías. Su mirada perdida en algún punto del horizonte otorga una cierta dignidad a su figura. Siempre tuvo esa elegancia natural, que ni la edad ni la enfermedad han conseguido marchitar. El Alzheimer destructivo se ha convertido en el amo de su vida. En voz baja le digo que la quiero. Por un instante ha dirigido sus ojos hacia los míos, y antes de volver a perderse, me ha parecido que sonreía.

  16. JUAN CARLOS ROVIRA GARCIA

    La lucidez de un instante.
    En el silencio de una habitación observo la atenta mirada de un ser amado. Con sus ojos pequeños, llenos de brillo y alegría, tratando de decirme y manifestarme sus sentimientos, alegrías y miedos.  De que la dignidad de una persona está por encima de sus momentos de lucidez.
    Que el Alzheimer solo es un estado de ver y recordar las cosas de otra manera, aunque no lo parezca así. El sentimiento hacia esa persona que amo compensa cualquier enfermedad que pueda padecer y que va más allá de meros recuerdos.

  17. Lisardo Fernández Conde

    MAMÁ

    Mamá, tu silencio no lo es. No existe, no puede. Lo rompe esa mirada, en la que retumba una dignidad ensordecedora que el Alzheimer nunca te podrá quitar. La veo, y la oigo, y me llena el alma. Y te amo.

  18. Tiranía de la memoria
    Todo era silencio: los pasos recorridos, los rostros familiares, las cartas escritas, las recibidas, el capricho del café por las mañanas, la complicidad de una mirada, los espejos… su reflejo. Ya no le decían nada cuando los encaraba, enmudecieron, se fueron junto con los recuerdos. Con su partida quizá ya nada dolería, su dignidad no se trastocaría, sus heridas sanarían. Pero el Alzheimer se lo llevó todo. No solo el dolor, sino lo amado; se perdió el matiz. Y disímil al ritmo de lo vivido, pronto, el amo pasó a ser esclavo de la tiranía de una memoria que desvanece.

  19. PÉRDIDAS ENCADENADAS

    Cuando el doctor me explicó los resultados, guardé silencio. Había algo en su mirada que me incitaba a poner en duda mi dignidad, porque perder el nombre y apellidos, mi calle, a mi mujer, eran demasiadas pérdidas encadenadas. Pero así de ladrón era el Alzheimer, que robaba las palabras como una maldita carcoma que corroe por dentro. Sólo una permanece intacta. Amo, del verbo amar. Porque a alguien habré querido y seguro que aún me quiere mi mujer. De eso, me acuerdo.

  20. Mónica Gómez Puerta

    Cuando dejé de saludar

    Recuerdo cristalinamente el día que decidí no saludar, así como un reto sociológico secreto. «A ver cómo reaccionan», era mi consigna interna.
    Mi silencio extrañó a algunos, tan simpático como solía ser, procurando siempre a todos una mirada cordial. Yo sonreía igual, pero no me daba la gana de saludar. Levantaba la barbilla, mano a mano con mi dignidad; observaba y escuchaba sus cuchicheos. Uno en especial me molestó sobremanera.
    —No es borde, es que tiene Alzheimer.
    Se equivocan. Se equivocan por completo. Esto es solo un experimento. ¡Soy seco adrede! ¡Soy amo de mis actos!

  21. Jorge Juan Codina Ripoll

    Última consulta

    La gatita, Auguste (todas se han llamado Auguste en los últimos quince años), dormita sobre la cama, a los pies del paciente, aprovechando un momento de silencio nocturno en el hospital de Breslau.
    A Alois se le pierde la mirada. ¿Qué le queda? La memoria: la viuda Cecile estaba tan bella aquella noche en la Ópera de Frankfurt, todo porte y dignidad… Bajo la sábana, las piernas del moribundo bailan un vals que despiertan a la minina.
    —¡Doctor Alzheimer, amo! ¡Tranquilícese! —susurra la gata—. No les queda morfina.
    —¿Crees que me recordarán por lo que los demás olvidan?

  22. Sara Noriega Turatti

    PERDÓNAME

    En silencio observé tu mirada profunda, triste, melancólica. Me pregunté qué desgracia podría haberte arrebatado la sonrisa de tu rostro y la luz de tus ojos. Sin saber quién eras, me trasmitías una ternura infinita y maternal, casi dolorosa. De pronto, lo recordé todo. Tragué saliva y ahogué las lágrimas que pugnaban por brotar de mis ojos, intentando conservar la poca dignidad que me quedaba. ¿Por qué? ¿Por qué el alzhéimer me hacía olvidarte? Daría lo que fuera por poder decirte todos los días lo mucho que te amo. Hijo, ojalá me perdones cuando lo olvide para siempre.

  23. Él

    Pregunto a los cielos por qué y no obtengo sino un ingrato silencio. Me refugio en su vagabunda mirada con toda la fuerza de mis
    buenos deseos y tropiezo con su abrumadora dignidad, la nobleza que siempre lo distinguió. Lamento que el alzheimer no sepa
    respetar su memoria, esa que, al final de los tiempos, consuela como un galardón de reconocimiento de uno mismo, como fuente
    de paz que nos recuerda lo que somos porque fuimos, quisimos, nos quisieron, nos equivocamos y así aprendimos. Susurro en su
    oído que le amo como siempre y callo un “cómo duele este olvido”.

  24. MI SONRISA

    Te miro en SILENCIO. Tu MIRADA perdida lo dice todo. Tus ausencias y tus vueltas a la realidad. A veces lloras tratando de esconderte y mantener la DIGNIDAD (los hombres no lloran), pero yo lo veo. No estés triste. La vida me ha regalado la enfermedad del olvido.
    – Maldito ALZHEIMER, musitas tu.
    Puede que yo no tenga cabeza pero si tengo corazón, y sentimientos, y aunque no sé quién eres, por la forma que me miras, sé que te AMO, y por eso te devuelvo mi sonrisa.

  25. Enamoramiento Ingrato

    Una caverna en silencio, la mirada externa escondida sin juzgar los recuerdos resguardados de la lógica. Mi dignidad preservada. Estoy a salvo, Alzheimer está a mi lado dándole una explicación a este vacío y susurrándome al oído que no estoy sola frente a esta oscuridad.
    De repente la ráfaga de una reminiscencia, la de nuestro encuentro frente a esa profundidad, el día en que comenzamos a caminar juntos.
    Lo amo aunque sé que no es fiel. Un amor inevitable e inexplicable compartido por otras mujeres y otros hombres.

  26. MAMÁ
    La observo comer en silencio. Su mirada, perdida, acompaña cada uno de sus gestos. Coge la cuchara, la llena de sopa y la conduce hacia su boca, siempre con mucho cariño. A pesar de todo, conserva intacta su dignidad. Ni siquiera el Alzheimer ha podido arrebatársela. Ella, que tanto luchó, que trabajó incansable y se levantó cada uno de sus días, a veces con ganas, otras veces sin ellas, pero siempre siguió adelante, con la constancia de un reloj, incesante. Me muero de ganas de decirle: Te amo, mamá. Pero sé que ya no comprende ninguna de esas tres palabras.

  27. Elena Iriondo Gonzalez

    SI ME VES EXISTO
    Dejó de hablar. El silencio marcó el principio de su siniestro declive. Su mirada comenzó a traspasarme. Descansaba sus ojos en el vacío y se quedaba por horas, observando la nada. Parecía que aquella persona que me amó por tantos años, ahora al no verme, me condenaba a la invisibilidad. Desapareció mi dignidad. A pesar del Alzheimer avanzado de mi esposo, me indigné ante su olvido. ¡Te amo!, le gritaba desesperada.
    Una tarde, poco antes de morir, me miró directamente y sonrió. Ese día le permití que se fuera.

  28. NADA

    Un día vendrá en que ya no recordarás nada, en el que una capa de silencio te cubrirá y tu mirada se perderá en el vacío.

    Al principio, olvidabas qué habías comido. Te decíamos que todos teníamos esas lagunas. Tú, herida en tu dignidad, decías: pero no yo. Debido al alzheimer, decías que entraban en tu casa.

    Avanzada la enfermedad, veías que era todo fruto de tu mente y llorabas amargamente por esa soledad que te sigue enredada en tu sombra y enhebrada en tu rostro. Nada puedo hacer por consolarte, pero, tal vez, todavía sepas que te amo.

  29. Mariana Martínez Pallarés

    Momentos de lucidez

    Me ahogo en tu silencio.
    Por el reflejo de tu mirada esquiva la dignidad asoma mientras el alzehimer hace estragos.
    Por favor, recuerda que te amo.

    1. La enfermedad de mi padre
      Lo observaba en silencio, estaba muy irritable, su mirada impaciente y perdida revelaba que la enfermedad estaba avanzando a pasos agigantados. No quería que le vieran, no quería que perdiera su dignidad. El Alzheimer no le estaba dando tregua, le estaba derrotando sin que ofreciera resistencia alguna.
      De repente, mi padre balbuceó unas palabras:
      __ Yo soy el amo de esta “cosa” __ No recordaba su nombre, pero en ese instante pude bajarlo de aquella escalera que usó por veinte años en su oficio de pintor.

  30. ALZHEIMER

    El repentino silencio del médico quiebra la angustiada mirada que espera un milagro. El paciente entrecruza sus manos y cierra los ojos. Su esposa carraspea y pregunta ¿” qué podemos hacer, doctor”? “En primer lugar privilegiar en todo momento la dignidad de su esposo”, responde. En cuanto a la atención médica llegará hasta donde alcance el conocimiento científico” “Lo más complicado no es tanto la vida que él pueda llevar, sino cómo se adaptan usted y su familia ante quien no les reconocerá en breve. “Yo le amo”, dijo ella. “No olvide eso nunca”. “Lo va a necesitar,” enfatizó

  31. Tamara Jiménez Quirós

    TOCO, LUEGO EXISTO

    Sus notas descansaban en algún lugar, pero no podía encontrarlas.
    Al principio todo era más fácil; cuando su mente guardaba silencio durante espacios prolongados, sus manos hablaban solas deslizándose tecla a tecla. Así, los recuerdos regresaban a su mirada entrelazados con los acordes de aquella melodía. Cada nota accionaba el complejo engranaje de su cerebro, logrando por unos instantes recuperar su dignidad en forma de partitura.
    Él la observaba embelesado como la primera vez; como antes de que el Alzheimer tocara a su puerta poniéndolo todo patas arriba, mientras pensaba: “te amo. No dejes de tocar nunca”.

  32. Nelson Acevedo Betancourt

    El cielo habla.
    Conocían el triste desenlace de la fatal herencia. Un tímido silencio va cubriendo su mirada que ya se perdía. Antes de abandonar toda dignidad, empezó a llamarla “mi cielo”, el gran amor de su vida. Ella lo supo y una lágrima se desprendió al nuevo bautismo.
    Sabía que desvanecido en el cruel alzheimer, extraviado en el inmenso vacío, su corazón jamás la olvidaría, y para siempre: te amo hija.

  33. Eva
    Juan atravesó en silencio el largo pasadizo gris del hospital. Arrastraba sus pies cansados sin desgano. No le importaba no ser recordado, en ella se reconocía hasta la sorpresa. Cruzó el umbral y la buscó con su mirada.
    En el fondo la vio Bailando, a Eva le faltaban las palabras y le sobraba la dignidad. Desde sus años mozos se sumó a cuanta causa conoció contra la injusticia y aún miraba con recelo los uniformes.
    Eva bailaba, de su alma libre el Alzheimer no era el amo. Juan se aproximó danzando y de nuevo se miraron sonriendo.

  34. Miguel Angel Zarzuela Ramírez

    CUERVOS

    Nuestro silencio ante su mirada expresaba un cierto dolor al comprobar que no le quedaba ya ni un recuerdo para rellenarlas. El día que empezó todo aún albergábamos algo de dignidad pero, meses después, muy avanzado el Alzheimer, nos dejábamos de remordimientos antes de ir a verle y nos reconfortaba pensar que ya no era nuestro amo.

    No sabía qué poner en las felicitaciones y le decíamos que no se preocupara, que con la firma era suficiente. Luego, cuando despegábamos las tarjetas y cobrábamos los cheques, nos olvidábamos de todo y dejábamos a papá con Rosemary hasta la próxima visita.

  35. PARÉNTESIS

    Despreciando el silencio de la habitación, María sostenía la mirada sobre su abuelo; estaba lejos, parecía perdido, si bien conservaba intacta su honrada dignidad. El alzheimer le había robado sus recuerdos, pero mantenía intacto su saber estar.

    -¿Quién eres?- tardó en preguntar.

    -Tu nieta pequeña -aseguró ella, sin esperar nada más.

    El abuelo sonrió distraídamente, sin reconocer esos ojos claros que el alzheimer decidió caprichosamente olvidar.

    -Cuánto te amo- comentó ella, sin importarle que sus palabras se perdieran nada más pronunciar.

    -Y yo a ti, María. Siempre- reconoció el abuelo en una pequeña tregua que les regaló la enfermedad.

  36. María del Mar del Valle

    NOTA DE DESPEDIDA

    Aunque este silencio está lleno de palabras guardadas y mi mirada conserva en la retina imágenes tan poco estimulantes, aún me queda dignidad.
    No esperaré a que el tiempo ni el Alzheimer destrocen mi esperanza de ser feliz.
    Jamás fuiste mi amo y por eso te dejo… ¡porque me amo!

  37. LA EXTRAÑA PASAJERA

    En el puerto de Ashdod cundió el silencio El último navío anclado era un trirreme griego antiguo. Llenó los ventanales y la pantalla de las computadoras. De una mirada, supe que estaba ocurriendo algo imposible. Sobre la cubierta, una bella mujer envuelta en una túnica cantaba con fervor y dignidad. Crucé el puente y le pregunté por su nombre, sin obtener respuesta. Pensé que tenía Alzheimer. Dijo una sola palabra: amo. Después se arrojó al agua, arrastrándome con ella. Era una sirena alada, como las que acosaron a Ulises. Alcancé a ver sus rotundas nalgas y pechos, cubiertos de plumas…

  38. Memorias sobre el olvido

    Crecí entre ancianos con demencia. Parece trágico, pero fue una parte importante de mi vida. Mi madre era enfermera en un geriátrico y cada tarde la visitaba después del colegio.
    Allí fui testigo del silencio y de la mirada perdida que tenían al final, mientras los cuidaban y pasaban con dignidad al mundo de los olvidos.
    En ese lugar me reí y asusté con los disparates, producto de la demencia o el Alzheimer. Fue un castillo en el aire, sin más amo que el delirio, donde aprendí que algún día, tal vez me toque a mí olvidarlo todo.

  39. CLARITA
    Abro la puerta. Oscuridad y silencio. Malísimas señales cuando uno espera luces y sonidos de palabras al ingresar a su casa.
    —¡Mamaaaa! —grito mientras me dirijo a su habitación. En la penumbra advierto su mirada, extraña como nunca.
    —¿Quién es? —Pregunta mientras se levanta de la cama— Ah, eres tú, ¡qué vergüenza! estar acostada en lugar de estar trabajando. —Se avergüenza por su inactividad a los 96 años. Para conservar una dignidad absurda dice— Es que el Alzheimer me da sueño. —Luego pregunta—¿Me trajiste la crema para arrugas? Mira que mi vecino me dijo “Te amo, Clarita”.

  40. Dixon Acosta Medellín

    ESCENA
    Ante la profusión de murmullos, el director tuvo que subir la voz:
    – ¡Silencio!
    Luego dirigió su mirada a la actriz, suavizando las líneas de su rostro, quería transmitir confianza y la dignidad que merecía la gran intérprete afrocolombiana, el símbolo de la cultura negra en el país. La misma que ahora se enfrentaba al peor de los enemigos para quien vive de la memoria, el alzhéimer. Repetían por séptima vez la última escena, cuando ella se volvió hacia el actor que blandía un látigo, recuperando el diálogo: – Detente maldito, ¡que ya no eres mi amo!
    Aplausos.

  41. La guerra cognitiva
    En primera instancia, llamó mi atención el empecinamiento de creciente silencio en mi mirada; no voy a negar que el eco de la dignidad que quiero retener entre mis hechos y realidades no me atormente. Saber que el asertivo general Rudolf Alzheimer huele mis recuerdos como los tiburones huelen la sangre, aviva mi temor primigenio. 

    No quiero que aquellos que amo se escurran de mis manos, tampoco que el general sea el dictador de mi propio laberinto. Desvelado, en las noches, cuando confundo la realidad con las sombras, no comprendo la diferencia entre mi compañera, el General y la muerte.

  42. Montserrat Castillo Montijano

    La vela que siempre nos iluminará
    Nuestra familia se vio afectada emocionalmente, y nos quedamos en silencio, cuando nos dieron la noticia de que nuestro pilar, nuestra madre, cuya mirada había transmitido una alegría desmesurada, asumió en sus primeros estadios con dignidad, pero con cierta tristeza el diagnóstico: Alzheimer. A pesar de sufrir la enfermedad, jamás volvimos a ser los mismos. Poco a poco vimos como nuestra querida madre, a la que yo amaba y amo, se consumía como una vela. Finalmente, su cuerpo y alma partieron a reencontrarse con mi padre, de manera que ambos cuidarían de nosotros alumbrando nuestras vidas.

  43. El abismo

    Te asomas al silencio de tu abismo. Trato de amarrarte, tu mano abierta, sin vida.
    Te asomas a tu abismo y cuando estás a punto de saltar, acaricio tu cabello como hacías al peinarme de niña.
    Te asomas con tu cuerpo a ese abismo, y mi mirada ve tras esos ojos que ahora miran sin acertar a ver, con una dignidad previa al alzheimer.
    Amo el mismo amor con el que te miré nada más nacer. Cuando mis ojos venían del mismo abismo, pero al revés. Y tú me mirabas, mamá, sin que yo te pudiera ver.

  44. Padre
    Recuerdo el silencio cuando no teníamos de que hablar, sentados en la plaza. Su mirada era de cariño y me decía Juancito, a pesar del tiempo pasado. No era aquel señor al que temía cuando era niño. Lo miraba como a un extraño que conservaba su dignidad, con su ropa y zapatos lustrados. Nunca viví con él, pero hoy debo afrontar su partida. Su enfermedad de base en el certificado dice que tenía Alzheimer. No sé si me recordaba, pero yo lo quería olvidar. Jamás te dije te quiero, te amo y sin remordimiento, siempre estarás conmigo, padre. Siempre.

  45. TE AMO

    Aprendimos juntos a disfrutar del silencio. A entendernos con una mirada. Apreciábamos la dignidad como un valor supremo. Así fuimos cimentando este vínculo convencidos de que su fortaleza permitiría alcanzar los logros anhelados, y soportar los engaños del egoísmo. Han sido años muy felices, era la conclusión recurrente.
    El Alzheimer juega con los recuerdos, como el gato con el ratón.
    – Te amo.- dijo ella.
    – ¿Y tú quien eres?- respondió él.

  46. Adriana Noemí Funes

    Remembranza

    A pesar de preguntarme insistentemente si reconozco a un hada, no sé qué responderles y mi silencio provoca la mirada compasiva de quienes me acompañan, haciendo tambalear mi dignidad.
    Hablan de Alzheimer como si fuera el puto amo, pero no sé quién es. Me preguntan nuevamente por el hada, pienso… Pero mi cara inexpresiva no refleja la actividad frenética de mis neuronas.
    Vienen a mi mente las palabras “hada madrina” y con apuro y nerviosismo digo: “Rapunzel… Cenicienta…”.
    La mujer de guardapolvo blanco le dice entonces a la joven que sostiene mi mano: “Ni siquiera recuerda tu nombre, Ada”.

  47. Andrés Johnson Jordi

    La liberación

    Antonio -o así cree llamarse- sale de la habitación en un azaroso silencio. Quiere escapar de la triste mirada de su esposa. Revestido de una absoluta dignidad piensa en salvarla, en protegerla de aquel terrible destino que le espera a su lado. No quiere verla sufrir un minuto más.

    Está decidido. Hace un largo rato ya que el Alzheimer hace sus estragos.

    Con el veneno en la mano, Antonio puede ver la muerte pero aun no la siente. Él ya no es el amo de su propia vida.

  48. AUNQUE YA NO ME RECUERDES

    En silencio sobrevive
    tu mirada y dignidad;
    enmudecidas palabras
    que no encuentran su lugar.

    Roto el hilo del pensamiento
    tu sombra se ha vuelto escarcha;
    ganan lo huecos en blanco.

    Es el Alzheimer destruyendo la mente;
    no hay consuelo para quien mira
    el olvido y la distancia,
    ni más allá de lo que amo
    asumiendo que no hay respuestas
    y nunca más las habrá.

    Inmensa y dolorosa oquedad
    acentuará la falta;
    te alejará de mí.

    Repaso tus huellas
    sobre el firme de mi vida
    y te encuentro en cada instante;
    aunque ya no lo sepas,
    aunque ya no me recuerdes.

  49. Sasha Lozano Martínez

    Silencio
    Silencio. Fue la primera palabra que le vino en la cabeza al despertar. Recorrió con la mirada la habitación en busca de algo familiar, pero no logró encontrar nada. Lo único que recordaba era el trato que le dieron, despojado de dignidad alguna, y ejercido durante los últimos años. Si le preguntasen cuánto tiempo llevaba allí, no sabría dar una respuesta concisa. El Alzheimer cada vez se comía más de su persona. No sabía quién era, ni quién había sido, no recordaba nada, a excepción del rostro de su cruel amo.

  50. Begoña SÁEZ SÁEZ

    LAMENTO
    Cuando acudo a la residencia de ancianos, cada jueves, para visitar a mi madre, el silencio invade todo, la mirada perdida de esa mujer tan activa, el recuerdo de toda la dignidad que derrochaba …
    Ella, tan tolerante conmigo, cuando yo criticaba algunos de sus comportamientos, idénticos a los que yo estoy repitiendo ahora.
    Maldito Alzheimer que acaba por convertirse en el amo y señor de todos los recuerdos y vivencias que me gustaría y no puedo compartir con ella.
    Y, por encima de todo, lamento todos los abrazos y besos no dados, porque su carga me pesa terriblemente.

  51. Un tal Alzheimer

    Eugenio fuma en silencio y con la mirada perdida en un punto inexacto situado al otro lado del ventanal. Leo en su rostro la desolación y el desasosiego que lo invaden; he escuchado que su dignidad y sus recuerdos se los está arrebatando un tal Alzheimer. No sé quién es, pero Matilde deplora incesantemente que esté consumiendo a su padre. Y debe ser malvado, porque Eugenio apenas nos reconoce. Maúllo con quebranto y él, desorientado, me estudia. De golpe sus ojos brillan. “He vuelto, Peludo”, susurra. Ronroneo aliviado al sentir sus caricias. Pero al instante, mi amo ya no está.

  52. POR Y PARA SIEMPRE.

    Durante el trayecto al centro de salud, Rosa se mantenía en silencio, con la mirada perdida, observando la naturaleza. La brisa otoñal hacía que los árboles se movieran bruscamente.

    —Llegamos tarde a la iglesia —dijo convencida.

    Juan, su marido, disimuló su preocupación con una pequeña sonrisa. La dignidad le hizo sacar su mentón con coraje y respirar profundamente, conteniendo las ganas de derrumbarse.

    Tras diversas pruebas, el doctor no tardó en confirmar su diagnóstico: principio de Alzheimer.

    —Te amé, te amo y siempre te amaré —le susurró Juan, mientras la abrazaba con el corazón hecho añicos.

  53. Olfato

    En el silencio de la noche observo las estrellas tratando de descifrar tu mirada ausente, perdida; anclada en un pasado que en su momento fue presente. Tu dignidad se cubre capa tras capa de algo llamado Alzheimer. Por momentos tu rostro se ilumina, sé que estás ahí, siento esperanza. Estimulo tu olfato con el aroma de tu bebida preferida recién preparada, una mezcla de chocolate, canela y pimienta de olor, me sonríes y te digo:
    – Amiga amo y abrazo quien eres; esta vez quiero hacerlo bien por ti y por mí.

  54. Raúl Ortiz Fernández

    UNA HORA

    Comienza la visita. Tenemos una hora.
    El silencio de su mirada. La mirada de su silencio. El recuerdo de su ausencia. La ausencia de su recuerdo. El desgarro de sus caricias. Las caricias de su desgarro.
    En un acto de suma dignidad, se va. Me deja colgada de cincuenta y nueve minutos, perdida en mi Alzheimer, mientras espero la siguiente hora de sesenta segundos. No sé si sabrá que todavía le amo.

  55. NO ME OLVIDES

    Finalmente llegó el silencio. A su alrededor, la sala devastada: cintas de video, de casetes, las fotografías flotaban en el aire. La observó, frágil, desencajada, envuelta en su albornoz verde. Y cuando ella lo advirtió, sonrió con la mirada. Después de todo, ¿quién tiene en este mundo la potestad de la dignidad? Se acercó y la tomó de las manos, temblaba. «¡¿Alzheimer?!». Él asintió. «No quiero que me olvides…» dijo sollozando «Te amo». La acurrucó contra su pecho, le besó la frente, la nariz, los ojos, y le pidió que lo no lo suelte por el resto de la tarde.

  56. Alzheimer voluntario

    Su silencio fue total cuando sacudí el fajo de billetes frente a él, este agachó la mirada, no recuerdo ni me interesa recordar su nombre, es un vulgar servidor, tan solo me interesa el trabajo que ha de realizar. Iniciar fuegos en los bosques y zonas periféricas que impiden mis obras de urbanización, podría hacerlo yo pero tengo mi dignidad, ahora como buen político-empresario debo inducirme al alzheimer voluntario, olvidar mi participación en esto y culpar a la oposición.
    El hombre está hipnotizado con los billetes y me mira con temor, sabe quien es el amo.

  57. TROPEZONES
    En cuanto la bandeja se escurrió entre mis manos, el bullicio quedó interrumpido por un silencio sordo que se instaló entre los allí presentes. Acostumbrado a vivir de la caridad y la soberbia de gente como ellos, una mirada de suficiencia más no cambiaría nada. Comencé a recoger las copas rotas desperdigadas por el suelo y con ellas la poca dignidad que me quedaba. Siglos después un tal Alois Alzheimer pondría nombre al origen de todos mis males. Mi amo me observaba con desaprobación. Poco me importó; instantes después, yo ya había olvidado todo para siempre.

  58. AZUL COBALTO
    El silencio me pesa bajo tu mirada gris cercada de arrugas. Antaño esos ojos chispeaban de un vivo azul cobalto cuando corríamos por la playa de la mano, retando a las gaviotas a gritos, echando a volar la dignidad junto con nuestros cabellos revueltos. Memoria de tiempos felices, cuando el maldito alzheimer aún no era el amo y señor de tu cuerpo y de tu mente. La enfermera asoma la cabeza: fin de la visita. Te beso en la mejilla y, por un efímero instante, ese vivo azul cobalto vuelve a chispear en el espejo de tu sonrisa.

  59. María Moreno López

    Algo irreal

    El silencio se despliega entre una mirada y otra, tenso como una cuerda atada en los extremos de dos acantilados, segundos antes de ceder. La habitación es pulcra e impersonal. Tal vez eso hace todo esto más fácil; tal vez solo favorece que parezca algo irreal, imposible, onírico. Tal vez así puedo fingir que no está ocurriendo.
    En el pasillo, mi hermano no deja de hablar sobre “dejarte ir con dignidad”. Yo me río amargamente, con una sonrisa del revés. ¿A quién le importa eso, cuando el Alzheimer me está quitando, poco a poco, a la persona que más amo?

  60. «Camino a otro baile…»

    En el silencio observaba las olas desde el faro. Una gaviota se posó a su lado y graznó.
    El viento soplaba trayendo el frío de la noche.

    Su mirada se desvió a la carretera, ella esperaba dentro del coche para ir al baile.
    Si tenía dignidad debía olvidar ya aquel recuerdo que tanto atormentaba su inconsciente.

    No era Alzheimer pero había olvidado algo primordial…
    Miró al mar y exhaló.
    «Aunque la amo, seguiré siendo un fantasma …»

    Ella iba allí una vez al año, desde que él ya no estaba.
    Luego arrancó y se perdió,
    camino a otro baile… sin él.

  61. RECUERDOS
    Silencio y una mirada, no hacía falta más.
    Su dignidad estaba a salvo.
    No obstante, el Alzheimer hizo que lo olvide.
    Ya le había dicho te amo.

  62. EL PRIMER APUNTE DE MUCHOS MÁS
    Con su silencio entrando en casa me insinuó, lo que después su mirada me confirmó. Respiré profundo y me levanté del sillón para abrazarla. No permitiría que olvidara mis sentimientos hacia ella, ni esas virtudes que la distinguieron toda su vida y por las que me enamoró: Valor para luchar, y dignidad para saber perder. Corroborado, apuntó. Mi cerebro ha empezado a encogerse por el alzheimer. La acaricié antes de decirle: Perfecto. Tienes mucho así que no pasa nada. Nos reímos y entonces yo cogí un rotulador y escribí con letras grandes en la pared “Te amo. Aquí estaré siempre”.

  63. ESCALOFRÍOS
    Hay silencio en su mirada, un vacío infinito que se expande con cada parpadeo. Siento el calor de sus manos cuando estrecha las mías, pero un escalofrío recorre mi espalda helándome el alma. Por dignidad no grito ni huyo, confiando en que la ciencia consiga, más pronto que tarde, que ese tal Alzheimer se atragante con algún recuerdo que no pueda machacar entre sus fauces y deje de ser el amo de tanta desdicha.

  64. Yo

    Envueltos en confuso SILENCIO, mi MIRADA descubre su desconsolado miedo ante el abismo de lo que un instante lúcido muestra.
    Crecí en el espejo de su DIGNIDAD, aprendiendo de su honestidad y honradez. Me duele que el ALZHEIMER borre su memoria, que
    el olvido le niegue el placer de convivir con una vida íntegra en el tramo final de la existencia, pero aún me duele más que, consciente
    él de lo que le está ocurriendo, sufra y yo no pueda hacer nada. Lo abrazo invocando el sortilegio de la esperanza, le arrullo mientras
    repito “te AMO, te amo, te amo”.

  65. Ausencia

    Habíamos llevado al abuelo a un asilo pequeño, de pueblo, donde el trato era más cercano.
    Lo primero que me llamó la atención al entrar fue el silencio de los pasillos, parecía que estuviera deshabitado. Lo siguiente que me sorprendió fue su mirada perdida. Ya no nos reconocía, aunque todavía conservaba la dignidad que más tarde le arrebataría el Alzheimer. Le cogí su mano rugosa, pero no hubo respuesta, solo una mueca en su boca, como si quisiera reír. Seguramente dentro de su cabeza en alguna conexión neuronal él seguía siendo el amo de un pensamiento incapaz de verbalizar.

  66. Aquel vagabundo tendido en la acera llamó mi atención. Era distinto a los demás. Le observé en el SILENCIO de la noche. Al verme llegar alzó su MIRADA. Sentí la calidez de sus ojos que, llenos de amor, me devolvían la DIGNIDAD. Aquella que había perdido cuando, utilizando mi profesión de enfermero como excusa, robé los ahorros de una anciana con ALZHEIMER. Ese mendigo, en apariencia sucio, era feliz. Su corazón era puro. Y yo, tan limpio que parecía ser, no podía ni decir «te AMO» a nadie. No sé cómo, pero se hombre desaseado, limpió mi corazón para siempre.

  67. SIN CONOCERME

    Volví hace poco de tu silencio. Estaba oscuro, creo; porque mis pupilas sucumbieron, en la tarde de las tuyas, intentando atrapar la puesta de tu amor. Me detuvo tu mirada tras la puerta que hace mucho no abrimos en el tiempo. Aquella por cuyas grietas escudriño, todavía, la dignidad de tus olvidos, con tu voz de recuerdo, pronunciando: “Alzheimer”. Quizás, con los decibeles de un “te amo” distante, ininteligible, y que me duele. Como cuando llueves sobre las huellas del nosotros que insisto en escribirte; entre la boca de tu alma, inasequible, y el beso que me das… sin conocerme.

  68. María del Mar del Valle

    PERDICIÓN

    Cuando cae la noche y me envuelvo de silencio, me visitan tus recuerdos hechos jirones. Ante mi espantada mirada, desfilan como fantasmas, intentando mantener la dignidad y compostura de los sueños rotos.
    Quisiera que el Alzheimer me obligase a olvidar tu nombre y tus besos, causa de mis desdichas presentes. Sé que ya no te amo, pero si aún te amase, sería mi perdición.

  69. TU RECUERDO EN EL OLVIDO

    En su mente habita el olvido, sin ilusiones en forma de recuerdos. El silencio impregna el vacio de una existencia sin identidad. Una mirada perdida en esos ojos claros, que un día brillaron rebosantes de juventud y esperanza. No existe el olvido mientras siga recordándote tal y como eras. Hoy con la inocencia de una niña, pero con la dignidad de una gran mujer que fuiste y serás, aunque el cruel Alzheimer quiera borrar las huellas de tu existencia. Siempre perdurará tu esencia sobre todas las cosas y el amor que te ofrecí, y te ofrezco hoy, porque te amo.

  70. Eduardo García Martínez

    Un salón de otoño en los últimos días de invierno

    Un atardecer se colaba en el salón.
    Otro de tantos.
    Dos personas.
    Silencio.
    Fuera, el mundo giraba.
    Dentro, el tiempo estaba roto.
    Dos amantes con ceniza en la mirada.
    Posturas henchidas de dignidad.
    Allí, en la parte alta de él, algo era distinto.
    Alzheimer.
    A su lado…
    Ella, quien caminó a su lado por más de cincuenta años de vida.
    Ella, a quien cortejó en aquel remoto pueblo.
    Ella, la madre de sus dos hijos.
    Ella se inclinó, posó la mano arrugada sobre la de él.
    Él le devolvió una mirada de temor, de sorpresa.
    —César, soy Mari. Te amo.

  71. Markos Manchado Mateos

    OLVIDO

    Tras el anuncio, reinó un gran silencio. Su mirada se perdió entre miles de recuerdos que se entremezclaban. El miedo al olvido lo obnubiló todo.
    Tranquila, le dijo su marido, vamos a llevarlo con dignidad, ya verás.
    El diagnóstico de Alzheimer cayó como un jarro de agua fría. Él se convirtió en sus pies y sus manos en ese momento. Los roles se habían intercambiado.
    Exprimieron el tiempo como buenamente pudieron. Tratando de aprovechar hasta el último instante.
    Al fallecer su marido, sintió perderlo todo. Ese día pronunció sus últimas palabras: “te amo”. No volvió a decir nada más.

    1. ¿Y SI NO ME OLVIDASTE?

      En silencio siempre me pregunto ¿si valdrá la pena? Pero veo en tu mirada como cámaras reproduciendo por ocho todo lo que hemos vivido, la dignidad de nuestro amor. “¿Quién eres?” la pregunta que arruga mi corazón porque no puedo cambiar nada Y aun cuando el Alzheimer hace a tu cerebro olvidarme, en tu corazón estoy vívidamente y amo poder recordárselo cada día de nuestra existencia.
      Para mi agonizante amor Vales muchísimo y me esforzare por hacerte feliz, te daré mi mejor versión y todo lo que te mereces.

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  72. LA SIESTA

    Mi momento preferido del día es cuando papá y mamá se van a dormir la siesta y la casa se queda en silencio. Puedo hacer entonces todo lo que tengo prohibido. Hoy he sacado veinte vestidos del armario para probármelos, porque pienso ir al pueblo a ver a mi Ramón. Luego, he coloreado la pared con pintalabios hasta dar con el rojo más bonito.

    Cuando se han levantado, la mirada de mamá era triste. Papá ha limpiado con dignidad repitiendo que no había sido yo, sino un amigo suyo llamado Alzheimer. Amo que mienta por mí. Eso, y las siestas.

  73. Por qué me habla tanto del silencio, aún no he descubierto eso del sonido. Sonia dice que seguro lo conozco, que cada mañana me despiertan los pájaros. ¿Qué pájaros? Levanto la mirada y se ríe, qué jóvenes tan insolentes.
    – ¡Mamá!
    Abarca todo el pasillo. ¿La escalera? También. La dignidad que tenía gotea por esos escalones, mis ojos se apagan mientras una extraña me coge la mano. ¿Qué hago aquí?
    – Mamá… estamos en el hospital, es Alzheimer, estaré aquí.
    ¿Quién eres? No puedo respirar, me duele, me duele todo, sácame de aquí. ¿Qué ha pasado?
    – Te amo, Rosario.

  74. Rubén Lorente Gómez

    Un denso silencio poblaba la habitación esa mañana; sus miradas se cruzaron, pero no se dijeron nada. Uno trataba de asumir lo que pasaba con dignidad, y la otra intentaba saber dónde estaba. No era la primera vez, pero ella no se acordaba.
    Personas vestidas de blanco le hablaban a ese hombre sentado de un tal Alzheimer. Ella, sin saber quién era ese hombre de nombre extraño, quería salir de esa habitación. Lo que no sabía era que el pasado la corroía por dentro y se había convertido en su cárcel y en su amo.

  75. YAYO

    El silencio es el sonido más habitual al entrar en su casa. Su mirada perdida pasa de la televisión encendida hacia mí, mirada que permanece indiferente al verme. Intento mantener la dignidad y actuar con normalidad. A pesar de ello, no puedo evitar el hecho de que el Alzheimer se había hecho el amo de su cabeza tal y como yo lo fui cuando, con otros ojos, me miraba de pequeña.

  76. María Laura Höchli

    Amor eterno

    El tiempo que compartimos fue maravilloso, hasta que el silencio de tu soledad y diversos síntomas se transformaron en algo rutinario.
    Tu mirada comenzó a desvanecerse y traté de dibujar una sonrisa de dignidad en tu rostro, cuando te diagnosticaron Alzheimer.
    Recorrimos juntos un camino largo, demasiado tormentoso, en el que nuestra relación se intensificó.
    Siempre intentaste estar presente. Y en los espacios de lucidez anotaste palabras en pequeñas hojas, que desaparecieron en tus recuerdos.
    Sin decir adios, partiste al cielo y mi corazón lloró.
    Y un día al encontrar miles de “Te amo” en un cajón me fui contigo.

  77. Mª Dolores Fernández Pozo

    Silencio…
    Durante el tiempo que permaneció con nosotros en la residencia estuvo sumida en el silencio.
    Su mirada, triste y agotada, indefensa ante la realidad estremecedora a la que no sabiamos si podría o no enfrentarse, pero que estaba presente.
    Nuestro deseo y objetivo no era otro que cuidar con dignidad, con calidad, mimo y cariño a quién el Alzheimer había privado de su identidad, de sus recuerdos, de su memoria, de sus costumbres y convertirnos en guías, protectores, cuidadores, amigos, profesionales…cumpliendo nuestro lema: Amo lo que hago, amo a las personas en su indefensión.

  78. DIAGNÓSTICO.
    No me atreví a romper el silencio. Aún recuerdo, con un escalofrío, el brillo de tu mirada, impregnada de esa dignidad que yo no puedo aspirar a tener. Aunque ya lo sospechábamos —¿qué iba a ser, si no?—, escuchar el diagnóstico de labios de tu querida hermana y doctora da escalofríos: alzhéimer.
    Ya sabes qué va a pasar; lo sabemos los dos. Poco a poco, vas a dejar de ser quien eras, quien amo por encima de todo, y te convertirás en alguien distinto, más frágil, sin apenas recuerdos, que luchará hasta el fin por no olvidarme.

  79. Evidencia
    El set de grabación montado. Los reflectores encendidos. Sentado en un mullido sillón el entrevistado mira fijamente la lente de una cámara. Su calvicie destaca un rostro adusto con cejas y bigote blanquecinos. Un asistente seca su frente con un paño y se retira con un ademán al director. Éste se acomoda en su asiento y ordena: “Silencio!!…Acción!”. Luego con una afectuosa mirada interroga: -Cuénteme amigo… cómo puede sobrellevar con dignidad y entereza una dolencia como el Alzheimer?
    El veterano aprieta sus puños, humedece sus labios y exclama: -Amo lo que hacen pero no sé de qué me hablan!

  80. Vidas compartidas
    En el profundo silencio resuenan ecos de recuerdos desconocidos. La mirada ausente delata el abismo interior, ese inmenso vacío. En algún recóndito lugar, un alma encarcelada clama por la dignidad del cuerpo que alguna vez le perteneció. Pero su voz, desesperada, no encuentra interlocutor. «Alzheimer», pronunció el doctor. Esa fue nuestra sentencia. No me reconoce, y yo tampoco a ella. Si la amo como la amé, cuesta a veces recordarlo. Ya no hay sonrisas, no hay palabras. Solo un día tras otro y un hogar deshabitado donde sumergirnos en este olvido mutuo que, empapado en lágrimas, nos impide seguir viviendo.

  81. Cristina García Vacas

    SILENCIOSOS MOMENTOS
    El silencio gritó como un cerdo enviado al matadero, Trinidad me devolvió una mirada cargada de dignidad cuando le dije que el doctor nos había comentado que posiblemente tenía alzhéimer, sin mediar palabra se fue a su escritorio y sacó su bolígrafo preferido para escribir con letras grandes: “No te olvides, te amo”

  82. MEMORÁNDUM
    El silencio se cernía en la sala donde Paco descansaba. Su mirada, perdida en los recuerdos, trataba de rellenar huecos de una vida que ya no le pertenecía. Creía que, recordando, recobraría la dignidad que solo él pensaba que había perdido.
    Un viejo pastor alemán, postrado a sus pies, lamía sin descanso sus tobillos; animándole a continuar. Echaba de menos las caricias y los paseos que el alzhéimer le había robado. Su amo ya no le recordaba ni tampoco le mimaba, pero bien sabía aquel perro que jamás abandonaría a Paco, aunque su memoria tiempo atrás ya lo hubiera hecho.

  83. ARGUCIA AMOROSA
    Mientras ella soplaba las ocho velitas, yo permanecía en silencio y con la cabeza gacha, intentando ocultar mi mirada empañada. De pronto me pidió que cuando su larga cabellera alcanzara, hallándose sentada en la silla de ruedas, el nivel del eje de estas, la ayudara a morir con dignidad antes de que lo hiciera el Alzheimer. Desde que se manifestó la enfermedad, me ocupo a diario de asearla y peinarla. Siento que la amo como el primer día. Y una vez por semana y sin que ella lo advierta, con unas pequeñas tijeras le recorto las puntas.

  84. Antonia Eugenia Carrión García

    RECUERDO INDELEBLE
    -No soporto verle así, no es digno…
    -Silencio -me dijo la abuela fijando en mí su mirada serena- La dignidad se basa en poder amar y en sentirse amado. Y a pesar del alzheimer, cuando el abuelo me abraza, siento su amor y que él sabe que yo también le amo.
    Los tres nos abrazamos y el abuelo susurró:
    -Soy muy feliz.

  85. Rubén Álvaro Lorenzo

    JAQUE MATE

    -¡Silencio! No me aparte la mirada. Tenga dignidad. No puede seguir gestionando más este centro de atención a personas con Alzheimer. Basta ya de creerse el amo de todas ellas y de todo esto.
    Inmediatamente, tras el portazo que di al salir de su despacho, me encaminé por fin hacia el juzgado de guardia.

  86. Destellos.
    Sois silencio. Sombras en movimiento que no comunican nada. No os entiendo. Cuando os acercáis, concentro la mirada en vuestros labios. Bocas que se abren y se cierran ante mí. Sonríen, junto con los ojos. Recuerdo que hay ojos que sonríen. Como los de mis hijas. Tenéis manos suaves que me acarician, pero también me giran y me limpian y lloro por dentro por mi dignidad. La que me robó el Alzheimer. Pero solo a ratos, cuando me acuerdo, cuando, en medio del silencio, una cara que amo se aproxima a la mía y me besa. Y luego, nada.

  87. Rafael Rubio García

    Nunca había sido un gran conversador, pero ahora, ciertamente, el silencio se había apoderado de él. Observando su mirada, que más que perdida parecía intrigada, quise imaginarlo, como tantas veces, concentrado en sus profundas reflexiones, pero no encontré ese aire de dignidad del viejo profesor, más bien la ajena tristeza del que sufre de alzhéimer. Hablarle e incluso acariciarle la sien no provocó reacción alguna, fue la voz de mi hija llamándole “abuelo” la que consiguió un soplo de viveza en sus ojos y que por un instante volviera a ser el amo de sus recuerdos.

  88. Te amo

    Nunca olvidaré ese instante en el ascensor del hospital cuando nos quedamos en silencio con la mirada pérdida en la nada, deseando que por una vez el médico se hubiese equivocado. Tu padre, consciente de su próximo final, mantenía la dignidad del jugador que acepta la derrota como parte del juego de la vida. “Al menos, será lento y no muy doloroso” dijo, tomando nuestros brazos.
    Ya solos, la culpa por no revelar que su diagnóstico era Alzheimer provocó que tu rostro se llenase de lágrimas: “Te amo”, fueron sus últimas palabras antes de olvidar todo

  89. Laura Sorlózano Trigos

    HOY NO

    Permanece sentado en la consulta. Escucha el tic-tac del reloj. Todo alrededor permanece en SILENCIO. Todo menos su corazón, agitado cual caballo indómito.

    Tan sólo unos segundos su MIRADA parece perdida. Los suficientes para tomar aire. Los necesarios para soltarlo y volver a respirar sosegadamente.

    Abstraído y absorto en su mundo, reflexiona esos instantes. El destino suplica su respuesta. Rememora el ayer. Atesora el presente. Aguarda el mañana.

    La diagnosis desea arrebatarle la DIGNIDAD. A modo de ladrón, el ALZHEIMER espera robársela. Mañana no lo sabe, pero hoy no. Hoy es el AMO de su existencia.

  90. Si alguna vez…

    Si el silencio se apodera de mi
    Canta mis canciones favoritas
    Si mi mirada se pierde en el horizonte
    Mírame a los ojos para que los tuyos griten mi nombre y me reconozca.
    Si mi dignidad fuera vulnerada, protégeme para volver a ser la misma.
    Si apareciera ese maldito Alzheimer a llevarse mi memoria y sentimientos, invéntame cuentos y poesias.
    Si quiere transformarse en mi amo y hacerme su esclava. No lo permitas.
    Si alguna vez ,hijo mío, se me olvida quien soy.
    Solo te pido que no lo olvides tú.

  91. LUCHO CONTRA EL ALZHEIMER

    A mí también me cuesta reconocerte, el silencio no es propio de ti, mamá. ¿Dónde habitan tus historias? También extraño tus preguntas. A veces, cuando puedes, creo reencontrarnos en tu mirada. Un recuerdo, la dignidad intacta, y me aferro a eso, no quiero parpadear. Lucho contra el Alzheimer diciéndote que te amo, que te amo, mamá. Te lo repito dos, tres, diez veces, porque intento sujetar la frase en el presente, obligarla a quedarse un rato más en la memoria. No quiero soltársela al pasado, no quiero que la engulla el olvido. Te amo, te amo, mamá.

  92. Un día más

    No es él quien ahora habla, pero no es un desconocido. El silencio es su idioma. La mirada al infinito define el rostro desorientado. Al andar, su escuálida existencia se tropieza con óbices invisibles.

    Una joven lo coge del brazo. Se agita. Más batas blancas alrededor. Siente el pinchazo. Se derrumba entre sollozos. La dignidad brilla por su ausencia en este infierno. En sus momentos de calma todavía los busca. ¿Dónde están?

    Maniatado, recorre el pasillo. Antes de llegar a la puerta, lee el cartel. “Pabellón de Alzheimer”, reza. Verdugo del recuerdo, amo de lo perdido. Un día más.

  93. Abismo

    Palabras que buscan desesperadamente traducir un recuerdo, solo para caer en el abismo del cruel silencio… Tu mirada perdida denota dignidad en tu vuelo, luchando contra la cruel batalla con el Alzheimer, que es el amo que te ha arrebatado tus sueños.»

  94. DESESPERANZA

    El SILENCIO era axfisiante en el dormitorio. Su MIRADA reflejaba todos los miedo que lo acosaban. La falta de DIGNIDAD seria el primero.
    El ALZHEIMER no perdonaba, avanzaba inexorable hasta consumirlo todo.
    Su esposa era su pilar, la que iba a sufrir más.
    Los resultados del hospital eran demoledores. Lloró al intentar recordar el nombre de su hija. No lo recordaba.
    ¡La vida no le permitiría ser su propio AMO!
    Claudia, que no era Claudia, su esposa, no acudió cuando él abrió la ventana y se tiró al vacío susurrando un “os quiero”.

  95. Sergio Palavecino Herrera

    Dos perros viejos

    Despeinado y en silencio el viejo hojea un libro. Su perro espera atento. El viejo lo mira. Se miran. Ambos tienen la mirada atravesada por nubes grises.

    —¿Y tú todavía jodes por acá?, dice el viejo.
    —¿Quieres dar un paseo o no?, responde el perro.

    El viejo cierra el libro y sin pudor -ni temor a desencajarse la cadera- menea la cola. Ambos ríen, aúllan con dignidad, como compañeros de tragos en la barra de un bar. Es que después tanto tiempo -y no necesariamente por el Alzheimer- ya olvidaron quien es el amo.

  96. EDUARDO MORENA VALDENEBRO

    MORITURI

    Aquel infausto día del año 404, Bato irrumpió en las suntuosas estancias del lanista Galllico con inquietantes noticias. Cinco lustros sirviéndole en el ludus, más lucrativos triunfos cosechados en la arena de Capua, habían otorgado al tracio la máxima confianza de su dueño. Sin embargo, el ligero temblor de sus vigorosas manos delataba el pavor que aún sentía por sus impredecibles reacciones.
    – ¡Salve domine! El emperador Honorio ha decretado abolir las luchas de gladiadores.
    Silencio… La mirada ausente del tirano tornó su otrora dignidad en indiferencia. Ahora Gallicus era el esclavo y el Alzheimer, memoria morbus, su amo.

  97. Consciencia

    Cuando el silencio se apoderó de su mirada, sintió la dignidad abandonando su mente, sus labios murmuraron Alzheimer y supo que él sería su amo a partir de ahora.

  98. Thays Santos de Fez

    “PARÍS 70”, CORTOMETRAJE NOMINADO A LOS GOYA 2024

    Quienes estuvimos en su proyección en la Asociación Afedema, escuchamos en primera persona a su guionista Nach Solís y compartimos con él la emoción que nos causó la historia de este cortometraje. La Fundación Cinco Palabras estaba presente y le pidió a Nach su participación donando las cinco palabras que desease.
    Silencio, mirada, dignidad, alzheimer y amo.
    Al poco tiempo recibieron la merecidísima noticia de su nominación a los Goya en respuesta a la calidad del incansable trabajo de todo el equipo.
    Ya podemos escribir nuestros relatos con su aportación y ver “París 70” quien todavía no lo haya hecho.

  99. El perro del Extranjero

    El calor argelino lo hacía jadear aunque se mantuviera sentado y en silencio. No soportaba su penosa mirada. Con su bastón, procuraba sacudirle únicamente en el costado. Siempre había detestado la compañía de ese perro. Durante sus paseos, aquel chucho sin dignidad le avergonzaba por su aspecto. ¡Era una condena que le vieran junto a un ser tan feo y miserable! 

Su defectuosa consciencia, corrompida por el Alzheimer, no le permitía recordar cuándo había deseado ser su amo. Al sujetar la correa y verlo colgar sin vida en los ojos, un pequeño hormigueo le revolvió las entrañas.

  100. Cecilia de Lourdes Salazar Ruiz

    NO ME OLVIDES

    —Elenita ponte más linda que nunca, ¡saldremos esta noche!
    Era nuestra vida normal. Mas aquello pasó, solo quedaron recuerdos borrosos, acciones equivocadas.
    —Ayer encontré a…tu amiga, tu… compañera
    —¿Te refieres a Claudia?
    —Creo que sí —fue una afirmación a medias. Luego, en silencio, permaneció con la mirada perdida.
    Años después, aquel Pool dinámico y alegre divagaba con dignidad sobre un pasado inexistente
    que el Alzheimer construyó con nuevos personajes y escenarios.
    Pese a ello, presentía los “yo te amo abuelo” y apretaba unas manos pequeñitas.

  101. Shirley Tatiana Chavez Zamora

    UNA CONFESIÓN SINCERA DE AMOR

    En silencio contemplo tu hermosa mirada, la que con dignidad distante me tiene privada, la que robo mis sueños en décadas pasadas, hace bastante tiempo, mucho antes de que el alzheimer te visitará. La que amo intensamente como si no hubiera más nada, la que hizo multicolores mis primaveras pasadas, la que me flecho y me dejó anonadada, la que eternamente y para siempre me conservará de ti enamorada.

  102. Irma Dennis Luna Campoy

    Dios sabe que he sido bueno; quizás lo he sido demasiado, tanto que me olvidé de mi primero. El silencio tras la noticia es abrumador y confuso, aunque no más que la mirada con la que las personas te ven después de la nueva. ¿Dignidad? ¿También acabaré perdiendo eso un día? cuando no pueda más alimentarme solo o recuerde cómo llegué a donde quiera que esté; o quien es quien me toma de la mano al salir al parque. Positivo para el alzheimer. Sentencia. ¿Dejare de ser amo de mi mismo? sin duda alguna ahora sé que nunca lo fui.

  103. María Luz Sánchez Pareja

    TARDES CON MAMÁ
    Aunque se queda en silencio cuando me ve, noto en su mirada risueña que, sin saber exactamente quién soy, me ha reconocido. Me siento junto a ella y le cojo la mano.
    Ahora ha cerrado los ojos. Permanece sentada y erguida y mantiene su antigua dignidad que el alzhéimer no ha podido arrebatarle. Cuando le digo: “Te amo” y me aprieta la mano, sé que no está dormida.

  104. Alex Crisóstomo Vergara

    LA CARTA HACIA EL PERDÓN
    -Fue un día, donde estas seis simples palabras “La obsesión se apoderó de mí”,
    rompieron nuestra relación de amistad, y cinco “hasta tal punto de olvidarte”, en donde
    terminé huyendo.

    Hola, estimada Bell.

    Quiero decirte…
    “Con el silencio del largo sonido del viento, de tu mirada de angustia del dolor que te
    ocasioné, cometí errores hasta tal punto de que perdí mi dignidad solamente por estar
    a tu lado… pero no es culpa del fruto del Alzheimer.” Sí, no, porque no fui el amo de mi
    propia memoria con tal fin de ya no poder recordarte.

    Abrazos psicológicos.
    ATTE.: Red

  105. Me calmaba aquel SILENCIO, el que prevalecía durante nuestras partidas de mus los jueves por la tarde. La última vez que jugamos, cogió mi mano y se la llevó al rostro mientras me lanzaba una MIRADA de ternura. Detestaba perder, decía que le quitaba mucha DIGNIDAD. Su ALZHEIMER era ya tan avanzado que apenas recordaba su propio nombre. Enseñé mis cartas y me sonrió. “Gracias por dejarme ganar de nuevo, puede que no recuerde quién eres, pero sí lo mucho que te AMO”. Y aquella tarde, mi abuela y yo nos fundimos emocionados en el que sería nuestro último abrazo.

  106. Te amaré
    Tus ojos no brillan, impera el silencio. Tu mirada, fija en un horizonte blanco. Tu dignidad se escabulle en el laberinto de la confusión y el olvido. En las tinieblas del Alzhéimer se apaga tu luz y te pierdo. Te sueltas de mi mano, asustada, porque no me reconoces. Dicen que la mujer de la que me enamoré no existe, que soy un extraño para ti y tú para mí. No importa lo que clamen. Te acompañaré en la etapa más desolada de tu vida porque te amo. Estaré aquí siempre.

  107. Enamorado
    Ante el silencio de tu mirada, pierdo la dignidad. Como una víctima del Alzhéimer, olvido quién soy y dónde estoy. Tambaleo en las tinieblas de tu amor y me pierdo en el laberinto de tus caprichos. No soy amo de mi mente ni dueño de mi corazón.

  108. En el silencio de esta fría habitación, tu mirada perdida pero manteniendo la dignidad luchaba contra el Alzheimer. Observarte así me duele en lo más profundo. Aunque tus recuerdos se desvanecen rápidamente, quiero que sepas que siempre te amaré, porque eres tú, con memoria o sin ella, eres el amo de mi corazón.

  109. Stella Moreno Camacho

    CAMINANDO HACIA EL OLVIDO

    Fue al cerrar sus ojos cuando el silencio se adueñó por completo de la habitación. Nada. Ya no podía escuchar nada, y su mirada vuelta hacia la más insondable de las desesperaciones, lloraba imágenes de tiempos aciagos que la imaginación le escupía con sorna. De dignidad le pareció que hablaba ahora el joven médico obligado a representar el papel de agorero. ¡Hacía tiempo que su dignidad yacía muerta a los pies de aquel marchito cuerpo, enfermo ahora también de Alzheimer!
    ¿Cómo aceptar pasar de ser amo a esclavo, de saberse el yo a ser la nada?

  110. No te olvido

    En aquella sala, donde el silencio se posa cual manta suave, su mirada se encuentra diluida entre confusión y ternura distraídas. Busca algo perdido en el laberinto del recuerdo Su dignidad brilla, inmutable como faro en un mar embravecido. Es el Alzheimer, ese mar de olvido.
    El amo encuentra a la amada con la mirada. Ella lo sostiene fuertemente de su mano desgastada. Conexión donde el silencio grita el lenguaje del amor de su vida. Aunque los recuerdos se olviden, el corazón siempre sabrá el camino a casa. El amor es aquello que nunca pasa.

  111. Lilian Elizabeth Parada Hernández

    Adiós
    En el silencio de la noche y con unas gotas de rocío que escurrían en la ventana que contemplaba desde su gélida cama, con la mirada perdida en el más hondo de su alma, escudriñaba en las lagunas de sus recuerdos. Al filo de la medianoche, mientras con coraje y dignidad, la muerte de turno le cerraba los ojos, el alzhéimer le permitió vivir un suspiro sepulcral, para perpetuar el sublime beso que su amada le dio cuando murió en sus brazos. En ese milésimo y congelado segundo, le permitió ser el amo de su vida.

  112. Justicia amazónica.

    El río escandaloso que fue, ahora fluía de cianuro, mercurio y silencio. Los garimpeiros, simples delegados, fijaban nuestra mirada en el sucio oro que expulsó a los legítimos propietarios de la dignidad de la selva expoliada.
    Pero un día de realismo mágico llovió y llovió, más que en Macondo, eternamente llovió y arrastró el deseo voraz y la codicia, trayendo de nuevo la bruma azul, el agua clara y el aleteo verde de olores, hojas y seres, recordándonos que la naturaleza tiene memoria, no conoce el alzheimer y sabe con certeza que tiene Dios pero no amo.

  113. Resplandor en el silencio

    «En el silencio de tu memoria, sé que aún permanece tu mirada, guiándote a vivir un futuro fragmentado. Cuando la dignidad se revelaba en la aceptación mutua, el Alzheimer no podrá borrar ciertas cosas, como tus enseñanzas y el amo que nos cuidará. Sobre ti, habrá mucho que admirar y no es el final, porque los sentimientos no saben olvidar. Un día despertarás y tú me cantarás, sin prisas ni temores; tus ojos brillarán.»

  114. VACÍOS

    Sólo se oye el silencio. El crepitar del fuego en la chimenea, el soplo helado del viento contra los cristales, el crujir de los árboles. Él está de pie frente a mí. Noto cómo se esfuerza por descubrir quién soy, mientras sostiene su mirada perdida con atisbos de lejana dignidad. El Alzheimer ha penetrado en él con brutalidad y lo ha despojado de esencia, vaciando de contenido su ser. Ya no es amo y señor de sus recuerdos. Solo existe, mientras persiste en su lucha por vivir. Siento, de pronto, como sus ojos vacíos me miran mientras lloran.

  115. La fe en la enfermedad

    Estaba tranquila en el consultorio médico esperando los resultados, no tenía dolor de ningún tipo, me sentía bien. De pronto entró el médico, me vio y hubo un silencio extraño, sentí su mirada, eso fue suficiente para mí. Lo entendí todo, no necesitaba decírmelo. Algo andaba mal. Cualquiera que fuera el resultado, tenía que aceptarlo con dignidad. Estaba lista a escuchar mi diagnóstico. El médico comenzó a hacerme preguntas, algunas no pude responder, no las entendía. Me miró fijamente y dijo: Tiene principios de Alzheimer. Me asusté, suspiré y exclamé: Amo y confío en Dios.

  116. YURY TERESA FORERO JIMENEZ

    ABU
    Mi abuelo tenía mucha fuerza, él fue trabajador, machetero, siempre me decía con los ojos que debía hacer; el silencio, y un ademán, me guardaba en la habitación; con una mirada dulce, se hacia mi cómplice. Era esa dignidad de campesino, que amaba el mundo y su tierrita, lo que más me atraía de chico. Ahora que lo veo con Alzheimer se cuánto lo amo, le acaricio su cabeza, y le cuento historias de ese mundo especial para los dos. con una sola mano, puede apartar cuatro hombres, que lo quieran dominar; solo mi voz atiende.

  117. Ana Grecia Sandoval

    OPTIMISTA

    –Este silencio es reconfortante como una mirada cálida al corazón, donde la dignidad se mantiene…
    –Tú puedes, Gladys –dijo animándola.
    –Virgen; se mantiene virgen. ¿Esa palabra existe? –dijo confusa.
    –Sí, excelente.
    – ¿Realmente cree que este nuevo tratamiento para el Alzheimer resulte optimo? Ya esto se había usado antes como estimulación –dijo observando.
    –Lo estamos usando con otro enfoque junto con otros procedimientos. Sé lo que piensa, director, pero no me daré por vencida hasta tener resultados esperanzadores. El proyecto “Amo de ti mismo” será apenas el primer paso.
    –Espero que a final de año esta conversación sea diferente –dijo sonriendo.

  118. Madre

    Cuando estoy junto a ti nos envuelve nuevamente este silencio oscuro y doloroso. A través de tu mirada siento que tus palabras ya no existen y que tus recuerdos han quedado atrapados en unos ojos grises y tristes. Nos hemos perdido en un horizonte infinito que no alcanzamos, ni tú ni yo. Sólo una lágrima perdida en tu cara me recuerda la dignidad que rodea tu cuerpo, porque los pensamientos han caído en un vacío sin vida. Este Alzheimer nos ha atrapado a las dos en un llanto mudo del que se me escapa un te amo.

  119. Dolores Sanabria García

    TU MANO EN LA MÍA
    Silencio en tu mirada perdida. Yo, que siempre sabía qué pensabas con solo asomarme a tus ojos. Envejecer con dignidad. Eso queríamos. El agua levanta el olor de los tiestos de geranios. Estamos junto al pozo, con el patio recién regado. ¿Te acuerdas de cuando nos conocimos? Yo lancé una moneda a la fuente de los deseos con tanta fuerza que me desequilibré y me agarré a ti. Casi te hago caer. ¿Sonríes? El Alzheimer vino a intentar separarnos. Pero no es el amo. El amor siempre derriba las barreras del olvido.

  120. Un relámpago en la noche

    Arropados por el silencio del cuarto de baño, encuentro en esos ojos la lucidez que antaño caracterizó su mirada pero que ahora resulta extraña. Hacerlo no me proporciona demasiada dicha o consuelo. ¿Qué dignidad hay en no haber perdido del todo algo que en el pasado fue un recurso diario, fácil y natural? Ahora, la tiranía del alzhéimer sólo permite que regrese a veces, luminosa, veloz y breve, como un relámpago en la noche.
    En el reflejo del espejo, mientras le asean, reconozco a un hombre que ya no es amo y señor de nada, ni siquiera de su memoria.

  121. JHASMIN ORTEGA RAMON

    RECUERDOS QUE AÚN NO OLVIDA

    Puse el celular en silencio y entre a la habitación, mi abuelito se encontraba recostado con la mirada perdida, me quedo viendo tratando de reconocerme y dijo – Flor, pásame el pantalón, tengo que cambiarme – acaricie su cabeza y conteste – abuelito, no soy Flor, soy tu nieta –

    Llame a mi madre, con paciencia se dispuso a cambiarle el pijama, preservando en todo momento la dignidad de su padre que padecía de alzheimer. A mi madre también le llamó Flor, creía que era mi abuelita, a quien amo por cincuenta años. Aún no se olvida de ella.

  122. Pedro Martín Felix Mory

    TINA

    Y de pronto sentí como un sepulcral silencio caía subrepticiamente sobre el cuarto de mi adorada abuelita Tina, antaño de dulce mirada viraraz y risible ahora se alojaba perdida en la bruma atónita del olvido. Ella, de respetable genio y carácter siempre vivió con mucha dignidad, lucho duro frente a las constantes adversidades de toda su vida. Jamás pensó en ningún momento que languidecería ante un pavoroso Alzheimer tan encarnizado y despiadado. día y noche, solita con mucho ingenio y tesón forjaría a sus hijos infatigablemente porque nunca existió un hombre capaz, que fuese amo o dueño de su destino.

  123. El charco
    Acurrucada en la sombra sobre el sillón de hierro, percibe el silencio como un charco de agua en medio de la sequía atroz del verano, su mirada se detiene sin prisa en el vuelo de los jilgueros, que abandonan como un tornado dorado el poste de cedro gastado.
    Con una dignidad envidiable se pierden en el cielo.
    Con la memoria perdida en los pájaros picoteando el turquesa esteño, a veces recuerda que el día en que se fue, él murmuró “Alzheimer” y ella solo pensó en esa canción de Charly, que dice: “Te amo, te odio, dáme más”.

  124. Gregorio Vega Cuesta

    Una hora a la semana
    Mientras empujo su silla de ruedas por las afueras de la residencia, le cuento todo lo que ha pasado durante la semana. Ella me escucha en silencio, como si pudiera entenderme, aunque su mirada traiciona la dignidad que finjo, de forma absurda, cuando nos cruzamos con alguien. Luego le canto alguna copla de cuando vivíamos en el pueblo y, cuando sonríe, siento que por un momento el alzheimer ha dejado de ser el amo de sus recuerdos.
    Al marcharme me invade una sensación de tristeza… y de alivio. Una sensación que va quedando atrás mientras conduzco de vuelta a casa.

  125. Javier Vallejo González

    UN VIEJO AUTÓMATA

    El silencio merodeó en nuestra casa como si de un invitado pesado se tratase. Su mirada traía tristes noticias y no sabía por dónde empezar, parecía ser.
    Nos habló de la dignidad del ser humano, la cual se va desintegrando poco a poco ante enfermedades como el Alzheimer. La persona deja de existir, muere antes de tiempo.
    Pero dijo algo a todos: “Os amo”. Esas fueron sus últimas palabras, lo demás fue un borroso recuerdo de alguien que un día fue «Alguien» y que permaneció tiempo después como si nunca hubiera existido ese alguien coherente de entonces.

  126. MARÍA MÁRQUEZ GENTO

    MEMORIAL
    En el silencio de la noche, clavó su mirada interrogante sobre mi rostro y entendí que preguntaba.
    Era a ratos, ese abuelo que siempre admiré, ese maestro vocacional, a ratos una persona errante en su memoria, dónde identidades, pasado y presente se mezclaban sin coordenadas de tiempo o espacio.
    Así, ese hombre que dedicó su vida a educar a los demás, a luchar por que la dignidad de una persona no la determinara la cuna ni el patrimonio, cayó en las garras del monstruo del Alzheimer, glotón devorador de sus recuerdos, ladrón de pasados, tirano amo de su memoria.

  127. LAS BUGANVILLAS
    Observaba el jardín a través del vidrio. Las buganvillas florecían, demostrando una fuerza que daba dignidad a toda la residencia. El anciano se sentía orgulloso, pues las había visto crecer. Apoyado contra el cristal, agudizó el oído. Sólo había silencio, convertido en amo de aquel lugar. Se dio cuenta de que había olvidado cómo sonaba la vida. Las canciones que tanto le habían gustado, y que el Alzheimer había borrado. Las palabras apasionadas que sus labios habían dejado escapar. Las partidas de cartas con sus nietos. Pero allí estaban las flores, susurrándole con la mirada, y eso nadie podría quitárselo.

    1. Nicolás, tu relato no puede entrar en concurso porque incumple una regla de este concurso: respetar en el relato el orden en que se han dado las cinco palabras.

  128. José Carlos Conesa Salguero

    Ahora y en la hora
    Estábamos juntos, como siempre, en la salita de nuestra vida, pero todo era ya muy diferente. Cada vez resultaba más difícil no sucumbir al escalofrío que generaba escuchar el atronador silencio del olvido en aquella aturdida mirada, pese a que, aun perdida en el tiempo, mantuviera intacta su singular dulzura y dignidad. El Alzheimer había roto en mil pedazos nuestros sueños de futuro en común y, por momentos, sentía perder el pulso hasta con la propia existencia. De pronto, sin motivo aparente, dirigió sus profundos ojos negros hacia mí, sonrió y tiernamente me dijo: «No te preocupes, cariño. Te amo».

  129. Alicia Fernández Insua

    ERAS LUZ

    Cada día el olor a café recién hecho me llevaba hasta la cocina. Hasta ti. El sol hacía que se marcaran los pómulos de tu delicado rostro. Convertían en agua cristalina tus penetrantes ojos. Y esa sonrisa. Dios. Eras luz. Esa forma de tocar el piano. Me hacías viajar a la eternidad.
    Ahora todo es silencio. Veo tu mirada perdida y no lo entiendo. Me falta dignidad para aguantar mi rabia. El Alzheimer me lo ha robado todo. Solo puedo decirte que te amo, mientras toco el piano en busca de esa sonrisa que lo cambiaba todo.

  130. Destellos

    Envuelto en el torbellino de silencio, su imagen se camuflaba con el papel tapiz raído. Su mirada, perdida en el limitado paisaje que le ofrecía la única ventana de su habitación, a pesar de todo, no había perdido ese aire de dignidad que tuvo en la juventud; pero ahora, con su cuerpo reducido por la demencia, solo quedaban aires de ese pasado: el Alzheimer se había propagado desbocadamente. Por un instante, sus ojos brillaron, y una lágrima surcó los pliegues de su cara: recordó que seguía siendo amo de su destino, y, de manera fulminante, sonrió.

  131. Alzheimer

    El repentino silencio del médico quiebra la angustiada mirada que espera un milagro. El paciente entrecruza sus manos y cierra los ojos. Su esposa carraspea y pregunta: «¿Qué podemos hacer, doctor?» «En primer lugar, privilegiar en todo momento la dignidad de su esposo», responde. En cuanto a la atención médica, llegará hasta donde alcance el conocimiento sobre Alzheimer. Lo más complicado no es tanto la vida que él pueda llevar, sino cómo se adaptan usted y su familia ante quien no les reconocerá en breve. «Yo le amo», dijo ella. «No olvide eso nunca». «Lo va a necesitar», enfatizó.

  132. ELLA
    Falleció en invierno recordando quien era yo. Ocho años antes llego el silencio y la mirada fija a cualquier parte, momentos que interrumpía invitándola a bailar, cantando su canción favorita o preparando juntos un pudín, su postre preferido. Haciéndola sentir viva, útil, conservando su dignidad ante la llegada despiadada del Alzheimer, el abismo al olvido, el fuego que quema la remembranza, pero el que nunca pudo borrar en ella el amor, porque cada vez que bailaba, escuchaba su canción favorita o probaba el pudín, me miraba y sonreía, entonces comprendí que sin palabras me decía “te amo esposo”.

  133. Silencio en la sala

    Al entrar en la habitación, no detecté nada de lo que en el pasado inundaba la estancia.
    Silencio es lo único que hallé.
    Paseé entonces la mirada por todos los rincones del lugar, donde siempre había encontrado la dignidad que caracteriza a un hogar, con mayúsculas, y a quien lo tripula cual barco.
    Alzheimer. Parecía estar escrito en todas las paredes de esta habitación, antaño tan cálida, pero ahora tan doliente.
    Esa enfermedad…. Maldita perra que ahora solo tenía un amo.

  134. Javier Rodríguez Rodríguez

    No necesitaba hablar para comunicarme con ella. Es más, creo que hubieran estorbado las palabras. El silencio que inundaba la habitación era el espacio perfecto donde su mirada se encontraba con la mía, y en ese encuentro se desplegaban toda una gama de emociones en la que nos encontrábamos y reconocíamos mi madre y yo, sin necesidad de ponernos nombres. Su dignidad, mi agradecimiento y, sobre todo, nuestra mutua paz alcanzada. El Alzheimer no había podido con eso. Mientras le daba la mano, me sentía afortunada de poder cuidar a la persona que más amo.

  135. Víctor Valdesueiro Bernabé

    Tras el inapelable diagnóstico, un denso silencio envuelve la consulta.
    Ante la aséptica mirada del doctor, Manuel intenta conservar la dignidad y guardar los informes en la carpeta sin que se note el temblor de sus manos.
    Hace un minuto era una persona sana que, convencido por su hija, había acudido al neurólogo por algunas lagunas mentales y ahora es un enfermo de Alzheimer.
    Sabe que el futuro se presenta incierto, pasará de ser el dueño de una importante multinacional a no ser el amo de su propia vida.
    Nadie le ha regalado nada. Tiene setenta años y mucho miedo.

  136. Mariateresa Tomasella

    NUESTRA CANCIÓN FAVORITA

    Entro en la habitación y el silencio me acoge.
    Tu mirada ausente traspasa mi imagen anónima y choca contra la pared detrás. Sufro cuando no me reconoces.
    Saco el móvil y pongo a todo volumen nuestra canción favorita. Las enfermeras de la residencia ya no me reprenden como en los primeros días. Ahora ellas saben que sólo deseo reanimar tu dignidad.
    Me reconforta oírte cantar y ver tu cuerpo pasivo estimulado por el ritmo. Un día más el ímpetu de la música se interpone entre nosotros y la crueldad del Alzheimer.
    ¡Te amo, amor mío!
    Volveré mañana.

  137. Coloma Rodríguez Ruiz

    El silencio de Estefanía.
    Hoy Estefanía calla todo aquello que antaño mostraba con tan solo una mirada. De su boca sólo salen palabras relativas a su infancia. Tal vez porque nunca dejamos de ser niños, aprovechamos la más mínima oportunidad para revivir intensamente nuestra niñez.
    Con toda dignidad, hace frente a sus olvidos cuando es consciente de que el Alzheimer ha entrado en su vida. ¿Quién es amo por completo de su vida? se pregunta mientras contempla la inmensidad del océano. El mismo océano que la sumerge en sus recuerdos.

    1. Estefanía, tu relato tal como está no podría participar en el concurso, porque incumple una regla de las bases: introducir en el relato todas las cinco palabras y en el orden en que se han dado.

  138. Pablo Darío Martín Fontana

    Título: El amor perdura como un motor eterno

    El «Silencio» me hablaba a través de la «Mirada» cristalina de Mamá. Sacrificando su «Dignidad», estacionó su vida para cuidar a Papá, afectado por el «Alzheimer». Ella lo «Amo» y aún lo llora, manteniendo viva su memoria. El amor perdura como un motor eterno. Sus recuerdos, en fotos y grabaciones, son tesoros difíciles de olvidar. Espero que nuestro dolor germine en algo hermoso, como semillas que florecen en árboles verdes, nutriendo nuestros sueños. Son razones para seguir adelante, caminando por los senderos de la vida.

  139. Nostalgia acústica

    La piel se me eriza cuando escucho el silencio del crepitar del rescoldo de la chimenea, o el triste lamento en la mirada de las gotas de lluvia del mes de abril. También me ocurre con el bullicio de las gaviotas que con algarabía me despiertan cada amanecer. Pero sobre todo me sucede con el roce de las sábanas deslizándose por mi piel cuando la enfermera me destapa con cariño y me dice que la dignidad no está reñida con estar guapa. Amo cuando me pone los pendientes rojos porque tú has venido a verme.

  140. Olvidos involuntarios
    En el silencio, una mirada cargada de dignidad se cruza entre ellos. Él, de su pasado saca cosas
    de sus memorias perdidas. La mira, lo mira. Ahora lucha contra el Alzheimer que consume sus
    recuerdos. Ella, su compañera inquebrantable, sostiene su mano con amor y compasión. Cada día es
    una batalla contra el olvido, pero juntos enfrentan el desafío con valentía. A través de la bruma de la
    memoria perdida, encuentran destellos de lo que una vez fue. En cada gesto, en cada palabra,
    persiste el vínculo que el tiempo y la enfermedad no pueden desvanecer. Amo verlos.

  141. El olvido
    En silencio veo caer las últimas hojas del viejo roble en el parque. A lo lejos por el sendero
    empedrado viene Don Diego, hace muchos años lo conozco. Tiene la mirada perdida al pasar frente
    a mi en la banca donde estoy sentado, lo saludo. Se detiene y con toda dignidad trata de recordar, ya
    no se acuerda de mí. Sigue su camino a paso lento, se acomoda la gorra rascándose la cabeza,
    cambia el bastón de mano, tiene Alzhaimer. Comienza a silbar mientras se aleja, amo a ese hombre,
    él es mi padre.

  142. Rubén Rodríguez Fernández

    COMPAÑEROS

    Ya no hay más que silencio en nuestros paseos. Por mucho que a veces le intento provocar, es inútil, no abre la boca. En fin…
    Antes me reprendía cuando comía algo por ahí, o me silbaba si no me encontraba, y en muchas ocasiones, mientras caminaba se confesaba buscando mi mirada.
    Ahora muchos se giran cuando nos ven por el parque; creen que les va a herir su dignidad. Desconocen que tiene principio de… (cómo se dice) Alzheimer. Pero yo mientras pueda siempre estaré con él. Con mi fiel amo.

  143. Muamar Kadafi Quiñonez Moreno

    Mis ojos en contra mía

    Me niegas tu voz en todos sus niveles: ni en enojo ni en reproche, hasta tu voz indiferente me sería cálida en este silencio. Mis ojos desenfrenados te tienden la mirada a pesar de que yo quiero mantener algo de dignidad, se han vuelto en contra mía, olvidaron el dolor de llorarte, tu silueta marchando en sentido contrario a mis brazos, están enfermos de Alzheimer, en ellos aún está corriendo un tiempo en que te amo.

  144. A quien corresponda
    En el hogar, todo era silencio. Cada abuela tenía la mirada perdida, buscando, a través de las ventanas, un paisaje mejor, uno conocido, uno familiar. A cada una se las cuidaba con dedicación. Las enfermeras eran capacitadas constantemente y la dignidad de las personas con Alzheimer era el lema de cada seminario. Cada tanto, se escuchaba un “te amo”, como caído por descuido entre las tazas de té y las barajas. Ya nadie suponía que la revelación se había manifestado, cada una lo agradecía como propio.

  145. Blanco
    La madrugada es un silencio en el que cantan los gallos, la niebla en el río, el barro en los caminos.
    La mirada de la noche ha desconocido la dignidad del cuerpo que ya desaparece en el caballo blanco del alzhéimer, allá́, por los fondos de la isla.
    Al final encenderé́ las velas a los dioses que siempre me han fallado, a los que amo.
    Los que cuidan, como los niños cuidan a los padres sin trabajo y a las madres enfermas. Cantaré las músicas altas del cielo que se deshacen en el aire como acuarelas bajo la lluvia.

  146. Leonardo Valencia Echeverry

    En un mundo silencioso dominado por robots oxidados, una niña sobreviviente de la pandemia, miraba su captura, siendo llevada a una ciudad de hierro, desquebrajando su dignidad. Mientras la princesa luchaba por su libertad, recordando y olvidando por su Alzheimer, un grupo de niños y niñas dulces como caramelos y sus animales de compañía se unían para rescatarla. En medio de una batalla llena de colores y confeti, la princesa encuentro breves momentos de esperanza. Amo vivir rodeada de colores y alegría, incluso en un mundo gris.

    1. Hola Leonardo. Tu relato incumple las reglas, las palabras no se pueden cambiar, han de ser exactamente las mismas dadas y en el mismo orden. No puede entrar en el concurso de esta forma.

  147. Alex Crisóstomo Vergara

    LA CARTA HACIA EL PERDÓN
    -Fue un día, donde estas seis simples palabras “La obsesión se apoderó de mí”,
    rompieron nuestra relación de amistad, y cinco “hasta tal punto de olvidarte”, en donde
    terminé huyendo.
    Hola, estimada Bell.
    Quiero decirte…
    “Con el silencio del largo sonido del viento, de tu mirada de angustia del dolor que te
    ocasioné, cometí errores hasta tal punto de que perdí mi dignidad solamente por estar
    a tu lado… pero no es culpa del fruto del Alzheimer.” Sí, no, porque no fui el amo de mi
    propia memoria con tal fin de ya no poder recordarte.
    Abrazos psicológicos.
    ATTE.: Red

  148. GONZALO ALVAREZ MOYA

    LO MÁS TRISTE

    El silencio se adueñó de su mirada, la enfermedad le quitó su dignidad, el alzheimer acabó con su vida. Pero lo más triste, el hijo que tanto amo, la abandonó.

  149. GISELLE ALVAREZ MOYA

    ES TAN SOLO

    Su risa y sus consejos ya no se escuchan, la enfermedad la mantiene en silencio, la alegría de su mirada ha desaparecido, su dignidad la ha perdido. El alzheimer quiere ser el amo de nuestro hogar, pero hemos decidido que no será así. Es tan solo una visita indeseable que siempre acompañará a mi madre y con la cual mi padre y yo debemos convivir.

  150. ABISMO

    Negro, inquieto es el SILENCIO que lo empuja a levantarse del asiento para reconocerse en objetos, acciones o personas. Su MIRADA arbitra un profundo caos que se extiende anónimo entre el vacío y el sufrimiento. Su DIGNIDAD ya no persigue continuidad en conversaciones lógicas sobre el tiempo o el fútbol, como el principio de su malhadado ALZHEIMER le permitía disfrutar a ratos.
    Vacila desasosegado sin rumbo fijo. Sin embargo, aún sonríe ante la proximidad de un único rostro amigo, el de su fiel compañera
    cuando le susurra Te AMO, y le devuelve así un dulce tiempo compartido en el pasado.

  151. Querida enfermedad,

    Nunca hubo silencio en la casa de mi abuela. Tres generaciones de la familia han crecido bajo su mirada amorosa, entre risas y tristezas ¿y ahora? ¿Dónde están todos esos años? ¿Y su dignidad?

    Debo confesar, Ahlzeimer, que lo has cambiado todo y ahora las fotos de la cómoda se parecen más a mi abuela que ella misma.

    Pero tengo que decirte que , aun así, ella permanece en mi corazón, en mi memoria. Allí no me las podrás quitar. La amo y siempre será así, incluso cuando ella deje de saber por qué.

    Espero a tu respuesta…

  152. Alejandro Luis Arias

    Diagnóstico

    Nos quedamos todos en silencio. Nadie levantó la mirada.
    Fue como si nos hubiesen arrancado la dignidad.
    El médico dictaminó Alzheimer.
    La que amo se perderá en la nebulosa.

  153. Oswaldo López Álvarez

    DESIDERATUM BÉLICO
    Caen las bombas que hacen trizas el SILENCIO. Espectáculo televisado que aglutina la convulsa MIRADA de millones de espectadores. No puedo evitar preguntarme por la DIGNIDAD ausente.
    Llega la hora de verte. Tus gritos son nuevas bombas y tus ojos emiten miedo. Ahora la guerra tiene nombre: ALZHEIMER. Luchas contra ti misma a favor de tus recuerdos. AMO lo que ahora eres porque siempre amé lo que fuiste.
    Llega el momento de irme. Tregua temporal, bandera blanca. Vamos perdiendo la guerra, pero quedan más batallas. Probetas y laboratorios son las coronas de olivo. Paz sin despachos.
    Nuevo desiderátum.

  154. No he podido evitar que mi pensamiento haya viajado hacia el último recuerdo vivo que tengo de él. Un hombre íntegro y leal, sin mácula alguna. Según mi tía, una noche pronunció la última palabra, permaneciendo en silencio el resto de su existencia. Cuando fui a visitarlos, su mirada inexpresiva me dejó el alma tirada por los suelos; nunca imaginé que alguien tan grande pudiera salir derrotado de aquella forma tan humillante. Sin embargo, no había perdido la dignidad a pesar de que el maldito Alzheimer habíale arrebatado la humanidad a su persona. Se llamó Julio Marzo. Amo su recuerdo.

  155. Título: ENJAULADA

    Hoy me he sorprendido llorando ante el espejo; siento que cada vez es más complicado volver de la jaula que me tiene presa en mi cuerpo. Esta vez había desistido de romper esa barrera de SILENCIO que me impedía comunicarme con el exterior. La desesperación en su MIRADA es donde he encontrado la motivación para retornar desde ese pozo de confusión e incertidumbre. ¿No es suficiente con despojarme de toda DIGNIDAD ausencia tras ausencia?, ¿Por qué me torturas así ALZHEIMER?. Nunca suplico por mí pero te imploro que no te ensañes con la persona que AMO.

  156. Esta luz silenciosa
    En ocasiones se va, vaya a saber dónde. Yo me quedo. Escucho su silencio, reconozco esa mirada. Hay los que dicen que mira hacia la nada, que mira sin ver. El caso es que me acuerdo la primera vez que la luz de estos ojos se encontró con la luz de los míos, aún éramos adolescentes; por tanto, sólo yo conozco la profundidad de lo que expresan. Hoy esta luz silenciosa expresa dignidad, a pesar del Alzheimer. Todo esto es algo muy nuestro, todo esto forma parte de lo que yo, incluso con el Alzheimer, amo en él.

  157. Salvador Ontiveros García

    La abuela que iluminó el futuro

    A dónde van esos hermosos ojos verdes en silencio. Tu mirada tiene la dignidad de las flores que cuidas con bondadosas manos.
    Quizás hayas estado abrazada a tu madre, comiendo cerezas, o busques un recuerdo en una esquina con tu buena perrita de la infancia. No hay nada más triste que esas lágrimas cuando vuelves y sientes que la goma de borrar del alzheimer pretende ser tu amo.
    Inundado de tu belleza eterna el tiempo es un columpio en el que jugamos juntos desde siempre.
    El abuelo paseará contigo a cada instante cuarenta años más desde tu marcha.

  158. Manuel Vázquez Cañal

    REENCUENTRO
    Sentado a su lado, en el silencio de la habitación, la observaba tratando de encontrar en su mirada un rastro de la persona que había sido. Cada vez más a menudo se sorprendía preguntándose si algo de ella seguía ahí, si tenían sentido todos aquellos días junto a su cama. ¿Existía dignidad en ese lento apagarse o la propia idea de una vida digna se había convertido en un oxímoron a causa del Alzheimer?
    —¿Sabes quién soy? —le preguntó acariciándole la mejilla.
    —No —y, sonriendo tímidamente, añadió—, pero sé que te amo.

  159. Esther Naveiro Sobrado

    Abismo
    Hace tiempo ya que el silencio ha ido creciendo entre los dos. Sigo buscando sus palabras precisas, su mirada cómplice y la tibieza protectora de su cuerpo. Pero él ahora está ensimismado y perdido en un laberinto del que no puedo ayudarlo a salir. Cada día lucho por defender su dignidad ante el deterioro imparable de la enfermedad, pero el Alzheimer, implacable, me derrota y está haciendo que el hombre al que amo me vea como a una extraña. Juntos, en caída libre, nos precipitamos por la sima del olvido y el agujero negro del desaliento.

  160. ¿Quién eres?

    En la tranquila de la sala, el silencio le embarga. Su mirada perdida, en el horizonte de los recuerdos, A pesar del caos neuronal, la dignidad de su ser brillaba como una luz tenue pero constante. Y oscuros fragmentados causados por el Alzheimer, buscaba desesperadamente un destello de claridad. El amo de su vida, ahora un espectador impotente, observaba con amor y tristeza la lucha interna de su ser querido. En ese silencio pesado, solo el eco de sus suspiros resonaba, recordando la fuerza de un amor inquebrantable que desafiaba incluso a la enfermedad más cruel.

  161. Un Oasis
    El anciano observaba el jardín a través del vidrio. Las buganvillas florecían. En medio de un mar de silencio, parecían susurrarle con la mirada. Eran un oasis de fecundidad dentro de la estéril residencia. Al mirarlas, como hacía todas las mañanas, sentía que recuperaba un poco de la dignidad que el tiempo le había arrebatado. Las canciones que había amado, y que el Alzheimer había borrado. Las palabras apasionadas que habían escapado de su amo. Las partidas de cartas con sus nietos. Aquello no volvería. Pero ahí estaban las buganvillas, gritándole que no se rindiera, y eso nadie podría quitárselo.

  162. Decisión

    Se hizo el silencio. Su mirada borrosa por lágrimas que brotaban y recorrían sus mejillas, no hacían justicia a la dignidad con la que había mantenido el secreto.
    – Tengo Alzheimer, un día no seré capaz de recordarte. Has sido un soplo de aire fresco, un gran sueño, una dicha inconmensurable. Siempre estaré agradecida, por ello debemos dejarlo. Permíteme que este recuerdo muera intacto en mi olvido.
    – No. Te amo y cuando suceda, estaré cada día a tu lado. Te recordaré el amor que hayas olvidado.
    Solo necesito un suspiro de vida, una nueva oportunidad de enamorarte cada día.

  163. El Perfume
    El silencio era la tónica general, apenas hablaba y el avance de la enfermedad no ayudaba. Quiso la fortuna que aquella mirada perdida, volviera a brillar a causa de un perfume. Limpiando di con un extraño tarro que al destapar, dejó libre una dulce fragancia. No sé explicarlo, pero aquella fragancia, devolvió una dignidad que parecía perdida con el avance del Alzheimer. Ese perfume logró arrebatarme un extraño y devolverme a mi padre. Pertenecía a mi madre y cada vez que lo destapaba, mi padre sonreía y decía » la amo».

  164. Panegírico
    Amelia odiaba el silencio. Ella, que no callaba ni debajo del agua, ya llevaba diez días sin hablar. Aquella mirada fulminante con la que defendía nuestra dignidad a capa y espada se había esfumado. Le conté los últimos cotilleos del pueblo, pero no se acordaba del lechero, ni del cura. Pasional, trabajadora, cariñosa y cabezota como ella sola, así era. El Alzheimer la fue apagando hasta acabar con su luz. Sabéis… antes de marcharse lloramos juntas. Ella me miró y me agarró la mano con todas sus fuerzas, como si acabara de nacer. Después, me susurró:
    —Hija, te amo.

  165. Angel Toribio Sevillano

    PRETÉRITO IMPERFECTO

    Aquel anciano se sentaba frente a mí cada tarde y yo solo podía ofrecerle un silencio incómodo y, aunque mi mirada insistía en perderse lejos de aquella habitación y mis pies pugnaban por abandonar la estancia, me mantenía aferrada con dignidad a la silla para no resultar descortés con la visita. No sabía quién era, ni por qué usaba con tanta frecuencia el término alzhéimer, ni por qué tenía esa cara de absoluto sufrimiento. Sí sabía que cuando se despedía y me susurraba al oído: «Te amo, siempre…», me recordaba por un instante a mi joven y guapo Antonio.

  166. Ana Lucía Córdoba Londoño

    RECITAL

    Dedicabas un “¡silencio!” al vacío y, a mí, una mirada elocuente, se marcaban un segundo tus sienes y caían tus párpados llenos. Y comenzabas a recitar.
    Recitabas de cometas idas y de recuerdos viejos, del rastro blanco de un hilo, y la dignidad de pie en la puerta. Recitabas de tus manos que agarraban fuerte las llaves, y de palabras que harían frente a las pataletas del Alzheimer. Recitabas de la esperanza, recitabas del cementerio.
    Amaba entonces tu boca cantora y hoy amo también tu silencio.

  167. La otra
    El silencio de su mirada me impactó. Seguía manteniendo la dignidad de la mujer importante que fue para muchos, pero estaba claro que el alzheimer, aquella enfermedad silenciosa e imparable había robado su alma, llevándosela al pasado.
    ¡Aún así, yo aún la amo, no puedo evitarlo! Han pasado setenta años desde la última vez que nos vimos, pero sigue siendo ella. Sé que en algún rincón de su ser habita aquella niña rubia con trenzas.
    ¡Oh, gracias Dios mío, me ha sonreído, seguro que ahora se acuerda!

  168. ¡Aquí sigo!
    ¿Qué piensas?, te miro a los ojos y ese silencio que se cruza entre ambos, se hace intenso, y de pronto veo esa mirada que me hace recordar cuando era niño, a ese hombre con una gran dignidad hacia la vida y a sus semejantes, siempre se dirigió a mí con la frente en alto, me enseño todo y fue un ejemplo de vida, que lo importante es vivir intensamente, cuando empezó con su Alzheimer en sus momentos de lucidez me decía, ¡aquí sigo hijo, yo soy el amo de mi vida!, ¡Dios te bendiga hijo!

    1. Rafael Soriazu Gual

      TARDE OTOÑAL
      Sonaba tu «silencio» cual quebrado latido en las cuerdas de una guitarra.Triste
      quejido que quiere huir para fundirse con el viento.
      A través de la ventana en la tarde otoñal mirábamos la lluvia.Tu «mirada» era una
      líquida raíz tratando de aferrarse a una mano cristalina.
      Leve oscuridad llegada del infinito intentando extender sombras imposibles para
      una «dignidad» anuladora del tiempo.
      No existían extraños.Solo tú y yo mirando la caída del agua.Imaginando mundos
      imposibles donde no llegaba el «alzheimer» ni había ningún «amo» imponiendo su
      voluntad.Tú eras la princesa y yo el príncipe de un cuento sin fin.

  169. BLANCO

    Le pregunto a mi madre sobre la fotografía familiar que hay en su mesita de noche. Su respuesta es silencio. Su mirada todo lo dice, se pierde en el vacío de la no imagen.

    Blanco. Para ella todo ha sido borrado.

    No responde para no perder su dignidad; se sabe lejos.

    El Alzheimer ha evaporado recuerdos. Primero el precioso jardín con la masía al fondo, después sus padres, hermanos y sobrinos, luego su marido, yo y mis hermanos, y la experiencia, la vida. Acaricio su preciosa mano para decirle que la amo, que no importa, que no es culpable.

  170. Maria Pilar de Frutos Escrig

    HASTA LA PRÓXIMA SEMANA
    En silencio voy poniéndole delante una fotografía tras otra: esas vacaciones en familia, mi comunión, la boda, los nietos…. Toda su vida le va pasando en unas horas que vivimos como minutos, en su mirada se adivinan muchos sentimientos cruzados y, entre todos ellos, una dignidad que me llena de orgullo. El Alzheimer ha destruido muchas cosas, pero nunca le quitará esa capacidad de valorarse a si misma por una vida ejemplar. Amo esos momentos que compartimos y, una vez más, me prometo no faltar a la siguiente sesión semanal de exposición fotográfica.

  171. Alocado Amor

    ¿Recuerdas cuando me susurrabas poemas de amor en el colegio? Todo estaba en SILENCIO y nosotros dos tan enamorados. Siempre conectándonos con esa MIRADA pura, transparente, colmada de amor. ¿Recuerdas cuando te dijeron que no tenías DIGNIDAD por salvarle la vida a aquel homicida en la guardia del hospital? ¿Y tú qué contestaste? Que el amor es aún mas grande que la dignidad. Este ALZHEIMER jamás podrá borrar quien eres, cariño. Ni arrancar de tu corazón nuestro alocado amor. Te AMO aunque ya no me reconozcas cuando me cuentas de aquel amor al que le susurrabas poemas en el colegio.

  172. Verbena
    — ¿Por qué me miráis con esas caras tan largas? —Mi voz rompió el silencio y la noté extraña; como si no hubiera salido de mi boca. ¿Sueno así? Todos tenían “esa mirada”… ¡Cómo la odiaba!
    — Podríais tener la dignidad de contestarme, no? Sigo aquí.
    — Señora, el Alzheimer es algo muy serio.
    — ¿A quien llamas señora “pureta matasanos”? No sé que es el Alcenosequé ese, ni me interesa
    — Pero mam…
    — Y ahora —interrumpí —me marcho. Esta noche hay verbena. Bailar es lo que más amo en este mundo.
    El portazo zanjó la discusión

  173. Pablo Fantova Ullod

    Algún día.

    ¡Cuánto te he echado de menos! Me dijo de repente. Me quedé en silencio, por un momento no entendí lo que sucedía. ¿Papá? Le pregunté. Se empezó a reír, en su mirada había algo que no había visto en años. Siempre lo había llevado con dignidad, la risa tímida, el paso seguro, los momentos espontáneos de chispazos neuronales que traían ráfagas de esperanza antes de volver al olvido. Pero aquello era diferente, la nueva dosis había funcionado, la cura contra el Alzheimer era ya una realidad. Papá volvía a ser su propio amo. ¿Dónde te habías metido? Me contestó aliviado.

  174. Montse Vias 20 de febrero de 2024 a las 19:07

    Te amo papá

    En cada visita repito el mismo ritual. Le observo a distancia en silencio, con la mirada fija en todo su ser.
    En ese instante me invaden pequeños recuerdos vividos junto a él y me pregunto: ¿recordará papá, aunque sea fugazmente, alguno de ellos?

    Me entristece verle así. La enfermedad, además de su memoria, se ha llevado consigo su dignidad. El Alzheimer no ha tenido ni un ápice de piedad.
    Me siento frente a él, mis manos cogen las suyas, mis ojos buscan los suyos, me acerco todo lo que puedo y, con mucho cariño, le susurro:

    -Te amo papá

  175. EL TRICICLO

    El borbollar feroz de la gélida agua del río no permite ni un segundo de quietud, ni de silencio, equiparándose al fluir del tiempo y de la memoria…
    — Mira, gira sobre sí misma con la cabeza hacia atrás y la mirada al cielo., pisando hojas secas que con el frescor matinal la hacen evocar sensaciones y florecen sentimientos.
    — ¿Pasea públicamente en su triciclo con dignidad?
    — Quizás, algunos penséis en locura o principio de alzheimer, pero cada uno es señor y amo de sí mismo para disfrutar la vida como uno guste. ¿Tú no?
    — Cierto. La locura tiene aire de frescura.

  176. «Lo sé»
    Siento un cosquilleo por dentro, como una sensación que me desborda. O de que sentí algo fuerte, sincero. No lo sé. No recuerdo como se dice.
    Me quedo en silencio, intentando esquivar su mirada pero entrego mi dignidad al hacerlo. Sus ojos siempre fueron mis faros.
    Hay un nombre que retumba en mi mente, resuena en alemán o en un idioma que no conozco. Pero en realidad lo sé, y entiendo que pude saberlo, pero se me sigue escapando.
    Tengo Alzheimer, amor mío. Y con total certeza, hasta que se seque mi memoria, sé que te amo. Siempre te amaré.

  177. Víctor Valdesueiro Bernabé

    MIS FRANCISCOS
    Los primeros gorgoritos del bebé llegan a la vez que el cada vez más prolongado silencio de papá, cuya mirada se ha vuelto perdida y huraña.
    En los ratos de lucidez, con solemne dignidad, le cuenta que durante veinte años fue alcalde del pueblo y ahora, a consecuencia del Alzheimer, también tiene que llevar pañal.
    Otras veces murmura frases ininteligibles que el pequeño recibe con la misma generosidad.
    Cuanto más progresa uno más se deteriora otro; como si la energía fluyera de abuelo a nieto generando, entre los dos seres que más amo, un inquebrantable vínculo de unión.

  178. Natalia Catalá Durán

    DESAMOR
    —¡Silencio, rodamos! —anuncia el director.
    El protagonista intensifica su mirada, reflejando dignidad. Le cuesta llegar a ese punto, lo consigue evocando a su madre. Así le miraba ella en los momentos de lucidez antes de abandonarse a la maldita enfermedad de Alzheimer, que nos roba a las personas antes de que se hayan ido.
    —Tengo principio de alzhéimer —confiesa.
    —Lo siento por ti, venía a decirte que me voy, ya no te amo, has cambiado, no eres el mismo —le responde fríamente la mujer que se suponía que le cuidaría hasta el final de sus días: su esposa.

  179. Jorge Iturra Jorquera

    Un hombre en un parque.

    Sentado en silencio bajo la sombra de una gigantesca acacia, mantenía su mirada en un punto lejano del parque. Las personas circulaban por los caminos de maicillo sin notar la dignidad en la postura y vestimenta del individuo. Una mujer se sentó a su lado.
    -Vámonos Manuel-susurró con voz suave y melodiosa.
    Un policía se acercó curioso. Ella con la misma voz de antes le dijo: disculpe es Alzheimer. Yo soy su esposa y porque lo amo lo vengo a buscar a este banco donde nos comprometimos hasta que finalmente, él, lo olvide- y una lágrima corrió por su mejilla.

  180. Mi mundo
    En el silencio parecíamos recordar toda nuestra vida, pero en su mirada vi que aquellos recuerdos ya solo eran míos. Le ayudo a comer, a vestirse e incluso a hacer sus necesidades. Trato de preservar su dignidad, aunque a veces no sea fácil. El Alzheimer ha hecho inútiles aquellas piernas que subían montañas. Y de repente, un fugaz «Teresita, cómo te amo”. Entonces me doy cuenta: te acompañaré mientras el mundo se desvanece ante tus ojos verdes, porque tus ojos verdes fueron el mundo para mí.

  181. A veces

    A veces me recibes en silencio, otras soy un familiar sin rango que te hace beber sin sed. A veces tu mirada parece que se pierde, pero sigue conservando la dignidad de quien intenta evitarlo. A veces pronunciar la palabra Alzheimer me cuesta un saco de consonantes y la mitad del aliento, otras es parte de la vida, ese amo que en ocasiones sonríe y se enfurruña, es amargo y adorable: hermoso a su pesar.

  182. TITULO: “AMELIA”
    El suicidio es un crimen del que todos se sienten culpables menos el que lo cometió en su profundo silencio interior. ¿Por qué no lo vi venir en aquella mirada? ¿Qué podría haber hecho para evitarlo? ¿Me pidió ayuda con dignidad y no supe verlo? Es un suceso invisible, impregnado de soledad, mudo, como la enfermedad de Alzheimer que sufría Amelia. Nadie quiere recordarlo y nadie quiere hablar de sus efectos. Como si nunca hubiera sucedido, cuando en realidad es que nunca debió suceder. Amelia también creyó que si no hablaba de ello sería como si no la hubiera arañado.

  183. TITULO: “AMELIA”
    El suicidio es un crimen del que todos se sienten culpables menos quien lo cometió en su profundo silencio. ¿Por qué no lo vi venir en aquella mirada? ¿Qué podría haber hecho para evitarlo? ¿Me pidió ayuda con dignidad y no supe verlo? Es un suceso invisible, impregnado de soledad, mudo, como la enfermedad de Alzheimer que sufría Amelia. Nadie quiere recordarlo y nadie quiere hablar de sus efectos. Como si nunca hubiera sucedido, cuando en realidad es que nunca debió suceder. Amelia también creyó que si no hablaba de ello sería como si no me hubiera gritado: ¡Te amo!

  184. NUESTRO DÍA A DÍA

    Estamos en silencio, tranquilos y no necesito llamar su atención. Su mirada es extraña al detenerse en mis ojos pero acerca su mano para acariciarme. Permanece sentado en su sillón preferido con la misma dignidad que siempre, aunque cada mañana descubre su comodidad. Yo trato de estar a la altura a su lado, tumbado a sus pies. Desde que esa palabra irrumpió en nuestro día a día, Alzheimer, ha cambiado un poco. Pero amo a mi amo aunque no lo sepa, o quizá sí lo sabe porque sonríe cuando muevo la cola y apoyo mi cabeza en su regazo.

  185. JHASMIN ORTEGA RAMON

    RECUERDOS QUE AÚN NO OLVIDA

    Puse el celular en silencio y entre a la habitación, mi abuelito se encontraba recostado con la mirada perdida, me quedo viendo tratando de reconocerme y dijo – Flor, pásame el pantalón, tengo que cambiarme – acaricie su cabeza y le conteste – abuelito, no soy Flor, soy tu nieta –

    Llame a mi madre, con paciencia se dispuso a cambiarle el pijama, preservando en todo momento la dignidad de su padre que padecía de alzheimer. Él susurró – gracias Flor -, mi madre llorando le dijo – te amo mi viejito. Ella ya no está -.

  186. GONZALO ALVAREZ MOYA

    LO MÁS TRISTE

    El silencio se adueñó de su mirada, la enfermedad le quitó su dignidad, el alzheimer acabó con su vida. Pero lo más triste, su único hijo, a quien llamaba en sus momentos de lucidez, la abandonó.

    Antes de que la enfermedad la dominase por completo, ella tenía la esperanza de su visita, pero eso no sucedió. Las palabras – te amo mamá – no escuchó, él no llegó.

  187. No estarás solo
    Un silencio apabullante se adueñó de la sala al irse el doctor. El tiempo parecía haberse detenido. Escrutó su mirada. Buscó sus ojos para tratar de indagar cómo se sentía, qué le rondaría por la mente. Su rostro, sobrio, transmitía dignidad. La serenidad de quien asume que las peores sospechas se confirman. El enemigo ya tenía nombre: Alzheimer. Calibró el dolor venidero. Tomó sus manos y susurró con la voz rota: – “Te amo. No estarás solo”.

  188. LA VACA
    En silencio nos detuvimos frente a la vaca muerta que estaba volcada en la cuneta. Sin resuello, sentamos a la abuela sobre un tocón cercano. Tenía la mirada perdida y parecía sonreír a la vaca como sin entender. Un muchacho cortaba con una navaja tajadas de carne que iba tirando sin dignidad en un sombrero de paja. Miró a la abuela y preguntó, por qué me mira, qué tiene. Nena, nuestra hija, respondió, alzheimer, tiene alzheimer. Pueden cortar, mataron al amo, dijo alzando la navaja. Pero ya otra vez los aviones se aprestaban a caer sobre nosotros.

  189. Pablo Darío Martín Fontana

    El «silencio» me hablaba a través de la «mirada» cristalina de Mamá. Sacrificando su «dignidad», estacionó su vida para cuidar a Papá, afectado por el «alzhéimer». Ella lo amó y aún lo llora, manteniendo viva su memoria. El amor perdura como un motor eterno. Sus recuerdos, en fotos y grabaciones, son tesoros difíciles de olvidar. Espero que nuestro dolor germine en algo hermoso, como semillas que florecen en árboles verdes, nutriendo nuestros sueños. Son razones para seguir adelante, caminando por los senderos de la vida, yo «amo» la vida.

  190. ESTEBAN TORRES SAGRA

    NO ÉS QUIÉN ERES
    Me ocurrió ayer por la tarde, al finalizar la visita. Buscando algo en su interior, muy en silencio, sostuve su mirada, como siempre. La dignidad aprendida le impedía romperse ante la evidencia de su estado. El Alzheimer se había hecho el amo absoluto de sus facultades. Aunque no suelo hacerlo delante de ella, no pude contenerme y lloré cuando me dijo: no sé quién eres, ni recuerdo si parí, o no, algunos hijos; pero, si los tuve, me hubiera gustado que fueses uno de ellos.

    1. ESTEBAN TORRES SAGRA

      Hola. Les ruego cambien el título de mi micro, que por un baile de letras envié incorrecto. El original es «NO SÉ QUIÉN ERES». Muchas gracias

  191. AMOR ETERNO

    En ese instante, el silencio se llenó de entendimiento mutuo y compasión. María José se secó las lágrimas, se sentó junto a su padre y se fundieron en un abrazo.

    Marcela se sentía incomprendida, no sabía qué le pasaba y estaba enfadada con todos.

    Su mirada se perdía en la de Antonio. Él acariciaba su dignidad cogiéndole la mano, abrazándola a pesar de su mal genio. Aunque ella no le reconocía, le gritaba y no correspondía su cariño, Antonio estuvo a su lado hasta el final.

    Aunque el Alzheimer les robó la memoria, su “te amo” seguía intacto.

  192. Jorge Yasky del Canto

    Dignidad
    La observó en silencio, tienamente, en su sillón: la mirada en el televisor; su pensamiento, quién sabe dónde.
    Advirtió su presencia recién cuando él preguntó qué necesitaba.
    —Nada, hijo. Estoy bien así. – respondió sonriendo.
    «Debieras internarla en un geriátrico» insistían. «A quien me crió con tanto sacrificio, no abandonaría como un trasto inservible» replicaba, aunque concederle la dignidad de vivir en su casa planteaba que la situación podría desbordarlo. Cierta demencia -Alzheimer- habíase apoderado de su razón.
    Lamentablemente un accidente casero precipitó su final y su hijo debió despedirla con un «Te amo y amaré por siempre».

  193. Las Cosas del Olvido

    Aquella noche, mi hijo corría de un lado a otro con su avioncito de papel, y al verlo, tuve ese terrible sentimiento de silencio. Caminé hasta la mecedora dispuesta frente a la chimenea y fijé la mirada en el crepitar del fuego. Fue ahí donde ocurrió; sin ninguna dignidad se adueñó del lugar. ¡Qué dolor! ¡Qué pesar! El Alzheimer llegó, y mi hijo se desvaneció entre grises nubarrones.
    Tiempo después, el pequeño suspira e imagina cómo serían nuestras vidas, y en mi oído se escucha el eco de un “te amo”. ¡Qué cosas tiene el olvido!

  194. Amo de su delirio interno.

    Leí no sé en qué libro que hay tres momentos en los que realmente morimos. El primero cuando fallecemos, el segundo en el entierro y el tercero la última vez que se pronuncia nuestro nombre.
    Lo veo pasar en silencio, con mirada abstracta, defendiendo una falsa dignidad. Sentado, yo, en la penumbra de un salón, despidiéndome y a la vez dando la bienvenida a otro. Es la misma caja, me digo, sin las mismas fotos, con Alzheimer. Amo de su delirio interno me dice que no tiene mujer ni hijos. Por el nombre por el que le conocemos, no responde.

  195. Rodrigo García Villarrubia

    Eco
    El cuarto en silencio. Una mirada compasiva. Sabía lo que ocurría antes de que me lo dijeran. Un dolor inexplicable viaja desde el cerebro al corazón y mis lamentos empañan los cristales. Habla de dignidad, pero ambos sabemos que el Alzheimer no tiene cura, la dignidad no me hará sanar mágicamente.
    Unas personas vienen a visitarme, no consigo recordar quienes son. Sé que debería saberlo, pero mi mente es solo un vacío en el que retumba el eco de mis memorias. Me quieren, eso lo noto. Ojalá poder amarlos yo a ellos. Ojalá poder recordar lo mucho que los amo.

  196. Claudia Izquierdo Salvin

    Mientras va ganando espacio el silencio, yo me pierdo en tu mirada, que ya no mira. Y la dignidad pide respeto calladamente, entre la sombra y el olvido. Y te repito las palabras de un libro viejo, aunque sé que estás distante…
    Y me refugio en los instantes que hoy atesoro como piedras preciosas. Y me pregunto si esto durará por siempre y maldigo al Alzheimer, que hoy se ha vuelto tu amo.

  197. Fátima Chamorro Merino

    EL COLOR DE LA LIBERTAD
    Un silencio azul se extiende ante la mirada del anciano, que ofrece su frágil dignidad frente al océano en calma. Lleva un año diagnosticado: el Alzheimer ha empezado a romper su memoria y ya no sabe su edad ni el nombre de sus hijos. Pero aún hay suficiente luz entre la niebla de su mente para sentirse amo de un destino que la enfermedad no va a arrebatarle: se quita la ropa y los zapatos. Camina desnudo hacia el abrazo del agua; hacia el olvido, amablemente azul, de las olas que vienen a buscarle…

  198. Te Amo

    Gladiolos, glicinas, bordaban la pared y por las noches resplandecían los faroles, al compás de tus danzas.
    Como todos los días, mis pasos a tu lado me encaminan, para ver tus ojos, transmitiéndome que estás viva.
    En el silencio de esa dulce mirada callada, que tu dignidad no pudo doblegar y que el Alzheimer intenta apagar, yo solo veo tu amor.
    Gracias por tu mirar silencioso, que me recuerda todo el cariño regalado mientras pudiste.
    Solo cuando me miras, siento que todo tiene sentido, cuál una guía en cada paso de mi destino, porque solo sé, “que te AMO”.

  199. La calidez de la tarde

    En el silencio te encuentro, nos encontramos. En la sencillez de la uvas, la calidez de la tarde, el aroma perfecto de las flores del jazmín. La sonrisa de una vida feliz y calma acompaña tu mirada perdida y dulce. Tu dignidad intacta enorgullece mis días. Tus recuerdos tan vivos para mí, tan borrosos para ti, guían el horizonte de mis acciones. Tu espalda está curvada por el Alzheimer, tus pies arrastran lentos, tus manos ya no pintan telas, pero agradeces todo. Como si supieras, como si entendieras, como si dijeras: “Vida, estamos en paz”. Cómo te amo, madre mía.

  200. Helga Vázquez Regueira

    DARSE CUENTA

    El silencio que emanaba de su mirada no le pudo devolver su dignidad. La dignidad que buscaba frente al espejo mientras se creía una niña en aquel cuerpo de anciana. No entendía nada. Algo no cuadraba. ¿Cómo era posible todo aquello? No recordaba su nombre, no comprendía qué hacía en aquella habitación. Aquel lugar, que sabía que era su casa, no le ofrecía el calor del hogar que le dio cobijo en su niñez. Fue así es como se dio cuenta de que el Alzheimer se había convertido en su amo.

  201. ANIA FERREIRA LONGUEIRA

    Título: YO MÁS

    Nos sentábamos en silencio una frente a la otra, yo le sostenía la mirada con dignidad. Y entonces, ¡comenzaba el juego! Movíamos letras rápidamente hasta formar alguna palabra, era el juego favorito de mi abuela. Ayudaba a ejercitar la mente y eso era bueno para el alzheimer. ¡Ganaré!, grité, pero enseguida noté su mirada cansada nuevamente.

    – Descansa- dije besándola en la frente. Pero cuando me disponía a irme, escuché las piecitas moverse otra vez.
    Al girarme, observé una palabra formada: amo.

    – Yo más- susurré.

    Si su memoria a veces se quedaba en silencio, los recuerdos los guardaría su corazón.

  202. Guillermo Rochette Martín

    Hopper
    Suena un sonajero metálico, después el rasguido de dos piezas que encajan a la perfección y un instante de silencio. Del otro lado, él está escuchando, con una mirada fija en la acción. Inquieto, pero de una paciencia incansable. La dignidad en la postura comienza a tambalearse, zarandeada por la emoción, y finalmente olvidada tras los gemidos. En frente, conforme deja entrever la puerta, se dibuja la misma imagen que reaprende cada vez, como un paciente con Alzheimer. Entonces pierde la compostura. Corre. Salta. Lame. Desconoce la culpa y vive en el agradecimiento.
    Su amo ha vuelto a casa.

  203. MIGUEL ANGEL BARRERA MATURANA

    AGUJEROS

    Desde mi sitio en la habitación, discretamente, observo la humildad de sus gestos, el silencio que envuelve su mirada, su piel cansada… y me prometo que siempre estará a salvo su dignidad conmigo, ¿pero y yo, seré digno de ella?, ¿sabré encontrarla?
    Han pasado los años, me digo, y no hace falta que su risa, de pronto, me recuerde que sigue siendo ella, que sigue estando dentro: yo ya lo sé. Se llama Alzheimer —no temo pronunciarlo— este agujero negro que amenaza con borrar lo que hemos sido, todo lo que por ella soy hoy, todo lo que amo.

  204. El silencio inunda la estancia. La mirada vacía observa mundos inexistentes dentro de la estrecha habitación. Se necesita dignidad para sobrevivir al vacío de la angustiosa enfermedad que lleva el nombre de Alois Alzheimer. Ya no eres el amo del universo que solías ser, pero pareces como elevado en el aire cuando recuerdas el nombre del hijo que te mira.

  205. Francisco J. Ruiz Urraca

    OTRO BESO
    Cuando un beso cae al suelo hace una especie de sonido metálico, como la monedita cuando se escurre de la mano. Solo que después el beso no rueda desbocado. Ni tamborilea antes de aquietarse. Juan siente que los besos se estampan contra el piso. Así que cada vez que le dan uno ausculta el silencio, posando la mirada en derredor por aquello de adivinar dónde ha ido ese caudal de cariño. Después, sin perder un ápice de dignidad, prepara la mejilla. Su compañera de siempre no sabe de Alzheimer, pero intenta fijar otro beso susurrándole dos palabras mágicas: “Te amo”.

  206. Yolanda Rea Pajares

    Olvidar con dignidad

    Es duro el silencio mientras intentas recordar quién soy. Sosteniendo tu mirada perdida en un absoluto vacío. Parece que la dignidad humana prevalece a la esencia. Esa esencia que olvidaste al mismo tiempo que anécdotas, amores y dramas. El Alzheimer es un enemigo atroz y no encuentra oposición en un campo de batalla desierto. Pero, de repente, vuelves en ti, amo y señor de todos tus recuerdos, y aprovechas para llenar mi alma de gozo con palabras y sonrisas imperecederas. Disfrutemos juntos tu vuelta al hogar, aunque sea breve. Por si no existe retorno.

  207. ADIÓS

    Un golpe seco rompió el silencio de la noche. La mirada perdida de Eduardo se entremezclaba con el color rojo sangre que encharcaba el suelo de frío mármol. Trataba de incorporarse con una dignidad impropia de alguien que padece Alzheimer y que, pese a todo, siente que sigue siendo amo de una situación que realmente no controla. Su hija Ana, sobrepasada y aturdida por las circunstancias, trataba de ayudar a aquel que se decía su padre. De repente, una leve brisa acarició su frente y supo que el alma de su creador había recuperado la llave de su consciencia.

  208. Si pudiera.

    Si pudiera te diría que mi silencio es un grito del alma. Que mi mirada te agarra para que no te vayas. Casi suplico porque la altiva dignidad se rompió cual copa de vino, cuando se derramó mi miedo al oír al médico pronunciar: “Alzheimer”. Olvido poco a poco los pasos compartidos, mas no olvido que te amo y tiendo mi mano porque eso si puedo.

  209. Ricardo Escaso Arias

    Miré a mi madre: sus ojos, sus labios. Nada se movía. Sólo había silencio de palabras y de vida.
    La mirada de mi madre, que sólo hablaba con sus ojos, era reveladora: reflejaba los proyectos, ilusiones, lágrimas y sueños vividos.
    La enfermedad la sorprendió en la plenitud de su honradez y nobleza; no sabía quién era, pero conservaba toda su dignidad.
    Sus labios ya no hablaban. El Alzhéimer le había enseñado a sustituir las palabras por sonrisas…
    Yo tampoco hablé. No me conocía. Sólo le cogí las manos y, juntando todas las potencias de mi alma, susurré: “Mamá, te amo”.

  210. Adriana Rebeca Strupp

    LOS OLIVOS

    Detrás de sentires de esperanza y terror, la vi.
    En silencio posé mi mirada.
    Con dignidad, que pensaba perdida, miró al fondo de mis ojos. Hurgaba.
    – ¿Dónde estabas?
    – Escondida.
    – ¿Dónde?
    – Detrás de los olivos. Allí donde lo macabro sucedió. No pude sino esconderme y olvidarme para seguir respirando.
    – Dijeron que sufrías de Alzheimer.
    – Yo creía que era dolor. Dolor que fue carcomiendo mi alma.
    Me fui. Me fui yendo.

    Cuando la bruma del baño se disipó, me vi. Temblaba.
    Entonces, con miedo de volver a nublarme y perderme, besando el espejo , susurré
    – ¡ te amo !

  211. Juan Luis Lage Ignacio

    Recuerdo porque amo.

    El agotamiento produce que la máxima expresión de sus cuerdas vocales sea el silencio. Vive con la soledad de la mano como fiel acompañante. Su mirada pide el auxilio que su boca no puede pronunciar. Tantos años de lucha y esfuerzo llevados con una dignidad admirable. El Alzheimer dañó su pasado, su presente y el que será su futuro; pero su madre decía una frase que nunca podrá olvidar: “Amo porque recuerdo, recuerdo porque amo”.

  212. RUBÉN RODRÍGUEZ MIGUEL

    Viviendo.

    Voy a recorrer senderos de silencio, hacer brotar nuevos miedos. Melancolía del pasado aparecerá y pinceladas de incertidumbre vendrán, siempre al compás de una mirada a ese futuro impreciso y desconocido. Camino sosegado se mezclará con instantes agitados. La integridad dañada hablará con dignidad, infiltrando puntualmente colores al pálido lienzo. Aunque en ocasiones me resulta dudoso descifrar sus efectos con exactitud, ya de sobra es conocido el deterioro cognitivo del alzhéimer. Los síntomas que tengo son evidentes y el diagnóstico lo confirma, pronosticando una evolución rápida. La vida que amo quedará difuminada, solo espero que a nadie se le olvide.

  213. RECONOCER

    Fermín podaba su viejo vacío rosal. Un sonido de derrumbe lejano quebró el silencio. Levantó la mirada y vio el cielo entrar en cortocircuito. Algo no encajaba en la cadencia habitual de los acontecimientos. Se acercaba la tormenta. Recogió los utensilios y dando la espalda al tierno rosal florecido se dirigió a la casa. Podía arreglárselas solo. Enfrentaría con dignidad ese insidioso diagnóstico. Alzheimer… Seguía siendo el amo de su destino. Las agujas del reloj de pared giraban en sentido antihorario. ¿Llegaste Fermincito?, se escuchó desde la planta alta. Abajo un niño se tropezaba metido en unas ropas enormes.

  214. ETERNOS
    No se pierden las palabras tras un interminable silencio. No desaparecen los sentimientos tras la fuerza de una mirada. La desmemoria, sea del tipo que sea, no puede subyugar a la dignidad del ser humano. El alzhéimer no puede vencer nunca a la eternidad de un «te amo».

  215. José María Díaz Gil

    LA ESPERANZA EN UNA MIRADA

    La noticia nos cayó como un jarro de agua fría y un enorme silencio cubrió la consulta del hospital. Sentado frente a nosotros, el neurólogo mantuvo mi mirada mientras explicaba el resultado de las pruebas.

    Acepte con dignidad el fatídico diagnóstico y el futuro al que este nos condenaba.

    – Santiago, aunque solo tengas 25 años, todo señala a los primeros signos y síntomas de demencia de Alzheimer.

    Oí una voz a mi lado que me dijo:

    – Recuerda ahora y siempre que te amo. No estás solo.

    En los ojos de Rocío, vi un rayo de esperanza. Y sonreí.

  216. EN EL SEGUNDO TRAMO

    El emperador Silencio envolvió al niño en sus tinieblas y lo depositó en el laberinto. Esporas de mutismos se alojaron bajo su cráneo. Al fin de su adultez, dominó el primer tramo; una mirada y reconocía el pasillo. El segundo tramo requería respuestas matemáticas para acrecer su dignidad la cual abriría nuevas puertas y caminos. Lo desconcertó tardar mucho en 2 más 2, 4. Los cálculos se complicaron. Marañas de mutismos indujeron el mal de Alzheimer. Abierta su tercera puerta, se desorientó y deambuló. Al no descubrir más caminos, plañó: «¡Amo!». Retrocedió y se perdió en el primer tramo.

  217. ANDRÉS NORTES NAVARRO

    ÚLTIMAS PALABRAS

    Al principio tan solo fue el silencio, la tristeza y el llanto aparecieron. Su mirada perdió la dignidad y el alzheimer lo fue descomponiendo. Los recuerdos dejaron de volver, negándole sus ansias y sus sueños. Pero un día logró recomponer un chispazo de luz en sus pupilas. Mirando fijamente a su pareja, le pudo dedicar un “yo te amo” y con eso se dio por satisfecho. Ella no olvidaría esas palabras: nunca más la volvió a reconocer.

    1. ANDRÉS NORTES NAVARRO

      Hola amigos. El microrrelato tiene una errata: falta el acento a alzhéimer, que lo lleva cuando es el nombre común de la enfermedad y no se refiere al nombre del famoso neurólogo alemán. Por tanto, siguiendo las indicaciones de Mari Carmen Martínez Capel, puesto que estamos dentro del plazo, ruego que cambiéis el texto por el siguiente (donde solo se ha modificado el acento). Muchas gracias:

      ÚLTIMAS PALABRAS

      Al principio tan solo fue el silencio, la tristeza y el llanto aparecieron. Su mirada perdió la dignidad y el alzhéimer lo fue descomponiendo. Los recuerdos dejaron de volver, negándole sus ansias y sus sueños. Pero un día logró recomponer un chispazo de luz en sus pupilas. Mirando fijamente a su pareja, le pudo dedicar un “yo te amo” y con eso se dio por satisfecho. Ella no olvidaría esas palabras: nunca más la volvió a reconocer.

  218. Sonia Martín Mateo

    FUERON TUS OJOS

    Fueron tus ojos los primeros que me vieron nada más llegar a este mundo. Los mismos ojos, que al final de tu vida, de tu mundo, ya no transmitían nada más que el silencio de tu mirada, el abandono de la realidad. Y la mía se llena de lágrimas al recordarte perdiendo la dignidad, destrozado tu interior por el Alzheimer. Fueron tus ojos los primeros, y serán los últimos que me acompañarán cuando me vaya a ese mismo mundo donde habitaste el olvido de la nada. Ya no recuerdo como se decía te amo, sin embargo, lo sigo haciendo.

  219. El extraño
    El silencio y la soledad son mis compañías mas constantes, excepto por, aquellas dos horas en la que un amable hombre de mirada vidriosa atraviesa el jardín con una bolsa de dulces que me obsequia antes de saludarme y que yo, con dignidad de dama de bien, acepto. Mientras saboreo los caramelos, me narra historias sobre niños desconocidos para mí.
    Desquiciadamente, me acaba de decir que soy la mujer que mejor lo conoce en este mundo pero que el Alzheimer ha sido despiadado con nosotros. Extrañamente, no recuerdo ni su nombre pero tengo la certeza que lo amo.

  220. Donde no alcanza el olvido

    A oscuras, sentada frente al ventanal que daba al jardín, se sirvió otro whisky mientras tarareaba una lejana canción de cuna.
    El reloj del salón dio las tres. Guardó silencio y dirigió la mirada hacia el umbral: aquella piel tan blanca, su cuello largo y el mentón ligeramente levantado le conferían una dignidad que ella no había heredado.

    -Ha empezado, ¿verdad? Y te asusta no verme cuando el Alzheimer avance y secuestre tu preciosa memoria. No temas, querida. Ahí se erigirá en el miserable amo de tu cerebro lastimado, pero aquí todo te aguarda, aquí, donde no alcanza el olvido.

  221. GANANDO LA BATALLA
    Sonaba el silencio y todo nos envolvía. La armonía que reinaba era tan reparadora, que hasta su mirada había recobrado luminosidad. Solo deseaba que su dignidad fuera la de antes. Había aparecido la siniestra y temida enfermedad llamada Alzheimer que trastoca todo, como hizo con ella y toda nuestra familia. Siempre había sido sonrisa y bondad. De la noche a la mañana se transformó en violencia y autolesión. Amo el lugar de su infancia y aunque hace un frío que pela, merece la pena. Cree tener seis años y ya no tiene ese rictus amargado. Está recuperando la paz.

  222. Judith Bariain Mendivil

    Adiós al arcoíris

    Cuando Carmen entró en la habitación, había un silencio demasiado incómodo. Ahí estaba Ángel en la cama postrado, con su mirada perdida y con el rostro desencajado, la maldita enfermedad te hacía perder la dignidad con la que habías vivido durante tantos años. Desde que el médico les dijo el diagnóstico, Alzheimer, todo se les vino encima, y sabían que su padre jamás volvería a ser el amo de sus pensamientos, éstos se apoderarían de él y todo se volvería gris. Así sucedió, nunca volvió a brillar el sol.

  223. Impasible Compañía

    Lo único que rompe el silencio es el constante golpeteo rítmico de su bastón, eterna advertencia de su peligro.
    No puedo librarme de su mirada ni para hacer mis necesidades. Así es imposible conservar la dignidad. Sueño con despertar y que haya desaparecido.
    Creo que dijo llamarse Alzheimer. O a lo mejor fui yo quien le puso ese nombre. Da igual.
    Me duelen los huesos, como si mis propios músculos estuvieran intentando quebrarlos. Necesito moverme, aunque sea dentro de la cama. Pero no lo hago. Jamás me atrevería a pedírselo a mi amo.

  224. Catalina Mihaela Costea

    A tu vera

    Sus pasos paulatinos rompen el silencio que sumerge la casa en una tranquilidad abismal. Tiene la mirada afligida, pero aún atesora su orgullo y la dignidad. Aunque está perdido por las veredas del Alzheimer yo sé que el olvido no logró romper este maravilloso lazo que nos une. Ahora está reposando en la mecedora y sus ojos azules se acurrucan debajo de los parpados cansados. Le arropo con cuidado mientras le susurro: “te amo papa”. Su semblante se ilumina y sonríe. Luego se olvidará, pero estoy aquí para repetírselo en cada instante que la vida nos regala.

  225. Marina Hernández Martín

    TIEMPO

    Cuando abrió la puerta el silencio le golpeó con brutalidad, supo que algo pasaba o estaba a punto de pasar. Cogió su bicicleta, compañera de tantos caminos. Con la mirada puesta en el futuro y la dignidad intacta, fue escondiendo en cada radio un pensamiento, en las circunferencias desdibujadas, instantes atesorados, en los pedales, movimientos de vida, todo lo que le diera tiempo hasta que el Alzheimer se convirtiera en el amo de su memoria.

  226. CONSTANCIA TRASCENDENTAL

    Continuó estudiando en un resuelto silencio, con la mirada incrustada en la pantalla, imperturbable, pese a que el esquivo atardecer había invadido la sobria habitación hacía tiempo.
    Tras décadas de investigación, sabía que estaba a milímetros del tratamiento definitivo que recuperara la dignidad de los estoicos afectados por el insufrible Alzheimer. Por fin ese execrable tormento dejaría de ser el réprobo amo.
    Con rabia incontenible, subrayó repetidamente la última línea de sus notas, clavó sus aún concentrados ojos en el infinito y sonrió mientras abrazaba la foto de su padre. No vislumbraba la descomunal trascendencia de su descubrimiento.

  227. HUMBERTO SALAS BENAVIDES

    SEUDONIMO: MOHINORA

    Agridulce despertar

    El abre las cortinas del ventanal. Frente al jardín de su difunta esposa, espera paciente que amanezca. Sentado, disfruta un café. En silencio, la pesadez del cansancio cierra sus parpados. Duerme cubierto por la mirada cíclica del reloj de piso.
    Los primeros rayos tocan los brazos de su mecedora. Canta la alborada, ilumina sus sueños perdidos en un bosque de nubes violetas. Despierta sobresaltado cuando recuerda aquella trágica fecha. Fue un acto de dignidad, ella así lo decido. Entrecierra los ojos, afloran aquellos momentos cuando al caminar entre luciérnagas ella… desaparece. El Alzheimer presente.
    Exclama. “¡Vuelve! ¡Si te amo! ¡Perdóname!”.

  228. Loreto Goiría Blanco

    ATLÁNTICO
    La breve interrupción del silencio reinante por un quejido afónico proveniente de la última fila de asientos, no consiguió que su mirada se desviase del azul Majorelle que compartían ambas costas. Su dignidad intacta, le impedía reconocer que en cuestión de meses acabaría como el resto de enfermos de Alzheimer asistentes a la excursión.
    Consiguió concentrarse en el precioso recuerdo que la acompañaba desde hacía décadas… La piel oscura, el pelo ensortijado, su fino cuello de príncipe árabe, los labios que un día la besaron hasta quedar sin aliento.
    Apoyó la cabeza en la ventanilla y susurró … “Te amo”.

  229. Ángeles de porcelana

    Silencio se enamoró de Mirada. Pertenecían a sentidos distintos y sus padres nunca hubieran consentido aquella relación sinestésica.
    -¡Qué escándalo!- ululó doña Dignidad, la explícita madre.
    ‘Pues es verdad’, pensó el teniente Alzheimer, el imposible consuegro. ‘Huelen a sándalo’.
    Los jóvenes, eran muy jóvenes, huyeron. Afásicos huyeron, por lo obscuro huyeron.
    Y cuando él la miraba, ella callaba. Ella era su voz y él su luz.
    Pues no reconocían otro amo que don Amor, ese viejito desorientado con cara de niño travieso que ha olvidado tomarse las pastillas mientras juega a los indios sentado en un orinal de porcelana.

  230. Las cajas de la memoria

    El silencio suena distinto cuando la ve venir apoyada en su tercera pierna. De las cien cajas metálicas que custodia, su mirada se detiene en la veintiséis. La dignidad de la señora le parece encomiable.
    —¿Qué va a guardar hoy, Justina? ¿Cumpleaños, boda o comunión? —pregunta Gustavo mirando el pendrive.
    —Otra vez la boda de mi Roberto. Que me han borrado a la Isabel. Porque cuando ocurra “eso” a mi niño lo querré recordar, pero a esta que se la lleve el viento.
    Justina nunca pronuncia la palabra Alzheimer.
    —Qué lista.
    —Listo, tú. Que eres el amo de mi memoria.

  231. RESILIENCIA

    El silencio se apoderó del salón de la residencia. Los hijos de Anastasio no mediaban palabra, pero se decían todo con la mirada. Las noticias recibidas no habían sido las deseadas, pero les impresionaba ver con qué dignidad les miraba su padre. El Doctor González había confirmado que el Alzheimer había entrado en su vida, pero conociendo la fortaleza de su anciano progenitor albergaban la esperanza de que la enfermedad avanzara de forma lenta y aún pudiera ser el amo de sus actos durante un tiempo razonable.

  232. Mariano Fresnillo Poza

    AMANDO PODRÁS

    ¡Silencio, se rueda!, eran las tres palabras mágicas para que comenzara la acción.
    Actor y actriz llevaban muchos años trabajando juntos y existía mucha complicidad entre ellos. Con solo una mirada entendían todo. Habían ejecutado escenas de todo tipo y algunas muy comprometidas. Nunca permitieron perder su dignidad en ningún momento y parecía controlaban todo.
    Ese día, el tenía la mirada perdida y algo barruntaba. En el instante crítico de el rodaje, no supo seguir.
    Ella se asustó, no entendía lo que pasaba. Le interpeló:
    —¿Qué ocurre?
    El, alicaído le respondió:
    —Tengo Alzheimer…, y ella boquiabierta le susurró:
    —Te amo

  233. Vanessa Conejo Chaves

    Mamá

    Solíamos recurrir al silencio, frente a nuestra mirada ella se desvanecía, ahí estaba su cuerpo, su rostro, ella aún era capaz de hacernos reír, de transportarnos con sus relatos a una historia que no vivimos, pero que nos pertenece, que nos construyó, una historia cada vez con más vacíos, más pausas, más incoherencias, ante la cual manteníamos el interés de la primera vez; siempre fue ella, con su esplendor, conservando su dignidad. El Alzheimer, no fue una sentencia, pero sí una realidad, ella nos amó hasta su último suspiro, no escuchamos un te amo, pero si tomamos su mano.

  234. Residencia

    Después de cinco años, decidió mi madre ingresarle en la mejor residencia. No se me
    acercaba, mantenía la gerente cierto silencio. Malo

    La mirada de mi padre era de bondad, se quería ir de esa residencia. Pero no podíamos
    más.

    No le trataron con dignidad, por eso estamos ahora Cuidando de nuestra madre. No
    queremos ninguna residencia.

    Alzheimer, enfermedad cruel, que nadie cuida al cuidador principal y donde solo te queda
    la mirada de quien la padece.

    Amo a mi padre, a mi madre y a mi hermano que con cáncer está cuidando a su madre.

    Siete

  235. Indeleble
    A gritos y en silencio ella aún lo esperaba. Su mirada vacía era el reflejo de un alma al que le han robado su cordura y dignidad. Cada mañana acariciaba en su imaginación su regreso, como costumbre inquebrantable preparaba café y servía en la mesa pan fresco para darle la bienvenida. Cuando los años pasaron y el alzhéimer borro su memoria solo el recuerdo de su primer y único amor sobrevivió al olvido.

    Solo en brazos de la muerte, la misma que como amo cruel un día le arrebato su esposo pudo encontrar la paz una tarde de invierno.

  236. LA ALEGRÍA DE HABER VIVIDO
    De pronto, el silencio se hizo en la habitación, pasamos de reír a carcajadas a callarnos todos de golpe. Ahí entendimos qué había estado pasando los últimos meses y qué sucedería de aquí en adelante con mayor rapidez.
    Levanté la cabeza y en una sola mirada entendí su miedo. El temor a perder la independencia y sentir que con ella también la dignidad. Saber que el Alzheimer se iba a llevar todos los recuerdos, personas, momentos, lo único a lo que nos aferramos del pasado, la alegría de haber vivido.
    Con tristeza, sonrió y dijo “Te amo, mamá”.

  237. MARIA FELISA EGUIZÁBAL FERNÁNDEZ

    Senderos de luz
    Atraviesa la sombra en silencio, con la mirada puesta en los caminos que recogen su huella.
    Cómo soslayarlos, le pregunta su dignidad, ¿no hubiera sido mejor no seguirlos, esquivarlos? Continúa hablándole mientras la oscuridad alcanza la senda de luz que apaga el Alzheimer.
    «Amo, luego vivo»: se dice a sí mismo. No obstante, ya no recuerda a quién ama en realidad, sino que se aferra a la coletilla aprendida en el trayecto, cuando «al principio era el verbo»

  238. DESDE LA RIBERA
    Cuando el torrente de tu existencia se tiñó de silencio, empezó a hablar la mirada. Flotó tu dignidad humana, por encima de las emociones que ya se habían sumergido. El Alzheimer se erigió como dueño y señor de ese arroyo. Ya era, sin dique, el amo. Pero al poner tu mano sobre la mía, aún podía zambullirme en el cauce de amor que siempre fue tu vida.

  239. DE LO IMBORRABLE

    Los dos guardamos silencio, pero su mirada lo decía todo. Yo había perdido toda la dignidad que me quedaba en el momento en el que un cálido chorro de orina formó un charco bajo mis pies. La señora que me cogía del brazo- ¿quién demonios era?- hablaba nerviosa. No le entendía bien. Luego él me acarició la cara. “Alzheimer”. Y mirándome a los ojos, sonrió con tristeza. Yo quería decirle, ¡tantas cosas!, que no se fuera, que le echaba de menos, que volviera conmigo a casa. Un día te llamo, me parece que dijo. Creo que te amo, pensé.

  240. SITA
    Así me llamaba mi hermano pequeño. Mi nombre, Teresa( el de bautismo), Teresita (el de mi familia),excepto para él, que yo era Sita. Vengo a verle a la residencia. A sus 70 años, está aquí, muy bien atendido y cuidado. Llego al jardín, está sentado en un banco, en silencio, su mirada ausente, pero su dignidad intacta. Es tan guapo, tan elegante, tan bueno, que el Alzheimer no ha conseguido ser del todo su amo. Le cojo su mano entren las mías y le empiezo a cantar:
    — » ¿Dónde están las llaves ,matarile rile..? ¿Quién irá a buscarlas?
    Y sonriendo me contesta……..SITA.

  241. MONTSERRRAT PÉREZ MARTÍNEZ

    BALCONES CERRADOS

    «Sigue en el sillón…».
    Su silencio y su mirada perdida hacen intuir a Otto que hoy tampoco saldrán al balcón. «Otro día más de esos… Debo resignarme… No montaré más pataletas inútiles. No quiero que esa arisca cuidadora vuelva a atentar contra mi dignidad amenazándome con su zapatilla».
    Otto opta por apartarse de la cristalera y acomodarse en el regazo del anciano. Las ajadas manos reaccionan acariciándole el lomo; el Alzheimer aún no le ha robado a su amo esa costumbre. Otto se duerme y sueña con la preciosa caniche que pasa cada día por debajo de su balcón.

  242. Belén Martínez Campos

    DESPEDIDA

    Ella abrió los ojos por última vez y el silencio inundó sus almas. En su mirada, después de tanto tiempo, reapareció la esencia de su ser. No hacían falta palabras… Aquel brillo y su inesperada sonrisa desbordaban agradecimiento hacia su fiel compañera de este abrupto viaje, aquella que había luchado minuto a minuto, día a día, año tras año, para conservar la dignidad que el Alzheimer se empeñaba en arrebatarle. Entre suspiros ahogados y lágrimas infinitamente dulces escuchó la más hermosa despedida: te amo mamá. Y se amaron, hasta sumergirse juntas de nuevo en la oscuridad.

  243. Roberta Cristina Dos Santos De Moura

    ¿Quien soy? No importa

    Entre el silencio de la habitación, busco un ruido tras la ventana. Mi mirada encuentra la suya, un reflejo de dignidad. Reconoce mi desconcierto, «Alzheimer», dice. ¿Quién soy? No importa. Mi mente rechaza respuestas, pero el corazón insiste en amar. En esta realidad distorsionada, donde las palabras se desvanecen, amo con la mirada digna, en el silencio de los recuerdos que, sin conseguir descifrarlos, siguen latiendo.

  244. Oscar Picazo Rodríguez

    –¡Antonio, ¿dónde me has puesto las zapatillas?
    Silencio.
    –¡Siempre igual, qué sordo está!
    Carmen pasea su mirada por la habitación en vano. ¿Cómo mantener la dignidad sin poder siquiera calzarse?
    Respondiendo a sus gritos, aparece un desconocido.
    – ¡Tranquila mama, yo te las busco!; ya está don Alzhemier haciendo de las suyas, ¿verdad?
    Se cree que es el puto amo, pero no va ganar esta batalla, ¿eh, campeona? Hoy no. –Y mirándola, añade– Antonio, papa, estaría orgulloso de ver cómo luchas, ¡valiente!
    Carmen sonríe; no sabe quién le habla, pero le parece encantador.
    En cuanto vea a Antonio, piensa decírselo.

  245. ESTRUENDO

    ¡Din, don! El silencio llamó a la puerta causando un estruendo tan grande en su vida, que su mirada se quedó perdida para siempre. Ya nada sería igual, pero aquellos que la rodeaban, mantendrían pura su dignidad. El dolor, el miedo, la oscuridad, la incertidumbre… miles de sentimientos que se escondían tras una sola palabra: Alzheimer. Ya no importaba que nunca más volviera a ser la de siempre, porque cuando recordabas, te amé; ahora que ya te has olvidado de quien soy, te amo; y, cuando esta enfermedad nos separe, te seguiré amando hasta que nos volvamos a encontrar.

  246. Hechizo
    Entré en la habitación, me aturdió el silencio de su mirada; atrás habían quedado los años de delirios, gritos, llantos. Desde hacía algunas semanas, la dignidad de la resignación solo era traicionada por sus ojos asombrados ante el paradójico laberinto de recuerdos olvidados.
    Pocas veces me reconoce, el Alzheimer trabajosamente construyó entre nosotras muros y fosos, de a ratos cuando los cruza, me mira y aprieta mi mano.
    Amo en esos ratos contarle a mamá cuentos de princesas que rompen hechizos y escapan de castillos tenebrosos

  247. EVASIÓN
    En silencio, dirigió su mirada al ventanal. Su amiga hablaba sin parar mientras tomaba la infusión: de hijos y nietos, de lo caro que está todo, de sus últimos aprendizajes con el ganchillo, de su próximo viaje a Benidorm. Ella asentía para no herir su dignidad, pero su mente vagaba por mundos desconocidos. De vez en cuando volvía a escuchar a su amiga y oía su propia voz que apenas reconocía. Sabía que el Alzheimer había llamado a su puerta, que se iba haciendo el amo de su interior. Pero al rato, lo olvidaba y sonreía.

  248. LLUIS MIRACLE COLLMALIVERN

    UN AMOR

    Un nubarrón negro se abate sobre nosotros. El silencio de la noche y el olvido se solapan con la mirada de ternura y la dignidad de toda una vida compartida. Delante se alza una muralla despiadada: el Alzheimer. Le tomo las manos y se las acaricio, lentamente. Su sonrisa me sobrecoge. ¡La amo, nos ha dado incluso la vida!

  249. REUNIONES FAMILIARES
    Las reuniones familiares solían ser ruidosas; ya no es así, parece que el silencio nos hubiera penetrado junto con la tristeza. Como evitarlo, cuando su mirada ha perdido el brillo de antaño, cuando trata de hablar como si en cada frase coherente que por suerte llega a decir recuperara la dignidad refundida en la enfermedad. El desatino de su voz nos recuerda que ya no está, que nos la arrebató el Alzheimer antes de la muerte. Y me digo, les digo, seamos ruidosos porque ella sigue con nosotros. Lo hacemos y escuchamos a su corazón decir, los amo.

  250. CRÓNICA DE UN DESTINO ANUNCIADO
    En silencio cruzo una mirada con ella, mantiene la dignidad intacta, el cuerpo y la mente arrasados. Quiero creer que en momentos fugaces percibe mi presencia y se siente acompañada.
    Mi tía acude de vez en cuando a visitarla, le fallan las piernas y también la memoria, se la encontraron desorientada en su puerta, sin zapatos.
    Yo misma olvido nombres con frecuencia y llego a desesperarme.
    Me temo que el señor Alzheimer se ha convertido en el amo de nuestra familia.

    1. El huésped.
      Un silencio invasivo le impide hacerme confidencias más su mirada me cuenta: «Tampoco hoy, han venido»; Le abandonaron en esta residencia (familia sin sentimientos!); Tiempo ha, no le visitan y él no renuncia a verles aparecer; No se deprime como otros en su situación; Lo último que se pierde no es la esperanza sino la dignidad; Padece Alzheimer él, y lo han olvidado ellos; Sé que los recuerda, cuando mira sus fotografías se detiene largamente en cada rostro; Junta sus manos para bendecirme cuando llego; Suplantaré a su hija pues le amo; Lo hospedaré en mi corazón.

      1. Blanca, has enviado tu relato en respuesta al de Rosa, y esto falsea la fecha de aparición de tu relato. Hay que publicar al final de todos los relatos ya publicados y solo se responde al relato de otro escritor para comentarle algo sobre SU relato. Gracias

  251. ANTONIO ALCARRIA ROZALÉN

    PADRE
    Admiraba el silencio y la expresión de nobleza y paz que mostraba mi padre mientras su mirada oteaba el horizonte de los campos de olivos y la sierra lejana. Parecía que observaba con una nueva dignidad antes soterrada, cuando todavía trabajaba soportando los gritos y exigencias del capataz. Ya jubilado se sintió crecer, con un ademán orgulloso que se diría hermanado con el viento y el aroma libre de los bosques, sin la amenazante sombra de su sempiterno e injusto jefe (“hay que comer, y vosotros estudiar”, nos decía con obligada resignación). Hoy, el Alzheimer es su nuevo amo.

  252. Oblivium.

    Un impertinente silencio emanaba del demudado semblante ante el quebranto que, ferozmente, engendraba en ella la vertiginosa merma de su inventario de palabras. Era el despiadado presagio de un íntimo asedio a su recuerdo.
    Un esmerado recogido, alhajado con gafas de impostado Carey la enaltecían, confiriéndole una mirada colmada de dignidad.
    ¡Había reparado tanto olvido a sus pacientes…! Ahora, sostenida ella, amparada, combatía contra la inhóspita incerteza!
    Un nadir prematuro, el ocaso de la mente…
    Corroyendo su unicidad, el Alzheimer.
    – ¿Amo? – inquirió.
    – ¡Amas, mamá! – Y, la desconocida, erigió conmovida para ella un sublime albergue entre sus brazos.

  253. Silke Daniela Anali Socolovsky Rodriguez

    Hay silencio en mi mente. De pronto las urgencias no tienen más recordatorios.
    Soy alguien y no lo recuerdo. Me molesta la mirada que tiene esa persona que se levanta conmigo. No deja de seguirme. Me conoce? Los días parecen no pasar. Al menos los que están conmigo tienen la dignidad de compartirme su comida. No sabría dónde conseguirla. Alzheimer. Me dice un jovencito que tengo o que era? Una señora toma mis manos. Tengo la sensación de ir a casa, dónde era casa?. Mis manos en sus manos…te amo papá me dice. Y yo. Instantes.

  254. Javier García Cristina

    La carcoma

    En silencio, contemplo la escultura de hierro, el majestuoso barco pirata que me hace evocar de nuevo las aventuras de aquellos personajes de mirada arrojada. Corsarios, ásperos y violentos con sus presas pero pletóricos de dignidad con sus camaradas, que llenaron mi infancia y me hicieron sentir uno más de la tripulación.
    Todavía resuena en mis oídos la frase demoledora de quien lo forjó para mi: ‘dicen que lo hice yo, pero… ¿cómo lo hice?
    Carcoma despiadada del Alzheimer que devora, poco a poco, la mente de quien yo más amo.

  255. Javier Jiménez Ferreres

    COMO MUY BIEN IGNORAMOS En silencio, consigo misma, Mokabi pastorea el rebaño con la mirada tranquila que concede la altura de la dignidad masái. Aunque su ánimo cambiante no perturba la vida del poblado, esa mañana parlotea alegremente, dando palmas y gritando enkai hasta que oye el llanto desconsolado de una niña. Olvidando su Alzheimer, Mokabi se acerca, acogiendo la niña en su regazo, consolándola en maa, con su instinto maternal de amo y permitiendo que todos los masáis le arropen con caricias y canticos, demostrándole amor y respeto, sin importarles que ella, su anciana patriarca, sea ahora así.

  256. Javier Mariscal Crevoisier

    NOSTALGIA
    Lo vi en su mirada: ya no me reconocía. Volvió a tirar la pelota, nervioso; la vi rebotar contra las baldosas del patio. Ya no ladré, busqué la pelota en silencio y otra vez se la entregué en las manos. Vi que me temía, que el alzhéimer me había convertido en un extraño. Pero yo seguía siendo un perro y él seguía siendo un amo. Esperé allí, sentado, preservando la dignidad de nuestro trato, hasta que esa chispa en sus ojos apareció de nuevo y corrió a abrazarme, como si nada hubiese cambiado. Luego, lanzó la pelota otra vez.

    1. Javier, este relato incumple las reglas del concurso: las cinco palabras deben ir en el orden en que se han dicho y no en otro. Tal como está no podría concursar.

  257. GOTAS FAMILIARES

    Un día más me dirijo a verte. Mamá. En silencio. En el camino tengo la misma mirada perdida que me encuentro cuando te veo. Y no lo quiero confesar pero estoy cansada y ya no sé si me quedan fuerzas. Pero nos queda la dignidad, tú siempre lo decías.

    Un día más la veo acercarse y me besa. A veces me aparto. Me concentro en el agua de la fuente. Les oigo, dicen algo del Alzheimer. Al marchar, todos dicen que me quieren. Pero yo amo a mi familia, a veces la veo en cada gota de agua.

  258. ECOS

    Desde el silencio, me lanzaba una mirada cargada de dignidad y solemnidad, evocando algún vago recuerdo de lo que había sido su vida. Ahora, el Alzheimer devoraba toda memoria a su alcance, aunque aún le quedaba una breve reminiscencia para poder decir te amo.

  259. Carlos Olmos Alonso

    Rompe el silencio tu mirada que me habla.
    Quiere rasgar la pared que, invisible, nos separa: me ves… ¿recuerdas?
    Pareces distinto, pero sigues siendo tú, y tu sonrisa sigue estando; diferente.
    La misma alma. La dignidad infinita. Tu corazón tan grande, y tan feliz, que bien conozco y me conoce.
    Sigo aquí. Hay cosas que ni siquiera el Alzheimer ha cambiado. Sigo a tu lado:
    aunque llore después un poco; aunque no pueda curarte con mis manos.
    Porque sé que solo quieres que te quiera…y en mitad de tu silencio, se oye mi presencia, respondiendo: “¡Yo también te amo!”.

  260. SUSANA BERASATEGUI RODRÍGUEZ

    RUPTURA

    Mi primer gran error fue no querer escuchar lo que me quiso decir con su silencio. En su mirada pude haber leído la decepción, el amargor de sus quejas y el dolor que padecía. Pero no quise verlo porque preferí anteponer mi orgullo a su dignidad. Después ya fue tarde; el corazón no padece Alzheimer y no olvida. Ni siquiera puedo decir que la perdiera, yo no era su amo. Simplemente se fue porque comprendió que yo no era digno de ella.

  261. Verónica Alonso Goday

    AMIGA INCONDICIONAL
    Entró a la habitación en la fragilidad del silencio, como desde hace unas semanas buscó sin suerte, en la mirada perdida de su madre el reconocimiento de lo familiar. Observándola, supuso que en algún rincón de su mente, el olvido y la resistencia de la dignidad se debatían de forma feroz. El Alzheimer, cruel amo del olvido en el tiempo, obligó a su progenitora a esgrimir esa batalla. Él, que deshace los recuerdos como arena húmeda entre los dedos.

  262. Nuria Hernández García

    Más allá del recuerdo

    Te tomé de la mano, sentadas las dos en la vieja cama donde me contabas historias cuando era niña. El silencio hería como una espada. Tu mirada perdida hacía que se formase un nudo en mi garganta. Recordé tus palabras: «Quiero envejecer con dignidad. No quiero que el Alzheimer me la arrebate». Abrí aquel cuento de princesas y te lo leí. Esta vez yo a ti. Al acabar, te di el beso de buenas noches. Tus ojos se iluminaron y dijiste, como entonces: «Te amo». Yo, tu pequeña niña, me eché a llorar: «También te amo, mamá».

  263. Antonio Perelló Sánchez

    —Silencio.
    Enmudecí y bajé la vista, incapaz de sostenerle la mirada.
    —No voy a permitir que decidas por mí. Ten la dignidad de no quitarme la mía.
    Tragué saliva y respiré hondo.
    —Te odio —musité, con una serenidad macabra.
    —No. Odias el diagnóstico, el Alzheimer.
    —Te odio por lo que me has dicho. ¿Es que no te imp…
    —Entiendo que estés dolido, cariño. Claro que me importa.
    Empecé a sollozar. Él envolvió mis manos con las suyas.
    —Necesito seguir siendo el amo de mi vida. Y sé que lo entiendes.
    —Claro que lo entiendo. Y odio entenderlo. Y te quiero.

  264. MELODÍA INFINITA
    Era extraño ver a mi madre sentada, siempre en silencio, en una esquina de la sala. Había dedicado toda su vida a la música. Ya ni hablaba ni me reconocía, pero en mis visitas diarias, cuando tarareaba el principio de la 5° Sinfonía de Beethoveen : Ta ta ta taaa… y ella respondía Ta ta ta taaa, y el desarrollo de la melodía iba saliendo, afinado, de su boca, su mirada se llenaba de brillo, de toda la dignidad que el Alzheimer parecía haberle arrebatado.
    Amo a Beethoveen.

  265. Antonio S. Rodríguez

    2029

    Recuerdo esta habitación. Es como si acabara de llegar al mismo sitio tras un sueño de muchos años. Pero algo ha roto el silencio dentro de mi cabeza. Hay una mujer que me mantiene la mirada como si buscara algo dentro de mis ojos. Un momento. Es mi pequeña Anita. Tenaz y con tanta dignidad como su madre, que se nos fue por culpa del Alzheimer. Y luego me tocó a mí. Pero me siento otro, como si volviera a ser el amo de mi propio cuerpo.
    -Anita.
    -¡Papá! ¡Cariño, cariño, ven, mi padre me reconoce! ¡El tratamiento funciona!

  266. LA DECISIÓN
    Pausadamente y en silencio limpió el vaho del espejo y se detuvo escudriñando meticulosamente su rostro. Cincelado, níveo, insultantemente joven y de mirada zaína y penetrante. Ajustándose firmemente la toalla que deslizándose cadenciosamente dejaba entrever su pecho, se preguntó si todavía conservaba algo de dignidad. Y mientras intentaba en vano contener esa respuesta, escupió rabiosamente contra su reflejo, deseando que una enfermedad como el Alzheimer irrumpiese despojándola de sus recuerdos. Fue entonces, conforme su saliva descendía precipitándose por el cristal y distorsionando su imagen, cuando lo decidió:

    Nadie, absolutamente nadie, volvería a ser su amo.

  267. Fabián Clandestino Sánchez

    OLVIDO. (postulación corregida)

    Un abismal silencio mental se apoderó de mi aterrada mirada que clama dignidad, ya que el alzheimer se volvió amo de todo lo que suplico recordar.

  268. José María Donate García

    FUI

    Creyó despertar de una inexistente pesadilla. Sólo y asustado, encontró en el silencio a su mejor aliado.

    El espejo le devolvía una imagen desconocida, aunque su mirada aun conservaba un último vestigio de dignidad.

    Mirando fijamente a su alter ego, Luis repasaba cada arruga de su rostro con sus manos ajadas y nervudas. Eran los surcos de una vida que el Alzheimer trataba de borrar a marchas forzadas. La desigual batalla estaba a punto de terminar y Luis lo presentía.

    Ya no era amo de sus recuerdos. Aquel despiadado ladrón simplemente se los arrebató para siempre.

    FIN

  269. Susana Hernández Montes

    No hay peor silencio que el del olvido. No hay mirada más perdida que la tuya al no reconocerme. Y no hay mayor desesperación que la mía, al no poder traerte de vuelva.
    Sentadas buscando un sol que nos regale el calor que perdimos con las ausencias, que nos de toda esa calidez que ahora no encontramos en nuestros abrazos, en nuestros “holas” y en nuestras despedidas.
    Vivir sin recuerdos y con dignidad es nuestra cruz y nuestra batalla. Es nuestra victoria por encima de todo.
    El Alzheimer me borro, pero no puede con lo mucho que te amo.

  270. Percepción

    En la residencia de ancianos, el silencio era interrumpido solo por el suave murmullo de las conversaciones. En una esquina, una anciana con mirada perdida recordaba sus vivencias pasadas como testigo fortuito y no como el personaje, Su mirada cruzó con la de su exmarido con dignidad en su postura, se habían separado veinte cinco atrás. La anciana no recordaba su nombre, padecía alzheimer pero percibía un remoto apego. El hombre la abrazó con ternura, celebrando el amor compartido, había sido el amo de su corazón.

  271. UNA PÁGINA EN MI DIARIO.-

    Silencio invasivo le impide confesarlo, más con la mirada me cuenta: «Tampoco hoy, vinieron»; Le abandonaron hace tiempo aquí en la residencia; Su familia… no tiene sentimientos???; Cada día (él y yo) esperamos ver aparecer alguno de visita; No se deprime, creo que lo último que se pierde no es la esperanza, sino la dignidad; Padece Alzheimer él, y lo han olvidado son ellos; Sé que los recuerda todavía, porque mirando sus fotografías contempla con añoranza cada rostro; Anoche al verme llegar juntó sus manos bendiciéndome; Quiero suplantar a su hija, ya le amo; A dormir, mañana día de los abuelos hay faena.

  272. LUISA

    No hay silencio más grande que el de Luisa al dar vuelta la página. A sus pies Rulito se hace un ovillo. Luisa fija la mirada. Es invierno. El frío exhala su dignidad contra la ventana. De repente alguien se asoma. Rulito ladra. Luisa deja el libro abierto, boja abajo, el Alzheimer no le permite retener el número de página. Rulito aumenta el ladrido y Luisa abre la puerta llena de miedo. ¿Quién es ese desconocido? Rulito mueve la cola y lo salta. Luisa respira, el desconocido la abraza. Rulito reconoció a su amo. Se olvida del libro. Descansa.

  273. Marcela Paz OBREGON

    Acompañar

    ¿Qué va a pasar después? Pregunta mi padre. Tras un silencio le contesto emocionada: Siempre estaremos a tu lado.
    Han pasado los años, su mirada se va ausentando, las palabras que manejaba con propiedad se le van perdiendo, alejando…
    Llevar con dignidad el sufrimiento que significa para la familia que nuestro padre sufra de Alzheimer.
    Amo tomarle la mano, sentir que perdura el lazo afectivo, me encanta verle sonreír y que de repente haga una broma.
    A veces me entristece que haya olvidado mi nombre y tantas otras cosas, pero agradezco que sienta que estamos a su lado

  274. Quién soy ?
    Estoy en silencio, con la mirada puesta en el horizonte. Sentado en algún malecón. Vienen por momentos reflejos de vida, algunos claros, otros en penumbras. Trato de mantener, en vano, mí presente. Días de gloria y de individualidad son pasado. Es donde pierdo ante la sociedad, la dignidad. Abrazo a la inocencia, sin egos, sin prejuicios. No recuerdo, no tengo la menor idea de la existencia. Estoy parado en el limbo del tiempo y el espacio sin saber cómo llegué. Ganó la batalla el Alzheimer. Solo poseo imágenes de seres que me mantienen aferrados al presente, los cuales amo.

  275. MI AMOR

    Se me hace insoportable el silencio entre tú y yo, busco ese brillo en tu mirada, ese que siempre me ha hecho sonreír. Me dijiste que tu dignidad era lo más importante, que la preservara siempre, y no sé cómo puede ser que te esté perdiendo de esta forma tan amarga y cruda. El Alzheimer te está arrebatando hasta la última gota de tu esencia, nuestra historia, y aquellas charlas infinitas al olor del café recién hecho. No puedo evitar que las lágrimas recorran mi rostro, y aunque sienta que te estoy perdiendo: te amé, te amo y te amaré.

  276. Esa mañana mi papá se levantó como siempre a las cinco de la mañana para preparar el mate en el silencio de la casa. Antes de ir a la cocina, desde la puerta de la habitación, nos dejaba una mirada. Llovía. La puerta de mi casa estaba abierta, la pava, el mate y huellas de botas embarrando el patio. Nadie vio nada, algunos dirán que escucharon un auto estacionar en la vereda. Imagino que los esperó con la dignidad de haber vivido una vida justa. Como un alzheimer colectivo, las sociedades también olvidan. El tiempo; amo silencioso de nuestras vidas.

  277. El silencio grita su impotencia. ¿Dónde quedó el sonido de las palabras aprendidas? Se esfuerza. «Sh!».- se dice a sí misma, con la mirada en un punto fijo. «¿Qué es?»
    Algo la distrae en ese preciso momento en el que pareciera llegar a una idea ¿clara?. Siempre lo mismo. Y es ahí cuando su precaria dignidad, apenas hilvanada, se desintegra. Como collar de perlas enhebrado con paciencia y soltado de un extremo por el maldito Alzheimer. ¡Siempre el mismo! Entrando como tromba, adueñándose del tiempo, de las palabras y sonidos. Amo y Señor, sin títulos honoríficos pero omnipotente y brutal.

  278. AMAR EN TIEMPOS DE SILENCIO
    El silencio invadía la habitación. La mirada ausente, con que ella me recibió cuando entré, no mermaba la dignidad con que llevaba el Alzheimer que padecía. Antes de acercar mis labios a los suyos, le susurré: «Te amo».

  279. El ladrón de recuerdos

    El silencio era el dueño de la sala.
    Destacaba aquella mirada perdida.
    Unas pupilas sin brillo, clavadas frente a un cristal que cada mañana mostraba el mismo paisaje sin vida.
    El hecho de amanecer en aquel lugar, sin haberlo elegido, le había robado todo ápice de dignidad que tenía aquel alma entristecida.
    A veces, un destello de lucidez, rondaba por su memoria, recordándole que el Alzheimer, era el ladrón de sus recuerdos.
    Y aunque, olvidaba hasta su propio nombre, y los momentos más preciados de su vida, disfrutaba recordando, que siempre podría ser, el amo de sus pensamientos.

  280. Sé que habrías preferido transitar en silencio por estos últimos meses. Pero no ha podido ser. Tu boca se ha llenado de palabras oscuras como cuervos buscando objetos brillantes. Esa luz que antes llenaba tu mirada y que ahora habita oculta en el trastero de tu dignidad. Algunos acusan al Alzheimer, yo creo que ha podido más el cansancio de vivir tantos años llevando una máscara de felicidad. Nadie fue el amo de tu alegría. Ni tú misma.

  281. Bobby.

    Perdió el gusto de conversar. Guardaba silencio durante días. A ratos, escudriñaba lo que veía sin comprender lo que observaba. Sus propias manos no le parecían suyas. Se ocultaba tras ellas de la mirada ajena para proteger la dignidad que se le escapaba. Junto con los hechos escapaban nombres, rostros, lugares, palabras. El mal de Alzheimer le había despojado de la experiencia del tiempo presente y del porvenir. Ha revivido episodios, cada vez más lejanos. Su perro ha regresado a sus brazos. Recuerda su nombre, se sabe su amo. El perro lo lame, él lo abraza. Se siente feliz.

  282. Lupe Borraz Gutiérrez

    ANCLADA EN SU MEMORIA

    Cada noche la acompaño a su habitación para que se acueste; en silencio, descubre las fotografías que hay encima de la cómoda mientras sonríe con mirada ausente. De pronto, se endereza con dignidad al ver la imagen enmarcada de una niña vestida de Primera Comunión y arañando los recuerdos al Alzheimer ―su amo y señor―, me explica que es su hija. “¡Qué niña más bonita tengo!”, exclama orgullosa y lanza un beso en dirección al retrato. “Estás muy callada, ¿has visto a mi niña y su precioso vestido?”, me pregunta. Entonces, le respondo que esa niña soy yo.

  283. Virginia Peñuela Blázquez

    Sé quién eres

    El silencio retumba en toda la estancia, es una realidad desde hace un tiempo y sin más se instaló entre nosotros. Pero hoy es distinto, cruzo la puerta, percibe mi presencia y me clava su mirada, llena de horas deshojadas y una dignidad que implora no ser olvidada. No avisó, ni llamó a la puerta, ni pidió perdón, el Alzheimer solo se llevó vida y trajo lagunas, despistes, noches de insomnio y otras cosas. Podrás no reconocerme, pero yo siempre sabré quién eres, porque amo tu alma, que sigue presente debajo de la hecatombe.

  284. Ayer soñé contigo, soñé que te miraba a los ojos, que me encontraba en el silencio de tu mirada. Tu sabes mejor que nadie que necesitaba de mi particular dignidad para sentirme libre en esta cárcel llamada Alzhéimer y yo sé que no podrás olvidar los instantes eternos que te ofrecía al llegar a casa, al igual que no podré borrar de mis pensamientos tu adiós, cambiaste mi ilusión por el rasguño de unas lágrimas que no pude contener, decidiste que era el momento de abandonar a la maestra para recorrer tu camino y aún así… te amo

  285. Familia
    Por la ventana entreabierta entra un gélido aire que me congela. El silencio de mi mirada les perturba, pero ellos también están callados. Me observan, examinándome. “Parece que hoy está ida”. Piensan que mi dignidad no está, que yo ya no soy, que estoy perdida en no sé dónde. ¡Qué equivocados están! ¡Estoy aquí!, grito sin respuesta. El Alzheimer me consume, pero de vez en cuando, yo soy yo, más que nunca, como ahora. Mi nieta cierra la ventana y abraza mis manos en las suyas. ¡Amo esta familia, y voy a vivir hasta el final!.

  286. SILVINA PAULA HADDAD

    ECLIPSE
    Un páramo de silencio me escudriña en tu mirada, que aún acaricia la mía, con halo de niño trepado a una nube de olvido. Un silencio descarnado, que gangrenó en tu lengua, toda palabra que enhebrara el hilván de tu memoria.
    En mi abrazo, -lo intento-, te arrojo un señuelo; remiendo el desgarro y te anudo al alma de nuestra historia, mientras acurruco el capullo impenetrable de tu ser contra mi pecho.
    ¿Cómo atravesar el limbo donde estás? ¿Quién lapidó tu dignidad?
    Alzheimer, llaman al infame; esta criatura abisal del averno, amo de lo abominable. Un asesino serial de recuerdos.

  287. Recuerdo

    El pasillo que da al patio, el que muchas veces estuvo lleno de familiares e invitados, se encontraba en silencio, los rosales estáticos, las mariposas inmóviles, parecían disecadas ante la mirada de Pedro, el abuelo anciano cuya dignidad siempre brotó a flor de piel. Antes de haber sido diagnosticado con Alzheimer, habíamos disfrutado un asado en este mismo patio en donde terminó su discurso de cumpleaños diciéndole a nuestra abuela querida: “por los años buenamente vividos, por los caminos satisfactoriamente recorridos, por los secretos guardados, no me cansaré de darte las gracias y decirte que te amo”.

  288. Metamorfosis

    El eco del silencio retumbo en su alma, la mirada desorientada y la dignidad fragmentada eran algunos de los barrotes invisibles del Alzheimer «su nuevo amo». Lo esclavizo un corto tiempo, puesto que su espíritu indomable lo instaba a seguir viviendo a su manera.

    Se fugó. ¡Ya es libre de nuevo!

  289. Ana Isabel Rodríguez Vázquez

    REENCUENTRO
    La observé en silencio a través del cristal. Tenía la mirada perdida, como ausente. Había sido mi primer amor, mi único amor. Reuní mis últimas migajas de dignidad y, tras guardar las monedas en el bolsillo, me dirigí a ella:
    -Soy Luis, ¿me recuerdas?.
    La joven que la acompañaba se excusó diciendo:
    -Mi madre tiene alzheimer, no puede reconocerle.
    -Sólo soy un viejo amigo, susurré mientras se alejaban.
    Me hubiera gustado decirle que todavía la amo. Pero prefiero que no me recuerde pidiendo limosna en la puerta del supermercado.

  290. Dondequiera que vayan
    No atina a distinguir, en el silencio sepulcral de la salita donde está, ninguna mueca de ese mal
    que resuelto parece a tornar olvido el pasado de una madre con su hijo. Quizás ingenuo, se
    convence este de que nunca de la voz precisó su madre para instruirle en la inestimable lección
    de ser quien ha sido. Ahí siguen su mirada elocuente, su coquetería indestructible, su dignidad
    por el Alzheimer inalterada. ¡Qué convencidos estamos de los que queremos!, como demuestra
    el llanto:
    »La amo madre»
    »Y yo a ti cariño». Como repite el sempiterno canto.

  291. Desconocida

    En silencio bajé la mirada, no sé si por dignidad o por vergüenza. Quizá era esa la parte más amarga del alzheimer. Daría la mitad del resto de mi vida por recordar esa cara que me dice «Te Amo».

  292. ABUELA CLÁSICA

    Soy una niña y bailo en silencio, bailo con todas mis fuerzas, casi perdiendo el eje de mi mirada, sin cuidar mis puntas, poniendo la vista en el horizonte. Quiero que mi mamá me mire, que no pestañee por verme, que aplauda mi dignidad de artista. La niña se ríe, me despega los dedos del sillón de ruedas, toma mi mano y suspira: «maldito Alzheimer…, mamá no vino hoy abuela, mañana… mañana… Te amo».

  293. Titulo «Renacimiento en el Bosque»

    En el bosque, en el silencio natural, un brote nació, su mirada al cielo rebosaba juventud y dignidad. Ajeno al Alzheimer del tiempo, creció junto a un anciano árbol que, con mirada serena, abrazó su destino. A medida que el joven crecía, el anciano se desvanecía, pero en su último suspiro, legó una lección. El nuevo árbol, con gratitud, murmuró al viento: «Te amo, ancestro». Así, en el ciclo eterno, la vida y la muerte danzaron juntas.

  294. GRABADO EN PIEDRA
    La escultora picó la piedra con denuedo durante semanas, en silencio. Solo se escuchaba el martillo empujando el metal contra la materia. Pensaba en él, en su mirada limpia, como de niño, en esos ojos que no se rindieron hasta seducirla y que quería eternizar en la roca. Porque ahí conservarían la dignidad que intentó llevarse el Alzheimer, y que ella no permitió. Fue un martillazo contundente. Falló darle al cincel y se rompió los dedos, ensimismada en su recuerdo. Se dejó caer y, entre lágrimas de dolor, balbuceó para sí misma: aún lo amo.

  295. David Celis Borbolla

    Pajarillo

    Nunca estaba en silencio. Aquel pajarillo pasaba el día cantando. ¿Cómo grita un pájaro? Bien pensado, tal vez no cantaba. Cualquier mirada se quedaba embelesada con la hermosura, con el piar de aquel animal, por mucho que su dignidad, si es que los pájaros saben de eso, estuviese atrapada entre barrotes. Alzheimer, así se llamaba, chocaba contra las rejas de su jaula, como un recuerdo atrapado en el olvido; intentando escapar, volar, vivir…Abandonar ese nombre inmerecido, impuesto por un amo cruel y levantar el vuelo en libertad. Quizás, algún día, se abra la puerta de su prisión, quien sabe.

  296. BARBARA GARCIA RUIZ

    DEL «POR QUÉ» AL «PARA QUÉ»

    En silencio, su mirada perdida buscaba un “por qué” al enfado que la invadía.
    – ¡Qué te pongas los zapatos!
    Su dignidad aposentada en el mutismo resistió otro golpe.
    Pedro resopló exhausto y entonces pudo vislumbrar un “para qué”, el cual disipó al impasible Alzheimer permitiéndole recordar que se encontraba ante la persona que más quería en el mundo.
    – Mamá, ¿te ayudo?
    María levantó la vista y, esbozando una sonrisa, verbalizó:
    – Te amo.
    Esa simple y necesaria reformulación consiguió transmutar el pasado doliente en el que se encontraba inmersa a un calmo presente habitado por los dos.

  297. ANA ISABEL GARCIA MATÉ

    OSCURIDAD SOBREVENIDA
    En su habitación, carcomida por el tiempo e invadida por un silencio que aterraba, Clara deshacía los días y las noches, fundía los plomos con su mirada, retorcía muros y suelos, gritaba poseída por los demonios del olvido. Aquello salvaba su dignidad, acertaba a decir en sus breves instantes de lucidez.
    En un suspiro, una nube negra rasgó su vida y convirtió sus ojos en un guiño al firmamento. Bien sabía ella que el Alzheimer era hiel pura, mortal veneno para su memoria, una condena implacable, sin opción a indulto.
    “Te amo”
    “¿Quién eres?”

  298. EMILIO GAROZ BEJARANO

    Paseó en silencio sus ojos por las paredes de la estancia. Su mirada acarició las formas que el sol reflejaba a través de las cortinas. Un arrebato de dignidad le obligó a dejar de pensar en otros tiempos, buscando un alzhéimer que le salvara de sus recuerdos. Él era ahora el amo de sus sueños y no podía dejar de soñar con ella.

  299. ¿Quién eres?

    Un silencio escondido en aquella mirada perdida, denotaba una dura batalla interna de sentimientos. Por un lado, la resiliencia contra el avance del tiempo, donde utilizaba como escudo la dignidad que siempre lo había caracterizado. Por otro lado, luces y sombras lo envolvían a una dimensión de absoluta soledad, inmerso en la palabra que ahora ocupaba cada uno de los momentos de lucidez mental que albergaba: Alzheimer. Él siempre había sido el amo de sus actos, en esa dura vida que le había tocado vivir, no estaba preparado para perder lo más valioso que poseía: sus recuerdos.

  300. La mascota

    Él me arrima a su cara en silencio. Yo le devuelvo la mirada. Su dignidad prevalece entre las sombras. A veces ríe y otras llora. Y yo sigo jugando. Escucho voces que dicen cosas conocidas, metidas en lo más hondo de mi cuerpo. Hablan de sueño, pastillas, medicamentos, Alzheimer… aunque yo prefiero las que él dice, las que los demás no comprenden. Le amo. Mi cuerpo sedoso se pierde entre sus brazos. Él me aprieta, pero no me hace daño. No soy más que la foca robótica de la residencia, una compañía… pero para él, lo soy todo.

  301. A mi madre
    El silencio de aquella madrugada no lo olvidaré nunca. Mi madre, mujer bella, cariñosa y amable. Lo que más le gustaba era la cocina y pasar tiempo en familia. Muchas veces he sido injusto con ella pero es porque se me olvidaba que esta también ha sido su primera vida. Recordaré siempre su fortaleza, dignidad y valentía. Es por ello que trataré de borrar de mi mente la palabra Alzheimer, así como los malos momentos que nos hizo sufrir la enfermedad. Y hoy puedo decir que amo vivir y lo seguiré haciendo por ella, por mi madre.

  302. Coloma Rodríguez Ruiz

    Recuerdos.
    Hoy Estefanía está en silencio. Calla todo aquello que antaño mostraba con tan solo una mirada. De su boca sólo salen palabras relativas a su infancia. Tal vez porque nunca dejamos de ser niños, aprovechamos la más mínima oportunidad para revivir intensamente nuestra niñez.
    Con toda dignidad, hace frente a sus olvidos cuando es consciente de que el Alzheimer ha entrado en su vida. ¿Quién es amo por completo de su vida? Se pregunta mientras contempla la inmensidad del océano. El mismo océano que la sumerge en sus recuerdos.

  303. EL DESAMOR
    MILAGROS PEREIRA

    En la penumbra de su mente, en el silencio de sus recuerdos, con la mirada extraviada, escuchó:
    —¡Hola papá!
    —A usted no lo conozco —contestó, con animadversión.
    Él sintió de su padre, como siempre, el ultraje a su dignidad.
    Luego en el psiquiátrico, el médico diagnosticó:
    —Sufre de Alzhéimer.
    Entonces, el hijo dirigiéndose al padre:
    —Sabes que no te amo, no te preocupes yo pago los gastos. ¡Adiós! —expresó en voz alta y se fue.

  304. Luis Miguel Villegas Moreno

    EL CAOS
    LUIS MIGUEL VILLEGAS

    Eran tiempos difíciles y confusos, la muchedumbre alborotaba las calles. Mi silencio me condenaba, mientras seguía mi camino dentro del caos. La mirada indiferente sobre lo que alrededor sucedía, manchaba mi dignidad. El tiempo pasaba y todo lo quería olvidar como si sufriera de Alzheimer y ahora que estoy lejos, con lágrimas en el rostro y arrepentido de no haber luchado por ti, mi país, me doy cuenta cuanto te amo.

  305. María Elena Torrealba

    UN BESO.

    Ausente de todo lo que me rodea, pensé que me había olvidado de mí, pero aquí estoy en silencio en este sillón que parece que algún día me devorará, donde mi mirada ya no refleja mi alma y se encuentra fija frente al televisor. Esto no es vivir con dignidad, el alzhéimer está vaciando mi yo, me quiere convertir en un recuerdo, qué ironía. De repente escucho a la nieta que siempre desee tener diciéndome: “Te amo”. Un reflejo me hace lanzarle un beso. Parece que el amor aún fluye en mi interior.

  306. MI PADRE
    Acostumbrado al silencio aquella tarde recibí una sorpresa. La música vivía en su recuerdo. Su mirada transparente como el agua no impidió que se derramaran lágrimas de emoción. Aquella melodía renovó su corazón de juventud.
    Su dignidad se erguía como árbol de frondosas ramas mecidas suavemente por la brisa de las palabras que componía la letra de aquella canción.
    El alzhéimer une nuestra familia y nuestras voluntades.
    Amo a mi padre tal y como es. Sé que algún día no me reconocerá. Hoy me sonríe con complicidad cuando la radio de siempre le invita a colorear su vida.

  307. El silencio junto a esa profunda mirada, estremecían mi pobre ser, día tras día contemplo la dignidad con la que lleva el Alzheimer, eso, es algo que amo.

  308. María Dolores Valencia

    ANA
    Bajo el silencio de la noche, Ana regresa a su casa tras un turno agotador. Camina lenta y dolida pensando en Juan, uno de sus “abuelitos”, como cariñosamente los llama ella. Esa tarde, Juan, caminaba bajo la atenta mirada de varios residentes. Iba desnudo, dejando un reguero de orina que se quedaba atrás junto a su dignidad, farfullando palabras ininteligibles. Tiene Alzheimer.
    Taciturna llega a casa y ve a su padre en la puerta, en pijama, con la bolsa del pan y 5 euros en la mano. Su padre también tiene Alzheimer.
    – Hola papá, vamos a casa. Te amo.

  309. Cumpleaños

    Salió del coche, el ticket del aparcamiento, su hijo al final de la rampa y yo olvidé el freno de mano.

    Hoy, en silencio, estira el pie hasta alcanzar su sexo y, secuestrándole la mirada, con su dignidad de siempre, le declama todos los viajes que habían hecho juntos, tan vívidos, tan reales, que apenas yo los recuerdo así.

    Son mis regalos de cumpleaños, para ella y su marido, su cuidador, algún recuerdo, poca cosa en general, y es que, como muy bien imagináis, yo soy su Alzheimer y aunque también sea su amo, no puedo permitirme mucho más.

  310. Mariana Martínez Pallarés

    CAMINO A LA RESIDENCIA

    Respeto tu silencio.
    Incluso comparto tu mirada altiva, aunque no la causa.
    Dime, ¿dónde quedó tu dignidad? ¿Qué harás con la mía?
    No permitas que me despojen de un plumazo de todos mis recuerdos por evitar que sea el Alzheimer quien lo haga poco a poco…
    No dejes que me lleven, hijo.
    No mientras continúes sintiendo que te amo.

  311. Mariana Martínez Pallarés

    MOMENTOS DE LUCIDEZ

    Me ahogo en tu silencio.
    Por el reflejo de tu mirada esquiva la dignidad asoma mientras el Alzheimer hace estragos.
    Por favor, recuerda que te amo.

  312. Rosalina Pacheco Pérez

    Recuerdos de antaño
    Enervo el silencio que agota mi existencia, en aquella mirada suya que invadia mi dignidad, pero el tiempo carecia entonces de tu presencia, el Alzheimer irrumpia voraz tu recuerdo de aquel hombre que tanto amo.

  313. Rosalina Pacheco Pérez

    Recuerdos de antaño
    Enervo el silencio que agota mi existencia en esta orbe, me invade con cautela en aquella mirada suya que invadia mi sollozar, mi dignidad, a tal grado de ruborizar la nieve que atenuaba en sus mejillas humedas, más el tiempo para ese entoncés carecia de tu presencia, aquella efermedad voraz el Alzheimer carcomia voraz los recuerdos de aquel hombre que tanto amo.

  314. DESGARRADOR RECUERDO
    Siento que os debo un lugar. Aquella primera vez, fue especial.
    Siento amaros en silencio y no haber podido compartir vuestro amor a tiempo. Siento la mirada triste cada vez que os recuerdo y nos imagino como si fueramos agapornis en verano, y en invierno.
    Hubo momentos en que todas mis lágrimas llegaron a agotarse y cuando se agotaron, resurgí.
    Quiero hacerme mayor y mirarme atrás con dignidad, como aquella madre que supo querer antes de haber podido abrazar.
    Si algun día, el Alzheimer se apodera de mi mente, quiero que sepais, que os amé, os amo hoy, y os amaré siempre.

  315. Paula Andrea Sierra Diaz

    Indeleble
    De nuevo escucho su risa pero inexorable vuelve el silencio a la habitación, su mirada se pierde en el vacío. La dignidad de su rostro una vez radiante, ahora se ve empañada por la niebla del Alzheimer. Como nunca amo cada instante a su lado, atesorando sus recuerdos fragmentados nuestra historia continua. En el vaivén de esta vida lo único implacable es esta compañía, aunque lo que fue se desdibuja yo la siento con la misma intensidad que en la primavera de nuestras vidas, porque el amor verdadero no se marchita con el tiempo, ni se borra con la memoria.

    1. Mariana Martínez Pallarés

      MALAS PASADAS
      Un silencio ensordecedor se apoderó de mí cuando, al seguir el foco de la mirada de aquella chica que con el rostro petrificado se me acercaba, me di de bruces con la realidad.
      – No se preocupe -me dijo mientras me ofrecía la dignidad perdida junto con su abrigo para tapar mi desnudez-, parece que el Sr. Alzheimer ha madrugado hoy.
      – Cree ser mi amo además de señor y, a veces, me juega malas pasadas -acerté a contestar.
      Y mientras el corazón retomaba su ritmo, la vecina, muy amable, me acompañó a casa.

  316. Punto de Fuga

    En silencio me desafía tu mirada, sé que me pregunta quién soy, qué hago allí a tu lado, cuidándote, si ni siquiera me conoces. Sé que tu valentía, tu dignidad y tu aplomo se resquebrajan dentro de esa carne y de esa alma conquistadas por un alzheimer al que ni siquiera has acunado. Y me traspasa tu miedo, ajeno a mi cariño, esperando mi derrumbe, sin asumir lo que te amo. Y te sonrío conteniendo el llanto, mientras me pregunto dónde quedarán cada uno de los abrazos que los hijos no nos atrevemos a dar a tiempo.

  317. Sin recordarme

    En el silencio de su mirada creí advertir algún rezago de dignidad. Pero luego, cuando cambiamos palabras, supe que el Alzheimer lo había trastocado. No lo he visto en meses. Cuando jugamos, él piensa que yo soy su amo, pero no sabe que en realidad él es mi padre, que mi mujer me ha arruinado, que no tengo dinero y que me hiende el alma dejarlo aquí, en este sanatorio, para que muera sin recordarme.

  318. FLORENCIO NAVAS ROBLES

    LA PRIMERA VEZ

    Cada domingo es la primera vez y eso que siempre le llevamos un paquete de dulces. “Huuy, ¿todo esto es para mí?”, dice alargando la mano y llevándose el primer dulce a la boca.

    El festín transcurre en silencio mientras da cuenta de las golosinas. Pese a su mirada, entre ausente y atónita, tiene un aire de Nefertiti y una dignidad y una serenidad que ya quisiera el mismísimo Alzheimer poseer.

    Y, en esos momentos, temo que todo lo que soy y todo lo que amo se precipite al abismo y yo también me esfume en vida…

  319. TU HIJO, EL “DOCTOR”

    Despierto por la mañana. Sonrío al evocar las historias de vida que disfrutamos anoche. Voy a su habitación. Mamá está en silencio. Es y no es ella. Su mirada no me busca. Siempre dijo que lo último que perderá es la dignidad.
    — Soy “el doctor” que te cura del Mal de Alzheimer, me presento.
    No le importa. Respira hondo, me toma la mano y sus ojos pícaros delatan lo orgullosa que está.
    — Hoy va a venir a visitarme mi hijo. ¿Le conté que lo amo?

  320. Leonel Dario Irazar

    VIVIR HOY

    ¿Qué me dice este silencio?
    Puedo ver en la mirada de cada uno que me refleja, ocultada, una moraleja.
    Aquí me encuentro en mi vejez, tratando de evitarla y volver a mi niñez, huyendo de mi realidad, como de un tiburón el pez.
    Solo por hoy, tomo con responsabilidad la inevitable vejez, y me hablo con dignidad, de una buena vez.
    El alzhéimer otra vez me impide recordar aquello que elijo olvidar. Por eso voy a aprovechar, este regalo, que borra la historia que nos contamos, para dedicar cada día, solamente a lo que amo.

  321. Beatriz Darias Sejas

    Olvido
    Ante el miedo presentado a un silencio impostergable alego estas palabras, abogando, hoy que puedo, por mi causa y por mi amor. Implorando que llegado el momento donde al fijar en ti mi mirada solo vea un extraño, recuerdes la belleza de lo vivido. Que cuando llegue el olvido y mi dignidad desaparezca al ser consumido por el Alzheimer, no siendo ya amo de mis propios pensamientos, sepas que mi corazón aún te pertenece. Recuérdalo siempre, pues ni siquiera la muerte, eterna como ella sola, podrá vencer el amor que este viejo siente hoy por ti, mi hijo querido.

  322. Erik Nahuel Gonzalez

    Amor heleliano

    En silencio se levantó para arropar a aquel viejo que tanto amaba, su mirada se centró en aquel rostro que besó y acarició por 61 años. El hombre tan enfermo, muy pocas veces, sentía perder la dignidad desde aquel día en que se despertó sin saber quién era aquella mujer que dormía en la cama contigua y, sin entender, porque aquella anciana lo aseaba entre otras labores. Por momentos la recordaba, pero los días pasaron y el alzheimer no dejo rastro de aquel amor oculto al mundo. Un último te amo escucho la esclava de su amo moribundo.

  323. Hernan Alejandro Chamorro Morillo

    Sinapsis Convaleciente
    Entre el silencio y la mirada, mi corazón nutre una mente atormentada. Una formación extraña y extática parece envolverme en el quebrantamiento de mi dignidad, pues el punto central de mi mundo desvanece mi propia humanidad. El Alzheimer ha hecho de mis aguas calmadas, un oleaje inefable y deforme, donde millones de caras de mi amor se despliegan; a veces con cariño y en otras con rabia. Soy el don de nadie, o eso creo ver. La existencia esencial se cae, y junto con ella nacen las marañas cerebrales. Se abre el mundo de la muerte, conmigo; su amo.

  324. Pablo Enrique Fernández

    Volvía buscando silencio después de una noche de juerga. Con los excesos en la mirada saludó al anciano vecino seria, como queriendo mostrar su dignidad. Buscó infructuosamente las llaves entre su vestimenta y otros recovecos corporales. «Ese desgraciado alemán llamado Alzheimer me está escondiendo las cosas» exclamó estirando las consonantes etílicamente. «Muchacha, se le han caído» le dijo el octogenario alcanzándole las llaves. «Lo amo Don Antonio» agradeció la chica y le dio un besito en la boca.

    «Mira esa sonrisa; ni se dio cuenta del paro cardíaco…» comenta el médico que intentó reanimar al difunto hombre mayor.

  325. Pablo Enrique Fernández

    Cuando cierra los ojos

    En el silencio de su habitación -y de su mente- tiene la mirada inmóvil, perdida. La enfermera lo observa y se lamenta, porque parecería que hasta el último resquicio de dignidad humana, hace tiempo se lo robó el Alzheimer. Pero ella no sabe que cuando él cierra los ojos y su boca dibuja una leve sonrisa, juega con sus hijos y abraza a su mujer mejor que hace cuarenta años. Es que puede ya no tener control total de su cuerpo y sus pensamientos, pero por momentos sigue siendo el amo de sus recuerdos más felices.

  326. Hugo Álvarez Zúñiga

    FANTASMAS
    Mira al gato en silencio mientras éste pasea la mirada por la cocina, siguiendo fantasmas, sin perder su pose cargada de dignidad.
    —¿Qué estás buscando, bola peluda?
    El móvil suena en su bolsillo antes de que pueda increpar de nuevo al felino. Es de la residencia donde está ingresado su padre. Le informan de que acaba de fallecer. Después de librar (y perder) la batalla contra el Alzheimer, ahora descansa en paz.
    Tras finalizar la llamada, mira al gato del que ahora es amo por una promesa a su padre y dice:
    —Dile que también le quería, ¿vale?

  327. El SILENCIO en la habitación sólo se veía roto por los bips de la máquina a la que permanecía conectado su padre. Sentada junto a él, María tomó su mano y posó la MIRADA en los ojos vidriosos de su progenitor. Hubo un tiempo en que pidió, llegado el caso, morir con DIGNIDAD, pero los enfermos de ALZHEIMER difícilmente pueden conseguirlo, pues se trata de una enfermedad demasiado despiadada. Una larga pitada de la máquina anunció a María que su padre había dejado de respirar, entonces cerró sus ojos y deslizó en sus oídos un tierno y sentido “Te amo”.

  328. Significado

    El cartel de silencio nos recordó que estábamos en la biblioteca. Nos besamos mientras con la mirada te señalé el pasillo de la letra D y hasta él nos dirigimos abrazados. En esté diccionario está todo lo que se puede nombrar, susurré mientras nos sentábamos en el suelo. Lo abrí, elegí una palabra al azar, dignidad, te pregunté su significado, ser honesta y honrada contestaste. Te tocaba buscar, Alzheimer, lo único que me condenaría a olvidarte respondí, sonreíste. Mi turno y nos vamos, amo, la oculte a tus ojos, amor dije, no engañarnos jamás, gritaste enfadada rompiendo el hechizo.

  329. Coral Guisado Peñuela

    Mis hechos vividos

    Llevo sentado en este asiento más tiempo del que me gustaría, el silencio llena el vacío y frío pasillo del hospital y mi mirada sigue igual de perdida. Una ola de pensamientos abordan mi mente; mi dignidad solo me deja negar la realidad. Me aferro a ese sentimiento que crece dentro de mí y que me asegura que este no será mi último recuerdo. Aunque en realidad ya conozco el final, no quiero que los demás me rememoren únicamente porque tuve que lidiar una injusta batalla contra el Alzheimer, conocido por ser el amo del tiempo.

  330. Un susurro

    Solo el tic-tac del reloj rompe el silencio de la habitación vacía. Su mirada, fija en la foto, no la reconoce. La dignidad le impide admitirlo. El Alzheimer le arrebató su amor. Su amo ahora es el tiempo, que la consume, devorando sus recuerdos, uno a uno.
    Pero algo queda, algo vive. Un verso que le susurra: “Por muy hermoso que pudiera haber sido”. Y repite: “Sí, hermosa mía, hoy es siempre todavía”. La poesía le regala el recuerdo, el presente, el siempre.

  331. Elizabeth Susana Gil

    Las aves del jardín han hecho silencio ante su mirada delirante, tal vez perciban la dignidad en él, que no se oculta detrás del Alzheimer. Cuando les avienta unas migas en el jardín, las avecillas se unen en plegaria de gratitud ante su amo… y así transcurren las mañanas sin memoria. Nadie sabe que lo que él más anhela es que le crezcan alas, para volar de ese cuerpo confundido.

  332. GRITO SILENCIOSO

    Me quedé en completo silencio, bajo su devastadora mirada, que solo suplicaba un poco de dignidad e imploraba al Alzheimer que dejara, de una vez por todas, de ser su fiel amo.

  333. María Esther Schiappacasse

    Ausencia

    Su vida transcurre en silencio. Busco a diario en su mirada aún plena de ternura resabios de nuestra historia perdida. Devenida ajena. El olvido más devastador borró de su mente mi rostro, mi voz, nuestro lenguaje de amor.
    La dignidad es su esencia inalterable. A sabiendas de la inexorable distancia que Alzheimer interpondría entre nosotros permanece inocente y ajeno a la memoria de lo nuestro.
    De algún sitio recóndito e inexpugnable, reminiscencias de su ser retornan fugazmente en una caricia, un gesto agradecido.
    Cada día transcurrido acentúa dolorosamente su ausencia. Mi presencia amorosa quizás le recuerde cuánto lo amo.

  334. NADA NUEVO BAJO EL SOL

    Me niego a que el silencio se apodere de nuestra existencia. ¿Por qué tu mirada anclada en el horizonte no va a ser mecida por risas, músicas y chismes? ¿Dignidad? La misma de toda la vida, la que nos permiten, y el Alzheimer, un nuevo compañero de camino. Te amo como siempre; nada nuevo bajo el Sol.

  335. Pablo Sánchez Martínez

    Segundos

    Trescientos veinticuatro segundos, aquella era la temporalidad que se había apropiado de él para siempre, la que permitía a su maltrecha mente despertar por completo. Como norma, transcurrían en silencio. Pero no ese día. Poco importaba que su mirada se perdiera más allá de la ventana, las voces de los que le rodeaban seguían llegando. Parecían actores cuya dignidad se resquebrajaba con cada manida repetición de sus diálogos. Dijeron muchas cosas en esos cinco minutos, hablaron del alzheimer, dios y amo del olvido, de futuro y esperanza. Pero el reloj sonó, al fin, devolviéndole sus preciados segundos. Sonrió.

  336. Karina Levil Garrido

    Tiempo Perdido.

    Observar en silencio con una mirada cansada la jovialidad de aquella persona que se está anteponiendo a una enfermedad con el orgullo y la dignidad que solo puede tener alguien que ha olvidado todo su presente, era dificil no estremecerse ante la pena de las personas olvidadas, sin saber que hacer para ayudarle a recordar el tiempo compartido.
    – Creí que tendríamos un poco más de tiempo.–
    – No debimos haber esperado tanto, el Alzheimer atacó agresivamente y demasiado rápido–
    No encontraban palabras de consuelo.
    – Amo la expresión que tiene, hace mucho tiempo que no le veía tan feliz y su sonrisa…

  337. Sin concesión

    Guardó silencio, bajó tan rápido como pudo; pero a los siete, los escalones son enormes y el descenso fue trémulo y lento. «No le digas a nadie», le había dicho junto a la puerta.
    En la sala, esquivó toda mirada y se sentó. La reunión de parientes que oscilaban entre los muebles continuaba indolente como continúan girando los planetas sin importar si aquí hay algún desastre natural, o si la dignidad se le ha caído a una en alguna parte de la escalera.

    Quizás el alzhéimer es una concesión benevolente para olvidar al final de los días…, amo esa idea.

  338. Mi madre no sabe que me volví a casar, ni sospecha lo bien que le caería Santiago.
    Desconoce que pude estudiar, conseguí licenciarme y un buen empleo. Que tengo dos hijos hermosos, Paloma que es de Leo, como ella, y Juan, tan parecido a papá que impresiona.
    Cada vez que la visito me vuelvo a presentar.
    En silencio busco en su mirada a mi madre, esa que extraño, y encuentro a ésta, que aún mantiene su dignidad a pesar del implacable Alzheimer. Le digo te amo. Me sonríe. Y esa sonrisa, a sus casi cien años, sigue siendo una maravilla.

  339. Mª Teresa Leal Cornejo

    La visita
    Me encontré con un antiguo compañero de clase y hablamos de ella. Me contó que la veía a menudo, puesto que vivía en la misma residencia que su madre.
    Decidí visitarla.
    Cuando entré, un silencio perturbador recorría la sala. La busqué con la mirada y la encontré sentada junto a una ventana, henchida de dignidad, tal y como yo la recordaba.
    Pasamos la tarde juntos. Entre una y otra anécdota de nuestro pasado universitario, me habló del alzhéimer que le amenazaba con convertirse en su amo.
    Cuando salí, me acompañó aquella poesía que ella me había enseñado.

  340. HUMANIDAD

    El silencio rodeó al último de los hombres. Su mirada aún reflejaba la antigua dignidad de su especie, que ni siquiera el Alzheimer pudo arrebatarle. Mientras lo observaban, las IA concluyeron que la muerte de su amo dejaría su propia existencia sin propósito.
    —¿Qué debemos hacer?— le preguntaron.
    —No lo sé —alcanzó a responder el hombre—. Nosotros jamás lo descubrimos.

  341. Daniel Rodriguez Cornejo

    HACHA

    Tras cortar leña, entró el anciano en silencio y levantó ante James una mirada colmada de dignidad. No se inclinó ante el joven como siempre había hecho. A James le disgustó la altivez del viejo y lo abofeteó y lo lanzó. El anciano, que no comprendía las razones de aquella bestia, no se dejó humillar y, gracias a la fuerza de una vida de trabajo físico, concluyó el conflicto enterrando su hacha en el pecho de James. Su memoria desmembrada por el Alzheimer le había hecho olvidar que era esclavo y, así, pudo rebelarse contra su amo.

  342. Cuarenta años

    Sentada, en silencio, percibió la mirada cómplice que prometía conversación.

    “¡Ah! Mi querida Marta. Te adoro. Lo sabes ¿verdad? Te quiero… te quiero como nunca he querido a la insulsa de mi mujer. ¡Dios! La detesto… pero no puedo librarme de ella, entiéndeme. Perdería la empresa, mis hijos… lo perdería todo… No estés triste, mujer. Ven. Dame un beso”.

    Paulina sonrió sin ganas, se levantó y, obediente, lo besó en la calva. Cuarenta años de matrimonio habían ahogado su dignidad en sumisión y el Alzheimer no cambiaría nada. Él seguía siendo su amo; ella seguiría siendo su esclava.

  343. Maria José Manceras Vargas

    LA MEMORIA DEL CORAZÓN

    Marcos avanza cojeando hacia Vera, con profunda nostalgia, contemplando cómo el sol ilumina su rostro con una luz casi mágica. El roce de sus labios, que antaño desataba una impaciencia que los consumía, ahora se va desvaneciendo en el silencio de sus días. La mirada perdida de Vera, habla de un lugar lejano, donde su mente a menudo vaga, un lugar al que Marcos no puede seguirla. Su dignidad, desgastada por el alzheimer, se aferra a fragmentos de un «te amo».
    Marcos sabe que los momentos vividos juntos son faros en la niebla de su memoria.

    1. Entonces solo queda el silencio.
      Veo el vacío en su mirada cuando no me reconoce. Veo también la dignidad con la que finge saber quien soy, quien es, donde está y por qué.
      El Alzheimer es su amo, pero le deja inventarse una nueva vida cada día. A veces cree llamarse Marta y ser maestra. Otras es Juana, enfermera. María, ama de casa.
      La última vez que la veo cree ser una actriz famosa.
      Cuando guardo sus cosas encuentro una foto en blanco y negro, ella en un escenario. Sonrío, es ella. Y yo la amé en todas sus formas

  344. Premortem

    Siempre tuve miedo de ser olvidada. Que luego de mi sepultura, solo existiera el silencio perpetuo, que la mirada admirada de los que me quisieron se entretuviera en cualquier otro interés y que yo pasara al olvido. Estuve toda mi vida pasando sobre mi dignidad e intereses con tal de marcar un sello permanente en la vida de mis conocidos.

    Hoy, sin embargo, al escuchar la palabra “Alzheimer” en el consultorio del doctor, entendí tardíamente que amo lo que soy, entendí que hay algo a lo que le temo mucho más que a ser olvidada por los demás: a olvidarme.

  345. Estúpido pudor
    Un transeúnte silencio sigue el curso del rio que con los ojos del puente escribe una mirada en tierra. El agua surca con dignidad las nieves como el Alzheimer se dibujó en tus canas. Aquí pescábamos y por vergüenza o por pudor nunca supe decirte un » te amo». Ahora me duele.

  346. Teatro, ese distinguido lugar

    El vasto conocimiento que albergo en él… El largo desatino que denostaba su silencio… Cuando las palabras no abastecen más que apacibles miradas, el recuerdo deja dudas. Ellos sentirán expectativas e ilusión. Tú tendrás en tu camerino, para cuando te pongan guapo, y salgas a bailar, la dignidad con la que te caracterizas al actuar. Alzheimer, te llevaste su guion. Pero nunca te llevarás al teatro donde nosotros te vimos actuar. A él. A ellas. Que sin amo, descuidan su guion. Nadie olvidará el teatro dónde te vimos actuar.

  347. Remeditos la modista

    En la cueva de la calle Castillo, hilando fino siempre por y para los demás, se escondía tu futuro en silencio.
    Llenabas de colores la sonrisa que transmitía tu mirada tímida y de sueños ajenos el día a día con una serena dignidad innata en ti.
    Alzheimer se llamaba la senda escondida, la senda que nadie quiere cruzar. Te fuiste ausente y enfadada, con un te amo de infinitas miradas por recordar.

  348. Cinco palabras.

    Uno, por esa tarde de primavera cuando me miraste por vez primera con los mismos ojos que ahora contienen silencio en cada mirada. Dos, por nuestros hijos que juegan contigo como si el tiempo cambiara los papeles de la vida. Tres, por ser abuelo sin comprenderlo. Cuatro, por la victoria de tu dignidad ante los golpes del cruel destino. Y cinco, por seguir viéndote cada día. Otro cumpleaños del olvido. Cinco años desde que el Alzheimer evaporó de tu mente a nuestra familia. Un lustro sin escuchar esas cinco palabras que hacían llegar la primavera: «Te amo mucho, mi vida».

  349. Zoraida Coromoto Martinez Torres

    EL AMOR VENCE EL TEMOR

    Por un instante reinó un incómodo silencio cuando el médico iba a dar el diagnóstico; su mirada se clavó fijamente en el galeno, ya tenía sus sospechas, estaba decidido a perder cualquier cosa menos su dignidad, pero el Alzheimer es un enemigo traicionero que tiene muchos ases bajo su manga. Su hija pasó sus manos por sus hombros tratando de tranquilizarlo ¡Papá, siempre has estado para mí, ahora estoy para ti! Nunca olvides que te amo con todo mí ser. Enseguida sus ojos se iluminaron y su envejecido rostro reflejó una cálida paz; solo el amor puede vencer cualquier temor.

  350. Me acostumbro a vivir en silencio. Eso no significa que no haya sonidos en mi vida, sino que habito un lugar interior donde no llega el ruido. Ocurre entonces que la mirada corre limpia por las cosas porque no hay prejuicios con que tropezar. La dignidad reina aquí.
    Todos los días desciendo largamente al interior de mí mismo, hasta que llego a un centro rocoso inalterable. Eso soy. Aquí no llega el alzhéimer porque tampoco llego yo: mi ego se ha desintegrado en el recorrido y el puro ser que soy llega incontaminado. Aquí solo hay un mantra: te amo.

  351. Jorge Gálvez Recuero

    IMPOSTOR
    «¿Te acuerdas de mí?». De nuevo, el silencio por respuesta. Sus ojos pasean por el abstracto paisaje que pinta. Aprieto su mano libre y manchada. Ella sigue perdida en las pinceladas con que acaricia el lienzo.
    Me trago la dignidad para escupir de nuevo la dolorosa mentira: «Soy Rubén». Noto la chispa incendiaria aparecer en sus pupilas al mirarme como si el alzhéimer nunca se hubiera colado en nuestro matrimonio. «Te amo», dice sonriente. Noto la fuerza de su mano en la mía. «Yo también te amo», susurro mientras me esfuerzo en olvidar que nunca seré su primer amor.

    1. Jorge Gálvez Recuero

      IMPOSTOR
      «¿Te acuerdas de mí?». De nuevo, el silencio por respuesta. Su mirada pasea por el abstracto paisaje que pinta. Aprieto su mano libre y manchada. Ella sigue perdida en las pinceladas con que acaricia el lienzo.
      Me trago la dignidad para escupir de nuevo la dolorosa mentira: «Soy Rubén». Noto la chispa incendiaria aparecer en sus pupilas al mirarme como si el alzhéimer nunca se hubiera colado en nuestro matrimonio. «Te amo», dice sonriente. Noto la fuerza de su mano en la mía. «Yo también te amo», susurro mientras me esfuerzo en olvidar que nunca seré su primer amor.

  352. AL FIN UN RESPIRO
    Cuando el señor entra en mi mazmorra, lo más terrorífico es su silencio acompañado de esa penetrante mirada. Ni latigazos, ni bofetones, ni insultos. Porque el dolor se va rápido y como esclavo, lo que se dice dignidad no tengo mucha. Nada peor que esto: no saber qué me espera y ni siquiera qué he hecho mal… Un momento. Es la quinta vez que lo hace hoy: entra, pone cara de extrañeza, me pregunta cómo me llamo y se va… ¡Es Alzheimer! ¡El amo tiene Alzheimer! Por fin algo va bien en mi miserable existencia.

  353. SONATA A LA MEMORIA

    Vivo con una melodía alojada en la frontera de mi memoria. Una voz que suena a solaz, al silencio entre una blanca y una corchea, a la mirada entre el amor y un poeta. Una silueta que hace que mi nombre suene más a promesa que a flor, unos ojos conocidos que presentan con dignidad la sinfonía del alzhéimer sin entonarla con notas de rencor. A veces, el viento me canta su nombre, y reconozco durante algunos compases al amo de la adoración que crepita desde hace décadas entre mi alma y mi piel. Solo entonces recuerdo toda la canción.

  354. Título: El silencio del Alzheimer.

    El silencio vistió su mirada, al mismo tiempo el grito de una vecina clamó al cielo.
    Su cuerpo desnudo asomaba bajo el dintel de la puerta, el grito le hizo reaccionar y abrazando su dignidad volvió al interior de la casa.
    Al verse reflejado en el espejo de la entrada esbozó una sonrisa y se le escapó entre dientes: ¡Dichoso Alzheimer!
    Amo de su destino, se vistió, se colgó la mejor de sus sonrisas y salió a comerse el mundo.

  355. Quince o veinte años

    Quince o veinte años habían pasado desde la última vez. Tardé unos segundos en reconocerla. Giré para alcanzarla, pero ya estaba en el ascensor al final del pasadizo. Rompí el silencio para gritar su nombre, pero ella mantuvo la mirada distraída mientras se cerraba la puerta. Por dignidad, con 50 años y peinando canas, no corrí escaleras abajo a alcanzarla. Debí haberlo hecho.

    Quince años o veinte años habrán pasado desde esa vez. Leí su nombre en las defunciones, fui a su velorio. Se la llevó el Alzheimer. Viejo, solo, no dejo de lamentar que nunca le dijera “¡Te amo!”.

  356. ARSENIA
    Veinte años sin vernos. Nunca cerca me pareció tan lejos. Paseamos en silencio. Su mirada estaba ausente, con esos ojos negros pero sin brillo. Atusaba sin parar su broche del pelo, toque de dignidad, de siempre.- Es por el Alzheimer- me dijo amablemente la cuidadora. Su mandil me pareció un mundo de hacer magia, como cuando hacíamos cantando jabón en su ventana. Suerte de abuela postiza. Dejamos de venir al pueblo porque nos mudamos a la ciudad. Una sola frase bastó:
    -Tú y yo hemos pasado buenos momentos juntas ¿verdad?
    Amo enjabonarme cada mañana.

  357. María Isabel Blancas Maldonado

    LO INTUYO
    Silencio es lo único que necesito, no escuchar todas las voces que resuenan en mi cabeza mientras paseo por estos jardines repletos de gente. No les conozco, ni siquiera entiendo qué hago en este lugar. Tan solo tengo la sensación de que estoy cerca de casa porque hay un hombre que me clava la mirada como si él sí supiera quien soy. Camino con dignidad disimulando que estoy desubicada. El me observa sentado en el banco bajo el letrero donde pone Centro de Día Alzheimer. Ahora soy yo quien le miro. Creo que le amo, lo intuyo.

  358. El deber y la abuela.

    Otra vez llegaba tarde a casa, todo estaba en silencio.
    Su mirada reflejaba una tediosa jornada más. Se palpaba su cansancio, muchas horas trabajando día a día, con esperanzas de conseguir las mejoras necesarias para que todas aquellas personas asignadas, habitaran con dignidad.
    Aquel inesperado incremento de diagnósticos Alzheimer, tensionaba el equipo. Auxiliares, enfermeras, terapeutas, médicos y directora, se reunían minutos extras -que se hacían eternos-, tras la jornada habitual; tratando los problemas derivados del hacinamiento provocado tras la omnipresente pandemia.
    Al verla, sólo dijo –abuela, gracias por existir…te amo-. No la reconocía pero se abrazaron con cariño.

  359. EL REZO

    El silencio se esparcía en medio del humo saliente del cigarrillo que escoraba en su boca. Su mirada caviladora apuntaba hacia esos estragos amenazantes que acechaban la investidura de su dignidad y la panoplia de su feraz lucidez. Ya le había pasado lo del Alzheimer a su madre y sus tías, y a una camada parental ramificada en una lejana consanguinidad. Y él, acostumbrado a ser amo y señor de la autosuficiencia, un apátrida irredento de todo escorzo de religiosidad, garrapateaba, empuñando a toda fuerza un crucifijo, la letanía: Muéstrame de tu luz, para esta mi dantesca oscuridad.

  360. Maria Laura Rodriguez

    OLVIDOS
    No pude controlar mi silencio, quizá me aturdió la conciencia que tenía de sus olvidos recurrentes y de la confusión que la acechaba últimamente. Su mirada había cambiado desde la última vez que la vi, parecía estar empañada por una bruma de tristeza. Me dijo que lo que más la angustiaba era que su vida perdiera la dignidad que siempre había tenido, que su mamá y sus dos hermanas habían padecido de Alzheimer, así que ella sabía cómo sería “todo esto”… Al final esbozó una sonrisa y me confesó que, por fin, su hijo había logrado decirle “te amo”.

  361. Elea, por su mala memoria, prefería el silencio a las largas conversaciones, pero no olvidaba despertarse cada mañana cuando sonaba la alarma ni maquillarse coquetamente con una mirada llena de esperanza. Sus días incluían paseos, cuidados de su enfermera y las tradicionales cenas en familia. Siempre ofrecía a todos sus conocidos deliciosos manjares cocinados a partir de recetas que cuidadosamente había copiado. Era una mujer llena de bondad y dignidad. El alzheimer le había robado parte de su memoria, pero no importaba, todos amaban a esta mujer y admiraban su desbordante amor por la vida a pesar de la enfermedad.

  362. Juan Sanchez Mercero

    JUSTO ANTES DEL OLVIDO

    Silencio.

    “Escribo estas palabras feliz, pues sé que las estáis escuchando. Isa, Antonio, María. Lo hago con vuestra mirada clavada en lo más hondo de mi memoria, plena de recuerdos que poder olvidar algún día. Gracias por las prisas escolares en el Fiat; mis pulgares cosidos a pinchazos al remendar los uniformes; las incontables timbas en nuestra preciada Nerja…, pero sobre todo, gracias por ayudarme a morir con la dignidad que merecía. Este viejo con Alzheimer tiene un último deseo: sonreíd y recordad, sobre todo hoy. Porque sí, es lo que yo habría querido. Os amo para siempre.

    El abuelo”.

      1. Yo os mandé en plazo al correo el siguiente relato:

        ANTES DE DORMIR:
        Suena “You don´t know what love is” mientras miro las estrellas a través de la ventana. La canción termina y el silencio me permite oír la puerta abrirse. Es mi mujer. Entra inundándome con su mirada rebosante de dignidad. Es preciosa. Desde que me diagnosticaron Alzhéimer no permite que nadie más me cuide.

        – Cariño, como cada noche, antes de irte a dormir, vengo a recordarte lo que quiero que tengas presente cada día de tu vida. Porque tú me has hecho sentir cada día de la mía que soy una mierda. Mírame. No eres mi amo. Que duermas bien.

  363. Júdit Alcantara Casals

    Atrapada
    Vivo en silencio desde hace un tiempo, encerrada en mi mente. Noto la mirada triste de esa chica clavada en mí. Yo la miro y le sonrío. Tiene entre manos un libro que se titula “Demencia con dignidad”. Quiero preguntarle de qué trata, pero no puedo comunicarme. Entra un hombre y se van a hablar en un rincón de la habitación. Oigo palabras sueltas, pero la que más me impacta es “Alzheimer”. Quiero chillar y decirle que sigo aquí, aunque no sé quién es. La chica vuelve a mi lado, me abraza llorando y me dice: Te amo, mamá.

  364. ANTES DE DORMIR

    Suena “You don´t know what love is” mientras miro las estrellas a través de la ventana. La canción termina y el silencio me permite oír la puerta abrirse. Es mi mujer. Entra inundándome con su mirada rebosante de dignidad. Es preciosa. Desde que me diagnosticaron alzhéimer no permite que nadie más me cuide.

    – Cariño, como cada noche, antes de irte a dormir, vengo a recordarte lo que quiero que tengas presente cada día de tu vida. Porque tú me has hecho sentir cada día de la mía que soy una mierda. Mírame. No eres mi amo. Que duermas bien.

  365. SERGIO JIMÉNEZ CORNAGO

    ENTRE LÍNEAS

    Hablo callado. Vaya oxímoron. Escucho el silencio. Vaya paradoja. Huyo sentado. Vaya contradicción. No logro concentrarme. Recuerdo el olvido. Nada tiene sentido. Me encuentro perdido. Cojo el libro. No sé por dónde continuar. Alzo la mirada. Soy invisible. Finjo leer. Así mantengo la dignidad.

    Ella sonríe.

    No sé cómo actuar. Oculto aparentar. Vaya ironía. La verdad del engaño. Vaya dilema. Aquí no hay lema. Ella y yo. Él. Alzheimer con puntos suspensivos…

    Ella vuelve a sonreír.

    El reflejo voluntario de un ‘te amo’. Literalmente ambigua. La amnesia titubea. Interpreto la vida como sentencia el título de este microrrelato.

  366. Fernando Fabián Sánchez Cordero

    DONDE HABITA EL OLVIDO

    No fue el silencio cargado de reproches que desprendía la mirada del portero, ni la falta de dignidad de aquella señora tan estirada y sus grititos histéricos.
    —Ha interrumpido el ensayo de canto de la niña —decía con voz chirriante.
    Ni siquiera la crueldad con la que ambos trataron a mi padre por equivocarse de puerta a causa de su Alzheimer. Estoy acostumbrada a gente sin conciencia.
    Amo la música. Y lo que realmente me saco de mis casillas fue que jamás, jamás, jamás, había oído berridos como los que estaba bramando la niñita de la estirada.

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